Por supuesto, también hay fragmentos que no cambiaría.
Seguro que Savater, con quien compartía portada (la gente de Valencia yo creo que sobrevaloraba mis textos; era un crío de 25 años), tampoco mantendría hoy todo lo que decía en su artículo.
"Revolví entre mis pensamientos y exclamé de pronto:- ¡Qué felicidad es la felicidad!Mi padre asintió:-¡Qué verdad más grande, hijo mío! No hay mayor felicidad que la felicidad.- Sin embargo -añadí después-, muchas veces la felicidad de unos es la desgracia de otros. Una de nuestras felicidades es comernos una gallina. Pues bien: esto representa una felicidad para nosotros y una desgracia para las gallinas, puesto que hay que matarlas.- Hay una solución para no matarlas -dijo el autor de mis días.-¿Cuál? -pregunté yo.- Comérselas vivas"(Tono, Diario de un niño tonto)Vuelve la apología del robotismo. Vuelven las promesas de felicidad milenaria. Como en todas las épocas en las que los ciudadanos del mundo comienzan a comprender que el stablishment no nos lleva a ningún sitio, al menos a ningún sitio atractivo, surgen los profetas de la abundancia, alimentados y propagados por el aparato del Poder. Anteayer fue el petróleo y el maquinismo. Ayer el automóvil y la energía nuclear. Hace apenas un momento la exploración del espacio, las granjas cósmicas, las centrales eléctricas cósmicas, la felicidad cósmica. Y ahora los microprocesadores, los "chips". ¿Qué les queda por ofrecernos? Sin duda, la libertad, la igualdad y la fraternidad.Hay quien dice que el capitalismo escomo un caballo desbocado, lanzado a la carrera, que no puede parar si no es cayendo por un precipicio o lanzando al jinete contra el duro suelo. Hay quien dice que los capitalistas, los burócratas, los tecnócratas, los plutócratas, los ingenierícratas, los policícratas... se aferran al caballo como a un clavo ardiendo: aunque el caballo esté desbocado, aunque el clavo les devore las manos.Ahora han encontrado un nuevo sector punta para seguir galopando: la electrónica de precisión, los microprocesadores. Dicen que son la fuente de la vida, la nueva energía inagotable en forma de información, de informática, de control remoto. Ya no se debe ser chic; hay que ser chip. Dicen que se trata de “un salto cualitativo, en fin, por la lógica económica de la informatización hacia la necesaria integración mundial y, por consiguiente, hacia la generalización, la globalización de los sistemas de formación y de educación, con vistas a una distribución igualitaria de las tareas”. En California, vagina del mundo (porque el ombligo es Japón), ya fabrican niños expertos en funcionar a caballo de un ordenador, educados por robots, la técnica neutra a punto. Son niños chip. Niños robot. En el ombligo, en Japón, no necesitan fabricar niños chip, aunque también lo están haciendo, porque allí pueden perfectamente robotizar a los hombres aunque ya estén creciditos. Primero son sustituidos por robots, luego les enseñan a fabricar robots, y al fin aprenden a ser robots. Los japoneses son todos muychip. Y Alemania no podía faltar al ban-quete de la robotización. De alguna ma-nera lo predijo Nieztsche: «los alemanestienen la cabeza cuadrada».La primera consecuencia directa es que sobran charnegos españoles, turcos, italianos, croatas: ya tienen robots para sustituirles. Según Cristopher Evans, con la tecnología de válvula de los años cincuenta (cuando aparecieron los primeros «cerebros electrónicos») un ordenador de potencia análoga a la del cerebro tendría un tamaño equivalente a toda la ciudad de París, y necesitaría para funcionar toda la energía de su red de Metro. En 1981 en una cajita de hierro menor que el propio cerebro podrán meterse los “computers on a chip” necesarios para que por su cuenta y riesgo escriba este mismo triste artículo, aunque quizás sin la chispa de humor de meter de por medio una cita de Tono.En esta perspectiva, ¿qué hacemos con los indios? ¿Qué pasa con todos aquellos cerebros no electrónicos cuya lógica no entre en los cálculos de esa integración mundial, de esa globalización de los sistemas de formación y educación? Indudablemente, los indios sobramos. Parecía que el asunto ya estaba claro. Marcuse, fascinado durante muchos años por la sociedad de consumo que tanto odiaba, hubo de reconocer antes de morir que la tecnología no era neutra; que no podía esperarse un socialismo feliz basado en el trabajo de las máquinas, entre otras cosas porque las máquinas necesitan energía, y cada vez más máquinas, y la lógica maquinista se convierte en dialéctica entre las propias máquinas y la naturaleza. “Uno de los dos sobra en este mundo”, digo el cheriff-robot a la acacia caprichosa que afilaba sus espinas mientras los brotes primaverales pugnaban por salir a todo lo largo y ancho de su cuerpo. Sobró la acacia, porque no era de hierro, y antes del amanecer del día siguiente huyó a un aserradero para convertirse en paneles de conglomerado. Sus leves espinas nada hubieran podido frente al bulldozer dirigido por un microprocesador.Marcuse lo dijo a sus jóvenes fans: “No os hagáis ilusiones; no se puede vivir sin trabajar. Si tú no trabajas alguien tendrá que hacerlo por ti, y no será un robot”. Pero era demasiado tarde. No le quedó otra opción que morir. Todos hemos descubierto demasiado tarde que el paraíso ya existió, y no tiene sentido fabricar uno nuevo. Todo lo que hay quehacer es desbrozar la selva de chatarras y adentrarnos en lo más profundo, oscuro y desconocido del bosque; porque allí está el paraíso, ofreciéndosenos.Hemos ofrecido a los ciudadanos del mundo Ecotopía. No una, sino veinte, cien, miles de Ecotopías. Y entonces el Poder ha ofrecido, está ofreciendo una nueva Tecnotopía, UNA, global. La pregunta sería, por hacerla de alguna manera: ¿puede un robot compuesto de microprocesadores fabricar un violín Stradivarius que suene como un Stradivarius? O bien, dicho de otra forma: ¿a qué robot puede interesarle fabricar Stradivarius?No cabe duda de que habrá quien se engañe, cegado por los reflejos del acero inoxidable. Y dirá con el plutócrata JJ Servan Schreiber: “Las viejas fábricas, incluso con bajos salarios, no venderán nada. En cinco años, todo el mundo tendrá fábricas con microprocesadores y robots, donde el rendimiento será varias veces superior al de la mejor mano de obra en sentido clásico”. No dicen nada nuevo. Es el mito eterno de que la máquina sustituirá al hombre en los trabajos pesados, aburridos, sucios, vanos, alienantes. Pero, ¿quién fabricará esas máquinas que muevan a las actuales máquinas en el puesto de los hombres? ¿Quizás otras máquinas? ¿Y a esas, otras aún más perfectas? Indiscutiblemente puede llegarse a la máquina que produzca máquinas que produzcan máquinas que etc., etc.... Parecía que se había olvidado esta religión, pero no es así. ¿Y la energía? La ideología chip se basa en una mistificación, cual es que la información puede sustituir a la energía. El capitalismo no ha inventado los microprocesadores para liberar del trabajo a los hombres, sino para ahorrar mano de obra. La clara intención del sistema es seguir produciendo las mismas cosas con los mismos mecanismos. Es decir, que al actual consumo energético va a haber que sumar el consumo energético adicional de los nuevos cerebros de acero, cobre y sobre todo silicio, que se obtiene tratando la arena del desierto a altísimas temperaturas.Alguien lo ha puesto más o menos así: el futuro está en los desiertos; silicio, petróleo, energía solar se concentran en los desiertos. O lo que es lo mismo: concentremos la producción de las dos energías, la real y la informática, en los desiertos. ¿Saben lo que eso quiere decir? Ni más ni menos que seguir manteniendo, transfigurando, el sistema de concentración capitalista. Si llegan a desarrollar bien lo que nos están montando (esto es si les damos tiempo) la nueva “cosa” va a estar montada más o menos de esta forma: en los desiertos se producirá petróleo -mientras quede- y energía solar mediante gigantescas centrales, además del silicio para los microprocesadores. En los países tercermundistas se montarán los microprocesadores (lo han dicho ellos: “es más fácil formar a un tercermundista para fabricar los elementos de la tecnología más avanzada, los microprocesadores, que formarlos para ser libres, o que formar a nuestros hijos para esas fabricaciones”); las plantas de producción de objetos de consumo imprescindibles y realmente importantes se reinstalarán en las metrópolis, accionadas por robots. Las factorías que sigan precisando mucha mano de obra, también al Tercer Mundo y a los países subimperialistas (sobre todo a éstos, que son más controlables políticamente). Y los ciudadanos de los países imperialistas al campo, a producir alimentos y a liberar neurosis.En resumidas cuentas, lo hemos dicho ya en otras ocasiones, y lo han dicho otros, el sistema sólo puede intentar sobrevivir, en su actual modelación, mediante otro relanzamiento (que no llegará desde luego a la categoría de “boom”)que agudice, por supuesto, la explotación de la periferia. Y que por supuesto agudizará las contradicciones de tipo ecológico que aquejan a esta sociedad amenazando seriamente su futuro (el nuestro, no lo olvidemos). El sector punta de ese nuevo relanzamiento es la electrónica de precisión; la formulación, una cierta y profunda robotización de la sociedad y una aceleración de la decadencia ecológica. Nadie se extrañe de que los nuevos terroristas comiencen a ser, para el Poder, los activistas del ecologismo. Lo del puente del basurero de Barcelona fue una señal; lo de GreenPeace, un aviso; lo que terminará ocurriendo con Lemoniz, una confirmación. Sálvese el que pueda, porque han decidido que para evitarle sufrimientos a la gallina se la van a comer viva.
Baigorri, A. (1981), "El paraíso automático y la ideología chip". Bicicleta. Num 31, pp. 6-7
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