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7.21.2022

A, ante, de, bajo, con, contra, desde, durante, hacia, hasta, para, por, según, sin, sobre, tras Andalán (2022)


Un buen día de marzo me sorprendió leer un correo de Eloy Fernández Clemente, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Zaragoza, y fundador y primer director de la revista aragonesa Andalán,  en la que hice de todo durante unos años. De todo. Me sorprendió porque en más de 40 años, desde que publiqué mi último trabajo en la revista, hacia 1982, no había tenido noticia alguna. Bueno, noticia sí, pero no comunicación. Porque había visto algún libro on line, algo de la celebración del 25 aniversario, pero información directa... Bueno, aquí lo dejé dicho.

Así que me sorprendió. Supongo que algunas líneas que circularon con ocasión de la muerte de un antiguo colega, Enrique Ortego (quien a pesar de haberse ido tan lejos, a Nicaragua, tenía mejor memoria que quienes se quedaron en Zaragoza, o quizás por eso) le estimularían. O no sé, sería la vejez, el caso es que EFC me escribió para decirme que a ver si quería colaborar con un bosquejo de lo que para mí significó Andalán, porque iban a celebrar el 50 aniversario. Pues vale, ya saben que nunca digo NO, aunque a veces me lo pida el cuerpo. O casi nunca.

Me sorprende, al hojear (que en web ya es ojear) el monográfico del cincuentenario, que mi memoria de compañeros colegas de la época no sea mutua. Sí parece que lo era en el caso de Enrique Ortego, con el que compartí algunos reportajes y del que volví a saber cuando murió hace unos años. Será que en Aragón jugábamos mucho de niños a "Fuera de mi castillo", y también se decía mucho aquello de "El que se fue a Sevilla perdió su silla". Pasa lo mismo con la tierra (si te vas, te la quitan) que con la memoria.

- Venga, llorica, ya pasó, ya pasó... -me dice no sé qué hemisferio cerebral.

Pues eso. Que esta vez se acordaron, y esto es lo que envié, que ahora está publicado aquí:


Esto será un tópico muy repetido en esta colección de memoriales, pero debo empezar por ahí: a mí Andalán me cambió la vida.

Nunca sabré si a mejor o a peor, si para bien o para mal, porque los caminos alternativos que en cada cruce no tomamos, a saber a dónde conducían. Yo que desde niño iba para periodista, y en ello estaba en Zaragoza, he terminado convertido en sociólogo y dando clases de Sociología en el far west, a 700 km de mi pueblo. Y eso empezó con Andalán.

Expatriado, aculturizado

Nací en Mallén (1956), un pueblo de frontera en el que al menos un tercio de la población tenía entonces apellidos vascones, de la Baja Navarra hoy francesa. No sé si fueron fugitivos de guerras de religión o banderías, o migrantes en busca de mejor fortuna, como los apellidos rumanos que hoy amplían el arcoiris gentilicio de mi pueblo.

Nací en una casa de pequeños agricultores en la que se usaba el comedor sólo en la fiesta de la cofradía, o cuando los terratenientes (los Monguilán, Arnedo, Escoriaza y no sé qué más, una macedonia de apellidos que resumíamos en “los monguilanes”) venían a cobrar la renta o a autoinvitarse a comer. Aquella burguesía “de Zaragoza, Aragón y Rioja” que vivía de rentas, y a la que en los 60’s el IRYDA ayudó a capitalizarse para sus inversiones inmobiliarias, ofreciendo a los renteros créditos baratos para comprarles la tierra.

De niño inicié un camino migratorio que no sé si ha terminado todavía, pues eso no se sabe hasta la muerte, pero en solitario, pues mi familia siguió atada al surco. A los 8 años a Santa Coloma de Gramanet, acogido por una rama emigrante de la familia, para hacer el Ingreso de Bachillerato.  Al año siguiente interno a Tudela, tres años, con lo que hice muy mía a la capital de La RiberaAcepté estudiar euskera (hacia 1968 y todo a plena luz, y pronto lo olvidé porque el euskera no es como montar en bici), porque los jesuitas estaban obsesionados con mis “ocho apellidos vascos”.

Luego inauguraron Instituto en Borja y pude volver a Mallén, para ir a diario a clase en autobús. Apenas dos cursos, porque nos engañaron y no pusieron el Bachiller Superior que habían prometido. Así que entonces tocó ir a Zaragoza de forma precipitada, con el curso empezando en el Xavierre y al año siguiente el recién implantado COU en el “nuevo” Instituto Pignatelli, el primer instituto mixto de Zaragoza, una auténtica cochambre con aspecto de cárcel soviética descascarillada, hoy convertido en palacio burocrático. Ambos cursos alojado en el Colegio Menor Baltasar Gracián.

Y enseguida de vuelta a Barcelona a estudiar periodismo, pero con truco: trabajando siete horas diarias en las oficinas de una gasolinera, en cuyas habitaciones para camioneros también dormía, en el arranque de la Meridiana. Luego comía de forma precipitada la escudella o las mongetes amb butifarra del cercano bar de obreros, cogía dos líneas de metro, un tren y un autobús de sardinas para ir a la UAB, en Bellaterra. Había que tener vocación no de periodista, sino de mártir. Así que más o menos a partir del segundo mes, pasé de ir, salvo en fechas imprescindibles. Después de comer, si fa sol a leer poesía al Parque de la Ciudadela, y si no a los cines de sesión doble. Luego a buscar libros y discos de segunda mano, escuchar conferencias, o correr un poco con el corazón bumbumbum en alguna mani.

Así que desde niño me he sentido forastero con motivo, y ninguna identidad ha enraizado en mí con fuerza. En mi proceso de socialización primaria se entremezclan caóticamente Mallén, Cataluña (la xarnega y la com cal), Tudela, Borja, Zaragoza, jesuitas, dominicos, el colegio menor, el catalán y el vasco, un verdadero lío lleno de contradicciones en los términos. Al menos me libré del seminario (aunque disfruté mucho de ser monaguillo) y de la OJE, que no es poco. Fue ya en el siglo XXI, tras décadas lejos, cuando por primera vez me produjo una cierta emoción escuchar una jota, y resulta que era navarra (“soñé que la nieve ardía”); ahora también me da cosa si por un casual escucho “Pulida magallonera”, que de Magallón venía la abuela Larralde que no conocí, y en Magallón ligué alguna vez y hasta dí mi primer y único concierto como cantautor (al contrario que otros de éxito, yo era consciente de ser flojillo).

No estuve mucho en Barcelona. El primer curso fue un desastre académicamente (me dejé dos, y con dos suspensos obligaban a repetir). Pero “profesionalmente” fue un buen año, pues conseguí mi primera exclusiva periodística: fue El Noticiero quien publicó la primera entrevista a Ramón J Sender en su primer viaje del exilio a España, pisándosela al Heraldo/Zapater. Me colé en su hotel la tarde siguiente a su llegada y conseguí camelarme a la señora Luz C. De Watts, quien lo acompañaba y filtraba periodistas. La entrevista era muy pobre, pero para mis 18 años recién cumplidos, y no haber leído de Sender nada más que algún artículo sobre él en Índice, tenía su mérito. Coll Gilabert le reservó Tercera Página, bajo el vigía de la Torre Nueva, y anuncio en portada.

Y el 74-75 fue peor. En casa se habían apretado el cinturón para que no tuviese que trabajar, pero además de empezar el curso más tarde por la nueva Ley de Educación, inmediatamente se pusieron en huelga indefinida los PNN’s. Y Bellaterra fue una juerga, pero al terminar el invierno mi padre dijo que había mucho quehacer en el campo, a casa hasta que las clases empezasen de nuevo.

Las clases ya no empezaron. Quienes pudieron permitirse aguantar allí de marcha tuvieron aprobado político en casi todas las asignaturas, pero quienes habíamos tenido que volver a casa tuvimos que examinarnos. Aquello agudizó mi percepción sobre las desigualdades sociales y sus efectos, pero tuvo la virtud de descubrirme que era una tontería volver a Barcelona, cuando a distancia podía ir sacando la carrera, y en Zaragoza no sería tanta carga para casa. Así que en cuanto acabaron las labores más fuertes del verano negocié una pequeña ayuda familiar, y con las perrillas que me sacaba de vez en cuando con tareas administrativas en la Hermandad de Labradores, más la propina que me pagaban por las crónicas locales en El Noticiero, me dió para vivir miserablemente en un piso de estudiantes en Zaragoza. Donde tuve un poco de la vida estudiantil que apenas había podido tener en Barcelona. Los primeros viajes a dedo a Bellaterra a buscar apuntes, a alguna tutoría obligada y a exámenes fueron duros, alguno de casi 24 horas, pero luego fui descubriendo que estábamos varios periodistas de Zaragoza en la misma situación, y compartíamos coche.

Mi padre, como presidente de la Hermandad Sindical de Agricultores y Ganaderos, había estado metido en la primera de las “guerras agrarias”, la del tomate de 1973. Aunque el protagonismo se haya atribuido luego a una UAGA y una UAGNa que no existían ni en la imaginación, fueron gentes de las Hermandades Sindicales quienes estuvieron dando la cara. Y al año siguiente lo arrastré a otra contra la Autopista del Ebro. Con la movilización, basada en manifestaciones en el pueblo y en una batalla jurídica asesorados por Ramón Sainz de Varanda, conseguimos que en Mallén el precio de las expropiaciones se multiplicase. Debieron ser mis crónicas como corresponsal sobre aquellas batallas lo que llevó a Luis Granell, a finales de 1975, a ofrecerme escribir un artículo sobre la autopista en Andalán. Y ahí empezó lo poco o mucho que hubo.

 

Zaragoza, hacia 1978 Fotografía: Georgina Cortés

Zaragoza, hacia 1978, Fotografía: Georgina Cortés

 

No fue mi escuela de periodismo

El encuentro con Andalán fue para mí un orgullo. Había estado suscrito un tiempo mientras estaba en Barcelona, y hasta creo recordar haber enviado alguna carta al director que quedó infausta.

Pero aquel primer contacto estuvo a punto de ser frustrante. Justo me había puesto a trabajar en mi reportaje, cuando Granell me llamó de nuevo y me dijo que “mira qué suerte, que está unos días en su casa al lado de tu pueblo, en Cortes, un sociólogo muy famoso que ha escrito sobre las autopistas”, que si no me importaba hacer el artículo con él. Y le dije que no me importaba, pero claro que me importaba, ¿mi primer artículo en Andalán y tenía que compartirlo?, era como un coitus interruptus. Encima acababa de leer un artículo de ese sociólogo, en un monográfico de Cuadernos para el Diálogo sobre la agricultura española, que me pareció muy ocurrente pero con el que no estaba de acuerdo prácticamente en nada.

Sin embargo ocurrió, como le pasaba a tanta gente, que Mario Gaviria me sedujo en nuestro primer encuentro. Se presentó una mañana en Mallén sin avisar, con un montón de garrafas en el coche para llenarlas en mi casa con el agua del Moncayo que bebíamos en Mallén, y de paso hablar del artículo. Yo lo tenía casi terminado, lo leyó y me dijo que lo firmaba conmigo tal cual, que lo enviase así, para qué perder tiempo. En vez de eso estuvimos discutiendo sobre su artículo en Cuadernos.

Pero, aunque como decía me sentía orgulloso de la llamada de Andalán, en puridad no puedo decir aquello que suele decirse de experiencias periodísticas tempranas: ni fue mi escuela de periodismo, ni me abrió puertas en mi “carrera”.

No fue escuela porque desde los 15 años practicaba como corresponsal en Mallén de El Noticiero. Y entre 1971-73, mientras residía en el Colegio Menor era redactor del programa de radio escolar y de la revista colegial Alcorce, para la que entrevisté a Cecilia (un amor), Guillermina Motta (qué desvergüenza y qué piernas la Guillermotta) y otros cantautores. Incluso había adquirido de forma autodidacta ciertas “competencias” periodísticas que no se aprenden en la Facultad, como a colarme en el Teatro Principal y en las discotecas, para entrevistarlos.

Claro que mi escuela tampoco fue la Facultad de Ciencias de la Información, cuya licenciatura terminaría abandonando en 5º, a falta de tres o cuatro asignaturas. No deja de tener su aquel que casi lo único realmente útil que saqué de la Facultad fue el descubrimiento de la Sociología, a la que he terminado dedicado y que fue la carrera que sí terminé. Mi auténtico maestro de periodismo fue Vicente Calvo Báguena, aquel humilde periodista de pueblo, con las cuatro reglas que me repetía cuando visitaba El Noticiero.

Pero no era muy consciente de ello. El síndrome del impostor me ha acompañado toda mi vida y ahí sigue. Así, yo pensaba que debía fijarme en Enrique Ortego, con quien Larrañeta me puso a formar equipo una temporada para cubrir temas agrarios, pues creía que era un experimentado periodista, y resulta que según leí muchos años después en un texto del propio Enrique, era él el que andaba un poco perdido en lo del periodismo, y se consideraba aprendiz de mí y de otros. Hicimos unos cuantos viajes entretenidos en su coche.

Además, casi a la vez que en Andalán empecé a escribir en Esfuerzo Común, la revista de aquel oxímoron, los carlistas rojos, conocida entonces como Secuestro Común. En ella publiqué reportajes, artículos de opinión y alguna sección con seudónimo. Entre Vicente CalvoJavier Ortega y yo llenamos algún que otro número de la revista.

Y cuando me enteré de que Triunfo estaba sin "corresponsal" escribí a suerte y verdad incluyendo un reportaje, y Víctor Sanchez Reviriego me respondió a vuelta de correo diciéndome que sí y que lo que quisiera, de Aragón o de cualquier sitio, que fuese a que me hiciesen un carnet, el único carnet de periodista que he tenido nunca (en Andalán nunca nos lo hicieron a los precarios, al menos a mí). Eduardo Haro Tecglen me lo entregó, enorme y mayestático, cual príncipe austrohúngaro que entrega un nombramiento de cónsul. Entre mis reportajes para Triunfo está precisamente el que publiqué en mayo de 1978 con el título de “Quieren cargarse Andalán”, en defensa de la revista cuando fue procesada (seguro que no está en ninguna bibliografía sobre prensa aragonesa).

Y el verano en que Luis Granell me pasó la corresponsalía de Diario16 al irse de vacaciones conseguí colocar varias páginas completas. En 1979 estaba en la directiva de una Unión de Periodistas de Aragón surgida contra la carca Asociación de la Prensa, que estaba tomada por el Heraldo. Y desde Madrid me buscaron para incorporarme al proyecto del diario Liberación, que contribuí a lanzar, aunque ya estaba saliendo del periodismo y decliné unirme a la cooperativa. Osea que en paralelo a Andalán, donde sólo era un free-lance, iba construyendo una carrera profesional.

Pero viví muchas experiencias, tan valoradas hoy por el consumidor de vida

Lo que Andalán sí me dió fue experiencias vitales. Y hoy que la gente se mata por tener experiencias, agradecido estoy porque fue un periodo intenso y estimulante.

La primera, sin duda, fue la de conocer a Gaviria y su mundo (porque en aquella época había todo un mundo en torno a Mario). Recién publicado el artículo que firmó conmigo sobre/contra la autopista del Ebro, él mismo me planteó hacer otro, éste sobre el proyecto de papelera que se cernía sobre Tudela. Aunque le sugerí publicarlo en Esfuerzo Común, pues Vicente Calvo se acababa de incorporar a la dirección de la revista y se había puesto “celoso” de mi artículo en Andalán (que no dejaba de ser su competencia). Y aún no habíamos terminado de escribirlo y me arrastró a otra historia en una dirección totalmente distinta: el estudio que estaba a punto de iniciar sobre el Bajo Aragón, en el marco de las luchas locales contra los proyectos de centrales térmicas y nucleares, que daría lugar al libro El Bajo Aragón expoliado.

 

Cortes de Navarra, hacia 1977 (arriba Mario Gaviria, a la izquierda José Mari Lagunas, en el centro Artemio Baigorri y Georgina Cortés)  Fotografía: Blanca Berlín

Cortes de Navarra, hacia 1977 (arriba Mario Gaviria, a la izquierda José Mari Lagunas, en el centro Artemio Baigorri y Georgina Cortés), Fotografía: Blanca Berlín

 

La segunda, vivir un tiempo en el piso, o alocada comuna, de José Mari Lagunas, “el Gordo” (ahora que lo veo en alguna fotografía de Internet descubro que “el Gordo” soy yo), con el que me uniría una amistad de años que, más que perdiendo, se fue diluyendo como tantas otras en las entretelas del tiempo y la distancia. Me acababa de quedar sin piso en Zaragoza y mientras trabajábamos en la redacción de El Bajo Aragón expoliado me ofreció una habitación vacía que tenía en el suyo, hasta que encontrase algo. Y fue la leche.

Además José Mari, que formaba junto a José Luis Fandosel Tablas (con quien también compartí algún reportaje) y Luz Abadía, el clan samperino que estaba bajo la advocación y protección de EFC, era el responsable de la producción de la revista. Lo que nos permitía a sus amigos precarios obtener algunos ingresos extra con dos trabajos manuales: fajar periódicos (colocar una tira de papel con la dirección del suscriptor en cada periódico plegado), lo que hacíamos en los talleres de El Noticiero, y pegar carteles con el anuncio del nuevo número. Fajar era monótono, pero lo hacíamos entre chistes y luego nos íbamos a tomar algo. El segundo era más puñetero: había que ir con el cubo de cola, la brocha y el paquetón de carteles recorriendo la ciudad (fundamentalmente el centro, que Andalán no era precisamente prensa obrera), y a veces (según la portada) podía ser arriesgado, especialmente cuando pegábamos en Zona Nacional. Alguna agresión de fachas creo que hubo.

La siguiente experiencia especial fue precisamente pegando carteles, y fue peor que un ataque de Fuerza Nueva. Porque nos tocó hacer de auténtica carne de cañón. Eran las primeras elecciones democráticas, y nos tocó empapelar con el principal titular del número de Andalán de esa semana: “Nuestro voto a la Izquierda” (Num 117). La cosa es que nos mandaron a empapelar en la noche preelectoral, y acabamos detenidos. No recuerdo quiénes íbamos, pero sí que pasamos la noche en comisaría, fichados y ciertamente acojonados, según la Policía por delito electoral. Así que no fue EFC el único andalanio que pasó algún rato entre rejas por la revista.

 

 

Y cómo tocaba hacer de todo, hubo otras experiencias intensas. En la época de los festivales de promoción y apoyo a la revista, entre otros me tocó ayudar a José Mari Lagunas a montar el chiringuito de venta y alguna logística en el de Barcelona, en el Palacio de los Deportes (1978). Fueron unos días locos, en los que al Gordo, que ya apuntaba como emprendedor, se le ocurrió que comprásemos velitas para venderlas en el puesto de revistas y posters. Nos volvimos locos hasta encontrarlas en una bocacalle de Las Ramblas, pero fue una ruina, no recuperamos ni la inversión.

Otras experiencias nadaban en la hiperrealidad, en el metaverso que diríamos hoy, como cuando en el piso del Tablas  hacíamos elucubraciones y cálculos sobre acciones directas, que afortunadamente no pasaron de un póster a doble folio con la imagen de un pollo de carnicería colgado del gancho, como amenaza simbólica a las eléctricas. Tampoco olvidaré la experiencia de la entrevista con un alto mando del Ejército del Aire, en la que con gran delicadeza me amenazó seriamente. Había publicado un informe sobre las bombas que se les caían a los Phantom, y Larrañeta me pidió que fuese a oír su versión pues habían llamado muy cabreados. Pero no fue “una versión”, sino un aviso, una amenaza. Se quedó en nada, y fue una pena, porque un juicio en aquellos años era una gran inversión, aquéllo sí que te abría puertas. Algún otro toque de atención fue merecido, como la carta al director del presidente del IRYDA y entonces senador por UCD, Alberto Ballarín, en la que me corregía los datos sobre sus fincas de Monegros.

En aquella época, abducido por el universo de Gaviria, y dado que ya venía motivado por las batallas con mi padre, el periodismo, como luego la investigación, era indisoluble de la acción. Así que compatibilizaba mi intento de profesionalización como periodista con el agit-prop: las guerras agrarias, la autopista, las nucleares, la General Motors, la base yanqui, el polígono de tiro de Bardenas, los regadíos, las comunas… Había colegas que no lo entendían así, y consideraban igual de digna la información deportiva o sobre “sociedad”. Seguramente estaban en lo cierto, pues en el periodismo les ha ido muy bien.

Mi última experiencia con Andalán la tuve cuando ya no colaboraba en la revista.  Fue en febrero de 1981, aquel febrero del año aquél. Estaba con Mario trabajando en unos informes para el PGOU de Alicante, y la concejalía de Urbanismo la ostentaba alguien del PCE. Por lo que la tarde del 23-F estábamos reunidos con ellos en el despacho de uno de sus abogados, o en su sede (no recuerdo exactamente), a primera hora de la tarde. El caso es que llegó alguien sofocado hablando de ruido de sables en el Congreso, pero sin apenas datos. Intentaron llamar a Madrid, pero imposible conectar, con las líneas saturadas. Se me ocurrió que quizás a Zaragoza sí pudiésemos llamar, y puede que en Andalán supiesen algo, y efectivamente allí tenían datos actualizados, no recuerdo quién me informó. Fue trasladarlo a los reunidos, y en diez minutos todos los de la concejalía habían desaparecido y nos habían dejado en plena calle. Fue una noche movida, muy movida, que también terminó en comisaría, pero ésa es otra historia.

Adiós, muy buenas

Aunque todavía escribí algún texto, más ensayístico y ad honorem más tarde, en 1979 había terminado mi relación “profesional” con Andalán.

No hay nostalgia. Como vino, se fue. En cierto modo siempre me sentí forastero en Zaragoza, como en cierto modo siempre me sentí forastero en Andalán, a veces un poco quemado de ver cómo mi “ficha” se iba yendo hacia el fondo mientras fichas más recientes avanzaban en aquel escalafón nebuloso que culminaba con la entrada en El Consejo. Cuantas veces me propusieron, uno u otro, fue que no. Aún recuerdo, una de las veces, al bueno de Angel Delgado saliendo una noche más entristecido que enfadado del conciliábulo: “Es que dice Biescas que eres muy antipartidos”. Y lo era.  

Y es que yo no lo sabía entonces, pero era orgullosamente libre. Y con Gaviria podía ejercitar esa libertad, lo mismo organizando movidas que escribiendo al alimón un texto u organizando una profunda investigación. Y me sentía reconocido, como luego con los arquitectos (de Zaragoza, Navarra, Madrid, Badajoz) con los que durante años trabajé en planeamiento urbanístico. Claro que a Luis Granell y a Pablo Larrañeta les encantaban mis artículos, y ni una coma me cortaron que no fuese precisa por la maquetación.  Pero institucionalmente (ahora que soy sociólogo sé decirlo así), no veía, no existía ese reconocimiento.

También es verdad que me estaba dejando de atraer el periodismo, que veía cada vez más como una mera actividad de portavocía política. Así que el día que finalmente llegó la oferta, porque llegó, nunca sabré si sincera porque llegó en verano, cuando había que cubrir las vacaciones de los contratados, dije que no. Decía a la vez no a Andalán y al periodismo. Y sin saberlo, a Zaragoza.

Estábamos en Extremadura, elaborando un informe y organizando un enorme follón para intentar detener la construcción de la central nuclear de Valdecaballeros, como antes habíamos hecho en el Bajo Aragón. A la vez que hacíamos la investigación, ejercía las que fueron mis últimas tareas periodísticas: un boletín diario con una vietnamita con la que tirábamos mil ejemplares, en el que tenía que dibujar con un punzón, sobre el papel de calco, las escenas “fotográficas” (un resumen de aquel boletín fue también mi última aportación en Triunfo). Estaba en Villanueva de la Serena, que pronto dejará de llamarse así, cuando llegó el aviso (¿cómo llegaban los avisos entonces, sin móviles?): “que llames a Andalán, que quiere hablar Pablo contigo”. Y Pablo, algo así como “que deberías venirte mañana mismo para hacerte cargo de la redacción, que se queda sola”. Y yo “Es que dejar ahora esto en lo que me he comprometido…”. Y él “Piénsatelo, porque yo creo que ya entrarás de redactor de seguido…” No recuerdo el detalle, la verdad, y supongo que lo discutiría con el Gordo, con Mario, con mi novia Gina. No recuerdo qué me dijeron, pero sí lo que no sé con qué palabras exactas le dije a Pablo: “No, gracias”.

Aunque como he dicho seguí escribiendo siempre que me lo pidieron, no sé de qué año será mi última colaboración. Pablo Larrañeta me pediría luego insistentemente artículos de opinión para El Día, y le envié bastantes; y Plácido Diez siguió con la tónica, e incluso publicó una “antología” en un par de librillos de una colección que regalaban con el dominical.

Creía entonces que con ello mantenía algún cordón umbilical, pero no era así. Había dicho adiós a Andalán, a Zaragoza, a Aragón. El que se fue a Sevilla...

Y tras…

Así que Andalán siguió su camino y yo el mío, y ambos nos olvidamos mutuamente. Ni me enteré, ni me enteraron, de que cumplió 25 años.

Trabajé con Mario Gaviria, con quien llegué a montar una empresa consultora  con la que nos fue demasiado bien durante un tiempo a los socios, pero que me acabó costando dinero sólo a mí. Colaboré con unos cuantos equipos de urbanismo. Y finalmente lo mandé todo a la mierda de verdad, no como figura retórica parlamentaria, y me quedé en Extremadura, la región más atrasada de España, en donde había estado con Gaviria en 1977 y en 1979 haciendo investigación-acción, y en donde todo aún parecía virgen, puro, honrado. Había vuelto en varias ocasiones, llamado para diversos trabajos de planeamiento, y había ido de nuevo, en 1986, a hacer una gran investigación sobre Cultura del Agua. Rompiendo conscientemente con los Nortes, fue empezar no de cero, pero casi. Allí monté otra empresa consultora, sin dependencias de nadie, en la que llegamos a trabajar media docena de personas y con la que hicimos trabajos muy creativos.

Y como trabajaba como sociólogo, pues en vez de terminar las asignaturas que me quedaban de Periodismo me hice los cinco cursos de CC Políticas y Sociología. Y fue terminar y tentarme con una plaza a tiempo parcial en la Universidad de Extremadura. Yo detestaba la Universidad, pero entre mi esposa entonces, Gina Cortés, que había entrado como profesora de Economía un poco antes, y algunas de sus compañeras, me convencieron de que probase, total era a tiempo parcial. Yo mismo había convencido años atrás a Gaviria, por sugerencia de Enrique Gastón e insistencia de su madre, de que entrase en la Universidad. Y eso le aseguró un día una jubilación decente. Así que ¿por qué no?

Y ahí sigo. Entré en 1995, en 1999 leí mi tesis doctoral (que fue premio nacional de la Real Academia de Doctores), y en 2001 obtuve mi titularidad. Si alguien me ha “domado” ha sido la Universidad. Siempre digo que es un trabajo privilegiado, porque es seguro, pagado suficientemente (por más que se quejen nuestros sindicatos) y tienes una libertad enorme, sobre todo si no persigues carreras políticas (dentro o fuera de la Universidad). Pero para quedarte dentro tienes que atravesar una serie de puertas que te van arrehojando, castrando. Aunque es cierto que si llegas a la Universidad algo maduro, ya vivido, te lo tomas con resiliencia. Te castran igual, pero lo llevas con elegancia.

Así que vaya, a veces digo que he vivido varias vidas. Fuí periodista, escribí unos cuantos reportajes, artículos y sueltos en Andalán y en otros medios regionales y nacionales como El Noticiero, Esfuerzo Común, Triunfo, Diario16 o Primera Plana, etc.  Escribí además trabajos más teóricos en revistas como El Viejo Topo, Transición, Bicleta, Ajoblanco, etc. Y luego dejé de ser periodista, me legitimé como sociólogo pero seguí escribiendo artículos de opinión para quien me los publicaba o me los pedía, como El País, El Periódico de Catalunya, Hoy o El Periódico de Extremadura, así como he sido entrevistado, o participado en tertulias de radio y televisión. De forma que el gusanillo periodístico, que en el fondo siempre está ahí, se va matando. Y finalmente profesor universitario.

¿Qué más decir de mí? Bueno, tempranamente me lancé a ciegas y de lleno a la Sociedad Telemática, con páginas web y blogs, así que casi todo lo mío anda colgado en la red. Pero sintetizando, he participado en muchas, dirigido bastantes de ellas, investigaciones sobre agricultura, ecología, urbanismo, género, consumo, turismo, ocio, consumo de alcohol y drogas, sociedad telemática, trabajo, el rural ése y unos cuantos temas más, lo que me permitió en su día investigar en muchas regiones: Andalucía, Aragón, Canarias, Castilla y León, Cataluña, Comunidad Valenciana, Extremadura, La Rioja, Madrid o Navarra. En mi CV digo con razón que he publicado como autor principal o coautor en más de medio centenar de libros, de casi demasiados temas como para ser confiable (“el mucho abarca, poco alcanza”, me repetía mi abuela). Como El Bajo Aragón expoliado (1976), Extremadura saqueada (1978), Vivir del Ebro (1978), La enseñanza de la arquitectura (1980), Ecodesarrollo. El modelo extremeño (1980), El campo riojano (1984), Ordenación territorial rural (1984), El espacio ignorado. Agricultura periurbana de Madrid (1987), Agricultura Periurbana/ Agriculture Periurbaine (1988), Extremadura. La Guía (1992), Mujeres en Extremadura (1993) El paro agrario (1994)  El hombre perplejo (1995), Ocio y deporte en España (1996), Sociología de la Empresa (1996), Atlas visual de Extremadura y Alentejo (1997), La economía Ibérica (1999), Estados y regiones ibéricos en la Unión Europea (2000), Sociología y Medio Ambiente (1999), Hacia la urbe global (2001), Agroecología y Desarrollo (2001), El campo andaluz y extremeño: la protección social agraria (2003), Botellón: un conflicto postmoderno (2003), Young Technologies in old hands (2005), Debate Educativo (2005 y 2006), Enseñando Sociología a profanos (2007), Perspectivas teóricas en desarrollo rural (2007), Diáspora y retorno (2009), Transiciones Ambientales (2012), La ciudad. Antecedentes y nuevas perspectivas (2012), Esquemas de Sociología (2013), Treinta años de Economía y sociedad Extremeña (2014), Resaca nacional (2015), Casas de campesinos y pescadores (2015), Energy and Society (2015), o Dominación y neoextractivismo (2018) entre lo más reciente.

Y ahora hago esas cosas que hay que hacer en la universidad: preparar materiales docentes; organizar congresos, jornadas y seminarios; publicar artículos en revistas que casi nadie lee, incluidos algunos en inglés que suman más puntos pero aún lee menos gente; participar en comisiones de calidad que no mejoran nada; evaluar proyectos o artículos ajenos consiguiendo no entrar en el juego de putearse mutuamente, etc. A veces me invitan de universidades españolas o latinoamericanas a dar cursos o conferencias, y entonces sí que disfruto de verdad.

Podía haberme jubilado el año pasado, y si fuese albañil o camionero lo habría hecho. Hay compañeros de la generación anterior, auténticos jetas organizados, que se montaron unas normas más que ad hoc, casi ad hominem, con las que se pudieron jubilar a miles en toda España con 61 años, como los profesores de Primaria y Secundaria (que ya canta, también). Contaron el relato (estamos en el siglo de los Pequeños Relatos) de que así hacían sitio a los jóvenes, pero los políticos (que eran básicamente ellos mismos) cerraron luego el camino de entrada a los jóvenes con las famosas tasas de reposición. Vergüenza les tendría que dar: hay quién, si aguanta hasta el máximo de esperanza de vida hoy posible en España, va a estar mucho más tiempo cobrando pensiones y haciendo gasto que el que estuvo cotizando. Yo procuraré engordar todo el tiempo que pueda la hucha de las pensiones del Estado, hasta que me echen.

Y si llego, quizás luego escriba mis memorias (porque mi mujer, Manuela, se empeña en que lo haga). Entonces reciclaría con un copypega estos recuerdos de otros tiempos y otros lugares que, gracias a la invitación de la gente de Andalán, de Eloy (lo pondré así esta vez) he hilvanado para la ocasión. Agradecido, pues así he podido recordar a tantos otros periodistas con los que compartí momentos yendo y viniendo a Bellaterra, en Andalán, en Esfuerzo Común, en uniones, reuniones y movidas varias: además de los ya nombrados, José Carlos Arnal, José Ramón Marcuello, Fernando Baeta, Plácido Díez, Enrique CarbóAdelina Mullor (con quien las circunstancias han permitido que mantengamos la relación), y algunos otros que quisiera, pero la memoria se resiste a rescatar.

 

Badajoz, a 704 kms de Mallén y de Zaragoza, 15/3/2022


Addenda (10/10/2024):

Me ha aparecido entre viejos papelotes el rastro de mi primer contacto con Andalán, en la primavera de 1974, mucho antes de que me contactasen para escribir mi primer artículo.  Llevaba siete meses en Barcelona, estudiando Periodismo en la Autónoma a la vez que trabajaba en las oficinas de la gasolinera Meridiana, donde además residía en una especie de hostal para camioneros. Estaba suscrito a Andalán, no sé desde cuándo, y parece, a tenor de la nota que como tarjeta postal me envían, que les debí proponer tratar algún tema, que obviamente no les pareció oportuno. Acababa de cumplir 18, y seguro que, aunque no atendieran mi sugerencia, debió de emocionarme que me respondiesen.




Año y medio más tarde, hacia diciembre de 1975, Luis Granell me localizaba para pedirme un artículo sobre la autopista del Ebro. Y bueno, lo que vino luego se cuenta arriba.

 

Addenda (25/02/2025):

Ando revisando papeles antiguos de otra naturaleza, cartas de amor, poemas y esas cosas, y se cruza un texto escrito a máquina, en tinta rojiza (no sé si es tinta de la cinta, o de algún calco), sin fecha. No sé si es algo que envié, o quedó inédito, porque ignoro el resultado de lo que motiva el texto. He calculado por lo que se dice (que llevaba cinco años relacionado con la revista) que es del año 1981, y parece una aceptación de pertenencia al Consejo de Andalán pero con retranca, con mucha retranca, tanta que casi más parece un rechazo cargado de resentimiento. Sí, atendiendo al texto (cuatro folios cargados de bilis) es obvio que no creía que la revista (en tanto que institución, por supuesto expresada en sus dueños/jefes) hubiese sido justa y honesta conmigo, y lo hacía saber. Pero como no tengo noción en la memoria de que haya pertenecido nunca a aquel sanedrín, quizás fuese simplemente un texto preparado cuando alguien me informó de que alguien de nuevo iba a proponerme, pero finalmente (de nuevo) no salió la cosa y no tuve que enviarlo. O quizás salió pero finalmente no lo envié. Quién sabe. Quizás EFC, o Peiró, el hereu, lo tengan anotado en alguna de sus innumerables fichas históricas. 
Fíjate lo que me importa ahora haber pertenecido, o no, al Consejo de Fundadores y Accionistas de Andalán, o como se llamase. Pero a los 19 años que escribí mi primer artículo, o a los 25 o por ahí que tenía al redactar aquel texto, debía de importarme bastante. 



4.17.1990

Espacios naturales y ordenación del territorio (1990)

Es una conferencia conferencia pronunciada en la Universidad de Zaragoza en abril de 1990, en el marco de unas Jornadas de Divulgación Ecológica. Una de mis tres únicas intervenciones en Aragón desde que emigré. En ella resumí todo lo que hasta ese momento había reflexionado en torno a la Ordenación del Territorio y la Urbanística.

"La primera parte plantea una introducción a las Ciencias del Territorio, bajo el paradigma de la Síntesis Ecológica. La finalidad principal de este tipo de conocimiento de la realidad física consiste en la ordenación equilibrada del medio físico en
que se desenvuelve la vida del Hombre, en función de las necesidades a corto, medio y
largo plazo de éste como especie histórica. La segunda parte pretende un acercamiento,
desde esta perspectiva, al caso de la comarca natural del Moncayo.
Como las 'Jornadas de divulgación ecológica' van dirigidas a un público compuesto
básicamente de estudiantes universitarios, he incluído mediante notas a pie de página
algunas referencias bibliográficas que les permitan ampliar sus lecturas sobre el tema.
(...)
El Ecologismo, como la Reforma en los siglos XVI y XVII, la Ilustración en el siglo
XVIII, o el Socialismo en los siglos XIX y XX, va a ser el paradigma no ya de este último cuarto de siglo que estamos viviendo, sino sobre todo del siglo XXI. A su vez,
como ha ocurrido con esos otros modelos civilizatorios, el Ecologismo sólo será paradigma de nuevas formas de civilización si, como aquéllos otros, consigue ofrecer una nueva síntesis que contenga, junto a las nuevas perspectivas que ofrece, todo lo que de progreso contienen los paradigmas precedentes. Unicamente en este sentido puede
hablarse de Síntesis Ecológica, y sólo por esta vía pueden superarse las aparentes contradicciones entre Progreso y Medio Ambiente, entre crecimiento económico y Calidad de Vida. No es extraño así que los sociólogos integradores descubran, al analizar las características del nuevo paradigma, "un cierto paralelo con ideas e ideologías políticas del pasado" (1) Por supuesto, estos planteamientos parten de una concepción positiva y dialéctica del progreso humano.
(...)
En realidad, la cita de Reclús que acabamos de leer es la mejor síntesis que nunca haya
leído del objeto de lo que hoy conocemos como Ordenación de Territorio, que en realidad no es mucho. Hablar de O.T. es hablar de conceptos muy diversos, y a veces incluso divergentes, según la perspectiva que tomemos. "Ocurre con ellas, como con otras cuestiones, que su conocimiento es más intuitivo que discursivo, pues se adaptan más a una noción que a una definición" (6). Desgraciadamente está por desarrollar una Ciencia del Territorio, autónoma en su metodología y conceptos, y hasta que tal ciencia haya adquirido carta de naturaleza seguiremos navegando en disquisiciones más o menos interdisciplinarias, o más exactamente en peleas entre disciplinas que se acercan al territorio, a menudo, desde presupuestos y con objetivos diametralmente opuestos. Algún día saldrán de esta misma Universidad los diplomados en Ciencias del Territorio, sea por la rama de Urbanismo, sea por la de Ruralismo (7), o sea por la de Ambientalismo y Paisaje; esperemos que no los llamen 'ingenieros urbanistas', 'ingenieros territoriales', 'ingenieros en sistemas ambientales' o algún otro pretencioso término tecnocrático.
Por ahora, y en tanto construímos esa nueva ciencia, conformémonos en definir de qué
modo se acercan a eso tan vago de la Ordenación Territorial los diversos agentes que de
una u otra forma intervienen en su gestión.
(...)
Vamos a centrarnos en un aspecto de la Ordenación Territorial que nos permita hilvanar, al ir bajando de lo general a lo particular, con la última parte de esta sesión, que
dedicaremos al Moncayo. Hacia 1977 iniciamos una rudimentaria reflexión sobre la
competencia por el uso del suelo, con un análisis sobre el espacio agrario en el Alfoz de
Burgos dentro de los trabajos previos a su Plan Director Territorial; luego he podido
repetir el análisis más a fondo en áreas muy diversas como las ciudades de Alicante,
Puerto de Santa María o Badajoz, la región de La Rioja o el Area Metropolitana de Madrid. Lo que en un principio entendíamos básicamente como un aspecto más de la tradicional oposición campo-ciudad, he venido intuyendo después que se trata de algo más, de una competencia en realidad multifactorial; a medida que he percibido cómo desaparecía la oposición campo-ciudad, al estructurarse el territorio de los países desarrollados en un contínuum crecientemente isomórfo (por encima de las diferencias paisajísticas derivadas de la diversidad bioclimática y geológica) directamente al servicio de la red de ciudades, he venido llegando a la conclusión de que ahora mismo los protagonistas de la competencia no son los campesinos frente a los urbanitas, sino una especie de todos contra todos. Y no hace falta acudir al básico ejemplo de los ecologistas urbanos que compiten, pretendiendo un uso biológico-estético de ciertos suelos caracterizados como 'espacios naturales', con los domingueros (que los desean para un uso recreativoresidencial), las grandes corporaciones industriales (que los precisan para instalar sus plantas de producción) o el Estado (que en ocasiones los precisa para situar sobre ellos grandes infraestructuras). Hay otras muchas competencias, que se dan dentro incluso de lo que podríamos llamar el bloque histórico productivista: los promotores inmobiliarios y turísticos compiten por ejemplo con las grandes factorías potencialmente contaminantes; unos y otros con las explotaciones mineras; los propios usos infraestructurales, dirigidos funcionalmente en beneficio de la maquinaria productiva, pueden hallarse en competencia con otros usos productivos agrarios, industriales o inmobiliarios. En cualquier caso, estas competencias no debemos olvidar que se dan en el marco de un sistema económico determinado, el capitalismo.
(...)
La primera consideración que hay que hacer cuando nos acercamos al Moncayo desde
las Ciencias del Territorio, la Ordenación Territorial o como lo queramos llamar, es que
constituye la mayor altura y la mayor masa frondosa que en un radio de 100 kms pueden encontrar al menos un millón de habitantes del área metropolitana del Ebro, entre
Zaragoza y Alfaro. De éstos, al menos 500.000 tienen una necesidad real de disponer de
un espacio como este para relajarse del estréss urbano. En este sentido, el Moncayo debe ser considerado como un parque metropolitano. Lógicamente aquí tenemos un primer punto de competencia por el uso del suelo: las grandes ciudades del valle lo necesitan para el ocio, mientras que los pequeños pueblos de la zona lo necesitan para seguir desarrollando su agricultura, su ganadería, su caza, su explotación forestal, como siempre lo han venido haciendo. Y, por esas contradicciones de las sociedades modernas, nos encontramos con que en términos democráticos no pueden prevalecer, sin más, los intereses de 1.200 almas que debe haber en la comarca, sobre el millón del área metropolitana"


Ref.
Baigorri, A. (1990), 'Espacios naturales y ordenación del territorio', Conferencia en la Universidad de Zaragoza
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2.20.1990

Propuesta para unas Directrices de Gestión urbanística de los pueblos del Moncayo (1990)

Este documento forma parte del extenso Currículum de Fracasos que salpica este repositorio (y no están, ni mucho menos, todas las propuestas infaustas).



A finales de la década de 1980, la recuperación económica volvió a hacer apetecibles determinados proyectos de turistización de espacios naturales que, iniciados a finales de la de 1960, la larga crisis económica derivada de la del petróleo (1973) paralizaría. Uno de los espacios objeto de intervención fue la Sierra del Moncayo. Situado a apenas 80 kms de Zaragoza, y 30 de Tudela, era una alternativa de más rápido acceso que el Pirineo, y más asequible a las clases medias bajas, por lo que se pusieron en marcha varios proyectos de urbanización. De forma aislada se venían produciendo conflictos, como el que desencadenó que la Diputación de Zaragoza nos rescindiese, a finales de la década de 1970, el contrato al equipo que realizábamos unas Normas Subsidiarias Comarcales, por nuestra oposición a que un alto mando del ejército se construyese un chalet en la misma puerta del convento de Veruela, junto a la Cruz de Becquer. Curiosamente el abogado que defendía el atentado urbanístico y ambiental, Emilio Gastón, que arrastraba un gran prestigio entre la progresía local, sería luego Defensor del Pueblo regional. Así que el coronel hizo su chalet, y encima bendecido jurídicamente por uno de los popes de la progresía zaragozana. Así que ahí sigue el chalet, y a nosotros simplemente nos echaron.





Pero, decía, a finales de los 80 nuevos proyectos de turistización generan conflictos en la comarca. Si una década atrás pudierámos decir que las fuerzas vivas de la zona se levantaron contra el planeamiento (hay que decir que el militar del chalet había "ayudado" en la mili a numerosos reclutas de Vera del Moncayo, lo que provocó un movimiento de apoyo al chalet), esta vez surgieron plataformas y organizaciones de oposición a la urbanización que se proyectó, en 1987, primero en Añón y luego en Alcalá de Moncayo.


La aparición, entre los actores, de un nuevo grupo ecologista  de Zaragoza (formado por antiguos militantes del PTE reconvertidos al ecologismo) que intenta adoptar a nivel local los métodos del entonces emergente a nivel global Greenpeace (los llamados Ecofontaneros), realizando diversas acciones en las obras, va a suponer un altavoz importante. Entre 1988 (he recogido algunos elementos claves de este conflicto en mi trabajo Notas y Materiales sobre el Conflicto Social en el Marco de la Urbe Global de 1995) y 1991 se extenderá este conflicto socioambiental. Todavía vinculado a la zona porque aún pasaba buena parte del verano entre Gallur y Mallén, participé entonces activamente, aunque a distancia, entre 1989 y 1990; publicando varios artículos (alguno en verso, uno de los pocos artículos de opinión en verso que se habrán publicado) sobre el tema en el periódico El Día de Aragón, e impartiendo una conferencia en la Universidad de Zaragoza.
Para enfrentar, o difuminar el conflicto, el gobierno de Aragón convocó un concurso para la elaboración de unas Directrices de Gestión Urbanística para la zona. Osea, las NNSS Comarcales que nos habían rescindido una década antes (aunque las competencias entonces las tenía la Diputación Provincial, eran los mismos). Lógicamente, y aunque me enteré de chiripa, presentamos una propuesta... que lógicamente no ganó el concurso. Porque el concurso lo ganó la propuesta de un arquitecto sobrino del Presidente de Aragón. Ese presidente era el asturiano Hipólito Gómez de las Roces, que ya había sido presidente de la Diputación de Zaragoza por la gracia de Franco. Como anécdota, llevábamos en el equipo a Ramón Fernández Durán. Algunos elementos de la propuesta los discutiría con él, pues en esa época me quedaba a menudo en su casa, los fines de semana en que iba a Madrid a la UPSAM, donde cursaba CCPP y Sociología a distancia.

Me admiro ahora de lo que lograba hacer con aquel rudimentario First Publisher (que no sé cómo conseguiría, en algún disquette de los que venían en las revistas de Informática) con el que enredaba haciendo autoedición ¡en MSDOS!. La leche (la memoria en sí va seguramente en WP 5.0)


"HIPÓTESIS A: La gestión debe ser mancomunada 
Hace unos diez años tuvirros ocasión de equivacarnos al plantear la conveniencia de crear una Mancomunidad de Municipios del Moncayo -el redactor de esta propuesta tuvo bastante protagonisrro en ello. No varros a extendernos aquí en repetir los planteamientos desarrollados en aquel momento, pero no dedemos ocultar que fue justamente esa cuestión, junto al intento de protección de ciertos espacios de interés, lo que determinaría el fracaso de un intento de planeamiento comarcal que en la distancia
debemos juzgar como precipitado y falto de base socio-política -sin perjuicio de que consideremos que las soluciones que lo reemplazaron fueron aún más erróneas.
En cualquier caso, a lo largo de la pasada década se han desarrollado profundos cambios tanto a nivel estatal, corro regional e incluso corrarcal, en lo que a esta cuestión se refiere. Herros visto surgir Mancorrunidades tanto en Aragón como en otras regiones españolas, tanto de índole específica (el mantenimiento de un servicio) como de propósito general. El desarrollo del autogobierno regional ha influído sin duda en la aparición de actitudes favorables, y capacidades políticas y adrninistrativas para la
extensión de ciertos niveles de autogobierno a un nivel comarcal, incluyéndose en este punto las nuevas perspectivas abiertas con la Ley de Bases de Régimen Local. En el propio Sorrontano del Moncayo han cambiado también las cosas al respecto, al menos en buen número de mmicipios: la prolongación de la sangría derrográfica a que vienen siendo sometidos desde los años '60 ha llevado a pensar, a amplios sectores de la población. en la conveniencia de aunar esfuerzos.
La Mancommidad es de hecho la mejor forna institucional que la Ley prevé para atender a problerras corro el que nos ocupa; más aún si tenerros en cuenta que ello permite la participación colegiada de órganos superiores de la Adrninistración local/regional, con el soporte técnico y (...)"



Ref:
Baigorri, A. (1990), Propuesta para unas Directrices de Gestión Urbanística del Moncayo, TESYT

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10.20.1989

Vicente Calvo, in memorian (1989)

Me ha aparecido "limpiando" archivos comprimidos rescatados algún día de diskettes a discos duros, de aquellos a otros, y así van rodando tantos ficheros, de siglo en siglo ya (hay que ver lo bien que recupera Libreoffice los ficheros de Wordstar de los años 80', aunque haya que cambiar algunos acentos). 

Parece que estuviese escrito para enviarlo, lógicamente a El Día de Aragón, donde en 1989 escribía artículos de opinión. Quizás me lo pidió Plácido Díez, su director entonces. Pero no recuerdo si lo envié, y si lo envié no recuerdo si se publicó. Pero no quiero que se pierda, quede pues "publicado" al menos aquí aquel recuerdo de un buen tipo.



" Se le hace a uno raro glosar a los muertos. De hecho, antes de los cuarenta creo que a todos nos horroriza acercarnos a un cadáver. Después supongo que el hombre comienza a hacerse a la idea de que lleva media vida vivida; comienza entonces el largo, lento y tortuoso descenso a los infiernos, y hay que acostumbrarse a que los amigos empiecen como por azar a desaparecer, aquí un infarto, allá un accidente, acullá un cáncer, de oídas un SIDA...

Pero a los treinta es muy desagradable encontrarse un cadáver en la puerta. Desagradable, frustrante y deprimente. Por eso, a quienes por suerte o por desgracia nos ha tocado echarnos al mundo de la mano de gentes mayores que nosotros, nos toca antes de tiempo escribir epitafios.

Estaría por los treinta Vicente Calvo Báguena cuando yo publiqué, de su mano, mis primeras líneas. Don Tomás, el maestro que fuera corresponsal de "El Noticiero" en Mallén, decidió pasarme el testigo porque sabía que yo iba para periodista. No había cumplido 16 años, y yo entonces no sabía siquiera que "El Noticiero" fuese 'el periódico de los curas'. Era sencillamente el periódico. El que, menos los domingos (el papel del 'Heraldo' era muy preciado para envolver bocadillos y encender la cocinilla), había devorado desde que aprendí a unir la 'a' con la 'b'. Y Vicente Calvo era redactor jefe de Región, y estaba empeñado en que las noticias de cualquier pueblo de Aragón salieran en el periódico. Yo era un niño y aún no sabía qué era la censura, y me subía por las paredes cuando mis crónicas salían recortadas. Pero la emoción de enviar las crónicas, a cobro revertido, desde el locutorio de mi pueblo ("Cuenta hasta cinco y empieza a leer, despacio, sin retirar la boca del auricular") superaba a todo lo demás. Y no digamos cuando iba por la desvencijada redacción de El Coso y, después de las admoniciones de Coll Gilabert, Vicente me llenaba de consejos y recriminaciones: "Puedes decir lo mismo con palabras más suaves" (es curioso que 'todos' me hayan seguido diciendo lo mismo, incluso cuando la censura dejó de existir hace muchos años), "no metas muchas ideas o informaciones en una misma crónica", "los textos deben tener una estructura lógica"... consejos todos ellos a los que nunca he hecho caso. Para Vicente yo era un capricho, en medio de los vejestorios corresponsales, la mitad curas, del periódico. Y para mí Vicente era, o así lo sentía entonces, un maestro.

El mejor regalo que le dí, el único que le dí nunca, fue la que posiblemente fuese la primera entrevista que se le hizo a Sender en suelo español, cuando volvió  en 1973 ó 1974. Estaba ya estudiando para periodista, en primero, en Barcelona, y por casualidad me enteré del hotel en el que se iba a alojar. Llamé a Vicente:

-¿Le hago una entrevista?

- Tira, que la sacaremos seguro

-Pero si no he leído nada suyo...

-Qué te importa eso. ¿Te parece que le habrán leído la mitad de los que escribirán estos días artículos sobre él?. 

Se negaba a dar entrevistas (y además recuerdo que había alguna historia de exclusivas con algún periódico, lo supe luego), me echaron varias veces del hotel, una secretaria con acento yanqui me despedía con cajas destempladas por el teléfono, pero al final mi tozudez fue más fuerte que la de Sender, y de malas maneras contestó a unas lamentables e infantiles preguntas. Y Vicente tuvo para "El Noticiero" su entrevista, no recuerdo si me hicieron 'enviado especial' o 'corresponsal en Barcelona'.

Ocurría sin embargo que Vicente Calvo era, además de bruto y socarrón, tremendamente humilde, o al menos así lo recuerdo yo. Y como los jóvenes somos desagradecidos e impetuosos, en cuanto desde el Olimpo de Andalán, Luis Granell me dió la alternativa, y Gaviria 'se me llevó por ahí', creí superado todo lo que podía enseñarme mi antiguo mentor. Mientras otros de su generación se lanzaban alegres y despreocupados al carro de la progresía, él se quedó leyendo a Alberto Casañal y Santiago Blasco, porque era un antiguo. Aunque en realidad los 'despreocupados' supieron montárselo bien, mientras él se quedaba con los humildes, en aquella carpetovetónica "Secuestro Común" (Esfuerzo Común) desde la que empezamos a darnos a conocer casi todos los que no pertenecíamos ni a las 'mafias' del Bajo Aragón o del Pirineo, ni a las buenas familias zaragozanas.

Vicente Calvo no tenía madera de triunfador. La tenía, sí, de luchador, en el sentido en que los agricultores pueden luchar durante años para transformar en huerta un secano. Era de ideas fijas, como buen baturro. Pero no tenía el veneno del éxito, ningún apego a élites de ningún tipo, ningún ansia de dominar. Era un buen hombre, sin más, algo muy raro entre los periodistas. Y listo, además, aunque por la razón que fuese no siempre quisiera ejercer. "Pero si todos son los mismos, decía. Si son sólo los hijos riñendo con los padres para quitarles el puesto..." (y desde luego que bastante razón tenía en su escepticismo respecto de las élites de la progresía zaragozana). Y se sentía más a gusto merendando calderete con los agricultores, que bloqueaban la carretera con sus remolques de pimientos, que en un recital de Labordeta o en un Congreso de Cultura Aragonesa. 

Uno de los últimos recuerdos que tengo de él, y además uno de los más entrañables, es de un día en que después del cierre de Esfuerzo Común, Javier Ortega habló de un pueblo de su tierra soriana, San Pedro Manrique, donde los hombres bailaban descalzos sobre las brasas. Era ya de noche, y hacía frío, pero ni corto ni perezoso, Vicente cogió su eterno Dyane6 y nos lanzamos los tres a hacer ciento y pico kilómetros por carreteras terribles. Fue una noche mágica y hermosa, y aunque Vicente no nos dejó ligar con aquellas tres sorianas, me ha quedado una de esas sensaciones dulces a las que difícilmente puedes poner un guión pero que nunca puedes olvidar.

Desde que se refugió en la Asociación de la Prensa y la Hoja del Lunes, y en sus campañas de "Salvar Teruel", y yo fui tomando caminos que se alejaban del Periodismo, prácticamente no nos volvimos a ver. No sé cómo se lo montó, ni de qué viviría después, aunque intuyo que nada sobrado. Pero esta mañana, cuando ha llegado, como siempre con retraso, El Día, y hemos leído la glosa editorial que, no sé por qué, adivino de Plácido Diez (que también lo conoció bien en sus inicios), mi mujer y yo no hemos podido reprimir las lagrimas"

10.17.1989

Cartas de ultratumba de Don Alberto Casañal (1989)

A lo largo de mi vida he hecho algunos experimentos periodísticos. Creé secciones en una revista de colegio en Zaragoza (1972); "publiqué" en mi pueblo boletines de agitación que sólo llegaban a los dos o tres cercanos, lo que daba de sí el calco de la máquina de escribir (1974); también en mi pueblo, y más o menos por el 73 ó el 74, me permitieron hacer (aprovechando que con la crisis había menos dinero) un programa de fiestas que rompía con el modelo tradicional de todos los pueblos; creé en Extremadura (1979) un "diario de batalla" que se publicó durante una semana y del que se tiraban cientos de ejemplares en una ciclostil; creé en Tauste, con una pandilla de ninis rurales, una revista (Fagüeño) que luego sobrevivió un par de años (1981) y hasta le han dedicado un TFG; promoví un periódico (Liberación) en el que luego no trabajé aunque escribí algún trabajo, porque ya había dejado de sentirme periodista... Y más, y más. De todo un poco. 

Pero creo que lo más atrevido que he hecho nunca es (ya retirado del periodismo, pero no de la opinión) es enviar un artículo de opinión en verso. Tan atrevido, que ni el director (no sé si lo era entonces Pablo Larrañeta o Plácido Díez), que me lo publicaba todo (porque él me había solicitado mis artículos, que por supuesto yo regalaba como contribución solidaria a la supervivencia del periódico), ni yo, nos atrevimos a ponerlo en la sección de opinión, sino en la de "Cartas al Director". 

Por supuesto, el tema apenas empezaba. Dos meses más tarde publicaría, ya en la sección "seria", dos tochazos sobre el tema. Pero yo sin duda me quedo con este:

 

Cartas de ultratumba de Don Alberto Casañal


DEL SOMONTANO DEL MONCAYO


(Por la transcripción, A. Baigorri)


A las cumbres del Moncayo,

por donde nace La Güecha,

han venido unos fulanos

a estropicianos la fiesta.

Que van a hacer cien chaleses,

o quinientos, si les dejan,

pa vender a los bilbainos

y a los yuppies de Tudela.


A los de Añón les prometen

sus cuatro perricas frescas,

y aura quieren, con legajos

abogaus y toda pesca,

darle al Melero pol saco

y hasta metelo en la trena.


Los que gustan d'ir al campo

pa ver la Naturaleza,

pa pasiar por los campicos

y despejar la sesera,

dicen que esto es un chandrío.

Y no pué ser cosa buena

acabar con las huerticas

que se riegan con La Güecha.


Los de Alcalá, los de Vera,

los de Borja y los de Albeta,

opinan que las orines,

los zurutos y durezas

que los chalés nos desagüen

nos entufarán las tierras.

Y además como esa gente

son finos y tienen perras,

hacen piscinas y riegan

con aspirsor la parcela;

enredan de jardineros;

se duchan todos los días;

rujian el coche en la puerta...

Igual nos dejan sin agua

desde Añón hasta Bureta.


Mas los que han comprao la tierra 

pa costruir las casicas

y llevase las pesetas,

alegan que les asisten

el derecho y la DeGeA.

Si me dejáis que sus cuente

de donde arranca la juerga,

veráis que tiene su miga

la historia de esta molleja.


Hará ya diez años largos

qui una cuadrillica maños,

biologos, arquitetos,

sociologos y abogados,

por cuenta Diputación

unas Normas empezaron,

pa ver de aplicar la Ley

en ordenar el Moncayo.

Decían: "Mancomunaros;

meter a los domingueros

a que vivan en el casco;

no hagáis chalës en el campo;

no dejéis que sus distrocen

un patrimonio tan majo"


Pero eran mu poca cosa

frente a tanto interesado.

Y en Vera, casi les pegan.

En San Martin, sulfurados.

En Añón, soñando ya

lo mismico que Litago

con chalés a todo trapo.

El par de alcaldes que había

más que rojos, concinciados,

se icharon patrás por miedo

a quedase sin el cargo.

Un coronel s'hizo fuerte

detrás de un buen abogado,

y al ladico de la cruz

donde Becquer soñó tanto,

pa costruise el chalé

removió Roma y Santiago.


Aquello fue una batalla

mu gorda pa los muchachos.

No tenían esperencia

ni apoyos pa soportalo.

Se quedaron escaldados

y aun encima los echaron.

Y luego entre unos poquicos

a gusto s'organizaron.

Callandico, sin chistar,

dieron palabra de Ley

al sueño de unos vandalos.


Y ahura eso le vale al PAR

pa dar la espalda y callase,

u decir que ya las Normas

preveían el enjuague.

Y a mí, es que me paicen bobos,

riéndose del montaje

que arman los ecologistas

pa protestar, en la calle.

Más les valía enterase

que es pequeñico el Moncayo.

Que si dejamos que empiecen

a morder unos bocados,

a poco que nos volvamos

no han de dejanos ni tamo.

Pero claro, a ellos les votan

costrutores, potentados,

promotores, vendedores,

y algún pastor despistado.

Justo es que ahura les defiendan

y les cuiden el bocado.


En fin, para qué cansalos

con historias y sucesos.

Que no sacaremos nada

con devavanos los sesos.

Por más que toda la CEA

y ese buen hombre, Melero,

y el Perico y el Martinez

y sus Ecofontaneros,

y aun yo desde la ultratumba

y toda la Biblia en verso

denunciemos, escribamos,

costruyamos, cimentemos,

los del Grado van palante

y los demás a jodenos.

El Comisario del Agua,

como es normal y corriente,

enredará un poco el charco

y apoyará al más pudiente.

Y al Consejero, que paice

no tener un dedo frente,

ya puén hacele protestas,

qu'él seguirá sonriente.


Y así acabará la historia.

Una más, otro jaleo

para nada, en esta tierra

que hacemos crecer a peos.