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12.09.2025

Los procesos sociales y culturales que configuran y extienden la placenta social modifican la conformación cerebral (2025)

No es la primera vez que me ocupo aquí del concepto de placenta social, pues tengo el blog salpicado de notas notas sobre el tema.  

Es un concepto, que cuando lo empecé a utilizar a finales de siglo, no existía, y de hecho sigue sin existir formalmente porque no me he ocupado de él  en un paper (¿tendré que hacerlo, con lo cansino que es y lo poco que aporta?) en una revista anglosajona Q1 [1]. Y sin embargo es un concepto esencial para entender algunos de los grandes cambios sociales contemporáneos. Tendré que darle en cualquier caso algo más de forma y colgarlo en SocArchiv y Zenodo.   

Empecé a reflexionar en torno al concepto de placenta social, al tener que ocuparme (aunque no era un tema que me atrajese) de temáticas relacionadas con la Juventud, primero con temas de empleo, luego con temas de ocio nocturno, aspectos educativos, adicciones, etc. Se sucedieron una serie de ensayos preparados para intervenciones en distintos foros, y luego me tocó desarrollar algunas investigaciones de cierto impacto sobre el asunto, primero en relación con un fenómeno nuevo de ocio nocturno, en cuya publicación resultante específiqué detalladamente el concepto de placenta social (Baigorri, Fernández et al, 2003), luego en relación con los problemas de la educación en Extremadura (Baigorri y Muñoz, 2005). El tema lo incorporé a mis materiales educativos tanto en la docencia de Introducción a la Sociología como en Sociología de la Educación. Su utilización me supuso incluso sufrir a principios de siglo una de las primeras cancelaciones conocidas en nuestro país de la Era Woke [2].

Recojo tal cual lo que escribí en el apartado dedicado al tema en (Baigorri, Fernández et al. 2003), texto en el que ya introducía el concepto de generaciones que hemos desarrollado ampliamente, desde 2013 en diversas publicaciones con Manuela Caballero:

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La evolución de los animales parece conducir (es la evidencia, nada más lejos que buscar una orientación teleológica) a una creciente y más larga dependencia de las criaturas. Frente a todas las especies más viejas, el embrión de los mamíferos se adaptó a un modo de vida “parasitario” (Barnett, 1966: 86). Tienen que alimentarse, durante su gestación, de la propia madre.

Pero hay grados. Los marsupiales pesan en torno a 1 gramo al nacer, pero aún ciegos son capaces de llegar por sí mismos a la bolsa marsupial, en el caso de los walaby siendo poco más que fetos. El ganado vacuno, con un periodo de gestación similar al humano, es capaz de ponerse de pie nada más nacer y caminar torpemente en busca de las mamas de su madre. Los seres humanos, hasta pasados unos meses, no podemos ni siquiera reptar, y tardamos un mínimo de un año en poder caminar.

La clave de esta aparente estupidez de la Naturaleza está en una paradoja de un calado enorme. Lo que nos permite a los humanos escribir este libro, leerlo o comentarlo on line con alguien que resida en Sidney es, entre otras cosas, el cerebro, que tiene la particularidad de ir aumentando a medida que el feto se va desarrollando, de forma que la mujer debe dar a luz en una fase temprana, para que la cabeza del niño pueda pasar por un conducto pélvico cada vez más estrecho.

Es producto de la evolución. Al contrario de lo que ocurre con la mujer moderna, la hembra del australopitecus daba a luz en una fase avanzada porque su cráneo menos grueso podía pasar perfectamente por su conducto pélvico que además era algo más ancho. Naturalmente, la necesidad de dar a luz en una fase temprana del desarrollo del feto requiere un periodo posterior prolongado de cuidados al recién nacido. En suma, los seres humanos requerimos un largo periodo de cuidados hasta que podemos empezar a reducir la dependencia de nuestros padres; o más exactamente de la sociedad, como se pone de manifiesto en los nacidos prematuros, cuidados no por su madre sino por técnicos especializados en esa tarea.

Por lo tanto, ese mismo cerebro que aporta a los seres humanos crecientes instrumentos de creatividad e independencia, les hace cada vez más dependientes de los otros seres humanos. La evolución de nuestra especie es por tanto, hasta hoy al menos, una evolución hacia lo social. La sociedad es cada vez más imprescindible para el individuo; es, para el desarrollo del individuo, como una prolongación exterior de la placenta materna, que en cierto sentido se desprende al alcanzar la madurez.

Tan sólo se plantea aquí una analogía organicista -no un salto cuántico-, lógica si consideramos que del mismo modo que la especie viene siguiendo biológicamente ese camino, no es improbable que un proceso semejante se esté dando en lo social. Partimos, en nuestra reflexión, de una evidencia irrefutable que nos aportan las ciencias de la vida: en términos generales, y aunque podamos encontrar excepciones, a medida que crece la complejidad de los organismos biológicos, su ciclo formativo, o periodo de inmadurez, se extiende.

Es en este sentido en el que planteábamos, desde una perspectiva teórico-epistemológica, la cuestión del límite superior. Como hemos puesto de manifiesto en otros trabajos (Baigorri, 1997, 1998, 1999), en la actualidad nos enfrentamos a un proceso de cambio social de carácter estructural, a una readaptación orgánica, en función del alargamiento de todos los ciclos vitales, y que por tanto influye entre otras cosas en un progresivo atraso del momento de incorporación al trabajo de los seres humanos. 

Consideremos, de una parte, que en nuestras sociedades ricas y tecnológicamente avanzadas las necesidades materiales básicas de cualquier familia están cubiertas, sea de forma autónoma o mediante ayudas públicas; son ya muy escasos los jóvenes que deben buscar trabajo de forma imperiosa para que su familia pueda comer, como ha ocurrido históricamente.

De otra parte, la cantidad de conocimientos, saberes y hábitos que el ser humano ha debido asimilar antes de enfrentarse a cualquier ocupación son crecientes: un niño de 8 años podía incorporarse hace cien años, o hace incluso unas pocas décadas, a buena parte de las tareas agrícolas, o a las minas... Hoy, a pesar de que en apariencia la tecnología simplifica nuestras vidas, los conocimientos que hay que dominar para ejercer cualquier oficio, e incluso para desenvolverse en la vida cotidiana, son mucho mayores [3]. 


No es extraño así que en todas las encuestas en las que se pregunta por el grado de acuerdo con el enunciado "Nuestra sociedad exige cada vez a los jóvenes los porcentajes de acuerdo sean muy altos". En la realizada por el INJUVE-CIS en 1997 entre jóvenes de entre 15 y 29 años, el 83 % de los propios jóvenes se mostraba de acuerdo con la misma (CIS, 1999). En la realizada en Extremadura en el año 2002, padres (con un 63,6 %) madres (con un 68,9 %) e hijos (con un 61,3 %) están de acuerdo con esa afirmación.

¿Qué tiene de particular que, así como los humanos, en tanto que mamíferos más evolucionados, somos los que más tardíamente nos convertimos en seres orgánicamente autosuficientes, asimismo la evolución conduzca a un periodo cada vez más amplio de preparación para la autosuficiencia social, como se expresa en el gráfico que resume el modelo?.

En este sentido, ya en (Baigorri, 1991) señalábamos la necesidad de incorporar al epígrafe de jóvenes, en todo lo que al mercado de trabajo se refiere, a los menores de 30 años, en consonancia con el retraso en la edad de la emancipación que se venía observando desde los años ‘80, y que en modo alguno puede atribuirse en exclusividad al paro o la carestía de la vivienda.

Desde hace más de una década se apuntan tendencias en esa dirección, aunque sin llegar a plantearse explícitamente. Así, el ya clásico estudio sobre la familia de C.C. Harris apuntaba a mediados de los ‘80, como tendencia histórica, el alargamiento de la estancia en el nido de los jóvenes (Harris, 1986). Por su parte, Roberts ya definía en la misma época lo que denominaba como un “nuevo modo de vida”, en el que los jóvenes pasaban una larga etapa dedicada a la formación, dependían más tiempo de sus familias y tenían una mayor inseguridad respecto de la vida adulta (Roberts, 1985). En la literatura sociológica española de la época se presta atención a ese fenómeno, pero no se termina de ver que el de hecho de que “la generación de los años ‘80 está dejando de ser joven sin que sus miembros logren insertarse plenamente como ‘adultos’ en la sociedad” (Zárraga, 1985: 385) no se debía únicamente al bloqueo del camino por parte de la llamada generación del 68 (algo que, por lo demás, era y es obvio), sino que se trataba también, y en mayor medida, de una tendencia general observaba en otras sociedades.

En los últimos años, sin embargo, parece que también en España hay entre los investigadores consciencia de esas tendencias. Así, (Pallarés, Feixa, 2000) consideran que las transformaciones en el mundo de los jóvenes vienen determinadas por: a) alargamiento de la edad de incorporación al trabajo y de abandonar el domicilio familiar; b) aumento de la dependencia familiar; c) ampliación del tiempo de escolarización; d) pérdida de peso demográfico; y e) diferencias en los contenidos y formas de socialización. Parece, por tanto, que hay una lenta pero creciente confluencia global, desde hace casi dos décadas, en el diagnóstico.

Y poco a poco los datos vienen corroborando en mayor medida el modelo. Según la encuesta más reciente del INJUVE el 74 % de los jóvenes vive en el domicilio familiar, por mucho que la mitad (50,8 %) dicen estar dispuestos a emanciparse. De hecho, y según datos procedentes de la Encuesta de Población Activa, a lo largo de la pasada década se ha venido reduciendo el número de hogares en los que la persona principal (cabeza de familia) es un joven entre 16 y 29 años, pasando e 591.600 hogares, en 1990, a 453.300 en 1997.

Algunos investigadores, como ocurre por ejemplo de forma sistemática en los informes sobre la juventud vasca, aún siguen creyendo que la razón de que la edad de emancipación se haya alargado en los últimos 25 años hay que buscarla "principalmente en la falta de ingresos y el elevado precio de la vivienda"; pero lo cierto es que, según la oleada del sondeo del INJUVE del cuarto trimestre del 2001, entre los jóvenes españoles de 15 a 29 años la vivienda (a pesar de su carestía objetiva, que ha alcanzado niveles propios de república bananera) sólo la incluyen entre sus dos principales preocupaciones el 4,4 % de los encuestados [4]; un porcentaje del 26,8 % incluyen los problemas relacionados con el trabajo o su búsqueda entre esos dos problemas que más les preocupan, pero lo cierto es que un porcentaje similar, un 26 % de los encuestados, dicen no tener ningún problema, o al menos ninguno importante. Y es que nuestros jóvenes están, en realidad, felices, y por eso les gusta divertirse ruidosamente. Volveremos a ello.

El sondeo a nivel europeo realizado en los quince países miembros durante la primavera del 2001 por el European Opinion Research Group, entre jóvenes de 15 a 24 años (nuevamente horquillas no coincidentes unas con otras) muestra que, aunque la mayoría de los entrevistados alega no tener los medios suficientes para independizarse, un 37 % declara no hacerlo simplemente porque prefieren el “confort sin responsabilidades” del domicilio familiar que la autonomía, y un 32 % que prefieren aprovechar las posibilidades del hogar familiar para acumular ahorros para prepararse unas buenas condiciones de salida, así como un 29 % declara simplemente que “cuanto más tarde se salga, mejor”. Un 28 % considera que el hecho de los padres sean menos estrictos es una buena razón para quedarse.

Naturalmente, bajo los presupuestos que he puesto de manifiesto, no podemos estar de acuerdo con la creencia, extendida entre algunos investigadores, de que “la juventud no se define tanto como un periodo de transición a la vida adulta, sino como una nueva etapa de la vida del individuo, plena y autónoma” (Casanovas, Coll, 1998). A la vista de los datos y conclusiones de numerosos estudios realizados en los últimos veinte años, parece evidente que sí se trata de una transición, que además cada vez se alarga más.

Volviendo a los límites, a tenor de lo visto parece razonable el situar el límite superior de la categoría de jóvenes en los 35 años. De hecho, aunque no hemos podido explotar los datos correspondientes al Censo de Población de 2001, una encuesta realizada por el INJUVE en 1996 mostraba que ya entonces un 27 % de los jóvenes de entre 30 a 34 años convivían todavía con sus padres, cifra que sin duda se ha incrementado sensiblemente en los últimos años.

En diversas ocasiones se ha propuesto, y parecía la solución sociológicamente más razonable, incluir como jóvenes a los comprendidos entre los 14 y los 30 años. De hecho, el INJUVE considera la horquilla de los 15 a los 29 en sus estudios desde la primera mitad de los años ‘90. Sin embargo, al día de hoy y habida cuenta de esa tendencia general que venimos explicando, seguramente habría que revisar esos límites operativos, y extenderlos desde los 14/15 a los 34/35 años[5].

En cualquier caso, hechas estas consideraciones, no hay que olvidar que tampoco podemos hacer un paquete indiferenciado con los jóvenes, consideremos una horquilla de edades u otra.

Por un lado, son evidentes las profundas diferencias que marca la edad a lo largo del proceso de transición de la infancia a la vida adulta. Podríamos hablar, al menos, de un estadio adolescencia (cuya duración probablemente se viene ampliando por arriba y por abajo) hasta los 16/17 años; un estadio de juventud estricta (hasta los 26/27); y un estadio de juventud funcional (hasta los 34/35). En realidad, esos límites intermedios, deberían ajustarse pensando en la eficiencia empírica, esto es, en la disponibilidad de fuentes primarias de información sobre cada tramo, puesto que es indiferente a efectos de programas de acción poner el límite un año arriba o abajo.

Otros muchos autores introducen otro tipo de diferenciación entre los jóvenes al utilizar el concepto de generaciones, sugerido por José Ortega y Gasset y Margaret Mead, manejado ampliamente por Julián Marías y convertido en concepto operativo para la Sociología por Nerina Jansen. Se trata de un concepto que intenta una especie de cuadratura del círculo entre los conceptos de cambio y permanencia, al considerar que "el Hombre no crea nuevos valores y normas, crea perspectivas sobre las normas y valores reinantes en un momento dado. Estas perspectivas, aunque difieren entre las generaciones coexistentes, a menudo sólo suponen ligeros cambios, sin implicar, normalmente, una ruptura radical con las perspectivas que existieron en el pasado" (Jansen, 1976, 158). En España el concepto de las generaciones ha sido y es ampliamente utilizado; pero sociólogos de perspectivas tan distintas como Karl Mannheim o David Riesman nos advirtieron de que "no es fácil decir cuándo termina una generación y empieza otra, porque las gentes no se producen en hornadas, como tortas, sino que nacen constantemente. Y sólo en ciertos países y en ciertas épocas los acontecimientos históricos, inconscientemente transmitidos de padres a hijos, conducen a un vacío entre generaciones" (Riesman, 1965: 341). Por lo que hay que manejarlo con sumo cuidado. 

Pero más importante me parece hacer otro tipo de distinciones al tratar de la juventud. A menudo, el concepto juventud no es sino una estratagema de la razón para ocultar, o disminuir la importancia, de otro tipo de divisiones sociales bastante más determinantes que la edad. Me es indiferente si otorgamos mucha o poca importancia al concepto de clase social, o preferimos utilizar categorías como el género, o los grupos de status... Lo importante es que, con independencia de que, desde una perspectiva psicológica, o incluso microsociológica, las distintas edades conlleven niveles de madurez distintos, problemas de interacción  distintos, sin embargo las grandes fracturas están no en la edad, sino en el acceso a los bienes, ya pensemos en el acceso a los medios de producción, o a aquellos bienes que hoy constituimos indicadores del bienestar y la riqueza. Las diferencias que repetidamente muestran los estudios sobre jóvenes nos alertan sobre la importancia de esas clasificaciones. 

¿Cómo vamos a hablar entonces del comportamiento, actitudes o necesidades de los jóvenes extremeños? ¿Qué tienen que ver los jóvenes de los barrios marginales con los de las zonas nobles de la ciudad, los hijos de jornaleros o empleados de comercio con los hijos de terratenientes o profesionales liberales?. Por supuesto que todos ellos tienen problemas de comunicación con sus padres, y un cierto toque de inseguridad; todos se enamoran y bajan entonces el rendimiento en los estudios. Sin duda alguna, pero ese es un problema que atañe a los psicólogos y psico-pedagogos. Pero a los sociólogos nos interesa más conocer las diferencias estrategias de integración en la sociedad (Casal, 1997), los distintos elementos utilizados para la construcción de su identidad (Ariza, Langa, 1998), los esquemas excluyentes de ocupación del espacio (Rathzel, 1998) que utilizan esos grupos sociales plenamente diferenciados, y a menudo enfrentados. En suma, nos interesa conocer qué persiguen, y qué capacidad de elección tienen para alcanzar lo que persiguen. Sobre todo, porque las estructuras sociales tienen bastante cerrado el campo de elección para muchos sectores de la población juvenil (Tepperman,Wilson, 1990)."

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 Bien. Pues lo interesante a fecha de hoy es que una amplia investigación sobre cambios en la configuración cerebral recientemente publicada (Kanakaraj P, et. al, 2025) confirma, sobre una base biológica, mi teoría de la placenta social. Como estoy perezoso, dejaré que Gemini ponga todo esto en limpio.

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"La teoría sociológica de la "placenta social" de Artemio Baigorri se alinea conceptualmente de forma notable con los hallazgos neurocientíficos sobre la prolongación de la maduración cerebral. 

La "placenta social" es el concepto utilizado por Baigorri para explicar cómo el desarrollo social (específicamente en la Sociedad Telemática o Postindustrial) conlleva un retraso sistemático en la incorporación de los nuevos miembros a las funciones adultas de la sociedad. 

Puntos de conexión entre ambas ideas:

Periodo de Dependencia Extendido: Baigorri argumenta que, en las sociedades avanzadas, el período de maduración efectiva se extiende. La edad de independencia (emancipación) se sitúa, según sus análisis sociológicos, entre los 25 y los 30 años, debido a factores económicos y sociales como la dificultad para encontrar trabajo fijo o acceder a una vivienda.

Correlación Neurobiológica: El estudio neurocientífico, al ubicar el punto de maduración cerebral máximo y el final de la adolescencia (en términos de plasticidad y desarrollo de la materia blanca) alrededor de los 32 años en países occidentales, proporciona un posible sustrato biológico o una correlación empírica a la observación sociológica de Baigorri.

Influencia del Entorno: Ambas perspectivas (sociológica y neurocientífica) convergen en la idea de que la maduración no es solo un proceso biológico interno e inmutable, sino que está profundamente influenciado por el entorno social y cultural en el que se desarrolla el individuo. La "placenta social" es el andamiaje (educación prolongada, dependencia económica) que retrasa la "incorporación" a la adultez. 

En resumen, los datos de la neurociencia y la teoría sociológica parecen ser caras de la misma moneda, describiendo cómo las estructuras sociales modernas están reconfigurando la trayectoria vital y el desarrollo humano, tanto a nivel social como (probablemente, por plasticidad) a nivel biológico."

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Me queda por encontrar demostración empírica y biológica (llegará), en el marco de los avances de la epigenética, de cómo todos esos cambios terminan generando "líneas" en el código genético de la especie, bien a nivel de especie o grupal. Pero esa es otra (aunque sea la misma) historia.


Bibliografía

Ariza, S., Langa, D. (1998). ‘Propuestas para la reflexión sobre la identidad social de los jóvenes'. VI Congreso Español de Sociología

Baigorri, A. (1999). 'Jóvenes en Extremadura. Pocos datos, y algunas reflexiones'. Curso de Gestión de Programas Juveniles. Escuela de Administración Pública de Extremadura

Baigorri, A. (1998). '¿Paro juvenil, o estrategias de retraso en la inserción laboral?'. VI Congreso Español de Sociología

Baigorri, A. (1997). 'Jóvenes y mercado de trabajo en Extremadura'. I Jornadas Transfronterizas sobre Empleo Juvenil. Secretaría Técnica del Plan Integral de la Juventud

Baigorri, A., dir. (1991). Paro, mercado de trabajo y formación ocupacional en Extremadura. Consejería de Economía y Hacienda de la Junta de Extremadura

Baigorri, A. Fernández, R. et al (2003). Botellón, un conflicto postmoderno. Icaria

Baigorri, A., Muñoz, B. eds. (2005). Análisis del debate educativo documento para la reflexión y el debate sobre la educación en Extremadura (Educación Secundaria). Consejería de Educación

Barnett, A. (1966), La especie humana. Fondo de Cultura Económica

Casal, J. (1998). ‘Recesión y emergencia de modalidades de transición a la vida adulta'- REIS. Num 75, pp. 295-317

Casanovas, J., Coll, J. (1998). ‘La nueva condición juvenil y las políticas de juventud'. VI Congreso Español de Sociología

Kanakaraj P, et. al. Lifespan Trajectories of Asymmetry in White Matter Tracts. bioRxiv [Preprint]. 2025 Sep 29:2025.09.29.678806. doi: 10.1101/2025.09.29.678806 

Harris, C.C. (1986), Familia y sociedad industrial. Península

Jansen, N. (1977), La teoría de las generaciones y el cambio social, Espasa-Calpe, Madrid

Pallarés, J., Feixa, C. (2000). 'Espacios e itinerarios para el ocio juvenil nocturno'. Revista de Estudios de Juventud. Num 50, pp. 23-41

Rathzel, N. (1998). ‘Young people of many cultures in the City. The appropiation of space and place'. XVI Congreso Mundial de Sociología. ISA

Riesman, D. (1965). Abundancia, ¿para qué?. Fondo de Cultura Económica

Roberts, K. (1985). 'Youth in the 1980s: a new way of life'. International Social Science Journal, nº 16, pp. 168-184

Tepperman, L., Wilson, S. (1990). Choices and Chances. Sociology for everyday life. Westwiew Press

Zárraga, J.L. de (1985). Informe Juventud en España. La inserción de los jóvenes en la sociedad. Instituto de la Juven­tud/Ministerio de Cultura




Notas

[1] La búsqueda del mismo nos dice mucho de cómo está funcionando la difusión de la Ciencia en estos momentos, y de cómo funciona la IA. Cuando pregunto a Google sobre el concepto, es capaz de inventarse un artículo que existe, pero en el que en absoluto se utiliza el concepto de "placenta social", ni se refiere a ella, sino que trata de la placenta biológica.


Sólo cuando le activo "Profundizar en modo IA" parece enterarse de qué estamos hablando, y entonces sí cita tanto el origen de quien tomé el término (Moreno lo utilizó circunstancialmente refiriéndose a la identidad familiar, para la que no es una denominación adecuada) como la utilización sociológica y antropológica que yo hago del mismo. Osea que ya vemos qué chapuza de la IA básica y del buscador, no hay que dejarse llevar nunca por la primera impresión.

 


[2] Durante varios años, la principal organización feminista de la región (no citaré su nombre por piedad, porque su acción sólo evidencia una incultura atroz) me invitó a participar (pro bono, por supuesto) en charlas y seminarios sobre temas relacionados con la mujer (sucesivamente con intervenciones sobre mujer y publicidad, situación de la mujer, hombres y mujeres, violencia de género, etc.). Pero en mi última intervención, no consigo recordar la naturaleza y temática del seminario, utilicé mi analogía de la placenta social para explicar algún aspecto que tampoco recuerdo. Y se montó la marimorena nada más y nada menos que por decir que nacíamos sin terminar de formar, al contrario de otros mamíferos, debido a la conformación del esqueleto de la hembra bípeda. No sé qué demonios entendieron algunas pero a la salida vinieron varias ofendidas, y por supuesto quedé cancelado para siempre, nunca me han vuelto a llamar enel cuarto de siglo siguiente.   

[3] Imaginemos uno de los empleos de más bajo status en nuestra sociedad: el de basurero. Hace apenas diez años el basurero se limitaba a arrojar sacos de basura o vaciar cubos en un remolque de tractor o incluso de caballería. Llevaba el remolque al vertedero y lo descargaba en bruto. Hoy el basurero -que habrá pasado algún tipo de examen- debe manejarse con eficiencia adaptando los contenedores al elevador hidráulico, y manejar una herramienta que envuelve y compacta con sumo cuidado para no sufrir accidentes; debe hacer una separación básica, distinguiendo al menos aquellos materiales que pueden dañar la máquina; incluso la fuerza que hay que desarrollar es superior, para manejarse con los grandes contenedores; debe moverse con soltura entre el complejo tráfico nocturno de las ciudades... en suma, la complejidad de las tareas de ese puesto aparentemente tan simple se ha multiplicado: un niño de 12 años no podría andar ayudando a su padre a recoger la basura por los barrios de una ciudad, como recordamos haberlos visto en nuestros pueblos.

[4] Otros informes de ámbito regional, como el más reciente sobre la juventud catalana, ponen el acento en que “si bien los costes de la vivienda pueden haber sido el principal factor a la hora de explicar el retardo de la emancipación durante la segunda mitad de los ochenta y la primera mitad de los noventa, hoy en día estos costos ya no son el principal obstáculo para la emancipación” (Serracant, 2001: 76). Señalándose como un factor mucho más importante, en la línea de la teoría que apuntamos, el alargamiento del periodo de formación. En suma, se habla también de una “estrategia de adaptación acomodándose a las posibilidades” (ibidem: 78), lo que -si tenemos en cuenta la perspectiva del individualismo metodológico que marca ese estudio- perfectamente podríamos conciliar con nuestro modelo evolutivo de carácter más ecológico-funcional.

[5] Aunque no servirá de mucho si no hay un consenso a nivel internacional; pues mientras España utiliza ya en casi todos sus estudios la horquilla 15-29, el Eurobarómetro sigue utilizando la horquilla 14-24.