12.10.1999

Actividad agraria y regadío en Extremadura (1999)


Informe realizado mediante un convenio con la agrupación de cooperativas del campo ACOREX. Está recuperado a partir de un fichero de WordPerfect, que ya no es operativo, importado a través de Libreoffice, por lo que los gráficos se han perdido. Si alguien los necesita con el tiempo se pueden escanear de la copia impresa.


"   Atendiendo al paradójico repunte en la ocupación agraria en los últimos dos años, debemos hacer referencia a las previsiones que, en los últimos años, se han hecho respecto a las necesidades objetivas de fuerza de trabajo en la agricultura. 
A pesar del descenso evidente de la población activa agraria, sin embargo los restos del baby-boom de los años '50 extienden todavía sus efectos en las zonas rurales, donde en ciertas áreas la llegada de nuevas generaciones amplias todavía es un factor de presión (por el lado de la oferta) en el mercado de trabajo, al contrario de lo que ocurre en otros países de Europa.Sin embargo, todos los análisis realizados sobre esta cuestión han coinci­dido en todo momento en señalar que, en términos globales, el sector agrario no podía ofrecer más puestos de trabajo. "Las mayores posibili­dades de fijación de empleo están relacionadas en muchas regiones con la creación de cooperativas y empresas dedicadas a la comercia­lización y primera transformación de los alimentos"1; es decir, se ha seguido esperando el trasvase intersec­torial, aunque ya no tanto el territorial. Comienza a ser ya tradicional hablar de la conservación de la naturaleza, protección del medio ambiente y agroturismo, como fuentes alternativas de empleo para los excedentes laborales del campo. 
Lo cierto es que en los últimos veinte años hemos asistido a la mecanización de buena parte de los cultivos intensivos de la agricultura española, al menos en sus fases de recolección. Productos míticos calificados de cultivos sociales, como era el caso de la remola­cha, se han transformado en intensamente mecanizados y es escasa la mano de obra que precisan en la actualidad. La mecaniza­ción ha sido también completa en la recolección de la patata, el algodón, e incluso algunas hortalizas2. Parcialmente también se ha mecanizado la recogida de la aceituna. Las nuevas técnicas de cultivo de los frutales han reducido asimismo de forma notable las necesidades de mano de obra, y además los sistemas de riego se han automati­zado en algunas zonas3. 
En conjunto, los analistas vienen haciendo previsiones desde mediados de los años '80 en el sentido de estructurarse unos espacios (normalmente se proponía La Rioja, Navarra y Cataluña) en los que se profundizaría el déficit de mano de obra agraria, complementados por otros espacios que les suministrarían, mediante migraciones tempora­les de sus exceden­tes, la fuerza de trabajo necesaria 4. La realidad ha mostrado un poco esquemáticas tales previsiones, pues han surgido espacios (no previstos por los análisis macro) con déficits no previstos inicial­mente (como es el caso de Aragón, especial­mente en la Ribera del Ebro, e incluso de algunas zonas agronómicamente importan­tes de Extre­madura). 
Lamentablemente, hasta dentro de varios años no dispondremos de datos del Censo Agrario que se está realizando en 1999, y las Encuestas de Estructuras no permiten un cálculo definitivo de estas variables. Sin embargo, los análisis que han contrastado los datos del último Censo de 1989, respecto de los anteriores, muestran que algunas de las tendencias decrecientes se han ralentizado, e incluso se han contradi­cho muchas de las opiniones más estereoti­pa­das5, aunque sigue siendo evidente que el conjunto de la agricultura española ofrecía menos trabajo en 1989 que en 1982, año del Censo anterior6. 
En menos de una década (en siete años de periodo intercensal), y atendiendo en este punto a los datos del Censo Agrario, se asistió a la destrucción del equivalente a 250.000 empleos7 en la agricul­tura española. En términos absolutos el descenso más impor­tante se habría dado entre los titulares (más de 110.000 UTAs) y la ayuda familiar (90.000 UTAs), pero el descenso porcentual es mucho más importante en el empleo asalariado fijo (más de 30.000 UTAs, lo que significa un 25,6 % de descen­so). Aunque el número real de trabaja­do­res agrarios por cuenta ajena (afiliados al REASS) ha aumentado de hecho en los años ‘80 (por el influjo del PER), podemos afirmar que estamos asistiendo a un proceso palpable de mayor precariza­ción del empleo agrario, pues ese aumento en el número de trabajadores por cuenta ajena se refiere a trabaja­do­res eventua­les8. 
Diversos autores, por otro lado, han coincidido en los últimos años en las perspec­tivas generales señaladas, de la tendencia a una mayor pérdida de empleos agrarios en los próximos años. Así, Velarde Fuertes afirmaba que "incluso ahora es posible esperar, a pesar de la rapidísima caída de nuestra población agraria -la mayor, histórica­mente, de Europa-, que ésta se profundice más aún, con lo que las alteraciones en la función de producción en el campo español, que ya se han producido con mucha hondura, se incrementarán más todavía"9. En general, se insiste en la solicitud secular de disminuir la población activa agraria. Lamo,­ Sumpsi y Tío repiten la ya secular advertencia: "apunta un gran problema del futuro en la economía española: la necesidad de disminuir la pobla­ción activa agraria"10.Sin embargo, los datos que hemos apuntado, de incremento reciente en la ocupación, muestra que han sido más acertados los análisis que dudaban de la verosimilitud de ese vaciado absoluto, atendiendo sobre todo al marco comunitario en el que desde hace una década nos venimos moviendo. No hay seguridad en torno a los excedentes de mano de obra, por cuanto a medio plazo la reducción en la natalidad, ya operada años atrás, va a ser un elemento coadyu­vante a tener en cuenta; y además existe una cierta convicción en la existencia de oportuni­dades de empleo fuera de la agricultura, por cuanto la activi­dad estrictamente agrícola precisará menos fuerza de trabajo, especial­mente en las áreas con tasas elevadas de población activa agraria, como es la extremeña.  
En suma, parece que el descenso en la ocupación agraria ha tocado fondo en España. Incluso aún cuando pueda considerarse una cierta reducción, en algunas zonas, del empleo agrario, no es previsible que se reduzca el conjunto del empleo rural."



REFERENCIA:
Baigorri, A., dir. (1999), Actividad agraria y regadío en Extremadura, Informe de investigación, Universidad de Extremadura/ACOREX, Badajoz
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12.02.1999

De la naturaleza social de la Naturaleza (1997-1999)

Unificando los textos de algunos debates periodísticos en años anteriores, este texto fue primero una comunicación en el I Encuentro de Sociología del Medio Ambiente de la Federación Española de Sociología, organizado por la entonces profesora de la Universidad Pública de Navarra, Mercedes Pardo, y celebrado en Pamplona en Noviembre de 1997. Después algunas de las comunicaciones presentadas, entre ellas esta (aunque no era la que yo hubiese preferido dar a la luz), se recogieron en el libro Sociología y Medio Ambiente. Estado de la cuestión, publicado por la Fundación de los Ríos en 1999.

      


"Más allá de los determinantes ecológicos de las estructuras y los hechos sociales, la Ecología se constituye en una ideología con rostros muy diversos, tal y como históricamente ha ocurrido con otros constructos ideológicos. Una de sus derivaciones la constituye la ecotecnocracia, que sobre bases cientifistas pretende imponer ciertas condiciones de enfrentamiento entre los derechos de la Naturaleza y los Derechos Humanos.
Desde nuestra posición, sin embargo, la Naturaleza es, en términos históricos, una construcción social. De ahí que en esta comunicación se desarrolle justamente la necesidad de una Ordenación del Territorio, y en particular una pollítica de protección ambiental, que, sin olvidar las ciencias ambientales, parta de la consideración del mismo como un hecho social. Para ello se utiliza como objeto de análisis el regadío, convertido en los últimos años, por parte de las ideologías ecotecnocráticas, en una de las bestias negras del ambientalismo, tras haber sido considerado, durante siglos, el más bello paradigma del jardín del Edén.

1. EL ESPACIO PROTE­GIDO. ¿NACE O SE HACE?

Podemos definir el espacio protegido como aquél fragmento del territorio que contiene elementos ambientales (bien sea un ecosistema completo, una especie endémica en vías de extinción, una masa forestal autóctona importante...) dignos de ser preservados para las generacio­nes futuras. Pero ello implica una noción estática de la Ecología, y en general de la vida. La superficie del planeta que hoy conocemos es la consecuencia de millones de cambios climáticos, geológicos y ambientales a lo largo de otros tantos millones de años. Y si en base a la definición propuesta se pretende, con la protec­ción, que el estado que algunos ecosiste­mas intere­santes presentan en un momento dado se preserve, estamos tomando en cierto modo una decisión antiecológica, pues la Ecología implica cambio y muta­ción perma­nente. De ahí que, para algunos, el simple protec­cionismo esté en cierta manera tan distante ideológicamente del Ecologismo. Este pretende no tanto practicar la arqueología como asegurar a las genera­ciones futuras que también ellos podrán seguir usando, gozando, y sobre todo haciendo producir, este plane­ta. ­

En realidad, esa capacidad de producción es la esencia de los espacios protegidos, o a proteger. Salvo quizás las selvas amazónicas y otros territorios despo­blados (y aún éstos sólo en parte, pues no conocemos la actividad humana que pudieron soportar hace diez mil años), en el resto de los casos se trata de espacios cuya conformación y estructura ecológica actual responde a las interacciones desarro­lladas con las comunidades humanas que los han habitado y explotado durante cientos o miles de años. Unica­mente unidades muy concretas como los manglares o los atolones corali­nos podrían sustrarse de esta concepción.

Pensemos por ejemplo en el caso de los bosques pirenáicos, que a los visitantes les parecen hoy prodigio de la Madre Natura. Hace ya muchos años, antes de que existiésemos los ecologistas, el profesor Monserrat, del Centro de Investigaciones del CSIC en Jaca, demostró que esos bosques son el producto de los montañeses que los han habitado, y que han procedido a una progresi­va y continuada selección de especies y una ordenación territorial no planeada, ­en función de sus necesidades ganaderas y forestales. El padre avant la lettre de la Ecología Social en España, Mario Gaviria, gustaba de utilizar ese ejemplo en los años '70. Y, esencial­mente, podemos decir hoy lo mismo de la Dehesa y de cualquier otro de los supuestos espacios naturales de la Península.

Naturalmen­te, cuando esos bosques dejan de responder a la función que los ha generado es cuando se transforman en espacios frágiles. Pasan a cumplir una función para la que no han sido diseñados, como puedan ser el ocio y el turismo, y lo más probable es que acaben siendo pasto de las llamas. El nuevo bosque que surja (suponien­do que surja, es decir, que la erosión no acabe con la capa vegetal), cincuenta o cien años más tarde será distinto, y dependerá su conforma­ción del uso y función a que se destine por sus moradores o vecinos.

Lo dicho puede aplicarse también a los miles de kilómetros de sotos y vegeta­ción de ribera destruídos en los últimos años en todos los ríos españoles. Durante siglos han suministrado madera a los pueblos veci­nos, caza menor, han protegido de las inundaciones periódicas. Mientras ello era así, los habitantes de los pueblos vecinos los conservaban, los vigilaban incluso, quedando recuerdo de numerosas ordenanzas municipa­les de protec­ción de estos espacios altamente productivos y funcionales. Mas la regulación aguas arriba de los ríos, la intro­ducción de otras formas de calefacción, y otros cambios en la civilización de su entorno los hizo casi innecesarios a los ojos de sus habitantes. Como además eran espacios insalubres y focos de infección, se apartan de ellos, y se difumina el control social. Llegan quienes se hacen cargo y los reconvierten en choperas. O, como en el caso de los bosques, pasan a ser pasto de turistas y domingueros, que en poco tiempo acaban con ellos.

Por supuesto puede argumentarse que el cambio de función no tiene por qué implicar la destrucción, pues el recreo y el ocio también precisan de espacios 'naturales'. Es posible en teoría, pero empíricamente está demostra­do que el ocio y el turismo no pueden desarro­llarse en espacios auténtica­mente naturales, sino que deben ser previamente adaptados a esta nueva función. Salvo en casos muy concretos y minoritarios, representados por el turismo ecológico, que deja de ser un artificio.

En suma, y es lo que me gustaría destacar en este punto, cada modelo de producción, cada sistema productivo, precisa de una Naturaleza funcionalmente adaptada a sus necesidades. La Naturaleza no es algo externo al Hombre y sus sociedades, sino que es en sí misma un producto social. Y en consecuencia los espacios protegi­dos, o a proteger, no son sino el fruto de las actividades humanas en su interior.

Los espacios que hoy los 'conservacionis­tas' clasifican de interés lo son porque los han conservado sus pobladores, con unos hábitos que, eso es cierto, coincidirían con lo que ahora se conoce como agricultura, ganadería o gestión forestal ecológicas. Pero esos hábitos, en el periodo histórico que fueron diseñados, causaron sin duda un fuerte impacto ambiental, pues de hecho equivalían a lo que ahora llamamos tecnologías punta. Naturalmente, estamos haciendo un análisis materialista de las cuestiones ecológicas. Hacer otro tipo de consideraciones es puro romanticis­mo, apto para las movilizaciones ambientalistas pero inservible para el análisis social.

Partiendo de las consideraciones que he expuesto, personalmente he insistido desde hace dos décadas en que la consideración de espacios protegi­bles no debe por tanto limitarse a lo que los ambientalistas denomi­nan espacios naturales, sino que debe extenderse a todos los espacios que, producidos por la acción humana o por la interac­ción entre el hombre y la Naturale­za, se ofrecen hoy como ecosistemas complejos y a la vez frágiles, dignos de ser conserva­dos no tanto -o no sólo- por sus valores ecológi­cos, sino también y sobre todo por su importante función productiva. Es el caso, en el que siempre he hecho especial hincapié, de las huertas milenarias que ocupan miles de hectáreas de muchos pueblos y ciudades españoles. Y, aún más allá, en realidad habría que considerar a la totalidad del territorio como espacio protegido. En unos casos esta protección puede implicar conservación, en otros transformación y mejora ecológica.

Por otra parte, no hay que olvidar que el hombre necesita de todo el territorio. No sólo de unas áreas útiles para la satisfacción de sus necesidades materiales, sino también de otras, o de todas ellas simultáneamente, para la satisfac­ción de otro tipo de necesidades del espíritu. El problema del capitalis­mo consiste justamente en que conduce a los hombres a considerar tan sólo la función productiva del territorio, y aún ésta se mide sólo en términos de rentabilidad mercantil. De ahí que el puro conservacio­nis­mo conduzca a menudo a callejones sin salida, porque olvida las bases del funcionamiento real de la economía y de la sociedad. En términos estrictos, tan sólo la superación de las contradicciones básicas del capitalismo, empezando con la consideración del beneficio como único motor del desarrollo, puede permitir plantear una auténtica gestión ecológica.

2. ¿PROTECCION U ORDENACION DEL TERRITORIO?

Si se está de acuerdo con lo dicho, se concluirá que en modo alguno la protección puede ser sinónimo de abandono productivo o bloqueo de actividades. Debemos ubicarnos en un utilitarismo bien entendido, pues es un hecho que, en la mayoría de los casos, el abandono productivo de un espacio para facilitar su con­serva­ción conducirá ineludiblemente a su degradación ecológica y a la entropía destructiva. Sólo el mantenimiento de su función productiva (por supuesto que entendida en términos distintos de la simple lógica del beneficio) puede facilitar la auténtica conserva­ción.

Por otro lado, hemos visto cómo la protección en modo alguno puede limitarse a los espacios considerados naturales, sino que debe extenderse a otros muchos territorios que ofrecen valores de la misma o mayor importan­cia, como es el caso citado de las huertas, o de áreas periurbanas que si bien no son de gran riqueza naturalística, cumplen una importantísima función desintoxicante para las ciudades; y, en cierto, modo a la totalidad del territorio.

De lo que se trata, por tanto, es de diseñar una ordenación que, por decirlo de forma sencilla, ponga cada cosa en sitio. Esa es la función que debería cumplir la Ordenación del Territorio en el marco del planea­miento urbanístico. Hasta hoy éste se ha limitado a actuar en los cascos urbanos, sin duda por deformación profesional de los arquitectos, que en cierto modo han secuestrado el tema durante décadas al resto de los profesionales interesados (sociólogos, geógrafos, biólogos, economistas, agrónomos...), a pesar de que en todo momento la legislación (y más especial­mente las mejores elaboraciones teóricas que se han realizado sobre Urbanismo y Ordenación del Territorio) han aconsejado con toda nitidez que la ordena­ción urbanística afecta a la totalidad del término municipal. En los últimos años, el planeamiento urbanísti­co municipal camina en creciente medida en esta dirección, a medida que se ha acentuado su carácter inter­disciplinario, y diversas comunidades autónomas han desarrollado o están empezando a desarrollar directrices de ordenación cada vez más pormenorizadas -a veces demasiado-.

Este tipo de Ordenación Territorial debe fijar aquéllas áreas de interés en las que cualquier tipo de actuación (incluídas la agricultura, la ganadería o la explotación forestal en ciertos casos) deba realizarse bajo estrictas medidas de control. Por supuesto que siempre con un sentido de progreso bien entendido1.

En este sentido, hablaremos para los espacios protegidos, y en general para todos los territorios con valores de cualquier tipo, de actividades eco-compatibles, pero siempre en dos direcciones: compatibles con el ambiente, con el paisaje, y al par compatibles con su función productiva. Porque en ningún momento debe olvidarse que el hombre debe seguir alimentándose, y avanzando para hacer posible la acumulación de capital social que justamente facilita los progra­mas de conservación. Y ello implica ciertas intensidades de uso, máxime en un país como el nuestro, que tendrá unos 50 millones de habitantes en el año 2.000 -por supuesto, si fuésemos 10 millones, como a finales del siglo XVIII, la cuestión sería muy distinta-.

Así, centrándonos en la agricultura, la ganadería o la explotación forestal, en el caso de los espacios protegidos de mayor interés deberían plantearse las actuaciones en términos en cierto modo similares a como se plantean las artesanías. Con sus sistemas de producción tradiciona­les, pero asumiendo que esos sistemas de producción tienen un coste añadido (se carge directamen­te al consumidor, como ocurrirá en países de mercado asilvestra­do, o indirecta­mente vía fiscalidad y presupues­tos públicos en aquéllos países en los que se aplica al mercado un correctivo social y de planificación), y que paralelamente desde otras áreas de la industria se mantiene una producción más masiva y estandarizada de bienes de consumo. Ese es justamente el caso de la agricultura ecológica. En realidad, y aunque parezca una contradic­ción, si esa agricultura es hoy posible es porque existen excedentes2. Y para que pueda extenderse en mayor medida, y puedan además liberarse extensos territorios para una función paisajística o ambiental, es preciso mantener en otras áreas una agricultura de elevadas productividades. Se trata pues de complemetar agricultura dura y agricultura ecológica3.

Es precisa­mente esa comple­mentariedad e interrela­ción dinámica la base de los ecosiste­mas, y esa debería ser también la base de funciona­miento del ecosiste­ma humano por excelencia: la Economía. Desgraciadamente, aunque este planeta pueda y deba regirse por unos criterios más ecológicos de los que impone el capitalismo salvaje, una población de 5.000 millones de habitantes no permite ser alimentada con agricultura ecológica, ni satisfechas sus necesidades de bienes de consumo con la artesanía. Ni estaríamos dispuestos a ello los habitantes de los países más desarrollados, ni mucho menos lo estarían los habitantes de los países menos desarrolla­dos, salvo que les fuese en ello la vida (la suya, no la del planeta).

Todo ello exige, en fin, para las actuaciones en este tipo de espacios protegibles, proyectos muy definidos, no sólo en lo concerniente al previo análisis del impacto ambiental de la actividad, sino en todo lo que sea control y seguimien­to de las interacciones ecológicas derivadas no previstas.

Todo ello nos llevará a permitir o promover, según los casos, actividades muy diversas según el tipo de espacio protegido. Puede tratarse de una explotación forestal controlada, que mejore el bosque y lo protega de los riesgos de incendio (que no sólo afecta a los pinos). Puede ser también la explotación (incluso cultivo) de plantas aromáti­cas y/o medicinales. Puede tratarse en otras ocasiones de sistemas de ganadería extensiva combinada con otras actividades. En otros, en fin, puede darse una recupe­ración de la hortelanía tradicional... En suma, siempre se ha de tratar de mantener las actividades, pues la presencia del agricultor, del ganadero, del leñador o el hortelano, es siempre la mejor defensa frente a las agresiones exteriores al ecosistema a proteger. Y, por supuesto, esa ordenación urbanístico-territorial ha de prever y definir normativamente el resto de actividades compatibles con la actividad primaria: el tipo de edificios admisibles, la tolerancia o no de áreas de ocio (residenciales o no residenciales), las condiciones para la apertura de vías de comunicación (en cuanto a movimientos de tierras, etc), la ubicación de las plantas de transformación industrial, y un largo etcétera de cuestio­nes que unos pocos equipos de urbanismo hemos venido introduciendo en España a lo largo de las dos últimas décadas, para sorpresa y espanto, a menudo, de las propias Administraciones que habían encargado o debían gestionar a posteriori el planeamiento.

Pero personalmente creo que puede y debe irse mucho más lejos. He explica­do mi concepto de los espacios protegidos como fruto de las actividades humanas, y acabamos de citar la posibilidad de liberar de la producción agroindus­trial extensos territorios que a pesar de los elevados inputs energéticos no obtienen altas productividades, como es el caso de cientos de miles de hectáreas de secanos malos en España. Así, creo que la con­fluencia de actividades ecológicas puede facilitar el surgimiento de nuevos espacios de interés ambiental, esto es la transformación de ecosistemas pobres en ecosistemas ricos. En la Comunidad de Madrid tuvimos ocasión hace años de proponer todo un programa de recuperación de los terrenos del Sur del Area Metropoli­ta­na, de ínfima calidad agronómica y totalmente deforestados, mediante la acción sinérgica de distintas actuaciones: recuperación de los resíduos sólidos orgánicos para la creación de capa vegetal, utilización de las aguas residuales para superar los déficits hídricos, repoblaciones forestales de función diversa (masivas en los cerros, lineales de frutales en todos los caminos, cauces públicos y vías de comunicación, islas recreativas), creación de polígonos de huertos familiares de ocio...4 Tan sólo el programa de huertos familiares fue puesto en práctica, de forma muy tímida, a mediados de los años '80. Pero este programa ha mostrado cómo unas doscientas hectáreas de la Vega del Henares, anterior­mente degradas, podían reconvertir­se en un complejo ecosiste­ma, artificial pero perdura­ble. Esta experiencia tiene el valor añadido de ser justamente la primera vez en España en que la agricultura ecológica se impone como obligatoria (aunque los huertos eran de ocio, no profesionales). A menudo hemos propuesto también, en el marco del planeamien­to, a diversos Ayuntamientos de puntos muy distintos del Estado, el abandono del cultivo en parte de las tierras comunales de secano y su transforma­ción en lotes forestales que inicialmente serían de ocio y cesión temporal a particula­res, bajo el compromiso de la plantación y cuidado de un arbolado variado. Hasta hoy no han tenido mucho éxito este tipo de propuestas, pero posiblemente las veamos implantarse a medida que se desarrolle la Nueva Política Agraria de la Unión Europea.

Resumiendo esta primera parte, creo que los llamados espacios protegidos pueden permitir la coexistencia de no pocas actividades agrícolas, ganaderas o forestales, siempre que éstas sean eco-compatibles. Pero, más allá de esta consideración, creo además que la agricultura, la ganadería y la gestión forestal eco-compatibles, complementadas con otras acciones ecológicas, pueden permitir la mejora territorial y la multiplica­ción de los espacios de interés ambiental. Como en tantos otros órdenes de la actividad humana, lo que fundamental­mente hace falta, previamente o más allá del desarrollo de técnicas, o de la recuperación de técnicas olvida­das, es la apertura a la imaginación.

1El progreso no es un movimiento unidireccional sin retorno. Esa concepción es la que conduce a la aniquilación del planeta. Al contrario, el progreso es un proceso contínuo e inacabable de acumulación de ensayos, ideas, intuiciones, fracasos, imaginaciones, descubrimientos, técnicas y formas de organización. Es un proceso acumulativo. Todo lo realizado hasta hoy por el hombre está ahí, y puede echarse mano en un momento dado, para un caso concreto, de técnicas o formas organizativas ya ensayadas como exitosas en otros momentos históricos. Una buena imagen puede dárnosla el ajedrez, donde los jugadores no avanzan simplemente exterminando, hasta la meta. En un momento dado puede ser más conveniente dar un rodeo, y recupe­rar una pieza previamente retirada de la circu­lación por el contrincante, en lugar de avanzar ciegamente con un solo elemento hasta un rey enrocado.

2Sin olvidar la influencia de los nuevos modos de consumo 'natural', no habría lugar para la agricultura ecológica, si fuese deficitaria la producción de alimentos. En tal caso habría que seguir aplicando las técnicas de maximización productiva. La aparición de la agricul­tura ecológica permite reducir los excedentes traspasando de algún modo los costes al consumidor.

3Personalmente prefiero este término, más tradicional y sufientemente explicativo. No creo necesario utilizar términos nuevos, como el de agricultura eco-compatible, que pueden inducir a confusión.

4Estas propuestas están recogidas en el informe El espacio ignorado. Posibilidades de la agricultura en el Area Metropolita­na de Madrid, Comunidad de Madrid, 1986 (edición en offset), que recoge una síntesis del estudio realizado por A.Baigorri y M.Gaviria, con la colaboración de G.Ballesteros, E.Domingo, F.Gonzalez, B.Berlín y A.Sánchez."


(sigue... más abajo acceso al texto completo)


Referencia:

Baigorri, A. (1999), "De la naturaleza social de la Naturaleza", en M. Pardo, coord., Sociología y Medio Ambiente. Estado de la Cuestión. Fundación de los Ríos, Madrid, pp. 103-114

11.29.1999

Vejez y nuevas necesidades sociales en Extremadura, ante el siglo XXI (1999)

El texto corresponde a una ponencia impartida en el Curso de Promoción Continua sobre Gerencia de Centros de Mayores de la Escuela de Administración Pública de Extremadura, en noviembre de 1999. Un par de años más tarde la reciclé y la utilizamos varios compañeros del grupo de investigación para impartir una tournée de conferencias organizado por Fundación La Caixa en Centros de Mayores de distintas ciudades de la región. El punto de partida lo había abordado en este trabajo (originariamente un trabajo de curso, que fue ampliándose).  
A partir de estas reflexiones planteamos la realización de una tesis doctoral sobre envejecimiento activo, así como un proyecto de investigación que resultó infausto, que sería retomado con más éxito una dácada más tarde. 
El tema ha dado lugar a otros textos, primero sobre exclusión digital y alfabetización digital, y más recientemente sobre envejecimiento activo, tema sobre el que versó la tesis que dirigí y se leyó en 2015


"Por razones nunca muy bien explicitadas, hace algo menos de dos décadas que algunas personas empezaron a utilizar eufemismos para referirse a los viejos, como población de edad avanzada, tercera edad, y más recientemente, mayores. Sin embargo, esas denominaciones no han hecho sino introducir confusión. Incluso el término tercera edad, que es el que parecía durante bastante tiempo bastante ajustado, ha entrado en crisis cuando ha empezado a hablarse de una cuarta edad, referida al periodo en el que los viejos dejan de valerse por sí mismos. Pero es que los otros son sin duda mucho más confusos.
El de población de edad avanzada podría asimilarse tal vez, pero en modo alguno resuelve el relativismo (¿cuánta edad es una edad avanzada?), y también se presta a confusión (¿avanzada, para qué?). De hecho, se habla a veces de niños y niñas de edad avanzada para referirnos a aquellas que han desarrollado más rápidamente que sus compañeras. O de jóvenes de edad avanzada para referirnos a aquéllos que están en el umbral de la madurez.
En cuanto a la denominación mayores, que en los últimos años se extiende como la pólvora entre los trabajadores sociales, y a su través está llegando a la política y a la investigación, me parece de lejos la más confusa, y en consecuencia la más inadecuada. ¿Qué es un mayor?. Siempre hemos entendido que una persona mayor es una persona adulta, o al menos una persona que ha sobrepasado la mayoría de edad legal. A partir de este punto, ¿cómo de mayor es una persona?.
Por supuesto que, a partir de una determina edad, en que empezamos a envejecer, uno puede ser más o menos viejo. Pero el ámbito temporal del más o menos viejo es mucho más reducido (y desde luego en ningún caso cabe dudar de que hace referencia a fenómenos de envejecimiento) que el ámbito del más o menos mayor, cuyo relativismo es absoluto: cuando mi hijo de ocho años pide que le autorice a hacer algo utilizando como argumento que a su hermana de trece años le dejamos hacerlo, nuestro contra-argumento es que su hermana es mayor.
Hay razones también razones operativas en el marco de la investigación social. Al trabajar con pirámides de población, hablamos de tasas de envejecimiento; a nadie se le ha ocurrido confundir a los colegas hablando de tasas de terciarización, porque podría confundirse con el proceso de extensión del sector servicios; o de tasas de mayorización, que todavía se prestaría a confusiones mayores. Si utilizamos el adverbio envejecimiento, como referido a la acción de envejecer, es incomprensible que el resultado de ese proceso sea el de ser mayor, o..."


Referencia:
Baigorri, A. (1999),  Vejez y nuevas necesidades sociales en Extremadura, ante el siglo XXI, Escuela de Administración Pública de Extremadura. Mérida
Enlace al texto

11.15.1999

Jóvenes y ruralidad en Extremadura. Algunas reflexiones (1999)

Jóvenes y ruralidad en Extremadura. Algunas reflexiones

Artemio Baigorri

Conferencia en el Curso de Gestión de Programas Juveniles

Escuela de Administración Pública de Extremadura

Mérida, 15 de Noviembre de 1999


Esta intervención es precipitada. Se me ha convocado hace dos días, y apenas he podido hilvanar algunas notas, basadas en otras intervenciones recientes y en algunas reflexiones de urgencia. Si fuese un académico comme il faut debería haberme negado, porque no contamos con datos fiables sobre los que establecer conclusiones, y además yo no soy, ni quiero serlo, un especialista en juventud; la juventud es únicamente una variable en mi interpretación de la realidad social. Pero como cuesta decir no a los jóvenes, lo que haremos será plantear unas pocas cuestiones en torno a las cuales podamos hacer una reflexión colectiva. Básicamente, hablaremos de los dos conceptos que dan sentido a este encuentro: el de juventud y el de ruralidad. Pensando, por supuesto, en una perspectiva de largo alcance, atendiendo a las grandes tendencias.

La reflexión sobre el concepto sociológico de jóvenes, o de juventud, es muy importante, porque todas las políticas de juventud se diseñan según la amplitud social de dicho concepto, sobre el que por lo demás no existe ningún acuerdo en todos los ámbitos de la administración, ni existe unidad de criterios en los estudios sociológicos. Por ejemplo, ¿por qué desde los organismos que tratan con la promoción del empleo se considera ‘paro juvenil' al comprendido por debajo del límite de 25 años, mientras que los programas de promoción juvenil incluyen habitualmente hasta el límite de 30, y en programas de ayuda a la vivienda puede llegarse hasta los 35?. El problema no estriba en que uno pueda sentirse joven toda su vida, lo que por lo demás siempre me ha parecido patético; el problema es que no podemos hablar de los jóvenes si no hay un acuerdo general sobre qué fragmento de la población estamos hablando. Y es un auténtico problema cuando realizamos análisis sobre datos secundarios; porque, por ejemplo, la EPA sólo ofrece desagregados los tramos de 16-19 y de 20-24, pero no los de 25-29. Asimismo, cuando analizamos informes sobre la juventud, vemos que a menudo se hacen sobre límites diversos, por lo que entonces no hay posibilidad de comparación estadística fiable.

El primer problema lo tenemos en el límite inferior. ¿Debemos incluir la adolescencia en el concepto de juventud?. La evidencia nos muestra que sí, en la medida en que la sociedad se dirige hacia ella en tales términos (la publicidad, el mercado, la educación...); pero ¿cuándo empieza?. En el caso de las mujeres la aparición de la primera menstruación parece un signo claro, que por cierto ha descendido ya muy debajo de los catorce años. A partir de ese momento muchas chicas empiezan, no sabemos realmente en qué porcentaje, a hacer el tipo de cosas que generalmente entendemos que hacen los jóvenes, el embarazarse de forma indeseada (que no por falta de deseo), beber, fumar, ir solas a los conciertos de sus ídolos, acudir a las discotecas, lights o hards dependiendo fundamentalmente de su desarrollo volumétrico. Pero en el caso de los hombres los límites inferiores son más problemáti cos. En cualquier caso, debe fijarse en un tramo de edad oscilante entre los 13 y los 15.

Sin embargo, es más problemático todavía el límite superior. El problema no estriba en aspectos psicosociales, porque el problema último no es conocer cómo se sienten los jóvenes, sino determinar qué cosas puede hacerse por ellos desde las instituciones que se dedican a ocuparse de ese tramo de nuestras vidas en el que todavía no somos plenamente autónomos. Es decir, por decirlo con claridad, ¿hasta qué edad debe el Estado seguir ayudando a las familias a orientar, formar, entretener, en suma ocuparse de sus hijos?.

Respecto de ese límite superior, en la actualidad nos enfrentamos a un proceso de cambio social de carácter estructural, a una readaptación orgánica, en función del alargamiento de todos los ciclos vitales, y que por tanto influye entre otras cosas en un progresivo atraso del momento de incorporación al trabajo de los seres humanos. Partimos, en nuestra reflexión, de una evidencia irrefutable que nos aportan las ciencias de la vida: en términos generales, y aunque podamos encontrar excepciones, a medida que crece la complejidad de los organismos biológicos, su ciclo formativo, o periodo de inmadurez, se amplía. 

Debemos considerar, en primer lugar, que, en nuestras sociedades ricas y tecnológicamente avanzadas (y desde luego Extremadura lo es, en relación al conjunto mundial), las necesidades materiales básicas de cualquier familia están cubiertas; son ya muy escasos los jóvenes que deben buscar trabajo de forma imperiosa para que su familia pueda comer, como ha ocurrido históricamente.

En segundo lugar, la cantidad de conocimientos, saberes y hábitos que el ser humano ha debido asimilar antes de enfrentarse a cualquier ocupación son crecientes: un niño de 8 años podía incorporarse hace cien años, o hace incluso unas pocas décadas, a buena parte de las tareas agrícolas, o incluso a las minas... Hoy, a pesar de que en apariencia la tecnología simplifica nuestras vidas, los conocimientos que hay que dominar para ejercer cualquier oficio, e incluso para desenvolverse en la vida cotidiana, son mucho mayores. ¿Qué tiene de particular que, así como los humanos, en tanto que mamíferos más evolucionados, somos los que más tardíamente nos convertimos en seres orgánicamente autosuficientes, asimismo la evolución conduzca a un periodo cada vez más amplio de preparación para la autosuficiencia social?. El siguiente esquema quiere representar este  modelo.

 No vamos a elucubrar sobre las tendencias futuras de la sociedad; a los sociólogos (al menos a los que nos consideramos medianamente buenos) no nos gusta hacer proyecciones lineales de ninguna variable, porque son demasiadas las variables complementarias que entran en juego. Pero podemos jugar a imaginar como realidad aquella máxima que algunos, sin duda poco amigos del trabajo, pintaban en las paredes de Paris en 1968: "Vivamos de nuestros padres hasta que podamos vivir de nuestros hijos". Algunos casi lo han conseguido.

En cualquier caso, parece razonable el situar el límite superior de la categoría de jóvenes en los 30 años, en consonancia con el retraso en la edad de la emancipación que se viene produciendo, y que en modo alguno puede atribuirse en exclusiva a fenómenos como el paro o, según se pretende más a menudo, a epifenómenos como la carestía de la vivienda.

En diversas ocasiones se ha propuesto, y personalmente me parece hoy por hoy la solución sociológicamente más razonable, incluir como jóvenes a los comprendidos entre los 14 y los 30 años. Naturalmente, es evidente que no podemos hacer un paquete indiferenciado con ellos, por lo que puede ser aceptable la clásica distinción entre adolescencia, juventud y madurez, a conceptos más acordes con la realidad actual: adolescencia (hasta los 15 ó 16 años), juventud orgánica (hasta los 24 ó 25) y juventud funcional (hasta los 30). Los límites intermedios deberían ajustarse pensando en la eficiencia empírica, esto es, en la disponibilidad de fuentes primarias de información sobre cada tramo, puesto que es indiferente a efectos de programas de acción poner el límite un año arriba o abajo. Pero en cualquier caso ello implica, por ejemplo, en cualquier análisis de la juventud, la construcción de muestras elevadas para que podamos tener datos suficientemente fiables de todos los grandes subgrupos, pues de otro modo el hablar de la juventud para un continuum tan amplio dejaría de ser significativo.

Naturalmente, bajo los presupuestos que he puesto de manifiesto, no podemos estar de acuerdo con la creencia, extendida entre algunos investigadores, de que la juventud no se define tanto como un periodo de transición a la vida adulta, sino como una nueva etapa de la vida del individuo, plena y autónoma. Del mismo modo que me resulta propio de la metafísica el debate sobre si el ser joven es una edad, o una posición en el curso de vida. Más importante me parece hacer otro tipo de distinciones al tratar de la juventud. A menudo, el concepto juventud no es sino una estratagema de la razón para ocultar, o disminuir la importancia, de otro tipo de divisiones sociales bastante más determinantes que la edad. Me es indiferente si otorgamos mucha o poca importancia al concepto de clase social, o preferimos utilizar categorías como el género, o los grupos de status... Lo importante es que, con independencia de que, desde una perspectiva psicológica, o incluso microsociológica, las distintas edades conlleven niveles de madurez distintos, problemas de interacción  distintos, las grandes fracturas están no en la edad, sino en el acceso a los bienes, me es indiferente si queremos hablar del acceso a los medios de producción, o a aquellos bienes que hoy constituimos indicadores del bienestar y la riqueza. Las diferencias que repetidamente muestran los estudios sobre jóvenes nos alertan sobre la importancia de esas clasificaciones. ¿Cómo vamos a hablar del comportamiento, actitudes o necesidades de los jóvenes extremeños?. ¿Qué demonios tienen que ver los jóvenes de los barrios marginales con los de las zonas nobles de la ciudad, los hijos de jornaleros o pequeños agricultores con los hijos de grandes terratenientes o profesionales liberales?. ¿Que todos ellos tienen problemas de comunicación con sus padres, y un cierto toque de inseguridad?. ¿Que todos se enamoran y bajan el rendimiento de los estudios?. Sin duda, pero ése es un problema que atañe a los psicólogos, no a los sociólogos, por lo que solo me interesa en la medida en que soy padre. Me interesa más conocer las diferentes estrategias de integración en la sociedad, los distintos elementos utilizados para la construcción de su identidad, los esquemas excluyentes de ocupación del espacio que utilizan esos grupos sociales plenamente diferenciados, y a menudo enfrentados. En suma, me interesa, nos interesa, conocer qué persiguen, y qué capacidad de elección tienen para alcanzar lo que persiguen. Sobre todo, porque las estructuras sociales tienen bastante cerrado el campo de elección para muchos sectores de la población juvenil.

En cualquier caso, definamos como definamos el ámbito de la juventud, sobre lo que no hay asomo de duda es sobre el hecho de que cada son menos: es decir, la clientela de las instituciones especializadas en los jóvenes se está reduciendo, aunque la ampliación del concepto permita compensar provisionalmente la pérdida de efectivos. Y el hecho cierto es que se va a seguir reduciendo durante al menos los próximos diez o quince años, porque las bajas tasas de natalidad que se han alcanzado en España, y también en Extremadura, no terminan de encontrar el fondo de la curva.

No obstante, esa baja natalidad se compensa en una pequeña parte por el creciente flujo de inmigrantes, con elevadas tasas de natalidad; un dato a tener muy en cuenta, también en lo que se refiere a las políticas de juventud. En otros países, con mayor tradición y volumen de inmigración, hemos asistido a crecientes problemas de convivencia, y en nuestro país se han empezado a hacer visibles. Porque cuando no se logra integrar en la cultura local dominante a los llegados de fuera (integración que sólo se produce cuando se dispone de idéntica capacidad de acceso a los bienes), y a la vez no existe variedad cultural suficiente, ni equilibrio de fuerzas, como para que se generen situaciones de multiculturalidad real, no meramente discursiva, pueden generarse situaciones de radicalismo tanto por parte de la cultura receptora como por parte de la cultura exógena (Bloul, R. (1998). From moral protest to religious politics: Ethical demands and beur political action in france. The Australian Journal of Anthropology, 9(1), 11-30).

¿Y qué sabemos de esa quinta parte, aproximadamente, de la población extremeña, a quienes consideramos jóvenes?. Pues muy poco, realmente. A ciencia cierta, dado que como he dicho el último Censo (que aporta ciertamente mucha información) es de 1991, sólo conocemos su comportamiento en el mercado de trabajo, su orientación profesional. Del resto no sabemos nada; aunque, como he dicho en otro momento, podemos manejar la arriesgada hipótesis de que responden en términos generales a las características de la juventud española, y entonces sí podemos conocer muchas de sus pautas de comportamiento, actitudes, valores y necesidades.

Respecto a su posición en el mercado de trabajo, la tasa de paro, como tendencia, no ha dejado de incrementarse. Aunque hemos asistido recientemente a algunos leves descensos, seguía siendo en el último cuatrimestre de 1998 de un 50%, frente al 17% de 1977. Sin embargo, frente a las tremebundas tasas, las cifras absolutas muestran un  comportamiento más razonable. Mientras que el número de parados mayores de 25 años no ha dejado de incrementarse en términos absolutos, por el contrario las cifras de parados jóvenes vienen reduciéndose sistemáticamente desde hace una década. Exactamente desde 1986 en el caso de la cohorte de 16-19 años, y desde 1989 para la cohorte de 20-24 años. En el momento de máxima intensidad llegó a haber algo más de 50.000 parados de menos de 25 años en Extremadura, mientras que en el tercer trimestre de 1999 la cifra no es de 27.000. No olvidemos que 1983 el paro juvenil llegó a suponer casi un 63% del paro total, mientras que hoy su participación en el paro no llega al 26%. En 1991 ya pronosticamos que el paro juvenil iba a a dejar de ser uno de los problemas más graves de esta región, y que se seguiría produciendo una tendencia a la baja.

Respecto a las causas que están incidiendo para que el paro juvenil se reduzca hasta dejar de ser uno de los problemas más importantes del mercado laboral, tenemos un fondo económico, en la recuperación de la economía mundial y por extensión de la española que se viene produciendo desde 1995. Pero hay especialmente tres razones sociológicas más determinantes. La primera es el propio reflujo de la ola del baby boom. A partir de 1988, la población de menos de 25 años se viene reduciendo sistemáticamente, debido a la caída de la natalidad que se inicia en los años '70. Después de haber llegado a haber casi 192.000 jóvenes, ahora estamos en unos 150.000 y, según las proyecciones que en su momento realizamos, en el próximo Censo de Población del año 2.001 no creo que lleguen a 140.000; esto es, estaremos idénticas cifras que en 1977. Lógicamente, a medida que se reduce el número de jóvenes las probabilidades de que los recién llegados encuentren trabajo se multiplican.


Pero hay un segundo elemento, también de carácter sociológico, que está teniendo una gran incidencia y al que rara vez se le presta la debida atención. La práctica universalización de la enseñanza secundaria, y la extensión de la enseñanza superior a amplias capas de la población, que han realizado los últimos gobiernos -esperemos que sea un fenómeno irreversible- ha posibilitado que un importante contingente de jóvenes ni siquiera entren en el mercado de trabajo, porque optan directamente por ampliar su periodo de formación, sea a través de la formación reglada -haciendo cursos de postgrado en el caso de los universitarios, o pasando a Universidad entre aquellos que cuentan con Formación Profesional-, sea a través de los numerosos programas de formación y capacitación no reglada que se ofertan desde diversas instituciones relacionadas con la promoción del empleo. 

Sin duda la propia amenaza del paro ha promovido estrategias familiares tendentes a la inversión de tiempo y recursos en formación -esta cuestión ha sido muy estudiada para el caso de las mujeres-, pero obviamente si la oferta formativa no hubiese existido eso no hubiera sido posible. El gráfico muestra, de una parte, el fuerte incremento en el periodo considerado de la población mayor de 16 años inactiva por razón de estudios -es decir, población que opta por retrasar el momento de su incorporación al mercado de trabajo-, que pasa de 35.000 a en torno a 70.000 en la región. Y, en clara correlación, la fuerte caída de la tasa de actividad juvenil.

Pero volviendo a nuestros factores, el tercer factor es también de índole sociodemográfica. Aunque la población de 55 y más años viene incrementándose sistemáticamente -con una cierta ralentización a partir de 1992, ya que empiezan a alcanzar dicha edad las cohortes mermadas por la guerra civil-, y llega además en mejores condiciones físicas que las generaciones precedentes, sin embargo tanto el número de activos como sobre todo el de ocupados se viene reduciendo de forma sostenida. De una forma inconsciente, como si de un organismo se tratase, y en contra de las opiniones basadas en tópicos, los brazos más viejos están dejando paso a los más jóvenes. Aunque sin la universalización de las pensiones y la continuada mejora de las mismas que se ha producido en ese periodo muchos menos se habrían animado a hacerlo. El hecho cierto es que mientras en 1977 un 26% de los mayores de 55 años (71.000 personas) se declaraban activas, y veinte años después la tasa de actividad se reducía a un 13% (algo menos de 42.000 personas).

He advertido en repetidas ocasiones, y quiero insistir en ello, en que si no se producen aportes demográficos externos vamos a pasar de tener un problema de paro juvenil a sufrir un déficit crónico de fuerza de trabajo joven, y esto me parece mucho más preocupante desde la perspectiva del desarrollo social y económico de la región, y de su bienestar. Y todo esto debe llevarnos a reflexionar sobre dos cuestiones bien distintas: la primera, en torno a una política de cupos de inmigrantes más adecuada a las necesidades de la región, especialmente pero ya no únicamente en el sector agrario; la segunda, en torno a si la cultura formacional que hemos implantado en los últimos años, y que está llevando a muchos jóvenes a rechazar sistemáticamente los trabajos que estiman no se acomodan en cuanto a dureza o retribución a su status formativo, no debería ser reorientada hacia una revalorización del trabajo. Esto es importante, aunque insisto que estamos hablando solo de hipótesis, porque por ejemplo puede suponer fomentar algo menos la cultura del ocio (creativo o no), y algo más la del trabajo (siquiera a tiempo parcial). Lo cual, en modo alguno, supone una aceptación de las críticas a la creciente universalización de la enseñanza universitaria. Repetida mente, todos los análisis nos muestran cómo la población universitaria tiene muchas mayores probabilidades de encontrar trabajo que quienes cuentan con estudios medios, aunque sean de Formación Profesional, aunque el momento de plena incorporación al mercado de trabajo sea más tardío entre los universitarios.

De hecho, los datos que tendemos a nivel nacional nos muestran que los jóvenes españoles parecen tener una ética del trabajo menos relajada de lo que a veces podemos pensar quienes nos ocupamos de ellos. Los jóvenes no sólo piensan en y buscan el ocio, por muy creativo o solidario que sea, sino que como en todas las épocas buscan ir incorporándose al proceso productivo, como sea. A menudo, somos los adultos quienes, por un lado con nuestro ejemplo, y por otra parte obsesionados por la inversión formativa, les desanimamos de que tomen trabajos precarios, o a tiempo parcial, poco remunerados o no coincidentes con su status académico. Según los datos del CIS, el 61% de los jóvenes considera que su generación es amante del trabajo (CIS, 1999), y las experiencias que se van generalizando de prácticas de empresa en la Universidad, generalmente no remuneradas, es un ejemplo de que los jóvenes, como siempre, lo que buscan fundamentalmente es prepararse para ser útiles y ser autónomos. Después de la salud, la familia y la amistad, el trabajo aparece como el siguiente elemento al que los jóvenes otorgan mayor valor, considerándolo importante o muy importante, por encima incluso que a la educación, y por supuesto por encima del ocio.

Pero una vez más debemos volver a las desigualdades, y a la insistencia en que no debemos considerar a los jóvenes como un paquete indiferenciado. Cuando sobre datos empíricos relacionamos el status socioeconómico de las familias, tomando como indicador los ingresos mensuales, con la situación de los jóvenes, observamos con claridad cómo no sólo el paro, sino también la inactividad aparentemente voluntaria de las mujeres, se concentra en los grupos sociales económicamente más débiles. Vemos cómo los jóvenes en cuyos hogares se ingresan por encima de las 350.000 Pts mensuales no conocen el paro en ninguna de sus formas, ni siquiera ese curioso paro de quienes estando estudiando buscan un empleo, y que sin duda en la Encuesta de Población Activa aparecen como parados. En suma, aunque problemas como el paro juvenil afecten también a las clases medias, en donde se convierte en un auténtico problema es entre las clases económicamente más débiles.

Obviamente, la posición social está estrechamente relacionada con el nivel de formación alcanzado. Veíamos cómo, a pesar de los tópicos que se extienden sobre la materia, interesados en reducir la tendencia a la universalización de la formación universitaria básica, los universitarios conocen el paro en menor medida que aquellos que cuentan con niveles inferiores de formación. Pero es que los niveles de formación se siguen correlacionando, a pesar de los profundos avances hacia la universalización de la enseñanza media e incluso superior, con la posición económica de las familias. 

Es por todo ello un auténtico escarnio que, entre los jóvenes cuyas familias ingresas menos de 100.000 pesetas al mes, casi el 60% no haya logrado terminar ni siquiera la EGB. Y es también por ello una auténtica vergüenza que desde los grupos de poder se intente, por vías diversas y a cual más sibilina, convencer además a los grupos sociales más débiles de que no es entrando en la Universidad como sus hijos alcanzarán la integración social y un más eficiente ingreso en el mercado de trabajo. La Universidad ha sido, y esperemos que siga siéndolo, si dejamos a un lado las loterías, la explotación del hombre por el hombre y las actividades ilegales en general, el principal mecanismo de movilidad social vertical en los países avanzados.

Por lo demás, si no tuviésemos en cuenta esas profundas fracturas sociales, y tomásemos a la juventud como un todo, en realidad sobraría casi cualquier programa. Pues los datos de encuestas nacionales nos muestran que, en general, los jóvenes son relativamente felices, están a gusto con sus familias, consumen con fruición, se divierten, y estudian casi todo lo que quieren y aún más de lo que a veces quieren. Pensemos que, incluso en el peor de los casos, en temas sexuales, en más del 51% de los casos la opinión de los jóvenes coincide plenamente con la de sus padres; porcentaje que se eleva al 62% en asuntos de religión, y al 72% en cuestiones de ocio. Están felices en sus casas. Por lo demás, ven el futuro incierto, y optan por vivir al día (aunque no todos, sólo un 61 % de los casos), pero no es sino el temor que por ley natural les corresponde sentir ante el futuro, en el que (no todos) observan que tendrán mayores dificultades que hoy para trabajar, obtener vivienda o ganar dinero. En suma, la juventud española, y mientras no podamos comprobar nuestra hipótesis de asimilación, debemos creer que también la extremeña, vive en una Arcadia como nunca ha conocido generación alguna. ¿Para qué preocuparse, por tanto, si no nos paramos a pensar en las diversas juventudes que realmente existen, y a distinguir las profundas dificultades de todo tipo con las que algunos jóvenes se encuentran, y no precisamente en lo que se refiere al acceso al ocio?.

¿Qué quiere decir todo lo expuesto, desde mi punto de vista, en relación a vuestros intereses corporativos, como organizaciones de juventud?. Pues que, si mis apreciaciones son acertadas, es previsible a corto y medio plazo una menor atención por parte de la sociedad y las instituciones a vuestras demandas: sois menos, y estáis en una situación envidiable, ni siquiera el espantajo del paro es ya un problema social, en la juventud, que pudiésemos considerar grave. Por lo que intuyo que las políticas de juventud van a volver a ser, y deben serlo, en el sentido más universal, políticas de socialización. Vamos a ver en el futuro, seguramente, menos programas y proyectos orientados al ocio, a la creatividad o la iniciativa personal, y muchos más orientados a la prevención (de las enfermedades de transmisión sexual, de la drogadicción, etc) y a la promoción de la cultura del trabajo. Naturalmente, el previsible cambio de rumbo de las políticas de juventud abre más que nunca el campo al papel que la política y la ideología juegan en los procesos de socialización. Porque hacer viviendas, o equipamientos juveniles, puede tener color político pero es básicamente gestión; pero la socialización en valores sí que viene claramente determinada por la ideología.

Respecto al otro concepto, el de ruralidad, voy a aportar tan sólo una idea, muy esquemáticamente, para que si queréis discutamos sobre ella. Vengo trabajando en ello desde hace unos años, y puede expresarse fácilmente: lo rural lo existe. La urbaniza ción, como modo de vida, se extiende en el marco de la globalización telemática a todo el espacio planetario (por poner un ejemplo bastante evidente: ¿los casi 30.000 estudiantes de nuestra universidad, que residen casi todo el año en las principales ciudades de la región, son rurales o urbanos?). Por supuesto, hay espacios, fuera de las redes de interconexión de los principales nodos urbanos, que quedan más alejados de la red. Pero estamos hablando únicamente de distancias sociales, como las que afectan a las poblaciones de los barrios marginales de las grandes ciudades. Por ello me permito dudar de que puedan plantearse políticas de juventud rural, salvo en lo que tengan de adaptarse estéticamente al espacio físico en el que se desenvuelve la vida de quienes viven en núcleos de población de menor tamaño.

Voy a citar un par de datos de la más reciente encuesta del CIS, en 1997, que permite hacer ciertas distinciones entre jóvenes rurales y urbanos. Precisamente en esa encuesta apenas encontramos ciertas variaciones en función no de esa dicotomía ideal rural-urbano, sino simplemente del tamaño de los municipios, que únicamente confirma que el tamaño demográfico de las ciudades tiene una estrecha correlación positiva con el grado de liberalismo de sus habitantes. En este caso se muestra esta variación con las respuestas frente a cuestiones como la mejor forma de formalizar (o no formalizar) una pareja, y la mejor forma de organizar una familia. Así, vemos que, aunque la media de quienes entienden que casarse por la iglesia es la mejor forma de convivencia, se reduce ya a un 35% de los encuestados, sin embargo el porcentaje se reduce aún más en los núcleos de mayor tamaño.

Mientras que por el contrario a la pregunta sobre cual es la forma de organizar una familia, aunque la media de quienes creen que la mejor forma es que trabajen el hombre y la mujer, y que ambos se repartan igualitariamente las tareas de la casa, es ya bastante alta (un 79%), dicho porcentaje se incrementa en los núcleos mayores.

Creo que podemos discutir sobre las cuestiones expuestas. Por mi parte, sólo quiero insistir, como hago siempre que tengo ocasión, en el enorme riesgo que supone diseñar y ejecutar políticas de juventud, como se está haciendo de forma sistemática, sin disponer previamente de estudios sociológicos que cuenten con las suficientes garantías de metodología, objetividad e independencia. Escuchar a los jóvenes, en una democracia participativa, no es reunir a los cien o doscientos, o mil, que están en el ajo, para escuchar sus demandas, sino preguntar al conjunto del universo sobre el que pretendemos actuar; y ello sólo se consigue a través de la investigación social.


10.09.1999

La red urbana ibérica (1999)





"Hemos visto cómo uno de los elementos de la globalización, no el más estudiado, es el surgimiento de una dimensión de la ciudad que supera los perfiles de lo físico.
Hemos hablado así de urbe global, utilizando la denominación de global no en referencia a tamaños individuales -como hace la 'escuela' de Friedmann desde una perspectiva territorialista, o la de Sassen desde una perspectiva productiva-, ni siquiera exactamente desde la perspectiva formalista de Doxiadis, sino para designar un proceso por el que los aspectos físicos y morales de la ciudad se extienden a todos los rincones del universo, civi-lizándolo.Hay pues una urbe global que se superpone a la territorialidad de las ciudades físicas, modificando su conformación territorial. Todavía podemos distinguir fácilmente cómo los nudos de la urbe global, más o menos importantes demográficamente, más o menos influyentes económica, política o culturalmente, siguen correspondiéndose en parte con centros históricos, para los que conservamos la rudimentaria definición de ciudades, aunque ahora las llamemos megalópolis o incluso ciudades-mundo. Pero se hace cada vez más difícil una correspondencia directa entre esos espacios sociales y los lugares físicos en los que las ciudades surgieron y se han desarrollado. Debemos hablar por tanto también de centralidades virtuales, que en parte pueden corresponderse con perímetros administrativos diferenciados, pero también con un conjunto de posiciones sociales interconectadas espacialmente y ubicados en lugares físicos a veces muy alejados entre sí.(...)Por otra parte, la influencia de los nuevos centros virtuales, así como la modificación de la tecnología de las comunicaciones, está a su vez determinando desplazamientos virtuales de determinadas localizaciones físicas, que por lo demás no parecen responder al criterio de centralización jerárquica implícito en el paradigma de las ciudades-mundo. En este sentido hemos planteado el 'cambio de posición' que un lugar físico (en nuestro caso hemos estudiado la ciudad de Badajoz, a la que hemos definido como mesópolis transfronteriza), adopta por efecto de un conjunto de cambios tanto físicos -maduración de planes de regadío, mejora de las comunicacones terrestres...- como virtuales -desaparición de las fronteras de la UE, internacionalización de la Economía, conexión a la red mundial de telecomunicaciones...-. 'Moviéndose', en tanto que lugar, de una posición, como capital -a su vez excéntrica- de una provincia de 600.000 habitantes, periférica y situada en un fondo de saco -el telón de corcho-, a una posición central en un espacio poblado por más de doce millones de habitantes, articulado por tres metrópolis: Madrid, Lisboa y Sevilla Es decir, la posición de una ciudad puede sin embargo modificarse, como efecto de los cambios que se producen en su entorno. Creo que este fenómeno se está produciendo ahora en general respecto a las ciudades de Extremadura y Alentejo, y más concretamente respecto de la mesópolis de Badajoz. Veamos cómo, al nivel de modelos abstractos, se concreta esta interpretación espacial.Es un fenómeno de notable importancia en la dinámica territorial peninsular, que se produce asimismo en la mesópolis transfronteriza de San Sebastián/Bayona. Pero..."

Referencia:

Baigorri, A. (1999): "La red urbana ibérica", en L. de la Macorra y M. Brandâo, eds., La economía ibérica: una fértil apuesta de futuro, Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1999, pp. 261-289

Enlace al texto 


7.22.1999

Nuevas Tecnologías, Educación y Sociedad en los albores del Tercer Milenio (1999)





De antes de que los ágrafos empezasen a hacer bromas con lo de "¿Tienes algo que decir, o traes un Powerpoint?". 

"En este trabajo atenderemos a algunos aspectos del impacto social de las nuevas tecnologías. Analizaremos en primer lugar el proceso a través del cual las tecnologías relacionadas con la comunicación y la información han modificado profundamente la civilización, e intentaremos reflexionar siquiera en términos aproximativos sobre los efectos que las mismas pueden tener en la Educación. Asimismo, se presta especial atención a las posiciones favorables y contrarias a estas nuevas tecnologías que caracterizan el pensamiento social contemporáneo. La hipótesis general que se plantea bascula entre la inevitabilidad tanto de los propios avances tecnológicos como de su influencia en las estructuras y procesos sociales, y la crítica de los efectos perversos que dichas tecnologías presentan. Ni el optimismo pánfilo de los tecnofabuladores sociales, ni la crítica luddita y por tanto nihilista del desarrollo tecnológico, son de utilidad para ayudar a la sociedad a enfrentarse a las profundas transformaciones que le afectan, y en mayor medida aún le esperan en el futuro. Las nuevas tecnologías, como las menos nuevas y las viejas, han contribuido a liberar a los hombres de pesadas limitaciones; pero también han contribuido, en no menor medida, a crear nuevos focos de injusticia. Intrínsecamente, la tecnología por sus características tiende a modificar la organización social; pero dejada en libertad contribuye a profundizar las desigualdades. Según el paradigma sociológico de la Ecología Humana, las  sociedades humanas se basan en un equilibrio entre cuatro elementos: (P)oblación, (O)rganización, (E)ntorno ambiental y (T)ecnología. Cualquier desarrollo de uno de los elementos influye en todos los demás, produciendo una reestructuración del conjunto. La (I)nformación es, en cierto modo, un elemento más del sistema, que actúa como las sinapsis del cerebro, esto es como el nexo de unión entre los elementos del modelo POET. La información es el procesomediante el cual el sistema funciona e interactúa. De ahí que, a medida que los flujos de información se aceleran, las transformaciones sociales se produzcan a su vez de forma más acelerada. La velocidad del cambio social presenta una correlación perfecta con la velocidad a la que la información se transmite.Este modelo entiendo que constituye, además de un instrumento metodológico para la investigación social, que es su finalidad última, también un instrumento para mejorar la comprensión, por la ciudadanía, de muchos de los cambios que en muchas ocasiones parece que nos superan en su magnitud."


Referencia y texto completo
Baigorri, A: (1999): "Nuevas Tecnologías, Educación y Sociedad en los albores del Tercer Milenio", Conferencia Escuela de Verano, Centro de Profesores de Mérida

5.06.1999

Catástrofes naturales, acción pública y participación ciudadana: el caso de la riada de Badajoz (1999)

Comunicación presentada en XII Seminario Internacional “Participación ciudadana y economía social en Iberoamérica: un balance hacia el tercer milenio” Lima (Perú), 1999




"(...) A pesar de que con macabra regularidad, a lo largo de cada década, una ciudad española es devastada parcialmente por las inundaciones (las de Valencia y Bilbao son sin duda las más conocidas en la segunda mitad del siglo XX), todavía no se ha desarrollado una línea de investigación sociológica en España en torno a las catástrofes. Y, a nivel internacional, en la Sociología latina todavía escasean los trabajos en torno a estas cuestiones, a pesar del profundo impacto que las catástrofes naturales están teniendo en las sociedades en desarrollo. Por su parte, en la Sociología de los países más desarrollados se ha iniciado una línea de trabajo sobre torno a la ‘sociedad de riesgo’ (Beck, 1992; Cohen, 1997) que se circunscribe, sin embargo, al denominado Cambio Climático Global, desatendiendo los aspectos sociológicos de los hitos que marcan el diario acontecer de las fuerzas todavía imprevisibles de la Naturaleza.
Para muchos autores la Sociedad Civil no es ni mercado ni Estado, pero la evidencia nos muestra que se halla fuertemente relacionada con estas otras esferas de interacción social; mientras que desde otras perspectivas todo lo relacionado con el mercado se inscribiría plenamente dentro del complejo de Sociedad Civil, atendiendo a su concepción estricta como intermediadora entre los grupos primarios y el Estado.
Con este trabajo se pretende por tanto abrir una pequeña brecha en la dirección de una Sociología de las Catástrofes Naturales, un campo de estudio que reclama la participación de los sociólogos desde perspectivas bien diversas: la interacción medio ambiente/sociedad; el desarrollo urbano y la ordenación del territorio; la exclusión; las organizaciones; los procesos de comunicación de masas; la participación... En esta comunicación nos hemos centrado en el análisis de los procesos de participación ciudadana, atendiendo en este primer acercamiento al comportamiento y el peso social (medido a través de la opinión pública) de los tres sujetos sociales que en el curso de la cual adquirieron protagonismo:
a) Los afectados, para quienes se prefiere en los últimos tiempos la denominación de damnificados.
b) El conjunto del Estado, formado por los tres niveles de la Administración Pública española (nacional, regional y local).
c) La Sociedad Civil, entendida como el conjunto de agentes individuales y colectivos que desarrollan acciones públicas en un escalón intermedio entre el individuo (o los grupos primarios) y el Estado. La definición de sociedad civil, ya conceptualizada por Gramsci y Bobbio, es hoy parte de un amplio debate con matices muy diversos, siendo considerada habitualmente como el conjunto de relaciones entre diversos sujetos sociales que actúan en su capacidad privada, pero en función de intereses públicos  (...)"

Referencia y Texto completo

Baigorri, A., Fernández, R., Gómez, L., Cambero, S. (1999),  "Catástrofes naturales, acción pública y participación ciudadana: el caso de la riada de Badajoz", XII Seminario Internacional Participación ciudadana y Economía, Lima

Enlace

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