Conferencia en el curso PAISAJES CULTURALES: El patrimonio Cultural como Herramienta de desarrollo, organizado por World Monuments Fund, proyecto ILUCIDARE (Horizon 2020).
Centro Botín , Madrid, 25-28 de Abril de 2022
Presentación
Buenas tardes. En primer lugar, quiero agradecer la invitación a participar en este seminario.
Aunque ha sido algo precipitado, y aún estoy algo confuso sobre el objeto de mi intervención, intentaré aportar algunas reflexiones, o al menos contribuir a ellas, sobre los actores, dinámicas, roles y conflictos que configuran, transforman o conservan esos paisajes, culturales y en general patrimoniales, o patrimonializables.
Así que vamos a hablar un poco de paisaje y un poco de paisanaje.
Paisaje y paisanaje
Estos días hemos asistido a un suceso muy propio de la Globalización y la Sociedad Telemática, por el que un hecho local, de impacto circunscrito a una problemática local y temporalmente acotada, tiene alcance global. Una anécdota que se ha convertido en una batalla cultural de dimensión planetaria, al menos en el ámbito hispánico.
Se trata de la boda entre dos miembros de las élites peruana y española, una representante de la burguesía local de segundo nivel y un representante de la aristocracia española de tercer o cuarto nivel.
Ella es bisnieta de un emigrante, de un vasco que, fuese por hambre o huyendo del castigo isabelino por sus fechorías en las guerras carlistas, en 1872 llegó a Perú y terminó convertido en latifundista. Su hijo dedicó esfuerzos y algo de dinero a recuperar tradiciones y patrimonio cultural no sólo precolombino, sino sobre todo preincaico.
Y a la bisnieta le pareció de lo más natural impresionar a los aristócratas españoles utilizando un recurso cultural que su familia había contribuido a recuperar. Los novios hicieron su paseíllo entre actores que representaban una performance basada en aquellas tradiciones. Con ello se movía la economía local (el grupo folclórico que se ocupó de la animación, algún escenógrafo de la capital, técnicos de luz y sonido, etc.) y de haber salido bien quizás hubiese convertido a la ciudad en destino nacional para bodas.
Pero salió mal. Una periodista, corresponsal de El País en Perú, tan indígena y postcolonial que se llama Jacqueline Fowks, licenciada en Periodismo en Lima y con cursos en la UNAM de México DF y en la holandesa Universidad de Groningen, en suma bastante cosmopolita, se encuentra con el asunto y convierte una representación de las batallitas preincaicas de los Moche en lo que denominó en su crónica un “espectáculo de esclavos”, que además alegre y tópicamente vinculó (¡cómo no!) al periodo colonial. Lo replica en Twitter, y ya el asunto se dispara, se convierte en “espectáculo racista con esclavos”, y el propio gobierno peruano interviene al estilo de López Obrador, convirtiéndolo en asunto de Estado. En suma, una simple boda con decorado se convierte en una de esas batallas culturales que con tanta facilidad hoy acontecen. Por un teatrillo que representaba escenas de una sociedad desaparecida casi mil años antes de que llegasen los españoles, incluso casi 700 años antes de la emergencia de la civilización inca.
Cuestiones a tener en cuenta siempre que abordamos recursos culturales, lo mismo tradiciones que prácticas o paisajes, porque todos los paisajes son culturales, tienen una Historia detrás que puede ser sujeta a debate ideológico-cultural, dependiendo de los contextos.
Seguramente si una pareja equivalente hubiese organizado una boda con una ambientación romana en las Médulas de León, con esclavos mineros y esclavas palaciegas, nadie se habría sentido molesto culturalmente, porque aquí nadie les guarda resentimiento de los romanos, creo. Aunque si en el Trujillo español, cuyos berrocales, acotados de alambre de espino, conforman un hermoso paisaje que en estas mismas jornadas se ha presentado, para una boda similar se instalase en la plaza a una representación de la familia de Azarías, la de Los Santos Inocentes, con su Milana Bonita acompañando a los novios, quizás también se armaría la marimorena.
Y si hay desacuerdos culturales por la reinterpretación más o menos ahistoricista que pueda hacerse en el marco del aprovechamiento de recursos patrimoniales, es decir por valores, por elementos inmateriales, ¿cuántos más no habrá si la protección de esos paisajes que han sido valorados como dignos de ser patrimonializados, implica que los habitantes del lugar no pueden desarrollar actividades económicas que les aseguren la pervivencia?. Actividades, por lo demás, que no sabemos si unos siglos más adelante no constituirán a su vez, si llegan a ejecutarse, un valor patrimonial.
Porque ¿se imaginan a unos ecologistas en el siglo I antes de Cristo (que quién sabe a su modo también los había entre los pobladores autóctonos) evaluando el destrozo paisajístico que Plinio el Viejo estaba haciendo en Las Médulas? Ese paisaje que hoy nos resulta tan exquisito tanto por su forma como por sus antecedentes funcionales, fue una auténtica barbaridad, un atentado ecológico de primer orden. Y ahí está. La mina de litio que actualmente se discute por su ubicación cerca de Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, ¿podría llegar a complementar el stock patrimonial de la ciudad en uno o dos siglos, una vez que Natura haga de las suyas tras terminar la explotación? Es sin duda un asunto complicado.
Quiero empezar por tanto con esta reflexión sobre el paisanaje que no sólo fue actor en los procesos históricos que dieron lugar a la formación de determinados paisajes, o recursos patrimoniales en general, sino que lo sigue siendo en la actualidad en esos espacios. Un actor que puede ser crítico con determinados usos, o verse impactado en su vida cotidiana, sus actividades productivas o simplemente en sus valores. Pues vivimos en sociedades cada vez más fragmentadas e individualizadas en lo que se refiere a sistemas de valores, por lo cual los choques como el que refleja la anécdota a la que he hecho referencia van a ser cada vez más habituales.
Salir de la rutina: algo más que playa y/o monumentos urbanos
Decía que había sido una invitación algo precipitada que acepté no menos precipitadamente, porque según he visto en el programa todos los participantes se dedican a la gestión y/o promoción de recursos patrimoniales, bien específicamente esos paisajes culturales, bien paisajísticos en general. Es decir, son expertos. Y yo no estoy en eso. Yo soy desde hace muchos años un oscuro profesor de Sociología en una universidad de provincias, en la periferia del Imperio.
Así que vengo con unas notas precipitadas a un foro de auténticos expertos, no ya con el síndrome del impostor, sino como un auténtico impostor. Seguramente Pablo, como arquitecto moderno, se dijo de pronto, mecachis, nos falta el sociólogo, a ver alguno de esos de la escuela de Mario Gaviria, que al menos no son excesivamente aburridos. Pero lo que yo decía ayer por el camino, mi esposa y sin embargo colega y amiga que está por ahí puede dar fe, era “Voy a dar la vuelta, nos volvemos y me invento cualquier daño corporal”. Pero no me lo permitió.
Porque a lo sumo puedo aportar percepciones, análisis, encuentros con el patrimonio en una praxis de lustros, pero de la que ya hace unas cuantas décadas. Aunque gracias a ocasiones como ésta y a algunos debates públicos, mantengo el pensamiento puesto a ratos en estos temas. Así que ya puestos, ojalá que estas notas sirvan como percepción precisamente de cómo cuestiones que hace treinta o cuarenta años nos parecían obvias, evidentes a algunos, pero no a la mayoría, hoy se asumen y pasan a formar parte de políticas públicas de primer orden.
Ahora nos parece lo más natural del mundo proteger con todo tipo de herramientas administrativas esos espacios que denominamos paisajes culturales. Nuestros técnicos, nuestros políticos e incluso muchos de nuestros empresarios se socializan, ya desde pequeñitos, en esos valores, que se transmiten desde el sistema educativo, desde los medios de comunicación de masas, incluidas ahora las redes sociales.
Se destinan ingentes recursos a la conservación, gestión, promoción y explotación turística o artesanal de los recursos patrimoniales. La opulenta Europa no sólo está dispuesta a invertir, pues en el fondo se trata de inversión, en esos menesteres, sino que además financia también iniciativas, de forma altruista, en países lejanos.
Como muestra de la concienciación existente contaré una anécdota. Hace un par de años advertí, ante la evidencia del derribo de la planta embotelladora de Coca-Cola en Badajoz, que la ciudad no tiene elementos de arqueología industrial, apenas una antigua “fábrica de luz”, lo que fue una central eléctrica en un azud, que además está en ruinas desde hace medio siglo. La planta de Coca-Cola fue, a mediados del siglo XX, uno de los primeros y escasos signos de modernidad no sólo en los hábitos de consumo (aunque fuese para mal) sino también como expresión arquitectónica de esa modernidad, y de la industrialización que nunca ha terminado de llegar a la ciudad. Decenas de miles de niños pacenses tuvieron su primer chute de excitante bebida basura en las visitas colegiales que se hacían a la única industria visitable de la ciudad. Pues bien, bastaron algunos comentarios sin mayor interés en redes sociales para que la promotora que la había comprado para hacer viviendas de lujo, e incluso particulares, corriesen a informar de que salvarían siquiera algunos arquitectónicos icónicos.
Sin embargo, hace apenas cuatro décadas, hacia 1980, la Diputación de Zaragoza directamente nos rescindió unilateralmente el contrato de realización de unas Normas Subsidiarias Comarcales al equipo redactor, porque pretendíamos impedir que alguien se hiciese un chalet en la misma puerta del Monasterio de Veruela, junto a la cruz negra en la que Gustavo Adolfo Bécquer se sentó tantos días a esperar la diligencia que le traía la prensa de Madrid, a conversar con los campesinos y escuchar narraciones de leyendas, mientras su hermano Valeriano dibujaba escenas y paisajes. Nos echaron, por las buenas.
Veruela sería sin duda, con un monasterio cisterciense del siglo XII, el primero en el Reino de Aragón, ubicado en el coqueto Valle del Huecha, una vega de huertas bimilenarias, en pleno Parque Natural del Moncayo, un candidato pienso que con todos los puntos para ser uno de esos paisajes culturales patrimonio de la Humanidad. Pero un cacique local, un militar de alta graduación que aseguraba a los quintos locales buenos destinos en la mili, el entonces servicio militar obligatorio, consiguió levantar al pueblo contra el equipo de planeamiento. Hoy, a tenor de lo que veo que hemos avanzado en protección del patrimonio, sería distinto. Seguramente habríamos ganado la batalla los técnicos, entre otras cosas porque ya no hay mili.
Yo dediqué algún esfuerzo a analizar y reflexionar sobre estos temas porque, aunque procedo del Periodismo, tras un encuentro circunstancial con Mario Gaviria, uno de los sociólogos españoles más reconocidos especialmente en el campo del urbanismo y del turismo, mi vida dió un giro y terminé en el planeamiento territorial y urbanístico y finalmente la Sociología. Con él trabajé de forma discontinua (entonces sí que éramos precarios, diré como buen boomer) durante una década, entre 1976 y 1986.
Gaviria “trajo” a España, además de las primeras ideas ecologistas y la obra de Henri Lefebvre, una particular visión urbanística y territorial que ha tenido un gran impacto en muchos urbanistas, sobre todo entre arquitectos. Fue capaz de elevar a categoría de patrimonio a Benidorm, que era considerado en los años 70 como el colmo de lo hortera. Hoy está reconocido tanto por la Urbanística como por los estudiosos científicos del turismo, y se nomina a Patrimonio de la Humanidad.
Precisamente el último proyecto importante que hicimos juntos, entre 1984 y 1985, fue una investigación para la Secretaría de Estado de Turismo, en el marco de la campaña Todo bajo el Sol con la que España se presentó al mundo como un destino turístico maduro, moderno, serio y fiable.
Había dos proyectos: por una parte un equipo de arquitectos y especialistas en Arte realizaban unos libros preciosos sobre espacios de interés paisajístico-cultural, del tipo de las Médulas, para promover el turismo de interior, de naturaleza y cultura. Mientras que el encargo a nuestro equipo era elaborar un diagnóstico, sobre el terreno, de los desafíos y límites de las principales de playa española, pero incluía un novedoso desafío que Gaviria propuso y a Ignacio Vasallo, el Secretario de Estado de Turismo, le pareció fantástico: escribir guías cultas de playa.
¿Se puede hacer eso? Se puede. Se trataba de recopilar por supuesto que las playas y calas, los chiringuitos, discotecas o los escasos hitos patrimoniales, pero tratando a la vez de empujar a los turistas más allá, hacia el entorno, hacia paisajes de interior que tuviesen algún valor, natural, histórico, cultural en el sentido antropológico, hacia antiguas huertas en Levante, hacia los viñedos y ruinas conventuales en Cataluña, hacia desiertos en Canarias, hacia las actividades de los agricultores, los ganaderos, los artesanos alejados de la línea de costa. Incluso buscamos para hacer los mapas no a una empresa de cartografía al uso, sino a artistas gráficos que plasmasen, a la manera de los planos dieciochescos, los valores del paisaje.
A mí me tocó hacer los informes y guías de Salou en Tarragona, Puerto de la Cruz en Tenerife y Maspalomas en Gran Canaria, y fue un año y medio muy placentero, la verdad, aunque muy complicado en lo personal.
Lamentablemente las guías quedaron en un cajón, porque con la campaña de marketing de Todo Bajo el Sol, la del sol de Miró que ha pervivido como icono, se fundieron todo el presupuesto en invitaciones a periodistas extranjeros, comilonas y cartelería. Y al final todo el rico material fotográfico y cartográfico recopilado, así como los textos, fueron regalados a una editorial privada que hizo una auténtica chapuza, recogiendo fragmentos en un infame corta y pega, inventando incluso autores que no habían escrito ni una línea y borrando a los verdaderos autores, para publicar unas guías vulgares para turistas vulgares.
Pero aquella experiencia me fue muy útil. Entre 1990 y 1991 creamos para la Junta de Extremadura, desde la consultora que entonces dirigía, un inventario total de recursos patrimoniales de todo tipo de todos los municipios de la región.
Tras ello nos encargaron escribir una guía turística (publicada en la editorial Folio de Barcelona con una tirada de 25.000 ejemplares) que era la primera sobre una una región que no se limitaba a ubicar y describir los principales recursos artísticos localizados en los puntos tradicionales de atracción turística, sino que recorría la totalidad de los municipios, incluyendo todo aquello con algún atractivo que pudiera ser patrimonializable: paisajes, espacios históricos, cultivos, prácticas culturales, tradiciones locales, festividades, gastronomía, etc. En base a aquel inventario sistemático pudimos construir indicadores de potencial turístico, para que las administraciones tuviesen una guía de en qué espacios, más allá de los tradicionales destinos de turismo monumental, sería más productivo hacer esfuerzos inversores.
Era costoso hacer ver entonces, a los responsables de Turismo, que había algo más que monumentos. Y que esos recursos olvidados podían ser objeto de consumo turístico, contribuyendo al desarrollo de territorios alejados de los centros turísticos tradicionales, que en el caso de Extremadura se limitaban entonces a Mérida, Cáceres, Trujillo y Guadalupe. Fruto de aquellas novedosas aportaciones fueron luego otros encargos de estudio sobre el impacto socioeconómico del Patrimonio, o de casos concretos.
Ha pasado mucho tiempo de todo aquello, y obviamente, programas como el que apadrina este seminario, y cientos de proyectos de promoción de los recursos patrimoniales de todo tipo que desde los antiguos programas Leader los han convertido en algo no sólo aceptado, sino ahora perseguido por los responsables políticos a todos los niveles, de lo local a lo supranacional. También ha ayudado que tenemos unas masas de consumidores ansiosas, que ya no se conforman con el turismo de playa, quieren turismo experiencial y eso incluye la degustación no ya de los monumentos (que tradicionalmente ya atraían al turismo de interior a las élites cultas), sino también de paisajes, formas de vida, costumbres. Este turismo experiencial ha sido clave en los últimos años y lo seguirá siendo al menos a corto y medio plazo.
Productos humanos, también el paisaje
Ahora bien, ¿cuál es el problema? Es un problema que tiene una doble vertiente: demográfica, y cultural en el sentido sociológico o antropológico del término, no humanístico. El problema es que todos esos elementos no son únicamente producto de la población que ha vivido antes en esos territorios, sino también de la población que ha conservado y conserva los espacios, los paisajes, a menudo sin ser conscientes de ello, la población que transmite los saberes, los memes culturales. Y esa población está desapareciendo.
Los espacios rurales se han despoblado, algunos están en trance de despoblación, otros muchos ya han muerto demográficamente. La España vacía lo estaba, y lo teníamos dicho, muchas décadas antes de que los periodistas de ciudad saliesen al campo, de excursión de fin de semana. Y el Patrimonio como recurso puede que llegue tarde a rescatar muchos de esos espacios, al menos en el sentido en que se plantea generalmente, como “recuperación de lo rural”.
Porque además esa población restante, o superviviente, no es ya la población que construyó funcionalmente esos recursos. Es otra, con otras necesidades, otros saberes, otros objetivos. No es una población rural, sino urbana, urbanizada, habitantes no en un mundo aparte, sino en lo que yo llamo la Ruralía, el jardín de la urbe global. Y eso plantea otro tipo de problemas.
En realidad todos los paisajes son culturales, producto de la interacción entre la población que los habitó, las fuerzas tectónicas y el èlan, el impulso vital de la naturaleza orgánica, es lo que yo llamo la naturaleza social de la Naturaleza. Hoy ya es asumido así, como lo evidencian desde 1992 las conocidas “Directrices para la Aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural”. Pero ha costado que se entienda así. Y todavía cuesta, ahora a menudo en un sentido inverso.
En planeamiento urbanístico y territorial tuve no sé si la suerte o la desgracia de que me tocase hacerlo en bastantes espacios sensibles, con importantes recursos patrimoniales paisajísticos, como algunos valles del Pirineo aragonés, el Parque Natural del Moncayo, la Sierra Urbasa o el Parque Nacional de Monfragüe. Aquello me permitió detectar una problemática que iba en una doble dirección: cuando nos planteábamos proteger determinados espacios por sus valores naturales o culturales, nos enfrentábamos a menudo a actores locales o externos digamos de naturaleza productivista, esto es que competían por esos suelos para otro tipo de usos, residenciales, ganaderos, industriales, y que entendían cualquier protección como una losa sobre el territorio, un freno al desarrollo. Pero a veces también encontrábamos otro tipo de actores, mucho más presentes y poderosos en la actualidad, que competían por el patrimonio paisajístico para usos que exigen la conservación absoluta y total en su actual estado, como si fuese un monumento arquitectónico. Volveremos luego a esa tensión permanente, porque es un tema complejo, que no siempre se entiende y se resuelve bien.
Definimos el espacio susceptible de ser protegido como aquel fragmento del territorio que contiene elementos (bien sea un ecosistema completo, una especie endémica en vías de extinción, una masa forestal autóctona importante, memoria de una batalla u otra una historia o una tradición detrás) dignos de ser preservados para las generaciones futuras. Pero eso implica una noción estática de la vida en general, y en particular de los ecosistemas. La superficie del planeta es fruto de incontables cambios climáticos, geológicos y ambientales a lo largo de millones de años, y se siguen operando. Y es un riesgo enorme intentar preservar como en formol el estado que algunos ecosistemas presentan en un momento dado de la evolución, es en cierto modo una decisión antiecológica, pues la vida implica cambio y mutación permanente.
Y esto se complica cuando tomas conciencia de que no son siquiera el resultado de la evolución natural, aunque a veces lo parezca morfológicamente, sino de la interacción con los seres humanos en su inacabable proceso adaptativo a una Naturaleza que ahora la tomamos como amiga, madre, diosa, pero que durante la mayor parte de la Historia humana ha sido un lugar terrible al que temer y en lo posible dominar para sobrevivir. Ha sido adaptándolos a las necesidades humanas, domesticándolos, produciendo en suma, como los humanos que producido paisajes a los que hoy calificamos como Naturaleza.
En realidad, esa capacidad de producción es la esencia de todo paisaje cultural susceptible de protección. Se trata de espacios cuya conformación y estructura ecológica actual responde a las interacciones desarrolladas con las comunidades humanas que los han habitado y explotado, salvo en el caso de algunos raros ecosistemas.
Los bosques pirenaicos que al visitante les parecen prodigio de la Madre Natura son producto también de los montañeses que los habitaron, e hicieron una progresiva y continuada selección de especies y una ordenación territorial no planeada, en función de sus necesidades ganaderas y forestales. Lo mismo podemos decir de la Dehesa extremeña, y de tantos otros espacios mal llamados “naturales”.
Es precisamente cuando dejan de responder a la función que los ha co-generado y conservado cuando se transforman en espacios frágiles. Pasan a cumplir una función para la que no fueron diseñados, que además se convierte en monocultivo productivo, como pueda ser el ocio y el turismo, y lo más probable es que terminen siendo pasto de las llamas. El nuevo bosque que surja (suponiendo que surja, es decir, que la erosión no acabe con la capa vegetal), cincuenta o cien años más tarde será distinto, y dependerá su conformación del uso y función a que se destine por sus moradores o vecinos.
Y lo dicho de esas frondas, esos árboles singulares entre canchales y berrocales, puede aplicarse a los miles de kilómetros de sotos y vegetación de ribera destruídos en los últimos años en todos los ríos españoles, sencillamente porque hace medio siglo perdieron por completo la función de suministro de madera, caza menor o protección contra las inundaciones que prestaban a los pueblos vecinos, de forma que tenían incluso antiguas ordenanzas municipales de protección de esos espacios altamente productivos y funcionales. Como ocurre con tantos miles de Hectáreas de huertas milenarias que dejaron hace décadas de ser funcionales, porque a los pocos agricultores que quedan en muchos de los pueblos que hace milenios las construyeron, les empezó a resultar más descansado comprar en el supermercado que mantener la huerta. Y abandonado el riego y el cuidado de una huerta, lentamente se convierte en erial.
Por eso he defendido siempre que la consideración de espacios protegibles no debe limitarse a los llamados “espacios naturales de interés”, que como he dicho casi ninguno es natural, sino que debe extenderse a todos los espacios que, producidos por la acción humana o por la interacción entre el hombre y la Naturaleza, se ofrecen hoy como ecosistemas complejos y a la vez frágiles, dignos de ser conservados no tanto -o no sólo- por sus valores ecológicos, sino también y sobre todo por su importante función productiva.
La protección no debería ser pues sinónimo de abandono productivo o bloqueo de actividades productivas, que conduce a su degradación ecológica y a la entropía destructiva.
Y esta es la segunda parte. Pues decía que antes teníamos que enfrentarnos a menudo a actores que competían por los suelos dignos de ser protegidos para actividades productivas, y aún ocurre sin duda así en muchos casos. Pero ahora en otros muchos casos la conservación eficiente se enfrenta a otros actores que no querrían mover una piedra, ni permitir ninguna otra actividad que la propia observación por los especialistas, que parecen querer una Naturaleza fosilizada en lugar de viva, y a su servicio.
Así, sea desde la perspectiva del patrimonio natural o del patrimonio cultural, que ya hemos visto que yo meto en el mismo paquete, como producto humano, para los espacios protegidos, y en general para todos los territorios con valores de cualquier tipo, tenemos que tener en cuenta actividades eco-compatibles, pero siempre en dos direcciones: compatibles con el ambiente, con el paisaje, y al par compatibles con la población que aún las habita y las pretende seguir habitando. Y ello implica ciertas intensidades de uso, que hay que afinar milimétricamente, discriminando entre lo que se puede y no se puede hacer, porque si no se puede hacer nada, todo muere finalmente.
Si entendemos de esta forma compleja la dinámica ecológica y cultural del territorio, puede y debe irse mucho más lejos. De hecho la confluencia de actividades productivas puede generar nuevos espacios de interés ambiental, la transformación de ecosistemas pobres en ecosistemas ricos.
En la Comunidad de Madrid tuvimos ocasión de proponer en los años 80 todo un programa de recuperación de los terrenos del Sur del Área Metropolitana, de ínfima calidad agronómica, totalmente deforestados, convertidas las orillas de los ríos en profundas y peligrosas graveras, mediante la acción sinérgica de distintas actuaciones: recuperación de los residuos sólidos orgánicos para la creación de capa vegetal, utilización de las aguas residuales para superar los déficits hídricos, repoblaciones forestales de función diversa, creación de polígonos de huertos familiares de ocio, etc. Hoy muchas de las graveras del entorno de Madrid, que constituían una agresión ambiental de primer orden, se han convertido en humedales de gran valor ecológico y paradójicamente son objeto de la máxima protección urbanístico-ambiental. Es un ciclo como el de Las Médulas pero que sólo ha necesitado medio medio siglo en lugar de veinte siglos. Y se extienden desde hace años los polígonos de huertos de ocio, también de iniciativa privada, que permitieron recuperar saberes y prácticas de tantos inmigrantes de zonas rurales. Hay ahora seguramente acumulados más recursos culturales agronómicos en los barrios de Madrid que en la mayoría de los pueblos semi despoblados y envejecidos. Porque ese patrimonio humano que el vaciado de la España interior arrancó de los pueblos se asentó y se conservó en los barrios de las ciudades. Muchas semillas de variedades de hortalizas singulares se han conservado porque los emigrantes las llevaron consigo y las reprodujeron en huertos clandestinos en los márgenes de colectores y autopistas de las áreas metropolitanas de Madrid, Barcelona o Bilbao.
Sobre el primer problema: la despoblación
Pero centrémonos en eso que se empeñan en llaman el mundo rural, aunque en realidad la mayor parte de los paisajes culturales reconocidos como tales son ya urbanos.
Pues en este ámbito, decía, tenemos un doble problema. Porque por un lado nos enfrentamos a la despoblación que puede conducir a la pérdida del patrimonio humano en el sentido de patrimonio cultural (hábitos, productos, tradiciones), así como la degradación de los paisajes. Pero además nos enfrentamos a la realidad de que la población realmente existente, la que resiste o llega nueva (pues el escaso crecimiento demográfico, cuando se da, se debe a la inmigración), no se ajusta al modelo de lo que a menudo entendemos que debería ser eso que llamamos población rural, que como insistiré luego, es algo que en realidad no existe como tal.
En 2008, aproximadamente, se produjo el sorpasso de la población urbana sobre la rural, a nivel mundial. Sólo en algunos países del sudeste asiático, y en buena parte de África la población urbana está todavía por debajo del 50%. En concreto, en los países de los que estamos discutiendo en estas jornadas, en Perú el 78% de la población es ya urbana, y tanto en México como en España supera el 80%, con datos de 2020 del Banco Mundial.
De hecho en España la situación es considerada por muchos analistas como dramática. Los municipios rurales son un 82% del total, sus términos municipales ocupan un 80% de la superficie, pero sólo acogen al 15,9% de la población. Pero es que si consideramos a los municipios más rurales en términos demográficos, los de menos de 5.000 habitantes, tan sólo acogen al 9,4% de la población. La población censada en municipios considerados rurales ha descendido un 7,1% en los últimos 10 años, mientras que la urbana ha subido un 2,1%. Una población más envejecida que la urbana, y más masculinizada, lo que lógicamente dificulta aún más las posibilidades de reproducción. Las mujeres siguen huyendo masivamente.
Pero, luego profundizaremos en lo sustancial, ¿qué demonios es un municipio rural o urbano? Arrastramos un problema serio de definición. Tenemos en el planeta más de 100 definiciones operativas y con consecuencias administrativas distintas, casi tantas como países. Ni dentro de la Unión Europea hay coincidencia en las definiciones: en España o Francia se consideran claramente rurales por debajo de 2.000 habitantes, mientras que en Eslovaquia son 5.000, y en Portugal (con un complejo sistema de freguesías o parroquias) 10.000.
Algunos hemos optado hace mucho tiempo por romper con la dicotomía rural/urbano y hablar, recuperando a los viejos sociólogos de Chicago, de gradación, y poco a poco se ha ido imponiendo. La ONU finalmente ha optado por incorporar ese modelo, y ello permite que si se quiere seguir jugando con lo rural, haya al menos algún criterio discriminante claro. Pero no olvidando que culturalmente la urbanización del mundo está casi completada.
Sobre el segundo problema: la urbanización cultural
Y esto nos lleva a la segunda parte del problema relacionado con la población, con ese patrimonio humano. Está en trance de desaparición en las zonas rurales, pero además los que quedan ya no son aquéllos que contaron las novelas, las películas, las series de televisión, los informes antropológicos o sociológicos; aunque nos empeñemos en denominarlos así, ya no son rurales sino en términos estrictamente geográficos.
De hecho, y aunque hay que moverse en convenciones, a mí no me gusta utilizar el concepto de mundo rural, de lo rural, porque es un término falsario cuando nos referimos a la población, a una comunidad. Yo prefiero hablar de la Ruralía como espacio social, e incluso para evitar confusiones prefiero utilizar para el envolvente de la Ruralía términos más concretos y operativos, como campo, pueblos, suelo rústico, espacios naturales si es el caso. Pero me resisto a “rural” porque lo rural no es un espacio geográfico sino un modo de vida, que ya no existe en nuestras sociedades. El rural es una forma de ser, un fondo cultural que marca y limita la forma de ser de las personas. Mientras que la Ruralía es más un espacio en el que vivir, una zona de la Urbe Global. Es, como el casco antiguo bohemio, los suburbios mesocráticos o el barrio obrero, digamos que otro barrio más, algo más distante geográficamente, pero a la misma distancia telemática del centro efectivo.
En la Urbe Global generada por la Sociedad Telemática, el tratamiento diferenciado de lo rural y lo urbano (tanto en un sentido sociológico como urbanístico) es un sinsentido. Aunque me costó entenderlo.
Al principio, en los años 70 y 80 del siglo XX, observamos un proceso de urbanización del campo que además sentíamos como una pérdida, como un impacto valorable en términos negativos.
Por lo pronto era evidente que el rural estaba dejando de ser lo que era. Aquellos señores enredados con letras de cambio, con complejos manuales de los tractores cada vez más sofisticados y los productos fitosanitarios con los que a la mínima se envenenaban, aquellas señoras que dejaban de hacer matanzas y conservas y las compraban en el supermercado recién llegado a la ciudad cercana, aquellos jóvenes que formaban grupos de rock duro en almacenes agrícolas, no eran rurales. Eran otra cosa, pero no lo que culturalmente había sido definido como Sociedad Rural. La mayor parte de los analistas que viven de estudiar el llamado mundo rural repetían entonces, y siguen repitiendo, que los rurales han cambiado. Pero no han cambiado. Son otros, y son simplemente urbanos.
Lo entendí mejor a finales de siglo, cuando ví emerger y pude comprender la naturaleza de la Sociedad Telemática, que me ayudó a ver que las funciones del espacio rural, o rústico, sólo pueden entenderse dentro de la ciudad, como una parte más de la ciudad, de la urbe global.
Urbanísticamente veía que el suelo rústico, no urbanizable, se había venido haciendo urbano en su complejidad funcional y necesidad de ordenación detallada, y consecuentemente el conjunto de los territorios llamados rurales, a cuyos núcleos habitacionales llamamos pueblos, se iba insertando en el conjunto de lo urbano, mediante procesos culturales de asimilación, y acceso a las nuevas tecnologías e infraestructuras de comunicación e información.
La idea es simple: en el marco de la Sociedad Telemática, que nos permite superar las barreras espacio-temporales, las ciudades, pueblos, asentamientos poblacionales de todo tipo, pierden significación como hechos concretos al interconectarse plenamente.
El campesino del siglo XIX apenas llegaba a relacionarse (salvo guerras) con nadie que residiese a más de unas decenas de kms de su pueblo. El rural del siglo XX ya articuló relaciones con las ciudades cercanas, a las que iba a comprar, a estudiar, a hacer gestiones. El urbanita global residente en un pueblo del siglo XXI tiene un potencial (potencial, no olvidemos, pues existen elementos como la fractura digital) de relación global.
La idea de urbe global implica la idea de que, salvo lo que llamo islas de ruralidad (vacíos, que pueden ser muy extensos, pero socialmente poco significativos), el conjunto de los asentamientos están tan interconectados que el espacio exterior de las ciudades pasa a ser espacio interior de la urbe global, un jardín terrenal común a toda la Humanidad civilizada.
Y es en este marco de jardín de la urbe global cuando tiene sentido todo lo que aquí se plantea: paisajes culturales, recuperación y repoblación… El territorio de la urbe global ni es el campo, ni mucho menos la Naturaleza; su capacidad funcional como recurso es muy superior.
Pero ahí hay gente. Poca, cada vez menos, y por eso para sobrevivir han tenido que desplegar una serie de estrategias, que a menudo pueden chocar con los intereses de protección y/o explotación de esos paisajes culturales. Aquí están los principales ejes de la supervivencia que se han ido asentando en el principio del siglo XXI.
Por tanto, si la Ruralía es un espacio en el que vivir, no un modo de vida como era lo Rural, han de caber gentes diversas (al contrario de lo que ocurría en el mundo rural, que formaba una comunidad indiferenciada), iniciativas que pueden competir en un momento dado con los agricultores, o los ganaderos, los agentes energéticos, o con los programas conservacionistas.
Son muchas las demandas, muchas las posibilidades, pero eso implica tensiones, conflictos de intereses. Iniciativas en principio valorables como positivas por articular potencialidades de conservación del territorio generando recursos pueden convertirse en foco de conflictos al observarlas desde otras posiciones de interés, o desde valores contrapuestos.
Hemos visto producirse en los últimos años una auténtica gentrificación del campo, exactamente igual a la que se ha dado en los cascos antiguos de muchas ciudades.
En la Garrotxa o el Ampurdán en Cataluña, en La Vera o el Jerte en Extremadura, en todo el Pirineo en general, los ejemplos son abundantes en España. Poblados (y no sólo en segunda residencia) por citadinos de origen que a menudo no toleran determinadas prácticas agroganaderas. En unos casos molestan los ruidos de tractores y maquinaria, los olores y sonidos de la ganadería, en otros casos llegan gentes que quieren ser más rurales que los rurales, y les molestan las prácticas no agroecológicas.
Pero claro, como ocurre en los cascos que ya no son “casco viejo” sino “centro histórico” cuando todo es ocupado por franquicias de multinacionales de ropa, bares chic para modernos y pisos de alquiler turístico (que aquello se termina convirtiendo en un desierto demográfico) del mismo modo si se acaba con las “molestas” actividades primarias, puede que el entorno tan estupendo que ha atraído a los nuevos pobladores deje de ser estupendo, cuando no un páramo quemado cada verano.
En suma, quiero dejar claro que no se trata de conservar como reserva espiritual del país. El patrimonio debe registrarse y conservarse, exhibirse y si es posible explotarse, pero de una forma profesionalizada, podríamos decir. Los pobladores no pueden ser ni el decorado, ni quienes sufren sólo efectos negativos de la protección. Recuerdo un paseo en Colombia por un hábitat indígena en el que la población me dió la sensación de que se sentía obligada a representar un papel que ya no querían representar, o no al menos como modo de vida impuesto que limite sus posibilidades de desarrollo personal y /o comunitario.
Quiero terminar con alguna nota más sobre el problema demográfico y su relación con la preservación tanto de espacios como de patrimonio cultural, humano.
Como he señalado, la única posibilidad efectiva (porque los neorrurales son muy pocos, y aguantan poco) es mediante la repoblación con población inmigrante. Pero de esos nuevos pobladores, procedentes de Rumanía, del Magreb, del África subsahariana, de Latinoamérica, de Asia… ¿esperamos que asuman como identidad, como tradiciones, las que no son las suyas?
Eso sólo será posible si, insisto, profesionalizamos la gestión, transmisión y comercialización de esos patrimonios humanos, sea territoriales que hay que conservar mediante actividades, sea culturales.
¿Y cuándo tampoco haya inmigrantes que quieran irse allá? ¿Veremos un día humanoides como los únicos dispuestos a permanecer en determinados espacios, para cuidarlos y mostrar sus “ancestrales” prácticas a los visitantes?
En suma, todo lo relacionado con la supervivencia de paisajes y paisanajes se está tornando cada vez más complicado.
Bibliografía propia
Algunos textos míos en los que he venido reflexionando sobre algunos de los temas tratados aquí, y que abundan en los conceptos o propuestas teóricas citadas
La urbanización del mundo campesino. Usos y abusos en la modernización del medio rural (1983)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/1983/08/la-urbanizacion-del-mundo-campesino.html
Perspectivas globales. Tendencias y desafíos planetarios entre los rurales (1992)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/2016/08/perspectivas-globales-tendencias-y.html
De lo rural a lo urbano (1995)
https://zenodo.org/records/16581250
Turismo eco-rural y desarrollo local (1995)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/1995/09/turismo-eco-rural-y-desarrollo-local.html
Hacia la urbe global. ¿El fín de las jerarquías territoriales? (1998)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/2019/08/hacia-la-urbe-global-el-fin-de-las.html
Modelos de desarrollo rural y sostenibilidad. Enfoques para la Europa Mediterránea (2000)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/2000/08/modelos-de-desarrollo-rural-y.html
Hacia la urbe global (2001)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/2001/11/hacia-la-urbe-global-2001.html
Ruralía (2015)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/2015/11/ruralia-2015.html
Población, despoblación, repoblación (2017)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/2017/10/poblacion-despoblacion-repoblacion-2017.html
Elementos de Sociología de la Urbanización (2018)
https://textosdeartemiobaigorri.blogspot.com/search?q=lo+rural+y+lo+urbano
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