8.03.2000

Modelos de desarrollo rural y sostenibilidad. Enfoques para la Europa Mediterránea (2000)

 


Publicado en

Labrador, Juana y Altieri, Miguel Angel, Agroecología y Desarrollo, Mundiprensa, pp. 487 - 506, Badajoz, 2001

 

 

1. INTRODUCCIÓN

 

Este trabajo desarrolla la necesidad de encontrar, más que un enfoque, enfoques que integren la agroecología en el marco de un espacio regional muy específico, como es el de la Europa Mediterránea, caracterizada simultáneamente por un fuerte desarrollo tecno-económico y social, por una cultura específica que descansa en tradiciones antropológicas comunes y extremadamente ricas, un medio rural todavía habitado y dinámico, y un entorno ambiental muy frágil, sostenido por una climatología que dificulta determinados estilos agrarios. El concepto de desarrollo rural sostenible no puede ni debe ser comprendido, en dicha región, en los mismos términos en que pudiera serlo en otras áreas del planeta, como Latinoamérica (y en general los países en vías de desarrollo) Norteamérica, o simplemente la Europa continental y atlántica.

El primer apartado apunta mínimamente -por cuanto otros capítulos del libro se ocupan con mayor amplitud de la cuestión- hacia las bases en las que se apoya el desarrollo sostenible. El segundo apartado desarrolla los modelos básicos manejados tanto para comprender el desarrollo como para planificar el citado desarrollo sostenible. En tercer lugar se plantean las características esenciales del espacio rural europeo mediterráneo. Finalmente, se analizan las posibilidades de extensión y desarrollo de la agroecología en el marco de espacios rurales sostenibles, y a la luz de los principios y directrices políticas imperantes en la Unión Europea. Puede avanzarse, en esta síntesis, la conclusión de la necesidad de convivencia entre modelos de desarrollo diversos, como instrumento básico de sostenibilidad de un espacio rural caracterizado justamente por una creciente minusruralidad. La agroecología aparece así no como una panacea que pueda resolver los desafíos de la agricultura, y del mundo rural en general, pero sí cómo un elemento esencial en cualquier planificación del desarrollo que se asiente sobre los principios del desarrollo sostenible. Un elemento que, en el marco de los países europeos, ricos y altamente desarrollados en términos económicos, tecnológicos, sociales y culturales, debe cumplir funciones sensiblemente distintas a las que puede satisfacer en países en desarrollo.

Este trabajo no se acoge a ningún credo o ideología, salvo a los principios de la Ecología Social, entendida no como ideología sino como pretensión científica, y por tanto racional, de explicar los hechos sociales como el producto de la interacción o intercambio de información entre medio ambiente, población, organización, tecnología y cultura. Los aspectos más normativos del trabajo descansan, por su parte, en el único doble principio de la búsqueda de la máxima felicidad para los habitantes del planeta, y de la igualdad de obligaciones y derechos de todos ellos tanto a contribuir a su consecución, como al disfrute de la misma.

 

2. EL RETORNO DEL ECOLOGISMO COMO AMBIENTALISMO

 

El ecologismo parecía, a finales de los ‘70, la ideología de más acelerada implantación en el planeta (Gaviria, 1980). Sin embargo, la recuperación económica de los ‘80 supuso un bloqueo notable en la extensión de las consecuencias que debían derivarse de su aparente éxito. Como fue puesto de manifiesto en su momento, la maquinaria del crecimiento industrial no podía detenerse en modo alguno, por lo que la salida de la crisis económica sólo podía pasar -con el acuerdo implícito entre el estado y las corporaciones empresariales y obreras- por un incremento en la degradación ambiental, derribándose las leves barreras -apenas morales en aquella época- levantadas[3] en la búsqueda de un equilibrio entre el hombre y su entorno (Baigorri, 1980). Este proceso ha sido también definido como la rueda imparable de la producción (treadmill) por algunos sociólogos ambientales (Schnaiberg, Weinberg, Pellow, 1999).

En los años ‘90, no obstante, se produce una fuerte recuperación del ecologismo, especialmente bajo su expresión ambientalista más edulcorada, hasta el punto de que se habla ahora de una era del ambientalismo (Steiguer, 1997). A partir, sobre todo, de la I Cumbre de la Tierra, celebrada en Río en 1992, todo se ha acelerado todavía más. En el marco de la todavía modesta Agenda 21, todos los gobiernos con mayor o menor compromiso trabajan en torno a la necesidad de buscar nuevas estrategias de desarrollo (Sachs, 1995), que sólo pueden pasar por la vía de sostenibilidad, entendida como la capacidad de optimizar los recursos disponibles en la actualidad sin poner en riesgo los de las generaciones futuras. Si pensamos en la producción agraria, la visión de los expertos no deja lugar a dudas al respecto, en el sentido de que “los costes de los alimentos deben incluir los daños causados por la agricultura al medio ambiente de las generaciones actuales y futuras” (Hrubovcak, Vasavada, Aldy, 1999).

Esta recuperación de la cuestión ambiental responde a factores muy diversos, entre los cuales cabe citar siquiera algunos.

a)   La crisis de las ideologías, o el ambientalismo como objeto de deseo del empresariado moral

La crisis de las ideologías tradicionales ha facilitado la conversión de la cuestión ambiental en objeto de interés para el empresariado moral; de forma que la práctica totalidad de los críticos del sistema han adoptado como propios tanto el lenguaje como buena parte de los elementos ideológicos del ecologismo. Los residuos, tanto políticos como académicos, de la eclosión anti-capitalista de los ‘60 y ‘70, han confluido en el ecologismo, contribuyendo a un reverdecer de esta ideología. Esta reconversión ideológica ha confluido con el fenómeno de la conversión de algunos de los grupos ambientalistas más importantes en lo que algunos autores han denominado empresas de la protesta, contribuyendo esta sinergia a un fuerte incremento de la atención de los medios de comunicación, y de la opinión pública en general, a las cuestiones ambientales (Jordan, Maloney, 1997). De hecho, algunos análisis han puesto de manifiesto cómo el interés de la opinión pública por determinados temas ambientales responde a la capacidad de presión de determinados grupos de interés, que en cierto modo han conseguido llevar a cabo una construcción social de la cuestión ambiental (Mazur, 1998).

b)   La evidencia empírica de la degradación ambiental

La creciente evidencia científica de la importancia de determinados impactos ambientales, como la degradación de la calidad de vida en las grandes urbes, la desaparición de espacios naturales de interés, la pérdida de especies. Ello, unido a la intensificación del proceso de globalización -ya iniciado de hecho con la Revolución Industrial- ha venido poniendo de manifiesto hasta qué punto los problemas derivados de la degradación ambiental sobrepasan los intereses nacionales, para constituirse, en determinados casos, en problemas planetarios de importancia primordial, planteados por algunos autores y grupos en términos de auténtico riesgo de desaparición de la especie humana a consecuencia del denominado Cambio Ambiental Global. El propio marco en el que se ha desenvuelto la última oleada globalizadora -las nuevas tecnologías de la información-, ha facilitado sin duda la difusión de las ideologías y conocimientos eco-ambientalistas, que han encontrado en la red de redes (Internet) su mejor aliado tecnológico.

c)    La virtualidad del ambientalismo integrado

La adaptación del ecologismo a los presupuestos del sistema capitalista, bajo la forma de ambientalismo, ha facilitado la asunción, por parte de las instituciones del sistema, de sus principios más elementales referidos a las relaciones entre Naturaleza y Sociedad. Sin duda el paso de un ecologismo anti-sistema a un ambientalismo integrado ha facilitado que, en el marco del cambio cultural que ha llevado a las clases medias desarrolladas a adoptar el tipo de valores que algunos autores han llamado postmaterialistas (Inglehart, 1981), siempre que no afecten a las estructuras fundamentales de la sociedad, la preocupación por la degradación ecológica se haya convertido en una de las características de las sociedades contemporáneas avanzadas. En este marco hay que insertar el concepto de desarrollo sostenible propuesto por el denominado Informe Brundtland (World Commision on Environment..., 1987), aunque en realidad se trata únicamente de una actualización -con más éxito mediático- del concepto de ecodesarrollo, lanzado por Maurice Strong en 1972 en el marco de la Conferencia de Estocolmo (Sachs, 1980), la primera gran cumbre de la tierra. El concepto de desarrollo sostenible abre las puertas a la interacción consensual entre capitalismo, industria, desarrollo y conservación ambiental; lo que algunos han denominado, en los primeros análisis de economía verde desde una perspectiva capitalista, “el mejor que nada” (Cairncross, 1994)

d)   El capitalismo verde, o el último empujón

La propia protección ambiental se ha convertido, como consecuencia sinérgica de la presión derivada de los factores anteriores, en un sector económico de creciente importancia para las corporaciones industriales, financieras y de servicios de los países ricos. Por un lado, se trata del creciente convencimiento, por parte de las grandes corporaciones, de que -ciertamente bajo ciertas condiciones- conservar es rentable (Cairncross, 1994); por otro lado, de la emergencia de un sector secundario, terciario y cuaternario orientado hacia el propio medio ambiente (Sadgrove, 1993). Los manipuladores del consumo han desarrollado, finalmente, técnicas de marketing lo suficientemente agresivas y eficientes como para vender a los consumidores cualquier tipo de producto que se presente bajo la etiqueta verde (Pino, 1993). Frente al pesimismo de los teóricos del treadmill, otros autores proponen que el capitalismo ha iniciado lo que denominan una nueva modernización ecológica, ideología muy presente en el discurso de las políticas ambientales dominantes en Occidente. La modernización ecológica, basada en innovaciones técnicas y organizativas frente a los problemas ambientales, parece constituir un funcional punto de encuentro entre el ambientalismo integrado y los grupos económicos más influyentes (Hajer, 1995).

Es en el marco de todos estos cambios sociales, acontecidos a lo largo de las últimas cuatro décadas, en el que hay que situar la importancia, que poco a poco, la agroecología ha venido adquiriendo, como aplicación a los sistemas de producción de alimentos de los principios del ecologismo/ambientalismo. Por tanto, debemos atender a esta práctica, tanto en lo que conlleva de proceso de adaptación sectorial de una ideología, como en su significado en cuanto que sector productivo.

Si hablamos de ideología es porque, en primer lugar, el campo semántico de la palabra agroecología es notablemente amplio, y buena parte del mismo va mucho más allá de los aspectos técnicos y/o científicos que caracterizan a esta ‘nueva’ práctica agrícola, hasta adentrarse en el terreno de las ideas políticas y aún filosóficas.

Por un lado, la agroecología se proclama como expresión material de una especie de ruralismo radical, que intenta reproducir las estructuras de unas sociedades rurales tradicionales mitificadas, y que constituye más una anacronía que una utopía.

Por otra parte, los aspectos ideológicos son importantes porque cualquier nivel de convicción en la bondad de la agroecología como modelo productivo, básico o complementario, conduce a la necesidad de plantear dos cuestiones que sin duda entran en el ámbito de las ideologías del desarrollo: en primer lugar, el desarrollo desigual y las relaciones de intercambio existentes entre el Norte y el Sur; y en segundo lugar, el papel de la agro-ecología en el marco más amplio de lo que conocemos como ordenación o desarrollo rural.

En suma, debemos analizar la nueva función de los espacios agrarios en las sociedades modernas, en particular en la sociedad europea y muy especialmente en las regiones mediterráneas, y en consecuencia los nuevos papeles que toca jugar a los agricultores, como base de la nueva reconversión que lenta pero inexorablemente se estaría acercando: la reconversión hacia la sostenibilidad. Y debemos hacerlo atendiendo a la vez a determinados fenómenos que caracterizan al sector agrario de las regiones citadas en el marco de la globalización.

 

3. ECOCÉNTRICOS, TECNOCÉNTRICOS Y DEMOCÉNTRICOS

 

Esencialmente hay tres formas de observar el asunto de nuestras relaciones con la Naturaleza, aunque la gama se ampliaría si atendiésemos también a diferencias de criterio, o de grado, o si abarcamos ámbitos más amplios que la agricultura: en primer lugar, hallamos una perspectiva eco-céntrica, básicamente escéptica respecto a la capacidad del ser humano para convivir con la Naturaleza, y que llega a posiciones apocalípticas cuando confluye con el maltusianismo; en segundo lugar, la perspectiva eco-técnica o cornupiana, ciegamente confiada en la capacidad de la ciencia y la tecnología para resolver todos nuestros problemas; y finalmente una  perspectiva demo-céntrica, también llamada eco-realista o eco-humanista (Pepper, 1996), bajo cuya inspiración se desarrolla el concepto de sostenibilidad, y que confía en la capacidad de las sociedades humanas para resolver eficientemente, y a largo plazo, todos o buena parte de los desafíos a los que se enfrentan.

a)   La perspectiva eco-céntrica

Parte de la incapacidad radical de nuestras sociedades actuales, bajo sus principios y estructuras, para enfrentarse con éxito al riesgo de extinción de la vida sobre el planeta. Inspirados en el maltusianismo más tradicional, la confluencia con los nuevos movimientos e ideologías ‘de la tierra’ ha conducido a direcciones aún más apocalípticas, que claman por la necesidad de un nuevo orden ecológico (finamente analizado en Ferry, 1994) como criterio para organizar los asuntos humanos. Esta perspectiva no la hallamos tan sólo en los documentos ideológicos de la llamada ecología profunda (deep ecology), sino también en no pocos manuales y documentos que se difunden bajo la etiqueta de ciencia, biológica, económica o social.

Los maltusianos tienen a veces la pasión del converso, como ocurre con Lester Brown. Este, si bien ya era maltusiano en origen, ha pasado de recomendar calurosamente el modelo de desarrollo occidental duro para los países en vías de desarrollo, como única forma de incrementar su capacidad alimentaria -incluyendo en su receta, como maltusiano, un control estricto de su crecimiento demográfico-, cuando creía que el incremento de rendimientos por unidad de tierra constituía la mejor forma de asegurar el abastecimiento mundial (Brown, 1966,1967), a su actual convicción en que la tierra se encuentra en un proceso de declive sistemático de su productividad, siendo incapaz de sostener con los estándares alimenticios de los países desarrollados a toda la población mundial (Brown, 1990). En lo único que Brown se mantiene firme, respecto de sus posiciones de mediados del siglo XX, es en su profundo temor al crecimiento demográfico de los países pobres (Brown, Kane,1994).

Pero respecto de la agricultura, tal vez quienes mejor expresan la actitud de los ecocéntricos sean sus principales ideo-científicos: la pareja formada por los Ehrlich, quienes consideran que, en realidad, la agricultura en sí misma es un desajuste que tarde o temprano pagaremos caro; para ellos, “cuando la humanidad inició la revolución agrícola hace diez mil años, emprendió asimismo una carnicería de la flora natural de la Tierra que aún continúa hoy día” (Ehrlich, Ehrlich, 1987, II:14). El hecho anecdótico de que diez mil años después los humanos sigamos aquí, y con una población al menos 12.000 veces mayor, que en general vive de forma más agradable, no parece afectar demasiado a sus convicciones.

También muestra la pasión del converso la variante más política de esta perspectiva, heredera del marxismo académico de los ‘70, que considera al mercado y el comercio internacional como causantes últimos de todos los desastres habidos y por haber. Para ellos la moral del cuento es que “el sistema capitalista trabaja en contra de una agricultura racional” (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998). Lo cual, dicho sea de paso, plantea problemas teleológicos irresolubles; pues por un lado mantienen los principios del materialismo histórico de Marx, pero a la vez consideran que “las leyes de la naturaleza echan por tierra la idea de la Historia como progreso, es decir la idea de que la evolución del hombre es siempre hacia mayores cotas de bienestar” (González, 1993:90), lo que parece antitético con una filosofía de la historia marxista.

Las alternativas que ofrecen, que se pueden sintetizar en una especie de autarquismo agrario, son tal vez de cierto interés para algunas pequeñas comunidades, pero difícilmente pueden ser apenas consideradas en un planeta con cientos de ciudades millonarias en población.

Maltusianos y neo-marxistas confluyen en una estrambótica síntesis que hubiese hecho las delicias dialécticas de Marx y Engels. En lo que al tema que nos ocupa se refiere, podríamos decir, en base a sus presupuestos, que la agroecología se constituye en la única agricultura posible, aunque no quede suficientemente explicado -y sobre todo demostrado- cómo podríamos alimentar así, dignamente, a los 10.000 millones de habitantes que en unas décadas poblaremos el planeta[4].

b) La perspectiva tecno-céntrica

Frente a los maltusianos, los cornupianos confían ciegamente en que el desarrollo tecnológico, deudor de la economía de mercado, resolverá todos los problemas humanos. Para éstos, problemas como el calentamiento global (en cuya inconsistencia insisten repetidamente, en la medida en que ni siquiera hay acuerdo sobre si se trata de calentamiento o enfriamiento), el suministro de agua potable, la contaminación del aire, la reducción de la capacidad productiva de los océanos, la desaparición de los bosques, el crecimiento demográfico, la agricultura y los alimentos, los efectos de los productos sintéticos y químicos, o la pérdida de biodiversidad, todos ellos por igual son problemas concretos y sustanciales, y en consecuencia resolubles con la ayuda de la ciencia y la tecnología (Bailey, 1995); especialmente, si dejamos que el mercado realice una eficiente asignación de recursos. Uno de los representantes tecnocéntricos más antiguo y lúcido, el que fuese director de Nature, John Maddox, expresaba con nítidez su crítica de los maltusianos y apocalípticos hace treinta años, y no se puede negar que con lucidez premonitoria: “La falsedad estriba en suponer que las naciones en desarrollo seguirán un camino hacia la prosperidad exactamente igual al recorrido por las naciones avanzadas. En el mundo del futuro, caracterizado por las computadoras electrónicas y no por la locomotora de vapor de la Revolución Industrial, el uso de materias primas seguirá unas reglas completamente distintas a las que obsesionan a los profetas del desastre” (Maddox, 1974:110)

Respecto de la agricultura y su posible vinculación a programas conservacionistas, algunos autores de este grupo presentan argumentos de peso (que obviamente son considerados demagógicos por los apocalípticos). Así, se argumenta que si tomamos por ciertos los recientes planteamientos que desde el ambientalismo han desarrollado algunos autores (Wackernagel, Rees, 1996) en torno al concepto del “ecological footprint” (base ecológica de sostenimiento per cápita), las necesidades de tierra para atender a las necesidades de la población del planeta con los estándares actuales son un 30% superiores a la superficie total del globo; la necesaria reducción de los estándares condenaría a la no sostenibilidad y la consiguiente desaparición de todos los pequeños países densamente poblados, que en la actualidad sobreviven gracias a las importaciones de alimentos y otros recursos naturales (Gordon, Richardson, 1999). Algunos de los más eminentes representantes de esta perspectiva han dedicado denodados esfuerzos a demostrar cómo los recursos del planeta, unidos al desarrollo tecnológico (y, siempre, el mercado), pueden alimentar no sólo a la población actual, sino incluso permitir el crecimiento de los efectivos humanos (Simon, 1996).

Para los tecno-céntricos, la modernización conlleva una doble adaptación de los agricultores del planeta a las nuevas tecnologías ofrecidas por la cornucopia de la ciencia: en primer lugar, a una gestión ambiental apropiada, reduciendo el uso de fertilizantes químicos, herbicidas y fitosanitarios a sus proporciones realmente efectivas[5], e incluso recuperando prácticas culturales más conservacionistas de los suelos; y en segundo lugar, a las nuevas propuestas tecnológicas derivadas de la aplicación de los descubrimientos genéticos: semillas transgénicas, clonaciones, etc. Para los tecno-céntricos será el mercado el instrumento encargado de promover esas adaptaciones, y de asignar usos a las tierras y activos agrarios de los diversos territorios.

Aunque los tecno-céntricos no dejan de esgrimir con demagogia, frente a los eco-céntricos, el fantasma de las cavernas, ellos mismos siguen presentando el mismo déficit de los antiguos desarrollistas: por un lado no tienen respuesta a los riesgos a corto, medio y largo plazo de las nuevas tecnologías; y en segundo lugar, su obsesión por el mercado plantea serias dudas sobre su independencia respecto de los grupos industriales y financieros que, antes que los agricultores, salen directamente beneficiados de tales modelos de desarrollo. Por otra parte, tampoco ofrecen una respuesta adecuada para aquellas poblaciones rurales que, de facto, están ya en las cavernas y no pueden jugar en un mercado mundial en el que las cartas están marcadas.

c) La perspectiva demo-céntrica, o eco-realista

Más allá del debate entre los optimistas tecnológicos (cornupianos) más recalcitrantes y los ambientalistas apocalípticos -un debate a menudo circunscrito a cenáculos minoritarios-, los agentes sociales más lúcidos en las sociedades desarrolladas se amparan siquiera en una visión cautelosa (Daniels, 1999), que nos conduce a prestar mucha atención al tipo de tecnologías que utilizamos para producir los bienes de consumo, pero haciéndolo además desde la perspectiva de los intereses de los seres humanos, tanto de las generaciones actuales como de las futuras.

Los eco-realistas confían no sólo en la acción de los Estados y las organizaciones supranacionales, planificando los usos del territorio y protegiendo los espacios naturales susceptibles de protección; también consideran que el mercado puede jugar un papel importante, atendiendo al hecho de que los consumidores, en el marco de lo que se ha denominado el cambio de valores hacia un tipo de valores post-materialistas, son crecientemente selectivos respecto del tipo de productos que compran (Stern, 1997), castigando cada vez en mayor determinación aquellos que no responden a un tipo de producción ética o ambientalmente aceptable.

El eco-realismo parte de algunos presupuestos comunes a los de los maltusianos, pero reconoce también elementos de análisis desarrollados por los cornupianos. Así, a partir de la evidencia empírica de la degradación medioambiental que ha provocado el desarrollo industrial desprovisto de todo control, y que pone en riesgo la supervivencia de las generaciones futuras sobre el planeta, considera sin embargo que es en la ciencia donde, de nuevo, pueden encontrarse las respuestas al desafío ambiental. Si bien entienden que la ciencia, y sobre todo su aplicación tecnológica, debe estar sujeta a controles democráticos.

En lo que a los estilos agrarios se refiere, es, paradójicamente, el libre comercio internacional, lo que posibilita que ciertos espacios puedan abandonar parcialmente la agricultura industrial. Desde un cierto tipo de posición ecologista radical (como la que se plantea desde el eco-regionalismo y en mayor medida aún desde la deep ecology) el transporte a grandes distancias de alimentos se manifiesta como un notable despilfarro ecológico, por cuanto se precisa, en términos económicos, elevados consumos energéticos por unidad de valor añadido transportada. De hecho, en sus primeras formulaciones[6], el eco-regionalismo consideraba el principio del autoabastecimiento alimentario regional/nacional como un elemento irrenunciable en una política económica ecológica[7]. Sin embargo, los principios del comercio justo que las más recientes propuestas ecologistas hacen suyos plantean sonoramente la necesidad de romper las barreras proteccionistas de los países ricos, para que los países en vías de desarrollo puedan comerciar con lo que mayoritariamente son capaces, hoy por hoy, de producir: alimentos.

Un planteamiento eco-realista, y éticamente honesto respecto de las relaciones Norte/Sur, puede hacernos pensar que un auténtico libre comercio mundial posibilitaría a los países en vías de desarrollo completar la acumulación de capital necesaria para iniciar un auténtico despegue. Y desde esta perspectiva, ciertos principios de los cornucopianos (quienes respecto al desarrollo siguen considerando palabra de Dios las etapas de Rostow), podrían ser aceptables; desde luego, es posible -aunque no inevitable- que el desarrollo económico, a consecuencia de un comercio mundial realmente libre y justo, posibilite también un desarrollo social y cultural de los países en vías de desarrollo, teniendo entre otros efectos una reducción notable de la presión demográfica. Aunque por supuesto, esta consideración no sirve para ocultar su más profundo error de cálculo: la protección del medio ambiente, en el marco del desarrollo económico, no procede del mercado, sino del cambio de actitudes que, como consecuencia del propio desarrollo, se produce en esas sociedades, hacia los denominados valores postmaterialistas (Inglehart, 1991), actitudes que influyen sobre el propio mercado.

Los demo-céntricos también recogen de los eco-céntricos la idea de una comprensión holista de la vida humana. Pero es la felicidad del hombre, y no una especie de justicia  divina judeocristiana, o de equilibrio místico oriental, la que prescribe la conveniencia de una alimentación suficiente, no excesiva, y libre de tóxicos en lo posible, que tenga como efecto indirecto una reducción de los costes químico-tecnológicos de unos sistemas de salud hoy dedicados en buena parte a deshacer, con más química y más tecnología, los efectos secundarios causados por una alimentación quimicalizada y unos hábitos de vida insanos.

En este marco, la agroecología se manifiesta, para los eco-realistas, como una alternativa plenamente válida para mejorar la calidad de vida de los seres humanos; y cuya viabilidad, en consecuencia, no debe dejarse exclusivamente al arbitrio del libre mercado. Pues en tal caso se consolidará una nueva brecha dentro de aquellas sociedades que tienen acceso a la alimentación, entre quienes pueden financiarse productos de calidad -los grupos económicamente privilegiados-, y quienes deben conformarse con alimentos industriales y desnaturalizados -la mayoría de la población-. Una agroecología entendida en estos términos puede ser ecológicamente sostenible, pero podría llegar a convertirse en socialmente inaceptable.

Naturalmente, esas visiones tienen una traducción clara en las políticas agroambientales. Para los demo-céntricos es evidente que sólo una estricta protección de las zonas de cultivo puede posibilitar, simultáneamente, la protección de la Naturaleza y el abastecimiento alimentario en términos sostenibles. Mientras que para los tecno-céntricos las leyes del mercado, siguiendo una vez más el modelo de la mano oculta de Adam Smith, conducirán a una eficiente distribución de los recursos que logrará que las tierras más aptas para el cultivo sean protegidas por sus propietarios (Gordon,Richardson, 1999). Por el contrario, para los maltusianos, y en mayor medida incluso para los neo-maltusianos (quienes han derivado del optimismo marxista en las fuerzas productivas al pesimismo apocalíptico derivado de las fuerzas destructivas), el propio sistema capitalista rueda contra una “agricultura racional”, confiando en que serán los pequeños granjeros (nueva paradoja, pues se trata de la tradicional bestia negra del marxismo) quienes resolverán el problema de la humanidad (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998).

 

4. LA AGROECOLOGÍA EN EL MARCO DE SOCIEDADES AVANZADAS, Y ECOLÓGICA Y SOCIALMENTE SOSTENIBLES

 

El concepto de sostenibilidad es, todavía hoy, tremendamente ambiguo. Casi el único punto de acuerdo total lo encontramos en la idea, puramente normativa, de la solidaridad intergeneracional, algo que por lo demás no es menos ambiguo, dada la dificultad de definir los intereses de generaciones que aún no existen (Toman, 1992). Según atendamos a criterios biológicos, económicos o sociales sus dimensiones pueden ser incluso divergentes (Brown, Hanson, Liverman, Meredith, 1987).

Así, socialmente podemos definir la sostenibilidad como la supervivencia y felicidad del máximo número de personas; biológicamente, sin embargo, se entiende como el mantenimiento de la productividad de los ecosistemas naturales; y, en cuanto a la sostenibilidad económica, se entiende como la inevitabilidad del crecimiento económico sin otra consideración que el reconocimiento de los límites ecológicos que impiden dicho crecimiento. Otros autores van más allá de esas tres variables esenciales, y además de una dimensión social, biológica y económica de la sostenibilidad, hablan de las dimensiones políticas y culturales (Corson, 1994).

Sin embargo, su misma ambigüedad facilita que, al contrario de los tradicionales conceptos de modernización/desarrollo, pueda plantearse como un concepto abierto, que no responde a un único modelo o cliché (Becker, Jahn, Stiess, Wehling, 1997:20). De ahí que la idea de sostenibilidad pueda y deba tener un significado profundamente distinto en el marco de las actuales sociedades ricas, que en aquellas otras que se encuentran en vías de desarrollo, o simplemente postradas ante un desarrollo imposible -algo que no siempre se tiene en cuenta-. Así, el nivel de autonomía (o autarquía, utilizando el término más correcto) que podría ser un buen indicador de sostenibilidad en determinadas sociedades, puede no serlo en otras. Por otra parte, el concepto puede y debe ser entendido de forma sensiblemente distinta a nivel global, nacional o local (Carson, 1994).

Es decir, considerando el concepto de sostenibilidad en sus dimensiones normativas hallamos también no pocas ambigüedades, a menudo derivadas del hecho de que, para algunos autores, lo societario queda, en términos jerárquicos, al nivel de lo biológico.  En sus planteamientos más genéricos, la dimensión normativa de la sostenibilidad incluye la compatibilidad entre los niveles y objetivos sociales, económicos y medioambientales; la equidad y la justicia social como un principio superior irrenunciable; el reconocimiento de la diversidad cultural y el multi-culturalismo[8]; el apoyo al mantenimiento de la biodiversidad[9]. En lo que a los sistemas agrarios se refiere, el concepto de sostenibilidad  es relativamente fácil de traducir: se trata, esencialmente, de asegurar la alimentación de las poblaciones actuales sin poner en riesgo la capacidad biológica de asegurar la alimentación de las generaciones venideras; y hacerlo, además, asegurando que no se producen desigualdades injustas entre los distintos grupos sociales. Sucesivas conferencias internacionales, y especialmente la Cumbre de Río y la Agenda 21, han venido marcando el camino a seguir para conseguir esa sostenibilidad, promoviendo los siguientes cambios estructurales:

a) eliminación de todo tipo de subsidios directos o indirectos que animen a la degradación o pérdida de recursos naturales;

b) eliminación de los programas de apoyo a la agricultura orientados al mantenimiento de precios artificiales, y sustitución por programas de apoyo a la agricultura que conserve los recursos;

c) reforma de los indicadores económicos del sector agrario, de forma que registren la degradación y pérdida de recursos naturales;

d) incremento de fondos públicos para la investigación de tecnologías apropiadas para una agricultura sostenible.

Hay dos aspectos claramente diferenciados. En primer lugar, los instrumentos fiscales, por un lado(Constanza, 1991), y de ordenación territorial por el otro (Haney,Field, 1991; Daniels, Bowers,1997), orientados a asegurar la sostenibilidad y mantener el capital ambiental para futuras generaciones. Y en segundo lugar, los aspectos sociales, que podemos concentrar en la seguridad de una política alimentaria capaz de sostener a la población de cada sociedad, y del conjunto de la población humana, en un lado, y de otro lado en el concepto, irrenunciable para otros promotores de la sostenibilidad, como Sachs, de justicia intrageneracional. Esto conlleva, en primer lugar, la consideración del campesinado como grupo social cuya pervivencia y, sobre todo, cuyas funciones, es necesario discutir; y en segundo lugar implica la virtualidad de un modelo de desarrollo, o progreso social, esto es una idea de modernización, de la que todos los pueblos del planeta puedan participar y obtener los consiguientes beneficios.

Las dos regiones del planeta tecnológica, económica y socialmente más avanzadas, Europa y América del Norte, han emprendido a lo largo de los últimos años políticas en esa dirección. Aunque ambas regiones partían de posiciones muy distintas respecto de cuestiones esenciales en este asunto, como son el papel del mercado, el Estado y la sociedad civil, observamos un proceso de confluencia en sus políticas.

En el caso de la Unión Europa, sobre la base de la Agenda 2000 ha asumido plenamente esos nuevos valores, y toda la legislación comunitaria, así como la reorganización presupuestaria, tienen presente el concepto de sostenibilidad, lo que tiene una fuerte incidencia en la Política Agraria Comunitaria. La Comisión ha hecho ya sus recomendaciones explícitas en la comunicación denominada Pistas para una agricultura sostenible, presentada a finales de enero de 1999 (COM, 1999), y que venía acompañada de otra comunicación en la que explícitamente se plantea la integración de las consideraciones medioambientales en la PAC (COM, 2000). Todo esto apenas unos meses antes de que el Consejo Presidencial para el Desarrollo Sostenible de los USA publicara, por su parte, el informe Hacia una América Sostenible (Anderson, Lash, 1999).

Los principios de la sostenibilidad agraria, tanto en Europa como en los Estados Unidos, son los mismos: un fuerte peso de los principios agroambientales, una redefinición de las funciones meta-agrarias del territorio en la línea de los principios en los que algunos investigadores venimos trabajando desde hace veinte años, y consecuentemente una redefinición del rol de agricultor como agente económico multifuncional, no necesariamente orientado en exclusividad hacia la agricultura sino también hacia la conservación ambiental o incluso otros sectores como el ocio ambiental.

Tanto en Europa como en América existe conciencia de la necesidad de preparar a los agricultores para esa nueva situación, orientándolos hacia una forma de ocupación más diversificada, en la que la agricultura solo ocupa un tiempo parcial (Barthelemy, 1999), en suma aceptando una idea de ruralidad muy semejante, aunque no exactamente igual, a la planteada por la utopía ecologista de los ‘70 (Barthelemy, Vidal, 1999).

En los Estados Unidos, además, la mayor confianza en el mercado incluye una apuesta por la recuperación de la pequeña agricultura (small farms), orientada a la producción ecológica y en estrecha relación con los consumidores urbanos, a los que suministran directamente (Perry, 1998). Propuestas que parecían utópicas hace veinte años (Baigorri, 1978), como la agricultura sostenida por las propias comunidades urbanas mediante contratos-programa, son hoy una realidad que se extiende por los Estados Unidos, y próximamente serán habituales en Europa (Brown, 1999). Los Estados de California, Nebraska o Minnesota son algunos de los pioneros, en algunos casos desde hace una década, en el desarrollo de sistemas de agricultura sostenible apoyados por los consumidores urbanos responsables. Una agricultura que además pretende ser una agricultura saludable (McDuffie, 1995), como lo fue antes de su industrialización (Baigorri, 1984).

Por supuesto, la agricultura sostenible no es necesariamente una agricultura justa, sino sencillamente una agricultura técnicamente compatible con el medio ambiente. La sostenibilidad incorpora una justicia diacrónica, inter-generacional, pero no es necesariamente justa en términos sincrónicos o intra-generacionales. Los temas sociales siguen pendientes, como han recalcado algunos estudios (Allen, 1993), y entre ellos los de los asalariados, especialmente los inmigrantes. Porque la sostenibilidad debe ser tanto ambiental como social (Sachs, 1996).

Igual que el tema de los inmigrantes, hay que considerar el de la pobreza rural, crecientemente olvidada en los países desarrollados por el impacto de la pobreza urbana; en todos los países avanzados siguen persistiendo (no sólo en Europa, sino en los Estados Unidos) bolsas rurales de pobreza en la que persisten tendencias migratorias que pueden poner en riesgo la conservación del territorio (Cushing, 1997). De hecho, a pesar de lo que creen algunos visionarios (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998) que han recuperado las percepciones que teníamos otros visionarios hace dos décadas, el capitalismo no es incompatible con una agricultura sostenible, por lo que seguirán siendo necesarias políticas sociales en el campo. Pero además de esas políticas sociales, es necesaria la preparación de la población rural para la convivencia multicultural, para la tolerancia frente a los extraños.

Estrechamente relacionada con todas las cuestiones que hemos manejado están las nuevas estrategias de desarrollo que las sucesivas cumbres mundiales están poniendo de manifiesto.

El fracaso de la más reciente cumbre económica pone de manifiesto el rechazo, no sólo por parte de los propios países en vías de desarrollo, sino también por parte de crecientes capas de la población de los países desarrollados, con la división internacional del trabajo existente. Más allá de la sostenibilidad ambiental y social a nivel local, la globalización pone de manifiesto la inevitabilidad de una gestión sostenible, desde un punto de vista ambiental y social, del conjunto del planeta, lo que presupone una transformación radical en los esquemas del comercio. O los países ricos empiezan a comprar seriamente a los países en desarrollo lo único que realmente pueden producir, alimentos, o el planeta se dirigirá a una situación de caos de consecuencias impredecibles; o las fronteras del trabajo se permeabilizan, según el modelo de las fronteras del capital, o los riesgos de conflicto se agudizarán asimismo. Y ello sin olvidar que, atendiendo a las proyecciones más fiables, extensas regiones del planeta, como China, van a precisar en los años venideros de un fuerte incremento de importaciones de alimentos (Harris, 1996). Todo esto, obviamente, tiene unas consecuencias directas en nuestra agricultura, y hace todavía más urgentes, si cabe, las propuestas de la Comisión de las Comunidades.

Un segundo aspecto en el que se produce la confluencia entre las políticas europeas y americanas es el de la regulación de los usos del suelo. Así, a lo largo de los años ‘90 hemos asistido, en los Estados Unidos, a un proceso creciente de regulaciones federales y estatales sobre los usos del suelo, orientadas a la preservación no sólo de los espacios considerados naturales de interés, sino asimismo y muy especialmente en algunos Estados, de las tierras de cultivo, especialmente de las de mayor calidad; a imitación de la tradición planificadora europea, la regulación del crecimiento metropolitano estableciendo zonificaciones ha sido el instrumento preferido (Daniels, 1999).

En cierto modo, la cuestión de la agricultura sostenible se desenvuelve en el marco de los conflictos por el uso del territorio que han caracterizado las últimas décadas de la sociedad industrial (Baigorri, 1983, 1984 y 1998). O lo que es lo mismo, cualquier discusión sobre la sostenibilidad y la agricultura sostenible debe incluir a los centros urbanos en el análisis (Savory, 1994). En cierto modo, podría decirse que la evolución social se ha decantado a la vez en contra y a favor de los agricultores: por un lado van a dejar de ser ellos quienes decidan los usos del suelo no construido, expropiándoles la capacidad de decisión sobre sus propiedades; pero, a la vez, ello se hace para garantizar justamente los usos agro-naturales del suelo, y a la vez contribuyendo a asegurar su pervivencia en el territorio, lo que el mercado no ha sido capaz de asegurar en los últimos doscientos años.

Naturalmente, en este marco, la agroecología está destinada a jugar un papel esencial. En los países en vías de desarrollo, este tipo de agricultura puede llegar a ser, para algunas pequeñas comunidades, la única agricultura posible; sin embargo, no es ese tipo de espacios el que nos ocupa en este trabajo. Por el contrario, en las sociedades ricas y avanzadas partimos de un principio: “ninguna especie de agricultura ‘orgánica’ o no industrializada es capaz de ofrecer esperanzas reales de sostenimiento de las ciudades actuales” (Savory, 1994:142). Durante mucho tiempo, y tal vez para siempre, nuestras sociedades deberán convivir con al menos dos modelos distintos de agricultura, que conllevan estilos organizativos y culturales contrapuestos pero que, al contrario de lo que algunos sostienen, pueden convivir perfectamente:

a) Una agricultura industrial, a la que atendiendo a criterios de mercado (y no es previsible a corto o medio plazo otro tipo de criterios de asignación de recursos) muchos empresarios agrarios, particularmente en las grandes explotaciones, van a preferir acogerse. Esta agricultura estará destinada a producir alimentos básicos y populares baratos, y muy probablemente, al igual que lo han hecho las plantas industriales, tienda a trasladarse a los países en vías de desarrollo, donde los controles ambientales y los costes laborales serán menores durante años, a medida que el comercio mundial de alimentos se liberalice. No obstante, esta agricultura tenderá a ser cada vez más eficiente en el uso de inputs, especialmente energéticos, e irá reduciendo el uso de fitosanitarios químicos, con la ayuda de las modificaciones genéticas. En realidad, habría que hablar de una agricultura industrial limpia, según los principios del ambientalismo suave, asentada en los países más desarrollados, y una agricultura industrial sucia, todavía fuertemente impactante sobre el medio natural, en los países en vías de desarrollo.

b) Una agricultura sostenible, cuya función alimentaria será tan sólo una de las que se le atribuyan, pues también deberá contribuir a la conservación del capital ecológico para su transmisión a las futuras generaciones. Sin embargo, agricultura sostenible no es, necesariamente, sinónimo de agroecología, pues ya hemos señalado la ambigüedad del concepto de sostenibilidad, según atendamos a criterios sociales, económicos o biológicos.

En este sentido, dentro de estos sistemas agronómicos sostenibles habrá que distinguir primeramente una agricultura respetuosa con el medio ambiente, tecnológicamente avanzada y considerada con los consumidores, que permita atender simultáneamente a las necesidades de alimentos de calidad de cientos de millones de consumidores, así como a las necesidades de contar, para el disfrute de la ciudadanía, con un campo bellamente conservado, y todo ello sin agotar el capital biológico. La agricultura sostenible va a ser, por tanto, lo que desde hace años hemos denominado una agricultura paisajística (Baigorri, 1987 y 1997), encargada tanto de alimentar como de conservar la biodiversidad. Por tanto, la agricultura así recupera una función, añadida a la de producir alimentos, a la que tradicionalmente había respondido: la producción de espacio y diversidad biológica (Barthelemy, Vidal, 1999)[10]. Pero ahora el espacio y la biodiversidad  no es, exclusivamente, para el uso y disfrute de los propios agricultores, sino del conjunto de la ciudadanía, por lo que la comunidad asume financiar la presencia de los agricultores como jardineros de lo que hemos denominado los intersticios de la urbe global (Baigorri, 1998, 2001). El creciente esfuerzo en el diseño de indicadores de sostenibilidad agrícola (CCE, 1999 y 2000) debe hacernos pensar en una progresiva adaptación de las ayudas públicas, tanto en Europa como en los USA, en proporción al esfuerzo realizado en el cumplimiento de las funciones meta-agrarias de la agricultura.

Y en segundo lugar la agroecología propiamente dicha, como una variante especial de la agricultura sostenible, que por un lado intensifica las funciones meta-agrarias, y por otro lado permite la producción de un tipo de alimentos que, desde hace años, son crecientemente demandados por determinados grupos de consumidores. La agroecología aporta un conjunto de beneficios ambientales, sociales y económicos, extensamente analizados en otros muchos capítulos de este volumen.

Naturalmente, todos estos cambios, tanto los que van a afectar a la agricultura industrial como los que implica la extensión de las distintas formas de agricultura sostenible, son inseparables de lo que hemos denominado la segunda reconversión agraria. Si entre los años ‘60 y ‘80, los agricultores occidentales debieron adaptarse a la penetración del capitalismo y el industrialismo en la Agricultura, quedando cientos de miles de campesinos en el camino, llega ahora una segunda reconversión, que no ha de ser menos traumática para el colectivo. Ello implica la necesidad de investigar los factores que facilitarán la migración de los agricultores hacia la Agroecología, es decir cómo y por qué razones los agricultores migran (y por tanto pueden migrar) hacia los nuevos sistemas, pues las investigaciones existentes muestran que la diversidad de razones es notable, desde el convencimiento ecológico a la persecución de premios por el mercado o los subsidios públicos (Padel, 1994, Assouline, 1997, Fairweather, 1999).

 

5. EL ESPACIO REGIONAL MEDITERRÁNEO, JARDÍN DE LA URBE GLOBAL EUROPEA

 

Como ha quedado dicho, la Unión Europea ha apostado fuerte, en los últimos años, por una agricultura que, por un lado, sea más eficaz y competitiva en los mercados mundiales (lo que significa una progresiva reducción de las ayudas a la producción), pero que, a la vez y sobre todo, cumpla una función de conservación ambiental y de mantenimiento del equilibrio territorial (lo que significa una creciente política de ayudas al mantenimiento de la población agraria en su medio territorial).

La agroecología aparece aquí como una alternativa, entre otras posibles, para alcanzar esos objetivos. Desde la consciencia de que las prácticas agro-ecológicas, justamente a la luz de los propios argumentos maltusianos, no permite el abastecimiento de los 7.000 millones de personas que a corto plazo poblarán la tierra, ni siquiera de los doscientos millones de europeos, sin embargo sí que permite alcanzar más eficientemente dichos objetivos: en primer lugar, la agroecología es, junto a la onerosa y crecientemente compleja política de parques nacionales, la mejor forma de proteger la biodiversidad, y mantener o incluso recuperar los paisajes rurales tradicionales; en segundo lugar, las producciones agroecológicas van a mejorar la calidad de vida de los consumidores, y enmarcada su producción en todo un programa de vida alternativo contribuirán también, indirectamente, a reducir los costes globales de determinados servicios públicos, como la sanidad[11] (naturalmente siempre que se asegure una credibilidad a esas producciones, y se creen los circuitos de consumo que permitan dar el salto desde un mercado de nicho, a ocupar una parte sustancial del mercado alimentario); y, en tercer lugar, pero no con menor importancia, la agroecología genera empleo: tanto en el propio sector agrario, como en la industria alimentaria y los servicios avanzados. Dadas las propias características de la agroecología, desde la transformación agroindustrial hasta la investigación agraria, que debe centrarse en las características locales, buena parte del empleo generado por estas prácticas agronómicas es de carácter local.

Sin embargo, más allá de los aspectos generales de la nueva política agroambiental comunitaria, o americana, no puede plantearse la cuestión en los mismos términos para toda la comunidad. Del mismo modo que la agricultura sostenible no puede entenderse del mismo modo en las sociedades avanzadas que en los países en vías de desarrollo, asimismo las características ecológicas, agronómicas, económicas y sociales de las regiones del Sur de Europa (es difícil circunscribirnos al ámbito mediterráneo, por cuanto Portugal participa plenamente en las características de estas regiones) exigen un tratamiento específico del tema.

Frente al conjunto europeo, las regiones del Sur presentan las siguientes características específicas, en lo que a sus estructuras agronómicas se refiere:

1) Una riqueza biológica mayor, que las hace más susceptibles de recibir la atención de las políticas agroambientales.

2) Una densidad de población muy inferior, que exige una mayor presencia de población activa agraria multifuncional para asegurar la protección ambiental del territorio.

3) Unas características climáticas que permiten, sin otro input artificialmente introducido en el sistema que el agua, una producción más intensiva de productos de calidad durante todo el año.

4) Una mayor presencia de población activa agraria, y en condiciones de mayor precariedad socioeconómica, que no puede sobrevivir en su espacio vital sin la solidaridad de otros espacios.

5) Una variedad y riqueza cultural extraordinaria, que facilita la integración de la agroecología en un sistema integrado de sostén rural que incluya el turismo y, en general, la prestación de servicios a la población urbana.

Sobre estas bases, y partiendo de nuestras propias tesis sobre la ineficiencia de la distinción rural/urbana, y el desarrollo de lo que venimos denominando la urbe global (Baigorri, 1995b, 1998 y 2001), las regiones del Sur de Europa pueden convertirse -en cierto modo de nuevo, pues ya lo fueron durante siglos- en el huerto-jardín de la urbe global europea.

Lógicamente, ello exige, además del éxito de esa segunda reconversión agraria a la que hemos hecho referencia, el completar justamente el proceso de urbanización de las zonas rurales del Sur de Europa. Sin una plena inserción en la urbe global, participando plenamente tanto de los valores y cultura urbana globales como de las culturas locales, y manejando las tecnologías de la información que definitivamente insertan a los intersticios de la urbe global, no puede conseguirse mucho más que una difusión marginal de la agroecología.

                                                                                          Badajoz, Agosto de 2.000


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NOTAS                                                                                  


[1]. -Una parte de este artículo fue presentada para su discusión en el seminario sobre Necesidades Formativas en la Agricultura de Regadío, organizado por la Agrupación de Cooperativas de Regadío de Extremadura (ACOREX), en Mérida, marzo de 2.000. Una buena parte de las referencias propias citadas en el texto pueden revisarse en mi página web:

 http://www.unex.es/sociolog/BAIGORRI/index.html

[2]. -Doctor en Sociología. Profesor titular en la Facultad de CC. Económicas y Empresariales de la Universidad de Extremadura.

[3]. -Obviamente la Conferencia de Estocolmo (1972) prometía una creciente implantación de principios ambientalistas, pero el inicio, apenas un año después, de la crisis del petróleo, que desencadenó a su vez la mayor crisis económica mundial reciente, provocó el rápido olvido de aquellos primeros acuerdos internacionales.

[4]. -Una de las grandes paradojas de la ecología profunda de izquierdas es que muchos de sus ideólogos forman parte de la jet society de la urbe global. Aunque encuentran radicalmente anti-ecológico el transporte de bananas a Europa, o de maquinaria agrícola y productos fitosanitarios a los países del Tercer Mundo, no parecen opinar lo mismo de su permanente vagar por los aeropuertos internacionales. ¿Alguien sabe de alguno de estos predicadores que se haya instalado, más allá de los meses de investigación y  trabajo de campo, a vivir la autarquía que proponen para los demás?. En cuanto a los ideólogos autóctonos, es habitual que, en la medida en que sus contactos internacionales se lo permitan, den rápidamente el salto a Europa o los Estados Unidos. Dando por supuesto, por utilizar unos términos ideo-agronómicos, que “una cosa es predicar y otra dar trigo”, se debe al menos señalar sus inconsistencia, especialmente si tenemos en cuenta que los principales argumentos que utilizan en sus disquisiciones son, en último término, más de tipo moral que científico.

[5]. -Diversos estudios han puesto de manifiesto que más de la mitad de los fertilizantes nitrogenados utilizados en las grandes zonas cerealistas de los países desarrollados no son necesarios para alcanzar las máximas producciones posibles (Cairncross, 1994:120; ANRC, 1989:42)

[6]. -En España se desarrollaron de forma muy temprana avanzadas propuestas eco-regionalistas (Gaviria, et al., 1976, Gaviria, Naredo et al., 1978, Gaviria, Baigorri et al, 1980), inspiradas a su vez en el regionalismo sureño norteamericano y los trabajos de John Friedmann.

[7]. -En dichas teorías puede detectarse con cierta facilidad la influencia del maoísmo, pero en términos generales la autarquía tan sólo se ha podido observar en la práctica, a lo largo del siglo XX, en regímenes políticos poco o nada democráticos, lo que, cuando menos, plantea serias dudas morales sobre ese principio. Por lo demás, el transporte e intercambio de alimentos, incluso a grandes distancias, ha acompañado desde siempre al propio desarrollo de las sociedades humanas.

[8]. -Sin embargo, el alcance de ese reconocimiento es objeto de amplio y persistente debate en el ámbito de las ciencias sociales, por cuanto a menudo conduce a un relativismo cultural disfuncional respecto de los objetivos de sostenibilidad social (la cuestión se plantea en términos muy claros: ¿debe aceptarse una diversidad cultural que implica, en algunas de sus concreciones, una manifiesta falta de equidad para determinados colectivos, como las mujeres o los niños?).

[9]. -Respecto de esta cuestión, las posiciones tampoco están claras. Podemos entender la Naturaleza como el producto de las interacciones y procesos evolutivos de todos los seres vivos (incluido el hombre, y sus propias necesidades y caminos evolutivos), o como un espacio separado de la sociedad humana, matria del hombre que lo acoge y que por tanto tiene un valor superior, que en consecuencia tiene sus leyes específicas a las que el hombre debe someterse anulando así su propia esencia viva (que no es otra que la voluntad creativa). Pero lógicamente, desde la consideración del entramado de la vida como el resultado evolutivo de la interacción entre todos los seres, la Naturaleza es en cierto modo una construcción social, y por tanto sujeta a las leyes del organismo que, en el curso de la evolución, se ha instituido en ordenador: el hombre. Las posiciones eco-céntricas divergen sensiblemente, en este punto, de las demo-céntricas.

Desde la perspectiva del análisis social, hay una contradicción en los términos en la atribución a la Naturaleza de un peso, en el desarrollo de los hechos humanos, determinante. Si diésemos por buena esa posición, la Ciencia Social sería absolutamente inútil; tan sólo la Psicología conductista tendría algún sentido, como ciencia complementaria de las Ciencias Ambientales, al servicio de una Ingeniería Ambiental no muy distinta de la voluntad soviética de construcción de una sociedad y un hombre nuevos. La Ciencia Social, por el contrario, parte de la convicción de que la Sociedad es un producto de la interacción hombre/medio ambiente, y de que el destino de los hombres no está establecido en leyes naturales.

En este sentido, parece que, una vez más, la clave está por tanto en la construcción de modelos sociales que respondan a las necesidades reales de la población realmente existente.

[10]. -En este ámbito deberíamos incluir la promoción de nuevos cultivos energéticos

[11]. -Atendiendo a este efecto adquiere mayor importancia la agroecología periurbana de ocio, que en las últimas décadas ha venido adquiriendo creciente importancia (Baigorri, Gaviria, 1985)






MODÈLES DE DÉVELOPPEMENT RURAL
ET DURABILITÉ1
Approches pour l'Europe méditerranéenne

Artémio Baigorri2

Publié dans
Labrador, Juana et Altieri, Miguel Angel, AGROECOLOGÍA Y DESARROLLO, Mundiprensa/Université d'Estrémadure, Badajoz, 2001, pp. 487 - 506
   
   
   
1. INTRODUCTION

  Ce travail développe la nécessité de trouver, plus qu'une approche, des approches qui intègrent l'agroécologie dans le cadre d'un espace régional bien spécifique, comme l'Europe méditerranéenne, caractérisé à la fois par un fort développement technico-économique et social, par une culture spécifique qui repose sur des traditions anthropologiques communes et extrêmement riches, un milieu rural encore habité et dynamique, et un milieu environnemental très fragile, soutenu par un climat qui rend difficile certains modes d'agriculture. Le concept de développement rural durable ne peut et ne doit pas être compris, dans ladite région, dans les mêmes termes qu'il pourrait l'être dans d'autres zones de la planète, comme l'Amérique latine (et les pays en développement en général), l'Amérique du Nord ou simplement l'Europe. continentale et atlantique.
  La première section pointe a minima -puisque d'autres chapitres de l'ouvrage traitent plus longuement de la question- vers les bases sur lesquelles repose le développement durable. La deuxième section développe les modèles de base utilisés à la fois pour comprendre le développement et pour planifier ledit développement durable. Troisièmement, les caractéristiques essentielles de l' espace rural méditerranéen européen sont examinées. Enfin, les possibilités d'extension et de développement de l'agroécologie sont analysées dans le cadre d'espaces ruraux durables, et à la lumière des principes et orientations politiques en vigueur dans l'Union européenne. Dans cette synthèse, il est possible d'avancer la conclusion de la nécessité de la coexistence entre divers modèles de développement, comme instrument de base pour la durabilité d'un espace rural caractérisé précisément par un handicap croissant . Ainsi, l'agroécologie n'apparaît pas comme une panacée capable de résoudre les défis de l'agriculture, et du monde rural en général, mais plutôt comme un élément essentiel de toute planification du développement qui s'appuie sur les principes du développement durable. Un élément qui, dans le cadre des pays européens, riches et très développés sur le plan économique, technologique, social et culturel, doit remplir des fonctions sensiblement différentes de celles qu'il peut remplir dans les pays en développement.
  Cet ouvrage n'adhère à aucun credo ou idéologie, à l'exception des principes de l'Ecologie Sociale, comprise non pas comme une idéologie mais comme une prétention scientifique, et donc rationnelle, à expliquer les faits sociaux comme le produit de l'interaction ou de l'échange d'informations entre environnement , population, organisation, technologie et culture. Les aspects les plus normatifs du travail reposent, quant à eux, sur le double principe unique de la recherche du maximum de bonheur pour les habitants de la planète, et sur l'égalité des devoirs et des droits de tous à contribuer à sa réalisation, et pour en profiter.
   
2. LE RETOUR DE L'ÉCOLOGISME COMME ENVIRONNEMENTALISME
   
  L'environnementalisme apparaissait, à la fin des années 70, comme l'idéologie la plus implantée sur la planète (Gaviria, 1980). Cependant, la reprise économique des années 80 a impliqué un blocage notable dans l'extension des conséquences qui devraient découler de son apparent succès. Comme il a été révélé à l'époque, la machinerie de la croissance industrielle ne pouvait en aucun cas être arrêtée, de sorte que la sortie de la crise économique ne pouvait se faire - avec l'accord implicite entre l'État et les entreprises et les entreprises ouvrières - que par une augmentation dans la dégradation de l'environnement, brisant les légères barrières - à peine morales à l'époque - dressées 3dans la recherche d'un équilibre entre l'homme et son environnement (Baigorri, 1980). Ce processus a également été défini comme la roue imparable de la production ( tapis roulant ) par certains sociologues de l'environnement (Schnaiberg, Weinberg, Pellow, 1999).
  Dans les années 1990, cependant, il y a eu une forte reprise de l'environnementalisme, en particulier sous son expression environnementale plus douce, au point que l'on parle maintenant d'une ère de l'environnementalisme (Steiguer, 1997). A partir, surtout, du Premier Sommet de la Terre, tenu à Rio en 1992, tout s'est encore accéléré. Dans le cadre de l'Agenda 21 encore modeste, tous les gouvernements plus ou moins engagés travaillent autour de la nécessité de rechercher de nouvelles stratégies de développement (Sachs, 1995), qui ne peuvent passer que par la voie de la durabilité, entendue comme la capacité à optimiser les ressources disponibles aujourd'hui sans compromettre celles des générations futures. Si l'on pense à la production agricole, la vision des experts ne laisse aucun doute là-dessus, dans le sens où « les coûts alimentaires doivent inclure les dommages causés par l'agriculture à l'environnement des générations actuelles et futures » (Hrubovcak, Vasavada, Aldy, 1999).
  Cette récupération de la question environnementale répond à des facteurs très divers, parmi lesquels il convient d'en citer au moins quelques-uns.
  a) La crise des idéologies, ou l'environnementalisme comme objet de désir d'entrepreneuriat moral 
  La crise des idéologies traditionnelles a facilité la transformation de la question environnementale en un objet d'intérêt pour la communauté morale des affaires ; de telle sorte que pratiquement tous les critiques du système se sont appropriés à la fois le langage et une bonne partie des éléments idéologiques de l'environnementalisme. Les résidus, à la fois politiques et académiques, de l'explosion anticapitaliste des années 60 et 70, se sont réunis dans l'environnementalisme, contribuant à un verdissement de cette idéologie. Cette reconversion idéologique a convergé avec le phénomène de conversion de certains des groupes écologistes les plus importants en ce que certains auteurs ont appelé des sociétés de protestation , cette synergie contribuant à une forte augmentation de l'attention des médias, et de l'opinion publique en général, à questions environnementales (Jordan, Maloney, 1997). En effet, certaines analyses ont révélé comment l'intérêt de l'opinion publique pour certaines questions environnementales répond à la capacité de pression de certains groupes d'intérêts, qui sont parvenus d'une certaine manière à mener à bien une construction sociale de la question environnementale (Mazur, 1998).
b) Preuve empirique de la dégradation de l'environnement 
  Les preuves scientifiques de plus en plus nombreuses de l'importance de certains impacts environnementaux, comme la dégradation de la qualité de vie dans les grandes villes, la disparition d'espaces naturels d'intérêt, la perte d'espèces. Ceci, combiné à l'intensification du processus de mondialisation - déjà commencé en fait avec la révolution industrielle - a montré à quel point les problèmes dérivés de la dégradation de l'environnement dépassent les intérêts nationaux, pour devenir, dans certains cas, des problèmes planétaires d'importance primordiale. , soulevée par certains auteurs et groupes en termes de risque authentique de disparition de l'espèce humaine en conséquence du soi-disant changement environnemental global . Le cadre même dans lequel s'est déroulée la dernière vague de mondialisation -les nouvelles technologies de l'information- a sans doute facilité la diffusion des idéologies et des savoirs éco-environnementaux, qui ont trouvé leur meilleure source dans le réseau des réseaux (Internet) allié technologique.
c) La virtualité de l'environnementalisme intégré
  L'adaptation de l'environnementalisme aux présupposés du système capitaliste, sous la forme de l'environnementalisme, a facilité l'appropriation, par les institutions du système, de ses principes les plus élémentaires se référant aux relations entre Nature et Société. Sans doute, le passage d'un écologiste anti-système à un écologiste intégré a facilité que, dans le cadre du changement culturel qui a conduit les classes moyennes développées à adopter le type de valeurs que certains auteurs ont qualifiées de postmatérialistes (Inglehart, 1981 ), tant qu'elles n'affectent pas les structures fondamentales de la société, le souci de la dégradation écologique est devenu l'une des caractéristiques des sociétés contemporaines avancées. Dans ce cadre, il faut insérer le concept de développement durable proposé par le soi-disant rapport Brundtland (Commission mondiale sur l'environnement..., 1987), bien qu'il ne s'agisse en réalité que d'une mise à jour -avec plus de succès médiatique- du concept d' éco -le développement , lancé par Maurice Strong en 1972 dans le cadre de la Conférence de Stockholm (Sachs, 1980), premier grand sommet sur terre. Le concept de développement durable ouvre les portes à l'interaction consensuelle entre capitalisme, industrie, développement et préservation de l'environnement ; ce que certains ont appelé, dans les premières analyses de l'économie verte dans une perspective capitaliste, « le meilleur de rien » (Cairncross, 1994)
d) Le capitalisme vert ou le dernier coup de pouce 
  La protection de l'environnement elle-même est devenue, en tant que conséquence synergique de la pression découlant des facteurs ci-dessus, un secteur économique d'une importance croissante pour les sociétés industrielles, financières et de services des pays riches. D'une part, il s'agit de la conviction croissante, de la part des grandes entreprises, que -certainement sous certaines conditions- la conservation est rentable (Cairncross, 1994) ; d'autre part, l'émergence d'un secteur secondaire, tertiaire et quaternaire tourné vers l'environnement lui-même (Sadgrove, 1993). Les manipulateurs de la consommation ont finalement développé des techniques marketing suffisamment agressives et efficaces pour vendre aux consommateurs tout type de produit qui se présente sous l' étiquette verte (Pino, 1993). Face au pessimisme des théoriciens du tapis roulant , d'autres auteurs proposent que le capitalisme ait initié ce qu'ils appellent une nouvelle modernisation écologique , une idéologie très présente dans le discours des politiques environnementales dominantes en Occident. La modernisation écologique, fondée sur des innovations techniques et organisationnelles face aux problèmes environnementaux, semble constituer un point de rencontre fonctionnel entre l'environnementalisme intégré et les groupes économiques les plus influents (Hajer, 1995).
  C'est dans le cadre de tous ces changements sociaux, intervenus au cours des quatre dernières décennies, qu'il faut situer l'importance que l' agroécologie a peu à peu acquise, comme application aux systèmes de production alimentaire des principes de l'environnementalisme/ environnementalisme. Il faut donc être attentif à cette pratique, tant dans ce qu'elle implique comme processus d'adaptation sectorielle d'une idéologie, que dans sa signification comme secteur productif.
  Si l'on parle d'idéologie, c'est d'abord parce que le champ sémantique du mot agroécologie est remarquablement large, et qu'une bonne partie va bien au-delà des aspects techniques et/ou scientifiques qui caractérisent cette « nouvelle » pratique agricole, au point de se plonger dans le champ des idées politiques et même philosophiques.
  D'une part, l'agroécologie est proclamée comme l'expression matérielle d'une sorte de ruralisme radical, qui tente de reproduire les structures des sociétés rurales traditionnelles mythifiées, et qui constitue plus une anachronie qu'une utopie.
  D'autre part, les aspects idéologiques sont importants car tout niveau de conviction dans le bien -fondé de l'agroécologie en tant que modèle productif, de base ou complémentaire, conduit à la nécessité de soulever deux questions qui relèvent sans aucun doute du champ des idéologies de développement : en premier lieu, le développement inégal et les relations d'échange existantes entre le Nord et le Sud ; et deuxièmement, le rôle de l'agro-écologie dans le cadre plus large de ce que nous appelons l'aménagement ou le développement rural.
  En bref, il faut analyser la nouvelle fonction des espaces agricoles dans les sociétés modernes, notamment dans la société européenne et surtout dans les régions méditerranéennes, et par conséquent les nouveaux rôles que les agriculteurs doivent jouer, comme base de la nouvelle reconversion qui, lentement mais inexorablement, se rapproche : la reconversion vers la durabilité. Et nous devons le faire en étant attentif à certains phénomènes qui caractérisent le secteur agricole des régions précitées dans le cadre de la mondialisation.
   
3. ÉCOCENTRIQUE, TECHNOCENTRIQUE ET DÉMOCENTRIQUE
   
  Il y a essentiellement trois manières d'aborder la question de nos rapports à la Nature, même si l'éventail serait élargi si l'on prêtait également attention aux différences de critères, ou de degré, ou si l'on couvrait des domaines plus larges que l'agriculture : d'une part, on retrouve une éco -perspective amicale -centrique , fondamentalement sceptique quant à la capacité de l'être humain à coexister avec la Nature, et qui atteint des positions apocalyptiques lorsqu'elle converge avec le malthusianisme ; deuxièmement, la perspective éco-technique ou cornupienne , aveuglément confiante dans la capacité de la science et de la technologie à résoudre tous nos problèmes ; et enfin une perspective démo-centrée , aussi appelée éco-réaliste ou éco-humaniste (Pepper, 1996), sous l'inspiration de laquelle se développe le concept de durabilité, et qui fait confiance à la capacité des sociétés humaines à résoudre efficacement, et à long terme. , la totalité ou une bonne partie des défis auxquels ils sont confrontés.
  a) La perspective écocentrée 
  Une partie de l'incapacité radicale de nos sociétés actuelles, de par leurs principes et leurs structures, à faire face avec succès au risque d'extinction de la vie sur la planète. Inspirée d'un malthusianisme plus traditionnel, la confluence avec de nouveaux mouvements et idéologies "terriennes" a conduit à des directions encore plus apocalyptiques, appelant à la nécessité d'un nouvel ordre écologique (finement analysé dans Ferry, 1994) comme critère d'organisation des affaires humaines. On retrouve cette perspective non seulement dans les documents idéologiques de l' écologie dite profonde , mais aussi dans de nombreux manuels et documents qui sont diffusés sous l'étiquette scientifique, biologique, économique ou sociale.
  Les malthusiens ont parfois la passion du converti, comme c'est le cas avec Lester Brown . Celui-ci, bien qu'il fût déjà malthusien d'origine , est passé de préconiser chaleureusement le modèle de développement occidental austère pour les pays en développement, comme seul moyen d'augmenter leur capacité alimentaire - y compris dans sa recette, en tant que malthusien, un contrôle strict de sa croissance démographique. -, lorsqu'il croyait que l'augmentation des rendements par unité de terre était le meilleur moyen d'assurer l'approvisionnement mondial (Brown, 1966, 1967), à sa conviction actuelle que les terres sont dans un processus de déclin systématique de leur productivité, ne pouvant soutenir l'ensemble de la population mondiale avec les normes nutritionnelles des pays développés (Brown, 1990). La seule chose sur laquelle Brown reste ferme, par rapport à ses positions du milieu du XXe siècle, est sa peur profonde de la croissance démographique des pays pauvres (Brown, Kane, 1994).
  Mais concernant l'agriculture, ceux qui expriment peut-être le mieux l'attitude des écocentriques sont ses principaux idéo-scientifiques : le couple formé par les Ehrlich, qui considèrent qu'en réalité, l'agriculture elle-même est une inadaptation que tôt ou tard nous paierons cher. ; pour eux, "lorsque l'humanité a lancé la révolution agricole il y a dix mille ans, elle a aussi entrepris une boucherie de la flore naturelle de la Terre qui se poursuit aujourd'hui" (Ehrlich, Ehrlich, 1987, II:14). Le fait anecdotique que dix mille ans plus tard les humains soient toujours là, et avec une population au moins 12 000 fois plus nombreuse, qui en général vit plus agréablement, ne semble pas trop affecter ses convictions.
  La passion du converti montre aussi la variante plus politique de cette perspective, héritière du marxisme académique des années 70, qui considère le marché et le commerce international comme la cause ultime de tous les désastres survenus et à venir. Pour eux, la morale de l'histoire est que « le système capitaliste va à l'encontre de l'agriculture rationnelle » (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998). Ce qui, soit dit en passant, pose des problèmes téléologiques insolubles ; parce que d'une part ils maintiennent les principes du matérialisme historique de Marx, mais en même temps ils considèrent que « les lois de la nature détruisent l'idée de l'Histoire comme progrès, c'est-à-dire l'idée que l'évolution de l'homme est toujours vers de plus grands niveaux de bien-être » (González, 1993 : 90), ce qui semble contraire à une philosophie marxiste de l'histoire.
  Les alternatives qu'ils proposent, qui peuvent se synthétiser dans une sorte d' autarchisme agraire , intéressent peut-être certaines petites communautés, mais elles peuvent difficilement être envisagées sur une planète peuplée de centaines de villes millionnaires.
  Malthusiens et néo-marxistes se rejoignent dans une synthèse bizarre qui aurait ravi Marx et Engels dans la dialectique. En ce qui concerne le sujet traité, on pourrait dire, sur la base de leurs hypothèses, que l' agroécologie est la seule agriculture possible, même s'il n'est pas suffisamment expliqué -et surtout démontré- comment on pourrait ainsi nourrir dignement les 10 000 millions de habitants qui dans quelques décennies peupleront la planète 4.
  b) La perspective technocentrée 
  Contrairement aux Malthusiens, les Cornupiens croient aveuglément que le développement technologique, redevable à l'économie de marché, résoudra tous les problèmes humains. Pour eux, des problèmes comme le réchauffement climatique (dont ils insistent à plusieurs reprises sur l'inconsistance, au point qu'il n'y a même pas d'accord sur s'il s'agit d'un réchauffement ou d'un refroidissement), l'approvisionnement en eau potable, la pollution de l'air, la réduction des capacités de production des océans, la disparition des forêts, la croissance démographique, l'agriculture et l'alimentation, les effets des produits synthétiques et chimiques, ou encore la perte de biodiversité, sont autant de problèmes concrets et substantiels, et par conséquent résolubles à l'aide de la science et de la technologie (Bailey, 1995); surtout si on laisse le marché procéder à une allocation efficace des ressources. Il y a trente ans, l'un des représentants technocentriques les plus anciens et les plus lucides, l'ancien directeur de Nature, John Maddox, exprimait clairement sa critique des malthusiens et de l'apocalyptique, et on ne peut le nier avec une lucidité prémonitoire : les nations suivront un chemin vers la prospérité exactement le même que celui suivi par les nations avancées. Dans le monde du futur, caractérisé par les ordinateurs électroniques et non par la locomotive à vapeur de la révolution industrielle, l'utilisation des matières premières suivra des règles complètement différentes de celles qui hantent les prophètes de catastrophe » (Maddox, 1974 : 110).
  Concernant l'agriculture et son lien possible avec les programmes de conservation, certains auteurs de ce groupe présentent des arguments de poids (qui sont évidemment considérés comme démagogiques par l'apocalyptique). Ainsi, il est avancé que si l'on prend pour vraies les approches récentes que certains auteurs ont développées à partir de l'environnementalisme (Wackernagel, Rees, 1996) autour du concept d '« empreinte écologique » (base écologique de la subsistance par habitant), les besoins en terres pour répondre aux besoins de la population de la planète avec des normes actuelles supérieures de 30% à la surface totale du globe ; la nécessaire réduction des normes condamnerait à la non-soutenabilité et à la disparition consécutive de tous les petits pays densément peuplés, qui survivent actuellement grâce aux importations alimentaires et autres ressources naturelles (Gordon, Richardson, 1999). Certains des représentants les plus éminents de cette perspective ont consacré des efforts acharnés pour démontrer comment les ressources de la planète, associées au développement technologique (et, toujours, au marché), peuvent non seulement nourrir la population actuelle, mais même permettre la croissance des forces humaines (Simon, 1996).
  Pour les technocentriques, la modernisation passe par une double adaptation des agriculteurs de la planète aux nouvelles technologies offertes par la corne d'abondance de la science : d'une part, s'approprier la gestion de l'environnement, en réduisant l'usage des engrais chimiques, des herbicides et des produits phytosanitaires à ses proportions réellement efficaces 5, et même en récupérant plus de pratiques culturelles de conservation des sols ; et d'autre part, aux nouvelles propositions technologiques issues de l'application des découvertes génétiques : semences transgéniques, clonage, etc. Pour les technocentriques, le marché sera l'instrument chargé de favoriser ces adaptations, et d'assigner des usages aux actifs fonciers et agricoles des différents territoires.
  Si les techno-centristes ne cessent de user de démagogie, face aux éco-centristes, le fantôme des cavernes, ils continuent eux-mêmes à présenter le même déficit des anciens promoteurs : d'une part ils n'ont aucune réponse aux risques du court, moyen et long terme des nouvelles technologies ; d'autre part, son obsession du marché fait douter sérieusement de son indépendance vis-à-vis des groupes industriels et financiers qui, plutôt que les agriculteurs, bénéficient directement de tels modèles de développement. D'autre part, ils n'offrent pas non plus une réponse adéquate pour les populations rurales qui, de facto, sont déjà dans les cavernes et ne peuvent jouer sur un marché mondial où les cartes sont jouées.
  c) La perspective démo-centrée ou éco-réaliste 
  Au-delà du débat entre les optimistes technologiques ( cornupiens ) les plus récalcitrants et les écologistes apocalyptiques -débat souvent circonscrit aux cercles minoritaires-, les agents sociaux les plus lucides des sociétés développées se réfugient même dans une vision prudente (Daniels, 1999), qui nous conduit de prêter une attention particulière au type de technologies que nous utilisons pour produire des biens de consommation, mais aussi du point de vue des intérêts des êtres humains, des générations actuelles et futures.
  Les écoréalistes ne font pas seulement confiance à l'action des États et des organisations supranationales, aménageant les usages du territoire et protégeant les espaces naturels susceptibles de protection ; Ils considèrent également que le marché peut jouer un rôle important, compte tenu du fait que les consommateurs, dans le cadre de ce qu'on a appelé le changement des valeurs vers un type de valeurs post-matérialistes, sont de plus en plus sélectifs quant au type de produits qu'ils buy.buy (Stern, 1997), punissant de plus en plus ceux qui ne répondent pas à un type de production éthique ou écologiquement acceptable.
  L'écoréalisme part de quelques présupposés communs à ceux des Malthusiens, mais reconnaît aussi des éléments d'analyse développés par les Cornupiens. Ainsi, s'appuyant sur l'évidence empirique d'une dégradation de l'environnement causée par un développement industriel dénué de tout contrôle, et qui met en péril la survie des générations futures sur la planète, il considère néanmoins que c'est dans la science que, une fois de plus, répond à la défi environnemental peut être trouvé. Bien qu'ils comprennent que la science, et en particulier son application technologique, doit être soumise à des contrôles démocratiques.
  En ce qui concerne les styles agricoles, c'est paradoxalement le libre-échange international qui permet à certains espaces d'abandonner partiellement l'agriculture industrielle. D'un certain type de position écologiste radicale (telle que celle proposée par l'éco-régionalisme et plus encore par l'écologie profonde ), le transport de nourriture sur de longues distances se manifeste comme un gaspillage écologique notable, puisqu'il est nécessaire, en termes économiques , forte consommation d'énergie par unité de valeur ajoutée transportée. En effet, dans ses premières formulations 6, l'éco-régionalisme considérait le principe d'autosuffisance alimentaire régionale/nationale comme un élément inaliénable d'une politique économique écologique 7. Pourtant, les principes du commerce équitable que les dernières propositions environnementales entérinent soulèvent de manière retentissante la nécessité de briser les barrières protectionnistes des pays riches, afin que les pays en développement puissent commercer avec ce dont la plupart d'entre eux sont capables, aujourd'hui, de produire : de la nourriture.
  Une approche éco-réaliste et éthiquement honnête des relations Nord/Sud peut laisser penser qu'un véritable libre-échange mondial permettrait aux pays en développement d'achever l'accumulation de capital nécessaire pour amorcer un véritable décollage. Et de ce point de vue, certains principes des cornucopianos (qui, en ce qui concerne le développement, considèrent encore les étapes de Rostow comme la parole de Dieu ), pourraient être acceptables ; Bien sûr, il est possible - bien que non inévitable - que le développement économique, grâce à un commerce mondial véritablement libre et équitable, permette également le développement social et culturel des pays en développement, ayant, entre autres effets, une réduction notable de la pression démographique. Bien entendu, cette considération ne sert pas à cacher son erreur de calcul la plus profonde : la protection de l'environnement, dans le cadre du développement économique, ne vient pas du marché, mais du changement d'attitudes qui, du fait du développement lui-même, se produit dans ces sociétés, vers les valeurs dites postmatérialistes (Inglehart, 1991), attitudes qui influencent le marché lui-même.
  Les démo-centriques reprennent également des éco-centriques l'idée d'une compréhension holistique de la vie humaine. Mais c'est le bonheur de l'homme, et non une sorte de justice divine judéo-chrétienne, ou d'équilibre mystique oriental, qui prescrit la convenance d'une alimentation suffisante, non excessive, et la moins toxique possible, qui a pour effet indirect une réduction des coûts chimico-technologiques des systèmes de santé aujourd'hui largement dédiés à défaire, avec plus de chimie et plus de technologie, les effets secondaires causés par une alimentation chimique et des habitudes de vie malsaines.
  Dans ce cadre, l'agroécologie apparaît, pour les éco-réalistes, comme une alternative pleinement valable pour améliorer la qualité de vie des êtres humains ; et dont la viabilité, par conséquent, ne devrait pas être laissée exclusivement au marché libre. Eh bien, dans un tel cas, un nouveau fossé se creusera au sein des sociétés qui ont accès à l'alimentation, entre ceux qui peuvent financer des produits de qualité -groupes économiquement privilégiés-, et ceux qui doivent se contenter d'aliments industriels et dénaturés -la majorité des population-. . Une agroécologie entendue en ces termes peut être écologiquement durable, mais pourrait devenir socialement inacceptable.
  Naturellement, ces visions se traduisent clairement en politiques agro-environnementales. Pour les démocentriques, il est évident que seule une protection stricte des zones de culture peut simultanément permettre la protection de la nature et de l'approvisionnement alimentaire de manière durable. Alors que pour les technocentriques , les lois du marché, suivant encore une fois le modèle de la main cachée d'Adam Smith , conduiront à une répartition efficace des ressources qui garantira que les terres les plus propices à la culture seront protégées par leurs propriétaires (Gordon, Richardson, 1999). Au contraire, pour les malthusiens, et plus encore pour les néo-malthusiens (qui sont passés de l'optimisme marxiste sur les forces productives au pessimisme apocalyptique sur les forces destructrices ), le système capitaliste lui-même roule contre une « agriculture raisonnée ». confiant que ce seront les petits paysans (nouveau paradoxe, puisque c'est la bête noire traditionnelle du marxisme) qui résoudront le problème de l'humanité (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998).
   
4. L'AGROÉCOLOGIE DANS LE CADRE DES SOCIÉTÉS AVANCÉES ET ÉCOLOGIQUEMENT ET SOCIALEMENT DURABLES
   
  Le concept de durabilité est, encore aujourd'hui, extrêmement ambigu. Presque le seul point d'accord total se trouve dans l'idée, purement normative, de solidarité intergénérationnelle, ce qui n'est par ailleurs pas moins ambigu, compte tenu de la difficulté de définir les intérêts de générations qui n'existent pas encore (Toman, 1992). Selon qu'on s'intéresse à des critères biologiques, économiques ou sociaux, ses dimensions peuvent même être divergentes (Brown, Hanson, Liverman, Meredith, 1987).
  Ainsi, socialement, nous pouvons définir la durabilité comme la survie et le bonheur du maximum de personnes ; biologiquement, cependant, il est compris comme le maintien de la productivité des écosystèmes naturels ; et, en termes de durabilité économique, il est compris comme l'inévitabilité de la croissance économique sans autre considération que la reconnaissance des limites écologiques qui entravent cette croissance. D'autres auteurs vont au-delà de ces trois variables essentielles, et en plus d'une dimension sociale, biologique et économique de la durabilité, ils parlent des dimensions politique et culturelle (Corson, 1994).
  Cependant, son ambiguïté même fait que, contrairement aux concepts traditionnels de modernisation/développement, il peut être considéré comme un concept ouvert, qui ne répond pas à un modèle ou à un cliché unique (Becker, Jahn, Stiess, Wehling, 1997 : 20) . De ahí que la idea de sostenibilidad pueda y deba tener un significado profundamente distinto en el marco de las actuales sociedades ricas, que en aquellas otras que se encuentran en vías de desarrollo, o simplemente postradas ante un desarrollo imposible -algo que no siempre se tiene en compte-. Ainsi, le niveau d'autonomie (ou d'autarcie, pour utiliser le terme plus correct) qui pourrait être un bon indicateur de durabilité dans certaines sociétés, peut ne pas l'être dans d'autres. D'autre part, le concept peut et doit être compris de manière significativement différente au niveau mondial, national ou local (Carson, 1994).
  Autrement dit, en considérant le concept de durabilité dans ses dimensions normatives, on trouve aussi de nombreuses ambiguïtés, souvent tirées du fait que, pour certains auteurs, le sociétal reste, en termes hiérarchiques, au niveau du biologique. Dans ses approches plus génériques, la dimension normative de la durabilité inclut la compatibilité entre les niveaux et les objectifs sociaux, économiques et environnementaux ; l'équité et la justice sociale comme principe supérieur inaliénable ; la reconnaissance de la diversité culturelle et du multiculturalisme 8; soutien au maintien de la biodiversité 9. En ce qui concerne les systèmes agricoles, le concept de durabilité est relativement facile à traduire : il s'agit essentiellement d'assurer la nutrition des populations actuelles sans mettre en péril la capacité biologique à assurer la nutrition des générations futures ; et pour ce faire, en plus, en veillant à ce qu'il n'y ait pas d'inégalités injustes entre les différents groupes sociaux. Les conférences internationales successives, et en particulier le Sommet de Rio et l'Agenda 21, ont marqué la voie à suivre pour parvenir à cette durabilité, en promouvant les changements structurels suivants :
  a) élimination de tous les types de subventions directes ou indirectes qui encouragent la dégradation ou la perte des ressources naturelles ;
  b) Élimination des programmes de soutien à l'agriculture visant à maintenir des prix artificiels et substitution aux programmes de soutien à l'agriculture qui préservent les ressources ;
  c) la réforme des indicateurs économiques du secteur agricole, afin qu'ils enregistrent la dégradation et la perte des ressources naturelles ;
  d) augmentation des fonds publics pour la recherche de technologies appropriées pour une agriculture durable.
  Il y a deux aspects clairement différenciés. En premier lieu, les instruments fiscaux, d'une part (Constanza, 1991), et la planification territoriale, d'autre part (Haney, Field, 1991 ; Daniels, Bowers, 1997), visant à assurer la durabilité et à maintenir le capital environnemental pour les générations futures. Et deuxièmement, les aspects sociaux, sur lesquels nous pouvons nous concentrer sur la sécurité d'une politique alimentaire capable de soutenir la population de chaque société, et de l'ensemble de la population humaine, d'une part, et d'autre part dans le concept, inaliénable pour les autres les promoteurs de la durabilité, comme Sachs, de la justice intragénérationnelle . Cela implique, en premier lieu, de considérer la paysannerie comme un groupe social dont il faut discuter la survie et surtout les fonctions ; et deuxièmement, cela implique la virtualité d'un modèle de développement, ou de progrès social, c'est une idée de modernisation, à partir de laquelle tous les peuples de la planète peuvent participer et obtenir les avantages qui en découlent.
  Les deux régions les plus avancées technologiquement, économiquement et socialement de la planète, l'Europe et l'Amérique du Nord, ont entrepris des politiques en ce sens ces dernières années. Bien que les deux régions soient parties de positions très différentes sur des questions essentielles en la matière, telles que le rôle du marché, de l'État et de la société civile, nous avons observé un processus de confluence dans leurs politiques.
  Dans le cas de l'Union européenne, sur la base de l'Agenda 2000, elle a pleinement assumé ces nouvelles valeurs, et toute la législation communautaire, ainsi que la réorganisation budgétaire, prennent en compte le concept de durabilité, qui a une forte incidence sur la Politique Communautaire Agraire. La Commission a déjà formulé ses recommandations explicites dans la communication intitulée " Pistes pour une agriculture durable " , présentée fin janvier 1999 (COM, 1999), et qui était accompagnée d'une autre communication dans laquelle l'intégration des considérations environnementales était explicitement proposée. PAC (COM, 2000). Tout cela quelques mois seulement avant que le Conseil présidentiel pour le développement durable des États-Unis ne publie, de son côté, le rapport Towards a Sustainable America (Anderson, Lash, 1999).
  Les principes de la durabilité agraire, aussi bien en Europe qu'aux États-Unis, sont les mêmes : un poids fort des principes agri-environnementaux, une redéfinition des fonctions méta-agraires du territoire en accord avec les principes dont certains chercheurs sont issus .travaillant depuis vingt ans, et par conséquent une redéfinition du rôle de l' agriculteur en tant qu'agent économique multifonctionnel, pas nécessairement orienté exclusivement vers l'agriculture mais aussi vers la préservation de l'environnement ou même d'autres secteurs comme les loisirs environnementaux.
  Tant en Europe qu'en Amérique, on prend conscience de la nécessité de préparer les agriculteurs à cette nouvelle situation, en les orientant vers une forme d'activité plus diversifiée, dans laquelle l'agriculture n'occupe qu'un temps partiel (Barthelemy, 1999), en bref, en acceptant une idée d'une ruralité très proche, quoique pas exactement la même, de celle proposée par l'utopie écologique des années 70 (Barthelemy, Vidal, 1999).
  Aux États-Unis, par ailleurs, la plus grande confiance dans le marché passe par un engagement pour la relance de la petite agriculture ( small farms ), orientée vers une production écologique et en relation étroite avec les consommateurs urbains, qu'elle approvisionne directement (Perry, 1998). Des propositions qui semblaient utopiques il y a vingt ans (Baigorri, 1978), comme l'agriculture soutenue par les communautés urbaines elles-mêmes à travers des contrats-programmes, sont aujourd'hui une réalité qui se répand aux États-Unis, et sera bientôt courante en Europe (Brown, 1999 ). . Les États de Californie, du Nebraska ou du Minnesota comptent parmi les pionniers, pour certains depuis une décennie, dans le développement de systèmes d'agriculture durable soutenus par des consommateurs urbains responsables. Une agriculture qui se revendique aussi comme une agriculture saine (McDuffie, 1995), comme elle l'était avant son industrialisation (Baigorri, 1984).
  Bien sûr, l'agriculture durable n'est pas nécessairement une agriculture, mais simplement une agriculture techniquement compatible avec l'environnement. La durabilité intègre une justice diachronique et intergénérationnelle, mais elle n'est pas nécessairement équitable en termes synchrones ou intragénérationnels. Les questions sociales restent en suspens, comme l'ont souligné certaines études (Allen, 1993), et parmi elles celles des salariés, notamment des immigrés. Parce que la durabilité doit être à la fois environnementale et sociale (Sachs, 1996).
  Tout comme la question des immigrés, il faut considérer celle de la pauvreté rurale, de plus en plus oubliée dans les pays développés en raison de l'impact de la pauvreté urbaine ; Dans tous les pays avancés (pas seulement en Europe, mais aux États-Unis), subsistent des poches rurales de pauvreté dans lesquelles persistent des tendances migratoires qui peuvent mettre en péril la conservation du territoire (Cushing, 1997). En fait, malgré ce que croient certains visionnaires (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998) qui ont récupéré les perceptions que d'autres visionnaires avaient il y a deux décennies, le capitalisme n'est pas incompatible avec une agriculture durable, c'est pourquoi des politiques sociales continueront d'être nécessaires. le champ. Mais en plus de ces politiques sociales, il faut préparer la population rurale à la coexistence multiculturelle, à la tolérance envers les étrangers.
  Étroitement liées à toutes les questions que nous avons traitées, les nouvelles stratégies de développement que les sommets mondiaux successifs révèlent.
  L'échec du dernier sommet économique révèle le rejet, non seulement par les pays en développement eux-mêmes, mais aussi par des couches croissantes de la population des pays développés, avec la division internationale du travail existante. Au-delà de la durabilité environnementale et sociale au niveau local, la mondialisation révèle l'inévitabilité d'une gestion durable, d'un point de vue environnemental et social, de la planète dans son ensemble, qui suppose une transformation radicale des schémas commerciaux. Soit les pays riches commencent à acheter sérieusement aux pays en développement la seule chose qu'ils peuvent réellement produire, la nourriture, soit la planète se dirige vers une situation de chaos aux conséquences imprévisibles ; Soit les frontières du travail deviennent poreuses, sur le modèle des frontières du capital, soit les risques de conflits s'aggravent également. Et cela sans oublier que, selon les projections les plus fiables, de grandes régions de la planète, comme la Chine, vont nécessiter une forte augmentation des importations alimentaires dans les années à venir (Harris, 1996). Tout cela, évidemment, a des conséquences directes sur notre agriculture, et rend les propositions de la Commission des Communautés encore plus urgentes, si possible.
  Un deuxième aspect dans lequel la confluence entre les politiques européennes et américaines se produit est celui de la réglementation de l'utilisation des terres. Ainsi, tout au long des années 1990, on a assisté, aux États-Unis, à un processus croissant de réglementations fédérales et étatiques sur l'utilisation des terres, visant à préserver non seulement des zones considérées comme d'intérêt naturel , mais aussi et tout particulièrement dans certains États, des terres cultivées, en particulier ceux de la plus haute qualité; À l'instar de la tradition d'aménagement européenne, la régulation de la croissance métropolitaine par l'établissement de zonages a été l'instrument privilégié (Daniels, 1999).
  D'une certaine manière, la question de l'agriculture durable se développe dans le cadre des conflits d'usage du territoire qui ont caractérisé les dernières décennies de la société industrielle (Baigorri, 1983, 1984 et 1998). Ou, ce qui revient au même, toute discussion sur la durabilité et l'agriculture durable doit inclure les centres urbains dans l'analyse (Savory, 1994). D'une certaine manière, on pourrait dire que l'évolution sociale s'est déplacée à la fois contre et en faveur des agriculteurs : d'une part, ce ne seront plus eux qui décideront des usages des terrains non bâtis, expropriant leur capacité de décision sur leurs propriétés .; mais, en même temps, cela est fait pour garantir les seuls usages agro-naturels du sol, et en même temps contribuer à assurer sa survie sur le territoire, ce que le marché n'a pas été en mesure de garantir au cours des deux cents derniers ans.
  Naturellement, dans ce cadre, l'agroécologie est appelée à jouer un rôle essentiel. Dans les pays en développement, ce type d'agriculture peut devenir, pour certaines petites communautés, la seule agriculture possible ; cependant, ce n'est pas ce type d'espace qui nous concerne dans ce travail. Au contraire, dans les sociétés riches et avancées, on part d'un principe : « aucune agriculture 'biologique' ou non-industrialisée n'est capable d'offrir un réel espoir de pérenniser les villes d'aujourd'hui » (Savory, 1994 : 142). Pendant longtemps, et peut-être pour toujours, nos sociétés devront vivre avec au moins deux modèles d'agriculture différents, qui impliquent des styles organisationnels et culturels contradictoires mais qui, contrairement à ce que certains soutiennent, peuvent parfaitement coexister :
  a) Une agriculture industrielle , dont, sur la base de critères de marché (et aucun autre type de critère d'allocation des ressources n'est envisageable à court ou moyen terme), de nombreux entrepreneurs agricoles, notamment dans les grandes exploitations, préféreront en tirer parti. Cette agriculture sera destinée à produire des aliments de base bon marché et des aliments populaires, et très probablement, comme l'ont fait les usines industrielles, elle aura tendance à se déplacer vers les pays en développement, où les contrôles environnementaux et les coûts de main-d'œuvre seront inférieurs pendant des années, à mesure que le commerce mondial des aliments sera libéralisé. . Cependant, cette agriculture tendra à être de plus en plus performante dans l'utilisation des intrants, notamment énergétiques, et réduira progressivement l'utilisation des produits phytosanitaires chimiques, à l'aide de modifications génétiques. En réalité, on devrait parler d'une agriculture industrielle propre , selon les principes de l'environnementalisme doux, implantée dans les pays les plus développés, et d'une agriculture industrielle sale , encore fortement impactante sur le milieu naturel, dans les pays en voie de développement.
  b) Une agriculture durable , dont la fonction alimentaire ne sera qu'une de celles qui lui sont attribuées, puisqu'elle doit aussi contribuer à la conservation du capital écologique pour sa transmission aux générations futures. Cependant, agriculture durable n'est pas forcément synonyme d'agroécologie, puisque nous avons déjà souligné l'ambiguïté du concept de durabilité, selon que l'on s'intéresse à des critères sociaux, économiques ou biologiques.
  En ce sens, au sein de ces systèmes agronomiques durables, il faudra d'abord distinguer une agriculture respectueuse de l'environnement , technologiquement avancée et soucieuse des consommateurs, qui permette simultanément de satisfaire les besoins alimentaires de qualité de centaines de millions de consommateurs, ainsi que quant aux besoins d'avoir, pour le plaisir des citoyens, un domaine magnifiquement préservé , et tout cela sans épuiser le capital biologique. L'agriculture durable va donc être ce que nous appelons depuis des années l'agriculture paysagère (Baigorri, 1987 et 1997), chargée à la fois de nourrir et de conserver la biodiversité. L'agriculture retrouve ainsi une fonction, ajoutée à celle de production alimentaire, à laquelle elle répondait traditionnellement : la production d'espace et de diversité biologique (Barthelemy, Vidal, 1999) 10. Mais désormais, l'espace et la biodiversité ne sont plus exclusivement destinés à l'usage et à la jouissance des agriculteurs eux-mêmes, mais à l'ensemble des citoyens, la communauté assume donc le financement de la présence des agriculteurs en tant que jardiniers de ce que nous avons appelé les interstices de la ville globale ( Baigorri, 1998, 2001). L'effort croissant dans la conception d'indicateurs de durabilité agricole (CCE, 1999 et 2000) doit faire penser à une adaptation progressive des aides publiques, tant en Europe qu'aux USA, proportionnellement à l'effort fourni pour remplir les fonctions visées. l'agriculture agricole.
  Et deuxièmement , l'agroécologie elle-même, en tant que variante particulière de l'agriculture durable, qui d'une part intensifie les fonctions méta-agraires, et d'autre part permet la production d'un type d'aliment de plus en plus demandé depuis des années par certains groupes. des consommateurs. L'agroécologie apporte un ensemble d'avantages environnementaux, sociaux et économiques, largement discutés dans de nombreux autres chapitres de ce volume.
  Naturellement, tous ces changements, aussi bien ceux qui affecteront l'agriculture industrielle que ceux qui impliquent l'extension des différentes formes d'agriculture durable, sont indissociables de ce que nous avons appelé la seconde conversion agraire . Si entre les années 60 et 80, les agriculteurs occidentaux ont dû s'adapter à la pénétration du capitalisme et de l'industrialisme dans l'Agriculture, laissant des centaines de milliers de paysans sur les routes, vient maintenant une deuxième reconversion, qui ne devrait pas être moins traumatisante pour le collectif. Cela implique la nécessité d'enquêter sur les facteurs qui faciliteront la migration des agriculteurs vers l'agroécologie, c'est-à-dire comment et pour quelles raisons les agriculteurs migrent (et peuvent donc migrer) vers les nouveaux systèmes, puisque les recherches existantes montrent que la diversité des raisons, de la conviction écologique à la recherche de récompenses par le marché ou les subventions publiques (Padel, 1994, Assouline, 1997, Fairweather, 1999).
   
5. L'ESPACE RÉGIONAL MÉDITERRANÉEN, JARDIN DE LA VILLE MONDIALE EUROPÉENNE
   
  Comme on l'a dit, l'Union européenne a beaucoup misé, ces dernières années, sur une agriculture qui, d'une part, est plus efficace et compétitive sur les marchés mondiaux (ce qui signifie une réduction progressive des aides à la production), mais qui, à en même temps et surtout, il remplit une fonction de préservation de l'environnement et de maintien de l'équilibre territorial (ce qui signifie une politique croissante d'aide au maintien de la population agraire dans son environnement territorial).
  L'agroécologie apparaît ici comme une alternative, parmi d'autres possibles, pour atteindre ces objectifs. De la prise de conscience que les pratiques agro-écologiques, justement à la lumière des arguments malthusiens, ne permettent pas d'approvisionner les 7 000 millions de personnes qui peupleront la terre à court terme, pas même les deux cents millions d'Européens, elles permettent pourtant pour atteindre plus efficacement ces objectifs : d'une part, l'agroécologie est, avec la politique onéreuse et de plus en plus complexe des parcs nationaux, le meilleur moyen de protéger la biodiversité, de maintenir voire de reconquérir les paysages ruraux traditionnels ; deuxièmement, les productions agroécologiques amélioreront la qualité de vie des consommateurs, et encadrer leur production dans un programme de vie alternative contribuera aussi, indirectement, à réduire les coûts globaux de certains services publics, comme la santé 11(naturellement toujours que la crédibilité est assurée pour ces productions, et les circuits de consommation sont créés qui permettent le saut d'un marché de niche, pour occuper une part substantielle du marché alimentaire) ; et, troisièmement, mais non des moindres, l'agroécologie génère des emplois : à la fois dans le secteur agricole lui-même, ainsi que dans l'industrie alimentaire et les services avancés. Compte tenu des caractéristiques mêmes de l'agroécologie, de la transformation agro-industrielle à la recherche agricole, qui doit se concentrer sur les spécificités locales, une bonne partie des emplois générés par ces pratiques agronomiques est de nature locale.
  Cependant, au-delà des aspects généraux de la nouvelle politique agro-environnementale communautaire, ou américaine, la question ne peut se poser dans les mêmes termes pour l'ensemble de la communauté. De même que l'agriculture durable ne peut être appréhendée de la même manière dans les sociétés avancées que dans les pays en développement, de même les caractéristiques écologiques, agronomiques, économiques et sociales des régions du sud de l'Europe (il est difficile de se cantonner à l' espace méditerranéen , car Le Portugal participe pleinement aux caractéristiques de ces régions) nécessitent un traitement spécifique du sujet.
  Par rapport à l'ensemble de l'Europe, les régions du sud présentent les spécificités suivantes, en ce qui concerne leurs structures agronomiques :
  1) Une plus grande richesse biologique, qui les rend plus susceptibles de recevoir l'attention des politiques agro-environnementales.
  2) Une densité de population beaucoup plus faible, qui nécessite une plus grande présence d'une population active agricole multifonctionnelle pour assurer la protection environnementale du territoire.
  3) Certaines caractéristiques climatiques qui permettent, sans autre intrant artificiellement introduit dans le système que l'eau, une production plus intensive de produits de qualité tout au long de l'année.
  4) Une plus grande présence de la population active agricole, et dans des conditions de plus grande précarité socio-économique, qui ne peut survivre dans son espace vital sans la solidarité des autres espaces.
  5) Une variété et une richesse culturelle extraordinaires, qui facilitent l'intégration de l'agroécologie dans un système intégré de soutien rural qui comprend le tourisme et, en général, la fourniture de services à la population urbaine.
  Sur ces bases, et à partir de nos propres thèses sur l'inefficacité de la distinction rural/urbain, et le développement de ce que nous appelons la ville globale (Baigorri, 1995b, 1998 et 2001), les régions d'Europe du Sud peuvent devenir - d'une certaine manière encore, puisqu'ils étaient déjà depuis des siècles- dans le verger-jardin de la ville globale européenne.
  Logiquement, cela nécessite, outre la réussite de cette deuxième reconversion agraire à laquelle nous avons fait référence, l'achèvement précis du processus d'urbanisation des zones rurales du sud de l'Europe. Sans une insertion complète dans la ville globale, en participant pleinement à la fois aux valeurs et à la culture urbaines mondiales ainsi qu'aux cultures locales, et en gérant les technologies de l'information qui s'insèrent définitivement dans les interstices de la ville globale, on ne peut pas faire grand-chose de plus qu'un diffusion marginale de l'agroécologie.
  Badajoz, août 2000
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NOTES

            1Une partie de cet article a été présentée pour discussion lors du séminaire sur les besoins de formation en agriculture irriguée, organisé par l'Association des coopératives d'irrigation d'Estrémadure (ACOREX), à Mérida, en mars 2000. Une bonne partie des références propres citées dans le texte peuvent être consultées sur mon site :
 http://www.unex.es/sociolog/BAIGORRI/index.html 
            2Doctorat en sociologie. Professeur titulaire à la Faculté de CC. Économie et affaires de l'Université d'Estrémadure.
            3Évidemment, la Conférence de Stockholm (1972) promettait une mise en œuvre croissante des principes environnementaux, mais l'apparition, à peine un an plus tard, de la crise pétrolière, qui à son tour déclencha la plus grande crise économique mondiale récente, provoqua l'oubli rapide de ces premiers accords internationaux .
            4L'un des grands paradoxes de l'écologie profonde de gauche est que nombre de ses idéologues font partie de la jet society de la ville globale. S'ils trouvent radicalement anti-écologique le transport de bananes vers l'Europe, ou de machines agricoles et de produits phytosanitaires vers les pays du tiers monde, ils ne semblent pas penser la même chose de leur errance permanente dans les aéroports internationaux. Connaît-on quelqu'un de ces prédicateurs qui se sont installés, au-delà des mois de recherche et de travail de terrain , pour vivre l'autarcie qu'ils proposent aux autres ? Quant aux idéologues autochtones , il est habituel que, dans la mesure où leurs contacts internationaux le permettent, ils fassent rapidement le saut vers l'Europe ou les États-Unis. En supposant, pour reprendre certains termes idéo-agronomiques, que "c'est une chose de prêcher et une autre de donner du blé" , il faut au moins signaler ses incohérences, surtout si l'on tient compte du fait que les principaux arguments utilisés dans leurs dissertations sont, finalement, terme, plus moral que scientifique.
            5Diverses études ont montré que plus de la moitié des engrais azotés utilisés dans les grandes zones céréalières des pays développés ne sont pas nécessaires pour atteindre les productions maximales possibles (Cairncross, 1994 : 120 ; ANRC, 1989 : 42).
            6En Espagne, des propositions éco-régionalistes avancées ont été développées très tôt (Gaviria, et al., 1976, Gaviria, Naredo et al., 1978, Gaviria, Baigorri et al., 1980), inspirées tour à tour par le régionalisme sud américain et les travaux de John Friedman.
            7Dans ces théories, l'influence du maoïsme peut être décelée avec une certaine facilité, mais de manière générale, l' autarcie n'a été observée en pratique, tout au long du XXe siècle, que dans des régimes politiques peu ou pas démocratiques, ce qui, au moins, soulève de sérieuses questions morales. sur ce principe. Pour le reste, le transport et l'échange des denrées alimentaires, même sur de grandes distances, ont toujours accompagné le développement des sociétés humaines.
            8Cependant, la portée de cette reconnaissance fait l'objet d'un débat large et persistant dans le domaine des sciences sociales, car elle conduit souvent à un relativisme culturel dysfonctionnel concernant les objectifs de durabilité sociale (la question est posée sans équivoque : doit-on une diversité qui implique, dans certaines de ses concrétions, un manque manifeste d'équité pour certains groupes, comme les femmes ou les enfants ?).
            9Sur cette question, les positions ne sont pas claires non plus. Nous pouvons comprendre la Nature comme le produit des interactions et des processus évolutifs de tous les êtres vivants (y compris l'homme, et ses propres besoins et voies évolutives), ou comme un espace séparé de la société humaine, la patrie de l'homme qui l'accueille et qui donc la a une valeur supérieure, qui a par conséquent ses lois spécifiques auxquelles l'homme doit se soumettre, annulant ainsi sa propre essence vivante (qui n'est autre que la volonté créatrice). Mais logiquement, de la considération du cadre de vie comme résultat évolutif de l'interaction entre tous les êtres, la Nature est en quelque sorte une construction sociale, et donc soumise aux lois de l'organisme qui, au cours de l'évolution, a été institué en informatique : l'homme. Les positions éco-centrées divergent sensiblement, sur ce point, des positions démo-centrées .
 Du point de vue de l'analyse sociale, il y a une contradiction dans les termes dans l'attribution à la Nature d'un poids, dans le développement des événements humains, déterminant. Si nous tenions cette position pour acquise, les sciences sociales seraient absolument inutiles ; seule la Psychologie behavioriste aurait un sens, en tant que science complémentaire aux Sciences de l'Environnement, au service d'une Génie de l'Environnement pas très éloignée de la volonté soviétique de construire une société et un homme nouveaux . La Science Sociale, au contraire, part de la conviction que la Société est un produit de l'interaction homme/milieu, et que le destin des hommes n'est pas établi dans des lois naturelles.
 En ce sens, il semble que, encore une fois, la clé réside dans la construction de modèles sociaux qui répondent aux besoins réels de la population réellement existante.
            10cultures énergétiques
            11Compte tenu de cet effet, l'agroécologie des loisirs périurbains acquiert une plus grande importance, qui au cours des dernières décennies a acquis une importance croissante (Baigorri, Gaviria, 1985).





RURAL DEVELOPMENT MODELS
AND SUSTAINABILITY1
Approaches for Mediterranean Europe

Artemio Baigorri2

Published in
Labrador, Juana and Altieri, Miguel Angel, AGROECOLOGÍA Y DESARROLLO, Mundiprensa/University of Extremadura, Badajoz, 2001, pp. 487 - 506
   
   
   
1. INTRODUCTION

  This work develops the need to find, more than an approach, approaches that integrate agroecology within the framework of a very specific regional space, such as Mediterranean Europe, characterized simultaneously by strong techno-economic and social development, by a a specific culture that rests on common and extremely rich anthropological traditions, a rural environment that is still inhabited and dynamic, and a very fragile environmental environment, sustained by a climate that makes certain agricultural styles difficult. The concept of sustainable rural development cannot and should not be understood, in said region, in the same terms as it could be in other areas of the planet, such as Latin America (and developing countries in general), North America, or simply Europe. continental and atlantic.
  The first section points minimally -since other chapters of the book deal more extensively with the issue- towards the bases on which sustainable development rests. The second section develops the basic models used both to understand development and to plan the aforementioned sustainable development. Thirdly, the essential characteristics of the European Mediterranean rural area are considered. Finally, the possibilities of extension and development of agroecology are analyzed within the framework of sustainable rural spaces, and in light of the prevailing political principles and guidelines in the European Union. In this synthesis, it is possible to advance the conclusion of the need for coexistence between diverse development models, as a basic instrument for the sustainability of a rural space characterized precisely by a growing handicap . Thus, agroecology appears not as a panacea that can solve the challenges of agriculture, and of the rural world in general, but rather as an essential element in any development planning that is based on the principles of sustainable development. An element that, within the framework of European countries, rich and highly developed in economic, technological, social and cultural terms, must fulfill significantly different functions from those it can satisfy in developing countries.
  This work does not adhere to any creed or ideology, except for the principles of Social Ecology, understood not as an ideology but as a scientific, and therefore rational, claim to explain social facts as the product of the interaction or exchange of information between environment, population, organization, technology and culture. The most normative aspects of work rest, for their part, on the unique double principle of the search for maximum happiness for the inhabitants of the planet, and on the equality of obligations and rights of all of them both to contribute to its achievement, and to the enjoy it.
   
2. THE RETURN OF ECOLOGISM AS ENVIRONMENTALISM
   
  Environmentalism seemed, at the end of the '70s, the ideology with the fastest implantation on the planet (Gaviria, 1980). However, the economic recovery of the '80s implied a notable blockage in the extension of the consequences that should be derived from its apparent success. As it was revealed at the time, the machinery of industrial growth could not be stopped in any way, so the way out of the economic crisis could only happen -with the implicit agreement between the state and the business and worker corporations- through a increase in environmental degradation, breaking down the slight barriers -barely moral at that time- raised 3in the search for a balance between man and his environment (Baigorri, 1980). This process has also been defined as the unstoppable wheel of production ( treadmill ) by some environmental sociologists (Schnaiberg, Weinberg, Pellow, 1999).
  In the 1990s, however, there was a strong recovery of environmentalism, especially under its sweeter environmental expression, to the point that we now speak of an era of environmentalism (Steiguer, 1997). Starting, above all, from the First Earth Summit, held in Rio in 1992, everything has accelerated even more. Within the framework of the still modest Agenda 21, all governments with greater or lesser commitment work around the need to seek new development strategies (Sachs, 1995), which can only go through the path of sustainability, understood as the capacity to optimize the resources available today without jeopardizing those of future generations. If we think about agricultural production, the experts' vision leaves no doubt about it, in the sense that "food costs must include the damage caused by agriculture to the environment of current and future generations" ( Hrubovcak, Vasavada, Aldy, 1999).
  This recovery of the environmental question responds to very diverse factors, among which it is worth mentioning at least a few.
  a) The crisis of ideologies, or environmentalism as an object of desire of moral entrepreneurship 
  The crisis of traditional ideologies has facilitated the conversion of the environmental question into an object of interest for the moral business community ; in such a way that practically all the critics of the system have adopted as their own both the language and a good part of the ideological elements of environmentalism. The residues, both political and academic, of the anti-capitalist explosion of the '60s and '70s, have come together in environmentalism, contributing to a greening of this ideology. This ideological reconversion has converged with the phenomenon of the conversion of some of the most important environmental groups into what some authors have called protest companies , this synergy contributing to a strong increase in the attention of the media, and the public opinion in general, to environmental issues (Jordan, Maloney, 1997). In fact, some analyzes have revealed how the interest of public opinion in certain environmental issues responds to the pressure capacity of certain interest groups, which in a certain way have managed to carry out a social construction of the environmental issue (Mazur , 1998).
b) Empirical evidence of environmental degradation 
  The growing scientific evidence of the importance of certain environmental impacts, such as the degradation of the quality of life in large cities, the disappearance of natural spaces of interest, the loss of species. This, together with the intensification of the globalization process - already begun in fact with the Industrial Revolution - has been showing the extent to which the problems derived from environmental degradation exceed national interests, to become, in certain cases, planetary problems. of paramount importance, raised by some authors and groups in terms of the authentic risk of disappearance of the human species as a consequence of the so-called Global Environmental Change . The very framework in which the latest globalization wave has unfolded -the new information technologies- has undoubtedly facilitated the diffusion of eco-environmental ideologies and knowledge, which have found their best source in the network of networks (Internet). technological ally.
c) The virtuality of integrated environmentalism
  The adaptation of environmentalism to the presuppositions of the capitalist system, under the form of environmentalism, has facilitated the assumption, by the institutions of the system, of its most elementary principles referring to the relations between Nature and Society. Undoubtedly, the transition from an anti-system environmentalism to an integrated environmentalism has facilitated that, within the framework of the cultural change that has led the developed middle classes to adopt the type of values that some authors have called postmaterialist (Inglehart, 1981), as long as they do not affect the fundamental structures of society, concern for ecological degradation has become one of the characteristics of advanced contemporary societies. Within this framework we must insert the concept of sustainable development proposed by the so-called Brundtland Report (World Commission on Environment..., 1987), although in reality it is only an update -with more media success- of the concept of eco -development , launched by Maurice Strong in 1972 in the framework of the Stockholm Conference (Sachs, 1980), the first great summit on earth. The concept of sustainable development opens the doors to the consensual interaction between capitalism, industry, development and environmental conservation; what some have called, in the first analyzes of the green economy from a capitalist perspective, “the best of nothing” (Cairncross, 1994)
d) Green capitalism, or the last push 
  Environmental protection itself has become, as a synergistic consequence of the pressure derived from the above factors, an economic sector of growing importance for industrial, financial and service corporations in rich countries. On the one hand, it is about the growing conviction, on the part of large corporations, that -certainly under certain conditions- conserving is profitable (Cairncross, 1994); on the other hand, the emergence of a secondary, tertiary and quaternary sector oriented towards the environment itself (Sadgrove, 1993). Consumption manipulators have finally developed marketing techniques aggressive and efficient enough to sell consumers any type of product that is presented under the green label (Pino, 1993). Faced with the pessimism of the treadmill theorists , other authors propose that capitalism has initiated what they call a new ecological modernization , an ideology that is very present in the discourse of dominant environmental policies in the West. Ecological modernization, based on technical and organizational innovations in the face of environmental problems, seems to constitute a functional meeting point between integrated environmentalism and the most influential economic groups (Hajer, 1995).
  It is within the framework of all these social changes, which have occurred over the last four decades, in which we must place the importance that agroecology has been acquiring little by little, as an application to the food production systems of the principles of environmentalism/environmentalism. Therefore, we must attend to this practice, both in what it entails as a process of sectoral adaptation of an ideology, and in its meaning as a productive sector.
  If we talk about ideology, it is because, first of all, the semantic field of the word agroecology is remarkably broad, and a good part of it goes far beyond the technical and/or scientific aspects that characterize this 'new' agricultural practice, to the point of delve into the field of political and even philosophical ideas.
  On the one hand, agroecology is proclaimed as a material expression of a kind of radical ruralism, which tries to reproduce the structures of mythologized traditional rural societies, and which constitutes more of an anachrony than a utopia.
  On the other hand, the ideological aspects are important because any level of conviction in the goodness of agroecology as a productive model, basic or complementary, leads to the need to raise two issues that undoubtedly fall within the scope of development ideologies: in first, the uneven development and the existing exchange relations between the North and the South; and secondly, the role of agro-ecology in the broader framework of what we know as rural planning or development.
  In short, we must analyze the new function of agricultural spaces in modern societies, particularly in European society and especially in the Mediterranean regions, and consequently the new roles that farmers have to play, as the basis for the new reconversion that slowly but inexorably would be getting closer: the reconversion towards sustainability. And we must do so while attending to certain phenomena that characterize the agricultural sector of the aforementioned regions within the framework of globalization.
   
3. ECOCENTRIC, TECHNOCENTRIC AND DEMOCENTRIC
   
  There are essentially three ways of looking at the issue of our relationships with Nature, although the range would be expanded if we also paid attention to differences in criteria, or degree, or if we covered broader areas than agriculture: firstly, we find an eco -friendly perspective. -centric , basically skeptical regarding the ability of the human being to coexist with Nature, and that reaches apocalyptic positions when it converges with Malthusianism; second, the eco-technical or Cornupian perspective , blindly confident in the ability of science and technology to solve all our problems; and finally a demo-centric perspective , also called eco-realist or eco-humanist (Pepper, 1996), under whose inspiration the concept of sustainability is developed, and which trusts in the capacity of human societies to solve efficiently, and in the long term. , all or a good part of the challenges they face.
  a) The eco-centric perspective 
  Part of the radical inability of our current societies, under their principles and structures, to successfully face the risk of extinction of life on the planet. Inspired by more traditional Malthusianism, the confluence with new 'earth' movements and ideologies has led to even more apocalyptic directions, calling for the need for a new ecological order (finely analyzed in Ferry, 1994) as a criterion for organizing human affairs. We find this perspective not only in the ideological documents of the so-called deep ecology , but also in many manuals and documents that are disseminated under the label of science, biological, economic or social.
  Malthusians sometimes have the passion of the convert, as happens with Lester Brown . This, although it was already Malthusian in origin , has gone from warmly recommending the harsh Western development model for developing countries, as the only way to increase their food capacity - including in its recipe, as a Malthusian, a strict control of its demographic growth -, when he believed that the increase in yields per unit of land was the best way to ensure world supply (Brown, 1966, 1967), to his current conviction that the land is in a process of systematic decline of their productivity, being unable to sustain the entire world population with the nutritional standards of developed countries (Brown, 1990). The only thing in which Brown remains firm, with respect to his positions of the mid-twentieth century, is his deep fear of population growth in poor countries (Brown, Kane, 1994).
  But regarding agriculture, perhaps those who best express the attitude of the ecocentrics are its main ideo-scientists: the couple formed by the Ehrlichs, who consider that, in reality, agriculture itself is a maladjustment that sooner or later we will pay for. expensive; for them, "when humanity launched the agricultural revolution ten thousand years ago, it also undertook a butchery of the Earth's natural flora that continues today" (Ehrlich, Ehrlich, 1987, II:14). The anecdotal fact that ten thousand years later humans are still here, and with a population at least 12,000 times larger, which in general lives more pleasantly, does not seem to affect his convictions too much.
  The passion of the convert also shows the more political variant of this perspective, heir to the academic Marxism of the '70s, which considers the market and international trade as the ultimate cause of all disasters that have occurred and will be. For them, the moral of the story is that "the capitalist system works against rational agriculture" (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998). Which, by the way, raises intractable teleological problems; because on the one hand they maintain the principles of Marx's historical materialism, but at the same time they consider that "the laws of nature destroy the idea of History as progress, that is, the idea that the evolution of man is always towards greater levels of well-being” (González, 1993:90), which seems antithetical to a Marxist philosophy of history.
  The alternatives they offer, which can be synthesized in a kind of agrarian autarchism , are perhaps of some interest to some small communities, but they can hardly be considered on a planet with hundreds of million-dollar cities in population.
  Malthusians and neo-Marxists come together in a bizarre synthesis that would have delighted Marx and Engels in dialectic. As regards the subject at hand, we could say, based on their assumptions, that agroecology is the only possible agriculture, although it is not sufficiently explained -and above all demonstrated- how we could feed this way, with dignity, to the 10,000 million inhabitants that in a few decades will populate the planet 4.
  b) The techno-centric perspective 
  In contrast to the Malthusians, the Cornupians blindly trust that technological development, indebted to the market economy, will solve all human problems. For them, problems like global warming (the inconsistency of which they repeatedly insist, to the extent that there is not even agreement on whether it is warming or cooling), the supply of drinking water, air pollution, reduced capacity production of the oceans, the disappearance of forests, population growth, agriculture and food, the effects of synthetic and chemical products, or the loss of biodiversity, all of them alike are concrete and substantial problems, and consequently solvable. with the help of science and technology (Bailey, 1995); especially if we let the market carry out an efficient allocation of resources. Thirty years ago, one of the oldest and most lucid technocentric representatives, the former director of Nature, John Maddox, clearly expressed his critique of the Malthusians and apocalyptics, and it cannot be denied that with premonitory lucidity: “Falsehood lies in assuming that developing nations will follow a path to prosperity exactly the same as that followed by advanced nations. In the world of the future, characterized by electronic computers and not by the steam locomotive of the Industrial Revolution, the use of raw materials will follow completely different rules from those that haunt the prophets of disaster" (Maddox, 1974:110).
  Regarding agriculture and its possible link to conservation programs, some authors in this group present weighty arguments (which are obviously considered demagogic by apocalyptics). Thus, it is argued that if we take as true the recent approaches that some authors have developed from environmentalism (Wackernagel, Rees, 1996) around the concept of the "ecological footprint" (ecological basis of per capita sustenance), the land needs for meeting the needs of the planet's population with current standards are 30% greater than the total surface area of the globe; the necessary reduction of standards would condemn to non-sustainability and the consequent disappearance of all small, densely populated countries, which currently survive thanks to food imports and other natural resources (Gordon, Richardson, 1999). Some of the most eminent representatives of this perspective have dedicated strenuous efforts to demonstrate how the planet's resources, together with technological development (and, always, the market), can not only feed the current population, but even allow the growth of the human forces (Simon, 1996).
  For techno-centrics, modernization entails a double adaptation of the planet's farmers to the new technologies offered by the cornucopia of science: firstly, to appropriate environmental management, reducing the use of chemical fertilizers, herbicides and phytosanitary products to its really effective proportions 5, and even recovering more soil conservationist cultural practices; and secondly, to the new technological proposals derived from the application of genetic discoveries: transgenic seeds, cloning, etc. For techno-centrics, the market will be the instrument in charge of promoting these adaptations, and assigning uses to the land and agricultural assets of the various territories.
  Although the techno-centrics do not stop using demagogy, in front of the eco-centrics, the ghost of the caves, they themselves continue presenting the same deficit of the old developers : on the one hand they have no response to the risks in the short, medium and long term of the new technologies; and second, its obsession with the market raises serious doubts about its independence from the industrial and financial groups that, rather than farmers, directly benefit from such development models. On the other hand, they also do not offer an adequate answer for those rural populations that, de facto, are already in the caves and cannot play in a world market in which the cards are marked.
  c) The demo-centric, or eco-realist perspective 
  Beyond the debate between the most recalcitrant technological optimists ( Cornupians ) and the apocalyptic environmentalists -a debate often circumscribed to minority circles-, the most lucid social agents in developed societies even take refuge in a cautious vision (Daniels, 1999), which leads us to pay close attention to the type of technologies we use to produce consumer goods, but also doing so from the perspective of the interests of human beings, both current and future generations.
  The eco-realists trust not only in the action of the States and supranational organizations, planning the uses of the territory and protecting the natural spaces susceptible to protection; They also consider that the market can play an important role, considering the fact that consumers, within the framework of what has been called the change of values towards a type of post-materialist values, are increasingly selective regarding the type of products they buy. buy (Stern, 1997), increasingly punishing those who do not respond to an ethical or environmentally acceptable type of production.
  Eco-realism starts from some presuppositions common to those of the Malthusians, but also recognizes elements of analysis developed by the Cornupians. Thus, based on the empirical evidence of environmental degradation caused by industrial development devoid of any control, and which puts the survival of future generations on the planet at risk, he nevertheless considers that it is in science where, once again, , answers to the environmental challenge can be found. Although they understand that science, and especially its technological application, must be subject to democratic controls.
  As far as agricultural styles are concerned, it is, paradoxically, international free trade, which makes it possible for certain spaces to partially abandon industrial agriculture. From a certain type of radical environmentalist position (such as that proposed from eco-regionalism and to an even greater extent from deep ecology ) the long-distance transport of food is manifested as a notable ecological waste, since it is necessary, in economic terms, high energy consumption per unit of added value transported. In fact, in its first formulations 6, eco-regionalism considered the principle of regional/national food self-sufficiency as an inalienable element in an ecological economic policy 7. However, the principles of fair trade that the most recent environmental proposals endorse resoundingly raise the need to break the protectionist barriers of rich countries, so that developing countries can trade with what most of them are capable of, today. , to produce: food.
  An eco-realistic and ethically honest approach to North/South relations may lead us to think that true global free trade would enable developing countries to complete the necessary capital accumulation to start a real takeoff. And from this perspective, certain principles of the cornucopianos (who with respect to development still consider the Rostow stages to be the word of God ), could be acceptable; Of course, it is possible -although not inevitable- that economic development, as a result of truly free and fair world trade, also enables social and cultural development of developing countries, having, among other effects, a notable reduction in the population pressure. Although of course, this consideration does not serve to hide its deepest miscalculation: the protection of the environment, within the framework of economic development, does not come from the market, but from the change of attitudes that, as a consequence of development itself, occurs in these societies, towards the so-called postmaterialist values (Inglehart, 1991), attitudes that influence the market itself.
  Demo-centrics also pick up from eco-centrics the idea of a holistic understanding of human life. But it is the happiness of man, and not a kind of Judeo-Christian divine justice, or oriental mystical balance, which prescribes the convenience of a sufficient, not excessive diet, and as free of toxins as possible, which has as an indirect effect a reduction of the chemical-technological costs of health systems today largely dedicated to undoing, with more chemistry and more technology, the side effects caused by a chemicalized diet and unhealthy lifestyle habits.
  In this framework, agroecology appears, for eco-realists, as a fully valid alternative to improve the quality of life of human beings; and whose viability, consequently, should not be left exclusively to the free market. Well, in such a case, a new gap will be consolidated within those societies that have access to food, between those who can finance quality products -economically privileged groups-, and those who must settle for industrial and denatured foods -the majority of the population-. . An agroecology understood in these terms may be ecologically sustainable, but could become socially unacceptable.
  Naturally, these visions have a clear translation into agri-environmental policies. For the demo-centric it is evident that only a strict protection of the growing areas can simultaneously enable the protection of Nature and the food supply in sustainable terms. While for the techno-centric , the laws of the market, once again following the model of Adam Smith's hidden hand , will lead to an efficient distribution of resources that will ensure that the most suitable lands for cultivation are protected by their owners ( Gordon, Richardson, 1999). On the contrary, for Malthusians, and to an even greater extent for neo-Malthusians (who have drifted from Marxist optimism on the productive forces to apocalyptic pessimism on the destructive forces ), the capitalist system itself rolls against a "rational agriculture." , trusting that it will be the small farmers (a new paradox, since it is the traditional black beast of Marxism) who will solve the problem of humanity (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998).
   
4. AGROECOLOGY WITHIN THE FRAMEWORK OF ADVANCED AND ECOLOGICALLY AND SOCIALLY SUSTAINABLE SOCIETIES
   
  The concept of sustainability is, still today, tremendously ambiguous. Almost the only point of total agreement is found in the idea, purely normative, of intergenerational solidarity, something that is otherwise no less ambiguous, given the difficulty of defining the interests of generations that do not yet exist (Toman, 1992). Depending on whether we look at biological, economic or social criteria, its dimensions may even be divergent (Brown, Hanson, Liverman, Meredith, 1987).
  Thus, socially we can define sustainability as the survival and happiness of the maximum number of people; biologically, however, it is understood as the maintenance of the productivity of natural ecosystems; and, in terms of economic sustainability, it is understood as the inevitability of economic growth without any other consideration than the recognition of the ecological limits that impede such growth. Other authors go beyond these three essential variables, and in addition to a social, biological and economic dimension of sustainability, they speak of the political and cultural dimensions (Corson, 1994).
  However, its very ambiguity facilitates that, contrary to the traditional concepts of modernization/development, it can be considered as an open concept, which does not respond to a single model or cliché (Becker, Jahn, Stiess, Wehling, 1997:20). Hence, the idea of sustainability can and should have a profoundly different meaning within the framework of today's rich societies, than in those others that are in the process of developing, or simply prostrate before an impossible development -something that is not always understood. consider-. Thus, the level of autonomy (or autarchy, using the more correct term) that could be a good indicator of sustainability in certain societies, may not be so in others. On the other hand, the concept can and should be understood in a significantly different way at a global, national or local level (Carson, 1994).
  In other words, considering the concept of sustainability in its normative dimensions, we also find many ambiguities, often derived from the fact that, for some authors, the societal remains, in hierarchical terms, at the level of the biological. In its more generic approaches, the normative dimension of sustainability includes the compatibility between social, economic and environmental levels and objectives; equity and social justice as an inalienable superior principle; the recognition of cultural diversity and multi-culturalism 8; support for the maintenance of biodiversity 9. As far as agricultural systems are concerned, the concept of sustainability is relatively easy to translate: it is essentially a question of assuring the nutrition of current populations without jeopardizing the biological capacity to ensure the nutrition of future generations; and to do so, in addition, ensuring that unfair inequalities do not occur between the different social groups. Successive international conferences, and especially the Rio Summit and Agenda 21, have been marking the way forward to achieve that sustainability, promoting the following structural changes:
  a) elimination of all types of direct or indirect subsidies that encourage the degradation or loss of natural resources;
  b) Elimination of support programs for agriculture aimed at maintaining artificial prices, and substitution for support programs for agriculture that conserve resources;
  c) reform of the economic indicators of the agricultural sector, so that they register the degradation and loss of natural resources;
  d) increase in public funds for research into appropriate technologies for sustainable agriculture.
  There are two clearly differentiated aspects. In the first place, fiscal instruments, on the one hand (Constanza, 1991), and territorial planning on the other (Haney, Field, 1991; Daniels, Bowers, 1997), aimed at ensuring sustainability and maintaining environmental capital for future generations. And secondly, the social aspects, which we can focus on the security of a food policy capable of sustaining the population of each society, and of the entire human population, on one hand, and on the other hand in the concept, inalienable for other promoters of sustainability, such as Sachs, of intragenerational justice . This entails, in the first place, the consideration of the peasantry as a social group whose survival and, above all, whose functions, it is necessary to discuss; and secondly, it implies the virtuality of a model of development, or social progress, this is an idea of modernization, from which all the peoples of the planet can participate and obtain the consequent benefits.
  The two most technologically, economically and socially advanced regions of the planet, Europe and North America, have undertaken policies in this direction in recent years. Although both regions started from very different positions regarding essential issues in this matter, such as the role of the market, the State and civil society, we observed a process of confluence in their policies.
  In the case of the European Union, on the basis of Agenda 2000, it has fully assumed these new values, and all community legislation, as well as the budgetary reorganization, take into account the concept of sustainability, which has a strong incidence on the Policy Community Agrarian. The Commission has already made its explicit recommendations in the communication called Pathways for sustainable agriculture , presented at the end of January 1999 (COM, 1999), and which was accompanied by another communication in which the integration of environmental considerations was explicitly proposed. in the CAP (COM, 2000). All this just a few months before the Presidential Council for Sustainable Development of the USA published, for its part, the report Towards a Sustainable America (Anderson, Lash, 1999).
  The principles of agrarian sustainability, both in Europe and in the United States, are the same: a strong weight of agri-environmental principles, a redefinition of the meta-agrarian functions of the territory in line with the principles in which some researchers come from. working for twenty years, and consequently a redefinition of the role of farmer as a multifunctional economic agent, not necessarily oriented exclusively towards agriculture but also towards environmental conservation or even other sectors such as environmental leisure.
  Both in Europe and in America there is awareness of the need to prepare farmers for this new situation, directing them towards a more diversified form of occupation, in which agriculture only occupies part-time (Barthelemy, 1999), in short, accepting a idea of rurality very similar, although not exactly the same, to that proposed by the ecological utopia of the '70s (Barthelemy, Vidal, 1999).
  In the United States, moreover, the greater confidence in the market includes a commitment to the recovery of small agriculture ( small farms ), oriented towards ecological production and in close relationship with urban consumers, whom they supply directly (Perry, 1998). Proposals that seemed utopian twenty years ago (Baigorri, 1978), such as agriculture supported by the urban communities themselves through contract-programs, are today a reality that is spreading throughout the United States, and will soon be common in Europe (Brown, 1999). . The States of California, Nebraska or Minnesota are some of the pioneers, in some cases for a decade, in the development of sustainable agriculture systems supported by responsible urban consumers. An agriculture that also claims to be a healthy agriculture (McDuffie, 1995), as it was before its industrialization (Baigorri, 1984).
  Of course, sustainable agriculture is not necessarily just agriculture, but simply agriculture that is technically compatible with the environment. Sustainability incorporates a diachronic, inter-generational justice, but it is not necessarily fair in synchronous or intra-generational terms. Social issues are still pending, as some studies have emphasized (Allen, 1993), and among them those of wage earners, especially immigrants. Because sustainability must be both environmental and social (Sachs, 1996).
  Just like the issue of immigrants, we must consider that of rural poverty, increasingly forgotten in developed countries due to the impact of urban poverty; In all advanced countries (not only in Europe, but in the United States) there continue to be rural pockets of poverty in which migratory tendencies persist that can jeopardize the conservation of the territory (Cushing, 1997). In fact, despite what some visionaries believe (Magdoff, Buttel, Bellamy, 1998) who have recovered the perceptions that other visionaries had two decades ago, capitalism is not incompatible with sustainable agriculture, which is why policies will continue to be necessary. social in the field. But in addition to these social policies, it is necessary to prepare the rural population for multicultural coexistence, for tolerance towards strangers.
  Closely related to all the issues we have dealt with are the new development strategies that successive world summits are revealing.
  The failure of the most recent economic summit reveals the rejection, not only by the developing countries themselves, but also by growing layers of the population in developed countries, with the existing international division of labor. Beyond environmental and social sustainability at the local level, globalization reveals the inevitability of sustainable management, from an environmental and social point of view, of the planet as a whole, which presupposes a radical transformation in trade schemes. Either the rich countries begin to seriously buy from the developing countries the only thing they can really produce, food, or the planet will head towards a situation of chaos with unpredictable consequences; Either the frontiers of work become porous, following the model of the frontiers of capital, or the risks of conflict will also become more acute. And this without forgetting that, according to the most reliable projections, large regions of the planet, such as China, are going to require a strong increase in food imports in the coming years (Harris, 1996). All this, obviously, has direct consequences for our agriculture, and makes the proposals of the Commission of the Communities even more urgent, if possible.
  A second aspect in which the confluence between European and American policies occurs is that of the regulation of land use. Thus, throughout the 1990s we have witnessed, in the United States, a growing process of federal and state regulations on land use, aimed at preserving not only areas considered natural of interest , but also and very especially in some States, of cultivated lands, especially those of the highest quality; In imitation of the European planning tradition, the regulation of metropolitan growth by establishing zoning has been the preferred instrument (Daniels, 1999).
  In a way, the question of sustainable agriculture develops within the framework of conflicts over the use of the territory that have characterized the last decades of industrial society (Baigorri, 1983, 1984 and 1998). Or what is the same, any discussion about sustainability and sustainable agriculture must include urban centers in the analysis (Savory, 1994). In a way, it could be said that social evolution has shifted both against and in favor of farmers: on the one hand, they will no longer be the ones to decide the uses of unbuilt land, expropriating their decision-making capacity over their properties. ; but, at the same time, this is done to guarantee just the agro-natural uses of the soil, and at the same time contributing to ensuring its survival in the territory, which the market has not been able to guarantee in the last two hundred years.
  Naturally, in this framework, agroecology is destined to play an essential role. In developing countries, this type of agriculture can become, for some small communities, the only agriculture possible; however, it is not that type of space that concerns us in this work. On the contrary, in rich and advanced societies we start from a principle: “no kind of 'organic' or non-industrialized agriculture is capable of offering real hope of sustaining today's cities” (Savory, 1994:142). For a long time, and perhaps forever, our societies will have to live with at least two different models of agriculture, which entail conflicting organizational and cultural styles but which, contrary to what some maintain, can coexist perfectly:
  a) An industrial agriculture , which, based on market criteria (and no other type of resource allocation criteria is foreseeable in the short or medium term), many agricultural entrepreneurs, particularly on large farms, will prefer to take advantage of it. This agriculture will be destined to produce cheap basic and popular foods, and very likely, like industrial plants have done, it will tend to move to developing countries, where environmental controls and labor costs will be lower for years, as the world trade in food is liberalized. However, this agriculture will tend to be increasingly efficient in the use of inputs, especially energy, and will gradually reduce the use of chemical phytosanitary products, with the help of genetic modifications. Actually, we should talk about a clean industrial agriculture , according to the principles of soft environmentalism, established in the most developed countries, and a dirty industrial agriculture , still strongly impacting on the natural environment, in developing countries.
  b) A sustainable agriculture , whose food function will be only one of those attributed to it, since it must also contribute to the conservation of ecological capital for its transmission to future generations. However, sustainable agriculture is not necessarily synonymous with agroecology, since we have already pointed out the ambiguity of the concept of sustainability, depending on whether we look at social, economic or biological criteria.
  In this sense, within these sustainable agronomic systems, it will first be necessary to distinguish an agriculture that is respectful of the environment , technologically advanced and considerate of consumers, which allows simultaneously meeting the quality food needs of hundreds of millions of consumers, as well as to the needs of having, for the enjoyment of the citizenry, a beautifully preserved field , and all this without depleting the biological capital. Sustainable agriculture is going to be, therefore, what for years we have called landscape agriculture (Baigorri, 1987 and 1997), responsible for both feeding and conserving biodiversity. Therefore, agriculture thus recovers a function, added to that of producing food, to which it had traditionally responded: the production of space and biological diversity (Barthelemy, Vidal, 1999) 10. But now the space and biodiversity is not exclusively for the use and enjoyment of the farmers themselves, but for the citizenry as a whole, so the community assumes financing the presence of farmers as gardeners of what we have called the interstices of the global city (Baigorri, 1998, 2001). The growing effort in the design of agricultural sustainability indicators (CCE, 1999 and 2000) should make us think of a progressive adaptation of public aid, both in Europe and in the USA, in proportion to the effort made in fulfilling the target functions. -agricultural agriculture.
  And secondly , agroecology itself, as a special variant of sustainable agriculture, which on the one hand intensifies meta-agrarian functions, and on the other hand allows the production of a type of food that has been increasingly in demand for years. by certain groups of consumers. Agroecology brings a set of environmental, social and economic benefits, extensively discussed in many other chapters of this volume.
  Naturally, all these changes, both those that will affect industrial agriculture and those that involve the extension of the different forms of sustainable agriculture, are inseparable from what we have called the second agrarian conversion . If between the '60s and '80s, Western farmers had to adapt to the penetration of capitalism and industrialism in Agriculture, leaving hundreds of thousands of peasants on the road, now comes a second reconversion, which should not be less traumatic for the collective. This implies the need to investigate the factors that will facilitate the migration of farmers towards Agroecology, that is, how and for what reasons farmers migrate (and therefore can migrate) towards the new systems, since existing research shows that the diversity of There are notable reasons, from ecological conviction to the pursuit of prizes through the market or public subsidies (Padel, 1994, Assouline, 1997, Fairweather, 1999).
   
5. THE MEDITERRANEAN REGIONAL SPACE, GARDEN OF THE EUROPEAN GLOBAL CITY
   
  As has been said, the European Union has bet heavily, in recent years, on an agriculture that, on the one hand, is more efficient and competitive in world markets (which means a progressive reduction of aid for production), but that, at the same time and above all, it fulfills a function of environmental conservation and maintenance of territorial balance (which means a growing policy of aid to the maintenance of the agrarian population in its territorial environment).
  Agroecology appears here as an alternative, among other possible ones, to achieve these objectives. From the awareness that agro-ecological practices, precisely in light of Malthusian arguments, do not allow the supply of the 7,000 million people who will populate the earth in the short term, not even the two hundred million Europeans, however It does make it possible to achieve these objectives more efficiently: firstly, agroecology is, together with the onerous and increasingly complex policy of national parks, the best way to protect biodiversity, and maintain or even recover traditional rural landscapes; secondly, agroecological productions will improve the quality of life of consumers, and framed their production in an alternative life program will also contribute, indirectly, to reduce the global costs of certain public services, such as health 11(naturally always that credibility is ensured for these productions, and the consumption circuits are created that allow the leap from a niche market, to occupy a substantial part of the food market); and, thirdly, but not least, agroecology generates employment: both in the agricultural sector itself, as well as in the food industry and advanced services. Given the very characteristics of agroecology, from agro-industrial transformation to agricultural research, which must focus on local characteristics, a good part of the employment generated by these agronomic practices is of a local nature.
  However, beyond the general aspects of the new community, or American, agri-environmental policy, the issue cannot be raised in the same terms for the entire community. In the same way that sustainable agriculture cannot be understood in the same way in advanced societies as in developing countries, likewise the ecological, agronomic, economic and social characteristics of the southern European regions (it is difficult to confine ourselves to the Mediterranean area , since Portugal fully participates in the characteristics of these regions) require a specific treatment of the subject.
  Compared to Europe as a whole, the southern regions present the following specific characteristics, as far as their agronomic structures are concerned:
  1) A greater biological richness, which makes them more likely to receive the attention of agri-environmental policies.
  2) A much lower population density, which requires a greater presence of a multifunctional agricultural active population to ensure the environmental protection of the territory.
  3) Some climatic characteristics that allow, without any other input artificially introduced into the system than water, a more intensive production of quality products throughout the year.
  4) A greater presence of the active agricultural population, and in conditions of greater socioeconomic precariousness, which cannot survive in its vital space without the solidarity of other spaces.
  5) An extraordinary variety and cultural richness, which facilitates the integration of agroecology in an integrated system of rural support that includes tourism and, in general, the provision of services to the urban population.
  On these bases, and starting from our own theses on the inefficiency of the rural/urban distinction, and the development of what we have been calling the global city (Baigorri, 1995b, 1998 and 2001), the regions of Southern Europe can become - in a certain way again, since they already were for centuries- in the orchard-garden of the European global city.
  Logically, this requires, in addition to the success of that second agrarian reconversion to which we have referred, precisely completing the process of urbanization of the rural areas of southern Europe. Without a full insertion in the global city, fully participating in both global urban values and culture as well as local cultures, and managing the information technologies that definitely insert into the interstices of the global city, not much more can be achieved than a marginal diffusion of agroecology.
  Badajoz, August 2000
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  NOTAS
            1A part of this article was presented for discussion at the seminar on Training Needs in Irrigated Agriculture, organized by the Association of Irrigation Cooperatives of Extremadura (ACOREX), in Mérida, March 2000. A good part of the own references cited in the text can be reviewed on my website:
 http://www.unex.es/sociolog/BAIGORRI/index.html 
            2PhD in Sociology. Full Professor at the Faculty of CC. Economics and Business of the University of Extremadura.
            3Obviously, the Stockholm Conference (1972) promised a growing implementation of environmental principles, but the onset, barely a year later, of the oil crisis, which in turn triggered the greatest recent world economic crisis, prompted the rapid oblivion of those first international agreements.
            4One of the great paradoxes of left-wing deep ecology is that many of its ideologues are part of the jet society of the global city. Although they find the transport of bananas to Europe, or agricultural machinery and phytosanitary products to Third World countries, radically anti-ecological, they do not seem to think the same of their permanent wandering through international airports. Does anyone know of any of these preachers who have settled, beyond the months of research and field work , to live the autarky that they propose for others? As for the autochthonous ideologues , it is usual that, to the extent that their international contacts allow it, they quickly make the leap to Europe or the United States. Assuming, to use some ideo-agronomic terms, that "it is one thing to preach and another to give wheat" , one must at least point out its inconsistencies, especially if we take into account that the main arguments used in their disquisitions are, ultimately, term, more moral than scientific.
            5Various studies have shown that more than half of the nitrogenous fertilizers used in the large cereal-producing areas of developed countries are not necessary to achieve the maximum possible productions (Cairncross, 1994:120; ANRC, 1989:42).
            6In Spain, advanced eco-regionalist proposals were developed very early (Gaviria, et al., 1976, Gaviria, Naredo et al., 1978, Gaviria, Baigorri et al, 1980), inspired in turn by North American southern regionalism and the works of John Friedmann.
            7In these theories, the influence of Maoism can be detected with some ease, but in general terms, autarky has only been observed in practice, throughout the 20th century, in little or no democratic political regimes, which, at least, raises serious moral questions about that principle. For the rest, the transport and exchange of food, even over great distances, has always accompanied the development of human societies.
            8However, the scope of that recognition is the subject of wide and persistent debate in the field of social sciences, as it often leads to a dysfunctional cultural relativism regarding the goals of social sustainability (the question is put in no uncertain terms: Should a cultural diversity be accepted that implies, in some of its concretions, a manifest lack of equity for certain groups, such as women or children?).
            9Regarding this question, the positions are not clear either. We can understand Nature as the product of the interactions and evolutionary processes of all living beings (including man, and his own needs and evolutionary paths), or as a space separated from human society, the motherland of man who welcomes him and who therefore it has a higher value, which consequently has its specific laws to which man must submit, thus annulling his own living essence (which is none other than the creative will). But logically, from the consideration of the framework of life as the evolutionary result of the interaction between all beings, Nature is in some way a social construction, and therefore subject to the laws of the organism that, in the course of evolution , has been instituted in computer : man. The eco-centric positions diverge significantly, on this point, from the demo-centric ones .
 From the perspective of social analysis, there is a contradiction in the terms in the attribution to Nature of a weight, in the development of human events, determining. If we took that position for granted, Social Science would be absolutely useless; only behaviorist Psychology would make any sense, as a complementary science to Environmental Sciences, at the service of an Environmental Engineering not very different from the Soviet will to build a new society and man . Social Science, on the contrary, starts from the conviction that Society is a product of man/environment interaction, and that the destiny of men is not established in natural laws.
 In this sense, it seems that, once again, the key lies in the construction of social models that respond to the real needs of the actually existing population.
            10energy crops
            11Considering this effect, periurban leisure agroecology acquires greater importance, which in recent decades has been acquiring increasing importance (Baigorri, Gaviria, 1985).







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