3.20.2018

¿Medio Ambiente y Sociedad, o Sociología Ambiental? (2018)

¿Medio Ambiente y Sociedad, o Sociología Ambiental?

Dilemas en un campo de investigación transdisciplinario.

Artemio Baigorri, Universidad de Extremadura
Texto de mi intervención en I Jornadas DEMOSPAIN. Democracia, Territorios e Identidades. Universidad Pablo Olavide, Sevilla, 20 de marzo de 2018


En primer lugar agradecer a José Manuel su invitación. En mi caso, más que hablar de algunos proyectos concretos, para ver las posibilidades de investigación en un campo o topic determinado,  me ha parecido más interesante proponer algunas reflexiones e ideas fruto de mi ya larga experiencia con la cuestión ambiental, primero como activista, luego como consultor en urbanismo y ordenación del territorio, y finalmente como investigador, como homo academicus. Reflexiones que derivan tanto de proyectos realizados como de proyectos infaustos (o fallidos, fracasos en suma), a veces igual de importantes. Espero mostrar con esto algunas de las potencialidades de la Sociología en ese campo tan, tan, transdisciplinario, que casi empieza a ser atrás-disciplinario, pues la Sociología está perdiendo terreno (o no lo gana, que en estos asuntos, es lo mismo). Y tan importante como discutir sobre los potenciales, es tomar conciencia de las dificultades a las que la investigación se enfrenta.

Una larga introducción

¿Por qué me parece importante esa perspectiva, no centrada en un proyecto concreto? Con un par de ejemplos creo que lo entenderéis perfectamente. Uno, con el que quiero valorar los proyectos infaustos, es muy reciente; y el otro, sobre el potencial de la Sociología, es muy antiguo, así que empezaré por el más antiguo.

En 1981 un dirigente campesino, Antonio Aguirre, con quien habíamos compartido sesiones de debate y movilizaciones en defensa de los intereses de los agricultores, recién elegido presidente de la Cámara Provincial Agraria de La Rioja nos encargó la realización de un informe sobre la situación de los agricultores. Buscó financiación debajo de las piedras y, siguiendo la metodología del sociólogo Mario Gaviria, montamos un equipo mamotrético que yo tuve que coordinar y gestionar. Yo entonces ni siquiera me podía considerar sociólogo en términos estrictos; había abandonado el periodismo, y con el periodismo la carrera de Ciencias de la Información, atraído por la combinación de investigación comprometida y movilización ecologista que era Gaviria. Bien, el resultado de aquel trabajo, que duró casi un año, fue un gigantesco informe que se publicó en 1984 en dos tomos enormes, con el título de El Campo Riojano, que creo ha sido bastante útil a los investigadores riojanos en las siguientes décadas ( https://goo.gl/dzqa77 ).
Uno de los capítulos que yo realicé trataba sobre la competencia por el uso del suelo entre actores diversos, que estaba provocando el encarecimiento del precio de la tierra para los agricultores. Es un tema que acabábamos de descubrir meses atrás, analizando la problemática de lo que entonces se llamaba el Suelo Rústico, y luego No Urbanizable, para la revisión del Plan General de Alicante (1982) y antes aún en el Plan Comarcal del Alfoz de Burgos (1977).

Bastantes años más tarde, en 1999, ya sociólogo formalizado, en trance de convertirme en homo academicus, en un congreso de Sociología Ambiental al que asistí durante una estancia en Chicago, tuve ocasión de conocer a Ridley Dunlap, del que yo entonces no sabía nada, pero que enseguida descubrí era el Pope de la emergente Sociología Ambiental, y hoy lógicamente el gran patriarca global. Como la estancia la hacía precisamente para preparar los contenidos de una asignatura, Medio Ambiente y Sociedad, que iba a implantarse en una licenciatura nueva, Ciencias Ambientales, es decir para recopilar materiales y textos a los que aquí no tenía acceso o simplemente siempre desconocía, me apliqué a revisar todo lo que Dunlap había publicado, porque allí todo era accesible, y por supuesto me interesaban especialmente los primeros trabajos de aquella emergente Sociología Ambiental.

Pues bien, descubrí que en realidad esa rama había empezado a construirse en los Estados Unidos en la misma época, y exactamente con el mismo asunto (la competencia por el uso del suelo) en que lo habíamos tratado aquí. Llevábamos nosotros décadas hablando en prosa sin saberlo, como diría el poeta. Nos preocupaban los problemas ambientales, y preocupaban los problemas de los agricultores, e interesaban los problemas urbanísticos y de ordenación del territorio, y resulta que la interacción entre todos aquellos ámbitos de preocupación sobre los que habíamos trabajado entre 1977 en el Alfoz de Burgos, 1981 en el PGOU de Alicante, 1982 en La Rioja y 1984 en el Área Metropolitana de Madrid, constituía un topic sociológico importante, una de las fuentes de las que manaba la Sociología Ambiental…, en inglés, claro.

Lógicamente, con esto quiero decir dos cosas.

Una, a la que volveré, que conviene mirar hacia atrás cuando investigamos, más allá de lo que aparece en esa bibliografía reciente, o tópica, sobre un tema, que nos suele venir impuesta, y además hay que mirar fuera de la Academia, en la investigación aplicada, en los trabajos de consultoría, que a menudo son más interesantes que las publicaciones académicas de los journals.

La segunda, que los temas, los issues o topics de interés a la Sociología Ambiental están muy conectados con otras áreas o incluso disciplinas.

Respecto al interés de los proyectos infaustos, tengo un ejemplo que puede ser sugerente. Hace un par de años presentamos una propuesta al CIS, en la convocatoria para incorporar un módulo temático a una oleada del Barómetro. La trabajamos a fondo en mi grupo, y con la colaboración de colegas de otras universidades, porque teníamos una base previa importante en la revisión que habíamos hecho del histórico de preguntas del CIS para una investigación previa sobre actitudes hacia la energía nuclear en España que habíamos hecho para el anuario 2009 de la Fundación Encuentro. Habíamos observado el sepulcral silencio demoscópico del CIS sobre el cambio climático, por lo que nos parecía obvia la necesidad de ese módulo.

Lógicamente (la lógica la dedujimos después) el CIS no nos concedió el módulo, pues le pareció más urgente y acorde con los intereses nacionales un módulo sobre el dolor, casualmente propuesto desde el IESA-Andalucía. ¿Por qué digo “lógicamente”?. Porque la reflexión (que debe hacerse ante cada propuesta que fracasa) que hicimos a posteriori nos condujo a concluir que había una lógica. Sin duda no había sido un trato preferente a un centro digamos que mejor conectado, sino un comportamiento lógico, en la lógica de un gobierno que llegó al Poder negando el cambio climático, y que sigue teniendo entre sus apoyos económicos y sociales a no pocos negacionistas. Precisamente en el próximo número de Aposta Digital aparecerá un trabajo sobre el asunto, que puede interesaros leer. Bueno, no conseguimos el módulo, pero tenemos un artículo. El que no se consuela, es porque no quiere. Esperemos que cuando haya un gobierno más con menos negacionistas, el CIS se ocupe del que, junto al terrorismo, es considerado el principal problema global del planeta según datos del Pew Research.

Pero entremos en materia, en la materia que hemos propuesto. Estamos aquí para hablar de Medio Ambiente. Y lo hacemos en el marco de un programa de Sociología.
Por eso lo primero que tenemos que plantearnos es si tiene sentido que lo hagamos desde la Sociología.

Si uno se mira los planes de estudios que conformaron a los sociólogos realmente existentes, en absoluto. Es cierto que en tiempos existía una materia que se llamaba Ecología Humana (en algunas universidades Ecología Humana y Población iban unidas) pero en realidad no tenía nada que ver con el medio ambiente, de verdad. Sólo se refería a un paradigma concreto de la Sociología, desarrollado en las dos primeras décadas del siglo XX en Chicago, que intentaba aplicar los principios de la Ecología y los Ecosistemas (exactamente de lo que hoy es la Ecología de Poblaciones) al estudio de la ciudad. Nada más.

Luego en España se dio una de esas casualidades. Irrumpió el ecologismo, en plena Transición, y el gobierno de la UCD echó mano de su sociólogo de cabecera, Díez Nicolás, que había hecho creo que su tesis y su proyecto docente sobre la Escuela de Chicago, y explicaba aquella Ecología Humana. “A ver, tú estudias eso de la Ecología, pues a Medio Ambiente”, debieron decirle, por los datos que conocemos. Son esas casualidades, que hacen, sin ir más lejos, que la gestión de las primeras preocupaciones medioambientales de un gobierno en España (la Comisión Interministerial de Medio Ambiente) se encargase a un sociólogo[2].

Pero es más gracioso. Porque resulta que algunos de los sociólogos de la Escuela de Chicago menos conocidos (completamente desconocidos, más bien), despreciados incluso a tener de algunas reseñas de sus libros en la época, sí que son auténticos pioneros en el análisis de las interacciones entre Medio Ambiente y Sociedad. Cabe citar a Thomas, o Mukerjee, despreciados como lo había sido en Europa el gran Patrick Geddes, a quien vetaron para la primera plaza de profesor titular de Sociología en Londres, y que tuvo que “retirarse” a Edimburgo. Geddes fue el primero en intentar sistematizar sociológicamente la interacción medio ambiente/sociedad.

En un ensayo que venimos trabajando, en el que hemos avanzado bastante en la tesis doctoral de Manuela Caballero y paseado por algunos congresos, y que espero verá pronto la luz como artículo (yo preferiría un libro, pero el monstruo ANECA manda), desarrollamos una genealogía de la investigación sobre medio ambiente y sociedad desde una perspectiva sociológica, incorporando a tantos olvidados por los manuales al uso. Porque también esto es gracioso, pues a la vez nos encontramos con facilidad con uno de esos latiguillos que de pronto tienen éxito, y como los memes, o las fakes news, se difunden hasta el infinito: el fake dice que los padres de la Sociología no se ocuparon de la dialéctica medio ambiente y sociedad. ¿Pero de dónde sale eso? De alguien que se mueva con pocos padres, será, o que sólo haya leído extractos pre-digeridos, aquellos libros de readings o fotocopias de fragmentos que se distribuían antes de las Leyes de Protección de las Editoriales.

Ese, justamente, es uno de los campos más vírgenes de la Sociología Ambiental, en el que hay mucho por trabajar: la recuperación de tanto material generado por la Sociología antes de que se diese por nacida esta subdisciplina. Y especialmente en otras lenguas distintas del inglés.

Eso de la Transdisciplinariedad

Un problema importante vinculado a esta temática es que nos enfrentamos a algo “afectado” por ese palabro tan incómodo de decir y teclear: la transdisciplinariedad.
Al enfrentarnos a la cuestión ambiental, estamos tratando sobre interacciones entre medio ambiente y sociedad, en dos sentidos: de un lado observando el medio ambiente como factor co-determinante de la estructura y la organización social; y de otra parte analizando los efectos/impactos de la sociedad sobre ese medio ambiente.

Esto implica de partida una concepción o paradigma muy particular de la Sociedad, una concepción en sí misma ambientalista. Implica entender la Sociedad actual como el producto de la interacción entre diversos factores, siendo uno de ellos la Naturaleza. Pero también implica entender que eso que llamamos Naturaleza es el producto también de la sociedad, esto es una construcción social. Porque si no lo entendemos así lo tenemos complicado, ya que el principio nuclear de la Sociología es intentar explicar los hechos sociales con otros hechos sociales.

Eso de la transdisciplinariedad es un término, además de difícil de pronunciar y teclear, sujeto a mucha confusión. Entre otras cosas porque algunos lo han intentado conectar con metafilosofías que salen del ámbito de la Ciencia, y a menudo rozan lo que ahora llamamos seudociencias.

En realidad la transdisciplinariedad sólo se refiere a la necesidad de tener en cuenta conocimientos, fundamentos y paradigmas de otras ramas de la Ciencia para poder tener una perspectiva superadora de las limitaciones de algunos campos de especialización. Henry Lefebvre planteó la necesidad superar de forma transdisciplinaria esa barreras en el Urbanismo; Edgar Morin respecto de la comprensión de los problemas ambientales; son cada vez más las temáticas que no caben en los cajones limitados de los paradigmas disciplinarios: el género, la comunicación, la inteligencia artificial...

Hay como tres escalones en ese proceso de acercamiento, desde las Ciencias Sociales y en particular la Sociología, a esa dialéctica transdisciplinaria Medio Ambiente y Sociedad: la Ecología Social, el Ecologismo/Ambientalismo, y la Sociología Ambiental. Todo está relacionado, pero todo hay que saber manejarlo de forma diferenciada.

La Ecología Social




Algunos hablamos de Ecología Social para referirnos a lo que fue un lento proceso de construcción de un paradigma ecológico en el ámbito de las Ciencias Sociales, y que vendría marcado por estos cuatro componentes, que nos pueden inspirar muchas de nuestras investigaciones, y que nos conectan con otras disciplinas como la Antropología o la Geografía Humana, o lo que en términos más generales yo llamé las Ciencias del Territorio[3]:
1.     Una tradición que podemos llamar ambientalista en la Historia del Pensamiento, que intenta enmarcar la acción humana en su medio, y que a mediados del siglo XIX toma forma científica en teorías como el organicismo sociológico de Spencer, el determinismo geográfico de Ratzel, etc. Una tradición que a través de autores como Reclus o Kropotkin, que desde la Geografía se adentran en la Antropología, llegaría a Patrick Geddes, quien como decía intenta la primera síntesis teórica socioambiental.
2.     La Ecología Humana, la he citado, aunque no tiene nada que ver con la Sociología Ambiental, como primer intento de aplicar los principios de la Ecología al estudio de las relaciones entre los grupos humanos y su entorno social.
3.     La tradición antropológica es un aporte muy rico, pues desborda el sociologismo con el que Durkheim lastró a la Sociología, esto es el citado dictum de explicar los hechos sociales sólo con otros hechos sociales. Las Ciencias Sociales se han venido enriqueciendo desde mediados del siglo pasado con los trabajos de Leslie White, Julian Steward, Marshall Shalins o Marvin Harris.
4.     La Ecología Social propiamente dicha, autoproclamada, es un intento de encontrar la fusión transdisciplinaria de las distintas raíces de las ciencias sociales, y de los necesarios aspectos de las ciencias físico-naturales, en un corpus científico que sirva para explicar justamente las interacciones entre medio ambiente y sociedad. Es la propuesta analítico-normativa, con clara intencionalidad política, del anarquista Murray Bookchin, que por supuesto no tiene nada que ver con la Ecología Humana.


Ambientalismo y ecologismo




Ya tenemos un escalón recorrido, seguramente el que ha despertado nuestra inquietud por investigar cuestiones medioambientales. Pero hay otro escalón, aunque hay quien lo salta hasta el siguiente, y como veremos está en su derecho, es legítimo.

Me refiero al compromiso ambiental, o en otros términos al ecologismo. Es legítimo que un investigador socioambiental se lo salte en el sentido de no compartir las actitudes proambientales. Pero no es legítimo que desconozca su enorme influencia en la totalidad de los temas ambientales de interés para la Sociología.

Cualquier problema ambiental al que nos enfrentemos lo abordaremos más eficazmente si conocemos cómo han surgido las ideas, los movimientos, las organizaciones que le dan forma. Y es importante entender que hablar de problemas ambientales implica conocer bien las cuatro fases que, a lo largo de los últimos doscientos años (algo más de lo que normalmente se cree) lo han conformado:
1.     Los antecedentes ideológicos y políticos de la preocupación ambiental, que se pierden en el romanticismo del primer tercio del siglo XIX.
2.     La contestación ecologista primaria, que se configura a mediados del siglo XX pero madura a finales de los años ‘60 en un movimiento ecologista que rápidamente quedará entretejido con los nuevos movimientos sociales de carácter contestatario o incluso revolucionarios de la época. Esta fase del ambientalismo alcanzará su cénit en los años ‘70, para decaer profundamente en la siguiente década.
3.     El conservacionismo, o ambientalismo es una respuesta que en realidad se desarrolla en paralelo de la contestación ecologista, pero que a partir de los años ‘80 se constituirá en ideología hegemónica en términos de ambientalismo integrado, en torno a conceptos como el desarrollo sostenible, que intentan demostrar la capacidad (frente a la crítica ecologista) del sistema capitalista para adaptarse al nuevo paradigma ecológico. El ambientalismo es el que, a partir de la primera Cumbre de la Tierra, marca la agenda internacional, y sobre todo marca los temas de investigación para los que (por ejemplo, y hablando en términos prácticos) se puede encontrar financiación, pública o privada.
4.     Los límites del ambientalismo. En el marco de la globalización, el ambientalismo se muestra cada día más incapaz de responder a los más grandes y profundos desafíos que la cuestión ecológica plantea en nuestro planeta en el nuevo siglo. La propia conversión de los grupos conservacionistas en grandes corporaciones que responden a intereses materiales muy concretos, e incluso en multinacionales de la ecología que construyen la preocupación ambiental en función de sus propios intereses, son algunas de las principales limitaciones que se observan. Esto ha hecho que, en la última década especialmente, el ecologismo haya renacido de sus cenizas. Frente al ambientalismo integrado global, han renacido los ecologismos de dimensión local, a menudo de corte radical. 

Elementos de Sociología Medioambiental: ¿hay algo específicamente nuestro?


Bien. Y en en este marco, ¿qué puede hacer la Sociología Ambiental como tal? Frente a la Ecología Social como intento transdisciplinario e incluso metacientífico de comprensión de los problemas de la sociedad y su entorno, la Sociología Ambiental intenta aplicar el instrumental analítico de la Sociología al estudio de las cuestiones ambientales, esto es desde la perspectiva de la especialización sociológica.

Y esto es importante tenerlo en cuenta. Hablamos de Sociología, ya no de Ciencias Sociales, porque además los presupuestos de abordaje van a depender precisamente de la base epistemológica, y los método y técnicas vinculadas, de los diversos paradigmas que encontramos en la Sociología. Es decir, no hay una forma sociológica de abordar problemas o cuestiones ambientales, sino diversas, según partamos del funcionalismo, el marxismo, el interacionismo simbólico y subsiguiente constructivismo social, etc. Yo, del mismo modo que soy profundamente desleal a las disciplinas, no tengo el más mínimo espíritu gregario (desgraciadamente, en cierto modo), por lo que practico el más sucio eclecticismo, tomo lo que me interesa de cada propuesta teórica según me resulte útil para explicar o aplicar. Pero lo habitual, en unas ciencias sociales cada vez más sectarias, es limitarse a uno de esos paradigmas.

Por lo demás, el número de temas posibles objeto de investigación desde la Sociología Ambiental es enorme, y lógicamente se ensancha a medida que los problemas ambientales se complejizan. Es imposible que ahora los abarque todos, e incluso seguro que se me escapan algunos que yo mismo he investigado. Yo tengo especial aprecio a algunos que creo haber introducido, como el ruido, el agua, o la competencia por los usos del territorio, pero hay muchos. Tanto para la investigación académica como para la investigación aplicada, que es en lo que los estudiantes más deberían pensar, porque los sociólogos deberían estar ahí, ayudando en la gestión de esos problemas. Yo los agruparía, como temas de investigación, en cinco grandes áreas.
1.     Las causas sociales del problema ecológico, esto es los modelos de desarrollo, la evolución demográfica, los sistemas de gestión energética, los hábitos de alimentación y consumo, los estilos de movilidad, que están en la base de los grandes problemas ambientales contemporáneos. Aquí incluiríamos el estudio de las actitudes ambientales.
2.     La construcción social de los problemas ambientales. Una de las perspectivas sociológicas más productivas en las últimas décadas se ha centrado en mostrar el relativismo de los problemas ambientales. Cómo la percepción que de éstos tenemos está condicionada por diversos hechos (e intereses) sociales. Los medios de comunicación, los científicos, los movimientos sociales y políticos, nos conducen a prestar mayor o menor importancia a los distintos problemas con independencia de su importancia objetiva. Esa debería ser una línea temática exclusiva de la Sociología, y permite mucho juego, aunque el fuerte peso cuali que suele caracterizar este tema lo hace compartido con la Antropología Social.
3.     Los conflictos ambientales constituyen también uno de los principales campos de estudio de la Sociología Ambiental. El análisis de su dinámica, estrechamente relacionada con el punto anterior, la definición de actores y agentes, la construcción de discursos y relatos, etc.
4.     La desigualdad ambiental ha de constituir siempre un lugar centrar en el estudio sociológico de los problemas ambientales, como la desigualdad social lo es en la Sociología. Los grupos sociales del mismo modo que se  enfrentan de forma desigual al acceso a los recursos económicos, disfrutan de forma desigual de los recursos naturales y, sobre todo, sufren de forma desigual los efectos de los desequilibrios ambientales. La injusticia social también se puede observar en relación a estas cuestiones, tanto en términos de estratificación social en una sociedad dada (en términos de clases y grupos de estatus), como en términos de desigualdad espacial. Los estudios de justicia ambiental, aunque compartidos con otras disciplinas (la Ciencia Política, el Derecho) son muy propios de la Sociología.

5.     La participación es otra de las grandes áreas de estudio de la Sociología Medioambiental. Los procesos de surgimiento, desarrollo y desaparición de las organizaciones ecologistas y ambientales, los niveles de concienciación social y participación en las organizaciones civiles de protección de la naturaleza, la burocratización y des-democratización de esas organizaciones, son algunas de las cuestiones que interesan, en el marco del estudio de los denominados nuevos movimientos sociales.


Hay una última cosa con la que yo tengo cierta obsesión, porque me tomo en serio la Sociología.

He hablado de tres componentes diferenciados, interconectados, pero que no deben confundirse. La Ecología Social es un paradigma sobre las relaciones entre medio ambiente y sociedad, compartido con otras disciplinas, pero la Sociología Ambiental es un ámbito estrictamente sociológico. Y por supuesto a mí personalmente me resulta mucho más atractivo y enriquecedor el navegar transdisciplinario en la dialéctica Medio Ambiente/Sociedad, pero la Sociología Ambiental es una subdisciplina propia de la Sociología, y que debería estar limitada a los sociólogos, aunque lamentablemente no siempre sea así, porque sólo los sociólogos (y sociólogas), mejor si lo hacen embebidos de los otros componentes, cuentan con las herramientas conceptuales, epistemológicas y metodológicas para abordar esos problemas en toda su complejidad.

El problema es la incompetencia de la Sociología (o de los sociólogos y sociólogas) para mantener una demarcación. Igual que permite el intrusismo, no es capaz de defender su papel y sus exclusividades.

Insisto, por tanto, en no confundir Ecología Social con Sociología Ambiental, porque una cosa es la cuestión ambiental (el issue, el topic), y otra la Sociología Ambiental.
De la misma forma, tampoco podemos confundir Sociología Ambiental con Ecologismo, ni siquiera en su forma light de Ambientalismo. Una cosa es el compromiso ecologista, otra la voluntad comprensiva transdisciplinaria, la Ecología Social si queremos ponerle etiqueta, y otra la Sociología Ambiental. Los sociólogos deben bailar entre las tres patas, pero sin confundirse, si quieren ser científicos.

Recuerdo el primer congreso de Sociología al que asistí, en Granada, en 1995, coincidía con las primeras sesiones sobre Medio Ambiente, promovidas por Mercedes Pardo. Me sorprendió que casi todo lo que oía eran discursos ecologistas, o proambientalistas. Y yo, que había pasado del ecologismo a la consultoría, y estaba migrando entonces de la consultoría a la academia (tan distintas) defendí entonces la necesidad de una Sociología ambiental con tópicos, métodos, competencia..., sociológicos. Es más aburrido, más limitado, pero necesario también. Y algunos de los colegas decían “pero éste de qué va, se ha pasado al enemigo...”

El único enemigo, para el científico, es el sectarismo. Max Weber se lo dejó aclarado para quien quiera hacer Sociología hace casi un siglo, en El político y el científico. Puedes hacer las dos cosas, puedes relacionarlas, pero no tienes por qué hacer las dos cosas en la misma acción. Esto es muy importante, porque precisamente abre el campo de trabajo de los sociólogos, el ámbito de investigación. Por ejemplo, unos de los trabajos que yo he utilizado a menudo son los que han hecho algunos sociólogos para el lobby nuclear. Investigaciones realizadas para legitimar lo nuclear, que vienen a intentar demostrar, dicho a lo bruto, que los españoles son antinucleares (pues mayoritariamente lo son) porque son tontos. Bueno, es una opción, decir esas cosas, y que un sociólogo las intente sustentar, si puede (creo que las hemos desmontado suficientemente en nuestros trabajos). Es su trabajo. Porque un sociólogo ambiental perfectamente puede trabajar para una compañía eléctrica que vaya a inundar un precioso valle y necesita de la Sociología para convencer a los afectados...

No es menos Sociología Ambiental la Sociología que se pone al servicio de quienes destruyen lo que llamamos Medio Ambiente, o ponen en riesgo nuestras vidas. Con la Ciencia Social, para sea digna de tal nombre, ha de pasar como con la Democracia, que implica defender el derecho a decir lo que piensan de quienes a mi juicio dicen barbaridades. Todo lo que hay que hacer es, como en el resto de las ramas de la Ciencia, es contrastar los resultados y desmontar los errores.

Muchas gracias por su atención









[2] Cierto que eso no significa mucho. Tras tres o cuatro ministros sociólogos, o asimilados, la Sociología probablemente sea la disciplina más maltratada en la Universidad, y lo que es peor, en Secundaria, donde sigue ignorada. Pero esa es otra.
[3] A.Baigorri, “Del urbanismo multicisciplinar a la urbanística transdisciplinaria. Una perspectiva sociológica”, Ciudad y territorio: Estudios territoriales, ISSN 1133-4762, Nº 104, 1995, págs. 315-328



Referencia: 
Baigorri, A. (2018): "¿Medio Ambiente y Sociedad, o Sociología Ambiental?. Dilemas en un campo de investigación transdisciplinario.", I Jornadas DEMOSPAIN. Democracia, Territorios e Identidades. Universidad Pablo Olavide, Sevilla, 20 de marzo de 2018 

2.25.2018

Encuesta EDADES 2015-2016 de Extremadura (2018)




El Programa de Encuestas Domiciliarias sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES) permite disponer de serie temporal dilatada para el análisis de la evolución de las prevalencias de consumo de alcohol, tabaco, hipnosedantes sin receta y drogas psicoactivas de comercio ilegal, así como las pautas de consumo dominantes, los perfiles de los consumidores, las percepciones sociales ante el problema y las medidas que los españoles consideran más efectivas para resolverlo.

La muestra nacional ha sido de 22.541 entrevistas, de las que 794 corresponden a Extremadura. En este informe se analizan resultados de las entrevistas realizadas en Extremadura.


Baigorri, A.,  Caballero, M. , Centella, M., Cambero, S., Fernández, R. (2018) EDADES 2015/16. ANÁLISIS DE LA ENCUESTA SOBRE CONSUMO DE ALCOHOL Y DROGAS EN EXTREMADURA, Servicio Extremeño de salud.

Enlace

12.25.2017

Encuesta ESTUDES 2014-15 de Extremadura (2017)


La encuesta ESTUDES que tienen como objetivo conocer el consumo de drogas entre los estudiantes de 14-18 años que cursan Enseñanzas Secundarias.


Baigorri, A.,  Caballero, M. , Centella, M., Fernández, R. (2017) ESTUDES 2014-15. INFORME DE LA ENCUESTA SOBRE USO DE DROGAS EN ENSEÑANZA SECUNDARIA EN EXTREMADURA, Servicio Extremeño de salud.

Enlace

11.24.2017

Análisis de factores de riesgo de adicción vinculados a la extensión de las salas de juego en Extremadura (2017)

Otro de esos proyectos infaustos, para el CV de fracasos. Un esfuerzo intenso, idas y venidas, y finalmente el silencio de la parte demandante. Es muy habitual cuando las decisiones tienen algún tipo de componente político. A veces simplemente se olvida el tema, porque no hay dinero (aunque nunca falta para eventos y demás gastos espumosos). Otras termina desarrollando el proyecto (o algo parecido) otra gente con mejores contactos. C'est la vie.


(el fragmento no recoge los gráficos y mapas)

"Introducción
La presente propuesta deriva de la consulta realizada por la Secretaría Técnica de Drogodependencias de la Dirección General de Salud Pública de la Junta de Extremadura, referente a la preocupación por la extensión de salas de juego de diversa categoría por la región, su ubicación en algunos casos cerca de centros educativos, y su posible impacto en la aparición o extensión de fenómenos de adicción.
La propuesta presenta un análisis tentativo de la problemática, y plantea un programa de investigación-acción a corto y medio plazo.

El juego como problema social

El juego, constituyendo una actividad legal en España, como en la mayoría de los países democráticos, y siendo un componente importante de los ingresos fiscales del Estado (razón por la que progresivamente ha venido generalizándose su legalización y creciente permisividad en el mundo desarrollado), constituye también un problema social importante, dado que presenta la condición de poder constituirse en actividad adictiva. Sobre ello la investigación especializada es abrumadora desde mediados del siglo XX, en sus distintas perspectivas. Por un lado desde la perspectiva clínica (tanto psicológica como médico-psiquiátrica) desde los más tempranos trabajos de Duvoup y Chantagnon (1929)  a las abundantes investigaciones empíricas, también en España, realizadas por investigadores como Pereiro, Chóliz y Becoña, entre otros, y los consiguientes manuales de abordaje del problema, destacando los promovidos por la Junta de Andalucía o la Fundación Socidrogalcohol.
La perspectiva económica también es importante, pues es justamente en ella en la que descansa buena parte de la legitimación del juego, además de tener una estrecha relación a menudo con la economía irregular, como se puso de manifiesto muy tempranamente . Desde el último tercio del siglo XX la literatura anglosajona es abundante, destacando el volumen enciclopédico de (Vaugham y Siegel, 2013) . Aunque en España no abunda tanto la investigación sobre el tema, hay trabajos importantes (atendiendo tanto a los componentes de fiscalidad como a la propia generación de un sector económico con su impacto en el empleo, pero también con su posible vinculación con ámbitos grises de la economía).
Y finalmente por la dimensión global del fenómeno, normalmente abordada desde la Sociología pero también desde la Ciencia Política o la Antropología . Los primeros estudios sociológicos datan de mediados de siglo (Devereux, 1949) , conectando con  los abordajes de la problemática del juego ilegal por los sociólogos de la Escuela de Chicago, pasando por hitos como el monográfico de The Annals of the American Academy of Political and Social Science (Vol. 269, 1950). En España cabe destacar los trabajos Laespada y Estévez (2013)  y los que José Antonio Gómez Yáñez, y José Ignacio Cases vienen haciendo para la Fundación Codere, disponiendo de un panel de encuesta de ámbito nacional ; que si bien por el tamaño de la muestra no permite extraer datos regionales, ilustra muy bien sobre tendencias generales.
Otra dimensión social novedosa, que conecta también con los estudios de la Escuela de Chicago de Ecología Humana, hace referencia a la relación del juego problemático con determinadas áreas socio-espaciales . Un aspecto que, como veremos, sin duda es especialmente significativo respecto a la problematización presentada en el caso de Extremadura.
Disponemos, por tanto, cada vez de más literatura y más fuentes, empezando por las Estadísticas sobre Juego recopiladas por la Dirección General de Ordenación del Juego . 
Éstas nos muestran, en primer lugar, que el número de jugadores activos viene creciendo sistemáticamente, lo que sin duda alguna supone un primer factor de riesgo.
De hecho, las Estadísticas del Registro General de Interdicciones de Acceso al Juego no dejan de crecer, hasta acercarse a los 38.000 en España en 2016.
El mayor problema, no obstante, no es el crecimiento en sí mismo del número de sujetos registrados, sino que, además, el crecimiento se da fundamentalmente entre los más jóvenes. El número permanece estable entre los 26 y los 55 años, y desciende entre los mayores de esta edad. Sin embargo, entre los menores de 26 años, que suponían un 11,1% de los registrados en 2012, sólo cinco años más tarde han aumentado hasta suponer un 16,5% del total. Podemos decir, por tanto, que el peso de los jugadores adictos o en riesgo de adicción más jóvenes sobre el total ha crecido en este periodo en casi un 50%.
De hecho, para algunos autores el auténtico problema del juego estriba justamente en que se estaría convirtiendo en una epidemia entre los jóvenes, alimentado especialmente por los juegos on line pero también en relación con los juegos off line .
Y ciertamente, las cifras del juego son crecientes en cualquiera de las variables consideradas, evidenciándolo la cantidad jugada, que en apenas cuatro años (todavía sin terminar de salir de la crisis económica) se incrementó en un 20%, pasando de 25.000 a 30.000 millones desde el año 2011 al 2014.

Situación en Extremadura

Los estudios sobre prevalencia a nivel nacional más  completos (Gómez et al 2016) sostienen que en conjunto “la incidencia del juego problemático en España es muy baja. El porcentaje de población afectada, de los 18 a los 75 años se sitúa entre el 0,1% y el 0,3%, es decir, entre 34.200 y 102.000 individuos, según la metodología que se emplee como referencia”. La consideración de que sea una cifra importante o no es muy relativa, si tenemos en cuenta el número citado previamente de registrados en el RGIAJ. En cualquier caso, como se ha señalado la encuesta no permite extraer datos regionales, aunque contamos con algún referente que puede hacernos pensar en dos direcciones opuestas, y como veremos más adelante, las encuestas EDADES y ESTUDES, que recogen algunas variables sobre el tema, presentan algunos resultados cuando menos preocupantes. Por tanto, la situación es cuando menos ambivalente.
Vemos por un lado que el número total de máquinas tipo B existentes en la región viene decreciendo en los últimos años
La cantidad jugada en establecimientos también se ha reducido, sin duda por efecto de la crisis económica, si bien se está recuperando desde 2014, como se ve en el siguiente gráfico en lo que se refiere al bingo
Sin embargo la legalización a partir de 2014 de locales dedicados a las apuestas han supuesto la extensión del número de establecimientos, habiéndose incrementado de año en año en cantidades preocupantes desde la perspectiva de las adicciones. En el mapa que hemos elaborado con los datos suministrados por la propia Secretaría Técnica se recoge la distribución actual de las salas, incluidas las que están en proceso de aprobación y/o apertura.
Por otra parte, si atendemos a la siguiente tabla, que recoge el peso a nivel regional y su evolución de los jugadores on line, observamos dos hechos de nuevo contradictorios. Por un lado, el peso de los jugadores on line viene siendo en Extremadura muy inferior al peso de su población respecto al total nacional. Pero a la vez observamos cómo el último año analizado en la tabla se dispara, por encima incluso de su significación demográfica. 
En suma, puede observarse una situación ambivalente en la región que, más allá de lo que ya se sabe a nivel clínico sobre las dinámicas del juego problemático, conocimientos que son de naturaleza científica y por tanto generalizables respecto de lo que ya está investigado, requiere un análisis más sistemático en aquellos aspectos que se diferencian del conjunto nacional, esto es, de la dinámica económica y social que está en torno al juego, y más especialmente al juego problemático.
Finalmente, las encuestas ESTUDES y EDADES nos permiten conocer un poco mejor el impacto del juego en la región. Si bien no podemos en este punto hacer una explotación intensa de las mismas, nos muestran algunos datos de alcance.
Así, la encuesta EDADES nos muestra que un 15,2% de la población encuestada han jugado alguna vez fuera de internet en el último año, y en un 2,7% han jugado varias veces al mes. Aunque en ese lectura rápida observamos que los porcentajes son muy inferiores entre los jóvenes de entre 15 y 31 años (sólo un 9,9% ha jugado en el último año, no apareciendo jugadores habituales).
Sin embargo, la encuesta a escolares ESTUDES nos muestra datos más preocupantes, que habría que profundizar, según nos muestra la tabla siguiente, que recoge los porcentajes de estudiantes que han jugado dinero, y que según vemos alcanzan un 16% quienes han jugado dinero en alguna ocasión en el último año:

Abordaje del problema

Según se ha señalado, las problemáticas vinculadas al juego, y en particular al juego problemático, vienen siendo ampliamente estudiadas, en sus tres vertientes: económico-fiscal, social y clínica. Asimismo se han desarrollado programas de intervención cuyos resultados han sido evaluados, que pueden ser de aplicación en realidades distintas. 
En el caso de Extremadura, entendemos que el aspecto más urgentes e importante, para comprender tanto la dinámica y las posibilidades de acción, es la propia evaluación general del fenómeno, que está por hacer.  Especialmente en lo que se refiere al fenómeno concreto por el que se ha manifestado interés, esto es las salas de juego.
Cuando vemos la distribución de las salas en la región, es fácil deducir que no responden a un orden aleatorio, ni mucho menos, sino que su distribución es extremadamente racional, concentrándose en las principales ciudades y, sobre todo, en las zonas en las que se concentra la riqueza y aún más el dinamismo económico (el flujo de caja). Esto es las Vegas del Guadiana, el Tiétar y el Alagón y el corredor de Tierra de Barros. Son las zonas coincidentes con la mayor densidad de población de la región. Las salas saben bien por tanto dónde se ubican.
Sin embargo, hay otro aspecto de su ubicación que plantea otro tipo de problemáticas. La coincidencia de ubicación de algunas salas cerca de colegios debe llevarnos a prestar especial atención a las dinámicas que se están generando. 
En base a todas las consideraciones vistas se plantea esta propuesta de trabajo.

Objeto del estudio

Análisis general de la situación del Juego en la región, con especial atención al juego problemático, características ecológicas de su distribución en el territorio y dinámicas sociales en su entorno, y de sus situaciones de riesgo potencial en relación al juego adictivo.
Análisis del impacto de los locales de juego en los entornos educativos cercanos, mediante la selección de una muestra de locales.

Contenido del trabajo

1. Análisis sistemático de los estudios existentes que aporten información sobre el juego en la región
2. Explotación sistemática de las variables relacionadas con el juego de las submuestras de las encuestas EDADES y ESTUDES, atendiendo a edad, sexo, diferenciación rural/urbana, etc.
3. Análisis de los locales de juego existentes en las región, su ubicación y dinámica social.
4. Realización de entrevistas focalizadas y grupos de discusión en centros escolares cercanos a salones de juego, para hacer un abordaje aproximativo del impacto. Se realizará en una muestra de cuatro salones/localidades, dos de características urbanas (tentativamente Cáceres y Badajoz) y dos más vinculados a entornos rurales (tentativamente Miajadas y Montijo)
5. Colaboración en el diseño de un programa de investigación-acción de mayor envergadura "




Referencia:
Baigorri, A. : Propuesta de Asistencia técnica para el análisis de factores de riesgo de adicción vinculados a la extensión de las salas de juego en Extremadura, Grupo de Investigación ARS
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10.20.2017

Generaciones y alcohol (2017)




Intervención en el Seminario "Exceso y ocio juvenil. La extraña pareja", organizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, en el Centro Reina Sofía de Estudios de Juventud de Madrid.


Artemio Baigorri
Generaciones y alcohol. Una perspectiva evolucionaria en el análisis del consumo
Centro Reina Sofía, Madrid, 29/3/2017
(transcripción de la conferencia)




Buenos días:

En primer lugar he de agradecer a la FAD, y en particular a Miguel Angel Rodriguez, la invitación para participar en este seminario.

Aunque la propuesta me llegó un poco por sorpresa, en lo que a plazos se refiere, no me he podido resistir porque la invitación me ha servido para espolear en una tarea en la que llevamos un tiempo trabajando, pero que últimamente andaba un poco ralentizada.

En los últimos años hemos dedicado bastante esfuerzo al desarrollo del concepto de generaciones como herramienta para el análisis del cambio social. Lo hemos aplicado al estudio de las actitudes y hábitos proambientales, en una espléndida tesis doctoral de mi colega Manuela Caballero, que está por ahí.  Y queríamos aplicarlo ahora al consumo de alcohol y drogas. Estábamos empezando la redacción de un artículo cuando llegó la invitación, así que, pese a las prisas, preparar la exposición ha sido un acicate para avanzar.

Supongo que se me sugirió una aportación más cuantitativa para compensar un poco la parte netamente cualitativa de los informes, ambos estupendos, que se presentan a continuación. Pero eso me ha planteado un problema porque, si bien es cierto que en los últimos años hemos trabajado bastante analizando las encuestas ESTUDES y EDADES, lo cierto es que a mí eso de lo cuanti y lo cuali me desorienta, porque en mis investigaciones practicamos más bien la metodología del exceso, por empezar a centrarnos en el término que nos reúne. Le damos a todo, como los jóvenes al ponerse el sol.


Modestamente creo que nuestro libro Botellón. Un conflicto postmoderno, algo añoso ya pero por lo que sigo viendo por ahí bastante vigente (2004), utilizamos todo tipo de técnicas, cualitativas, cuantitativas, participativas, de análisis web, etc. Porque los problemas sociales deben abordarse así, y cuanto más complejos y graves son, con mayor exceso metodológico (digo exceso, que no anar
quía).

¿Cómo abordar problemas como los que abordamos aquí sin entender y reflexionar sobre la extensión de la placenta social, la dimisión parental, o el papel político del lobby del alcohol? ¿Pero también cómo abordarlo sin preguntar, medir, cuánto alcohol consumen las personas, más allá o más acá de cómo lo justifiquen? ¿O cómo abordarlo sin entender cómo funcionan los contenidos en Internet, los mecanismos de las redes sociales y el papel de las TICs en general?

¿Cómo ubicar lo que las etnografías nos cuentan del exceso, por ejemplo, si no escuchamos también a los clásicos, lo que ya está dicho? Por ejemplo, la refinada elaboración de Maffesoli. Hace casi una década coincidí con él en un seminario, precisamente sobre los excesos del alcohol, en Francia, y descubrí que era algo más que las tribus. Yo no conocía entonces su libro La orgía, pero se lo recomiendo encarecidamente a los cualitativistas.


Pero decía que también es importante la perspectiva cuanti. En realidad, sólo la falta de cualificación suele explicar la preferencia radical por una u otra perspectiva.

En este caso es especialmente importante. Porque a mi juicio, por ejemplo, el exceso no es descontrol. En absoluto. Puede ser discutible qué es el exceso, dónde empieza, cómo medimos en las encuestas el exceso. Porque tiene una fuerte carga de subjetividad, incluso de biología individual: uno sabe cuándo se ha excedido, sabe que se ha pasado con dos, tres, cuatro, cinco copas… Pero hay que objetivarlo, para poder medir. ¿Cómo? Pues aceptando lo que nos dicen, fundamentalmente, los médicos. Nos adaptamos a una mera convención, como hacemos para medir el tiempo. Cuando sacamos el exceso de la subjetividad para poder medir, comparar, entender cambios, estamos aplicando una mera convención (en este caso médica, y que como tal puede cambiar, como cambian de tanto en tanto las convenciones médicas sobre la leche materna o el aceite de oliva). Una convención que señala el punto a partir del cual la Medicina conviene en que se puede poner en riesgo la salud del individuo. El exceso es por tanto controlable, medible, contrastable… cuantificable en suma.

Sin embargo el descontrol va más allá del exceso, a un territorio desconocido, tanto en su recorrido (el viaje) como en sus consecuencias finales, por el sujeto. Uno puede incluso prever qué va a pasar cuando se exceda. Y por lo mismo podemos prever qué puede ocurrirle a una población al hacerse mayor, si de joven se excede. Pero uno no puede prever, en modo alguno, qué puede pasar cuando pierda el control. Como no podemos prever qué puede pasar en una sociedad descontrolada.


En este sentido, la perspectiva generacional, que quiero apenas presentar, es una perspectiva también mixta, que debe medir, pero también definir identidades, es por tanto cuali/cuanti.

Creemos que es interesante aplicar esta perspectiva porque complementa el modelo tradicional, que es el del Ciclo de Vida, que se estructura en cohortes de edad, y tiene un componente fuertemente biológico, según el modelo de la naturaleza de nacimiento, crecimiento, desarrollo, decadencia y muerte. A ver si soy capaz de explicarles el por qué.


Es evidente, y muy importante analizarlo así, que los jóvenes tienen unos hábitos de consumo distintos que los mayores. SI observamos esta tabla, del último informe nacional sobre la encuesta EDADES de 2013, vemos que la proporción de quienes se emborrachan es mayor entre los más jóvenes que entre los más mayores. Eso es una constante. Ocurría en 1997, y seguía ocurriendo en 2013, porque es casi una “ley social”.

Incluso se mantienen cercanas las proporciones, igual en hombres que en mujeres. Entre las mujeres de 15 a 34 años la prevalencia de borracheras prácticamente mantiene el mismo multiplicador respecto a los de 35 a 64: es cinco veces más alta en 2013, y lo era en 1997.

Sin embargo en la tabla siguiente (extraída del mismo informe), veremos cosas sorprendentes, que chocan con esa constante del ciclo de vida.


Veamos primero la prevalencia de consumo de cannabis (en rojo), que cubre la serie completa. Los jóvenes de 2013 siguen consumiendo más que los mayores, es cierto. Pero mientras en 1995 la proporción era de casi cuatro veces, en 2013 ni siquiera es el doble. La prevalencia es más alta en todos los casos, pero la de los mayores de 2013 es incluso mayor que la de los jóvenes de 1995. Y en el caso del alcohol el cambio es mucho más significativo: sencillamente se ha invertido la relación. En 1997 la prevalencia de consumo de alcohol de los jóvenes era ligeramente superior a la de los mayores, mientras que en 2013 es la prevalencia de los mayores la más elevada. Y lo mismo ocurre en el tabaco.



¿Qué ha pasado? Pues que tenemos jóvenes y mayores, pero son otros jóvenes, y otros mayores. De hecho, éstos mayores de hoy son aquellos jóvenes de ayer. Aquellos jóvenes que bebían mucho, y muchos de ellos ya fumaban cánnabis… que siguen fumando de mayores.

Y es que a medida que las sociedades evolucionan nuestro ciclo de vida parece el mismo, pero no lo es en realidad. Reproducimos patrones y hacemos las cosas que a las edades correspondientes hacían nuestros padres o nuestros hermanos más mayores, pero las hacemos de forma muy distinta, porque pertenecemos a generaciones distintas, y pertenecer a una generación distinta es casi como pertenecer a otro país. Yo nunca he creído en el concepto de subcultura juvenil, pero sí que subculturas generacionales, porque cada generación construye no sólo sus creencias, valores, sino su forma de producir y consumir, específicas. Las hierbas del campo, los árboles, la fauna silvestre, sigue reproduciendo ahora los mismos ciclos que hace 5000 años, pero el ser humano trastoca los ciclos de la Naturaleza. El ciclo de la vida humana actual no tiene nada que ver con el de hace apenas un siglo: la duración media (la esperanza de vida) era la mitad, de 40 años. Hoy con una esperanza de vida de casi 85 años vivimos en realidad dos ciclos, o más.

De ahí el interés que tiene, a nuestro juicio, el concepto de generaciones, que debemos ubicar en un sentido general dentro de ese campo semántico-conceptual más amplio que incorpora la cohorte demográfica, el curso de vida (o curso vital) y el Ciclo de Vida, y que hay que reconocer tiene un largo recorrido lleno de sinsabores epistemológicos, porque es complejo de operativizar. 

Pues habrá quien diga con razón que ya prestamos toda la atención debida a los jóvenes, al flujo de jóvenes que cada vez son o hacen más esto o lo otro. O empiezan a fumar antes, o a beber menos, o a emborracharse más… ¿No es lo mismo que hablar de generaciones?

No, pues lo que hacemos no es análisis generacional, sino estudios de juventud, de problemáticas vinculadas a la Juventud como categoría social definida y diferenciada del resto de la población que constituye las sociedades. De hecho sólo muy  recientemente la mal llamada literatura sobre generaciones (que era más bien de cohortes) ha incorporado a los mayores.

En una sesión de reflexión rápida y divulgación no podemos detenernos a profundizar en la teoría de las generaciones, pero apuntaré al menos algunas notas.


Además del curso de la vida, del ciclo eterno de la naturaleza, hay un curso de vida que define en sus variaciones la evolución social, marcado por las particulares identidades y el hacer de las generaciones. Ha estado presente en la historia del pensamiento desde Platón al primer sociólogo y fundador del positivismo, Auguste Comte. Pero su operativización ha sido (y de hecho lo es aún) complicada. Ortega y Gasset planteó la aproximación más rica e imaginativa a la española, y Karl Mannhein intentó sociologizarla a la alemana, pero lo cierto es que los logros prácticos son escasos, más allá de su aplicación a la Historia de la Literatura o el Arte.

Hasta que dos historiadores norteamericanos, William Strauss y Neil Howe, se lanzaron a la tarea titánica de intentar explicar toda la Historia de su país aplicando un modelo generacional. Lo interesante del modelo de Strauss y Howe es que, amplificando el de Ortega, plantean un proceso cíclico (lo que permitiría integrar el modelo en una perspectiva evolucionaria) que en una especie de espiral (más que círculo) genera unos arquetipos generacionales que, en sus variaciones evolutivas, se repetirían hasta el fin de la Historia. Complejizan la idea orteguiana de que hay generaciones que conservan y generaciones que rompen, y plantean un modelo de ciclo o saeculum, de 80 ó 90 años, dividido en cuatro etapas o giros más constructivos, o imaginativos de novedades, o destructores/renovadores, en suma generaciones que responden a una serie de arquetipos (el profeta, el nómada, el héroe y el artista) que se suceden ininterrumpidamente. En el esquema vemos la aplicación del modelo que hacen al siglo XX, en el que nacen las generaciones vivas que hoy son contemporáneas.


El modelo de Strauss y Howe es particularmente útil porque, más allá de que los factores que definen a una generación (los hitos históricos, culturales, tecnológicos, que la marcan ideológica, actitudinalmente), sirve para intentar predecir algunos comportamientos.

Naturalmente, dada la dinámica histórica no podemos esperar una similitud exacta entre las estructuras generacionales de todas las culturas y países, aunque probablemente sí se esté empezando a dar ya en las últimas generaciones, y debamos hablar de generaciones globales en el caso de la llamada Generación Z, no sé si tanto en el caso de los millenials. En Holanda el sociólogo Henk Becker ha intentado aplicar un modelo generacional para analizar las dinámicas y conflictos en la gestión de las organizaciones. En nuestro caso, nuestro se ha centrado inicialmente en el análisis de las actitudes proambientales, y ahora trabajamos en intentar desentrañar y comprender mejor, con ayuda del modelo generacional, algunos de los cambios observados.


Para hacerlo disponemos de una herramienta muy buena, la encuesta EDADES. En primer lugar porque empieza a ser una serie larga, dos décadas; en egundo lugar porque tiene un tamaño de muestra que permite cruces sin una pérdida de calidad estadística; y en tercer lugar por incluir como universo a gran parte de la población.

Por supuesto que tiene limitaciones importantes. Una que sin duda nos ha dado muchos quebraderos de cabeza a quienes nos ha tocado analizar todas las series es que la formulación de algunas preguntas ha cambiado en ocasiones, o incluso han desaparecido algunas (es lógico que aparezcan nuevas, como las referidas al botellón, pero no es lógico que desaparezcan variables de plena actualidad)[1]. Otra es el retraso en la disponibilidad de los datos (con la 215 ya se están pasando) y la poca transparencia para que los investigadores no “conectados” puedan obtenerlos como con las encuestas del CIS y tantas del INE: con algo tan simple como un enlace a un formulario que automáticamente permitiese descargarlos, puesto que están suficientemente anonimizados.


Esas son limitaciones digamos genéricas, pero hay otras que se hacen precisamente evidentes cuando intentamos un análisis generacional. Sin duda la más importante, el rango del universo. Quizás pudiera defenderse un mínimo de 15 años en 1995, pero no desde que la encuesta alterna, ESTUDES, nos muestra edición tras edición que la edad de inicio en determinados consumos viene descendiendo sistemáticamente; por lo que debería ampliarse el rango hasta los 12 años. En cuanto al límite superior, ya fue un error fijarlo en 65 años en 1995, cuando la esperanza de vida, y por tanto los problemas derivados del consumo superaba los 75 años. Pero mantenerlo hoy es un error ya enorme. Actualmente la esperanza de vida supera los 80, casi 86 en el caso de las mujeres, y asistimos a un envejecimiento de calidad y activo en todos los sentidos (se amplía la edad de jubilación, se posibilita el trabajo como jubilado, la movilidad es enorme, los estilos de vida extremadamente diversos, etc), por lo que es absurdo limitarnos a los 65. Con esos límites absurdos se nos quedan fuera un par de generaciones. Un rango racional debería recoger a la población en disposición de responder de entre 12 y 85 años.

Para entender la importancia de ese cambio basta tener en cuenta que estamos llegando a esas edades los babyboomers, y llegarán enseguida los hoy señores y señoras X, es decir las generaciones que empezaron a tontear alocadamente con todo tipo de drogas, personas que en algunos casos llevan tres y aún cuatro décadas tomando drogas, en algunos casos muy duras. ¿Qué pasa con ellos? ¿Cómo es su vejez? ¿Qué podemos aprender de eso que pueda ser útil a las nuevas generaciones?. ¿Qué queda de sus valores y actitudes ante el alcohol y las drogas en las generaciones sucesivas?
Veamos algunos botones de muestra, teniendo en cuenta la dificultad que, como decía, plantean algunas serie de preguntas, que en unos casos desaparecen, y en otros se modifican sus categorías de forma que se hace casi imposible la comparación. Inicialmente hemos trabajado sólo tres momentos de la serie histórica, y he traído alguna variable relacionada con el alcohol.

Veamos primero esa variable que tanta preocupación nos viene generando, la edad de inicio en el consumo. Aunque debemos partir de 1997 (en el banco de datos de 1995 no aparece esa pregunta) vemos cómo la edad de inicio en el consumo se viene reduciendo sistemáticamente. Lo sabemos, nos preocupa.

Pero hay más cosas. ¿Qué pasa cuando aplicamos un análisis generacional? Pues descubrimos en primer lugar que la población reconstruye su biografía, seguramente para adaptarla a lo políticamente correcto en el momento.


¿Cómo lo hace? Retrasando esa fecha de inicio. Salvo la generación que llamamos franquista (no porque esa fuese su ideología), y en la última década los babyboomers, las siguientes generaciones (paradójicamente aquellas que por ser más jóvenes, deberían recordar mejor por tener más cerca ese momento de inicio) corrigen sensiblemente el dato: los de la generación X que en 1997 decían haberse iniciado a los 16,36 de media, en 2013 dicen que lo hicieron a los 17. Aunque el “olvido” más intenso, como vemos en el gráfico inferior, es el de los millenials, la generación que ahora está accediendo a posiciones de poder, que consecuentemente digamos que “limpia” su biografía, aumentando en más de un año la media de inicio.

Había preparado un par de variables más, pero anoche terminando de preparar la intervención fui consciente de que cometía exceso en el tiempo, así que para no caer en el descontrol lo dejaré aquí. Colgaré la presentación en el blog de mi grupo de investigación, por si alguien quiere consultarlo, aunque como decía espero que pronto tengamos un artículo en el que desarrollemos más extensamente esta propuesta metodológica.

Por supuesto puede discutirse si los cambios señalados son simplemente una cuestión de edad, efecto del simple ciclo de la vida, o si como creemos corresponden a las distintas identidades generacionales. En cualquier caso es una perspectiva analítica complementaria. Cuando las generaciones pueden durar de promedio no 40 sino 85 años, estamos ante un hecho nuevo que exige instrumentos nuevos. Hay que estudiar a los niños y a los ancianos, y hay que hacerlo teniendo en cuenta que esos ancianos son los niños décadas atrás. Tenemos que ver si es posible a partir de este modelo construir modelos cíclicos que nos permitan de alguna forma prever no el futuro, que no es previsible, pero sí tendencias futuras.

Por otra parte la perspectiva generacional puede ser útil desde el punto de vista de la prevención, para el diseño de programas de intercambio de experiencias intergeneracional, como hemos visto que ocurre con los valores proambientales.

Muchas gracias por su atención





©Artemio Baigorri, 2017, por el texto


[1] Salen cosas muy distintas según que se pregunte. Por ejemplo en el caso de cuántas bebidas diarias, no tienen nada que ver los resultados (2005 y 2013), que oscilan entre 1,84 y 3,2. Y si lo hacemos a partir del número de elementos (vino, champán, cañas, sidra, copas diversas…, etc (1995), que oscila entre 0,6 y 0,8 (hemos sumados todas las de diario, todas las de fin de semana, y hemos dividido por 7 días). Obviamente algo no cuadra, hay que ver cómo se pregunta, qué se pregunta… y mantenerlo.