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7.21.2022

A, ante, de, bajo, con, contra, desde, durante, hacia, hasta, para, por, según, sin, sobre, tras Andalán (2022)


Un buen día de marzo me sorprendió leer un correo de Eloy Fernández Clemente, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Zaragoza, y fundador y primer director de la revista aragonesa Andalán,  en la que hice de todo durante unos años. De todo. Me sorprendió porque en más de 40 años, desde que publiqué mi último trabajo en la revista, hacia 1982, no había tenido noticia alguna. Bueno, noticia sí, pero no comunicación. Porque había visto algún libro on line, algo de la celebración del 25 aniversario, pero información directa... Bueno, aquí lo dejé dicho.

Así que me sorprendió. Supongo que algunas líneas que circularon con ocasión de la muerte de un antiguo colega, Enrique Ortego (quien a pesar de haberse ido tan lejos, a Nicaragua, tenía mejor memoria que quienes se quedaron en Zaragoza, o quizás por eso) le estimularían. O no sé, sería la vejez, el caso es que EFC me escribió para decirme que a ver si quería colaborar con un bosquejo de lo que para mí significó Andalán, porque iban a celebrar el 50 aniversario. Pues vale, ya saben que nunca digo NO, aunque a veces me lo pida el cuerpo. O casi nunca.

Me sorprende, al hojear (que en web ya es ojear) el monográfico del cincuentenario, que mi memoria de compañeros colegas de la época no sea mutua. Sí parece que lo era en el caso de Enrique Ortego, con el que compartí algunos reportajes y del que volví a saber cuando murió hace unos años. Será que en Aragón jugábamos mucho de niños a "Fuera de mi castillo", y también se decía mucho aquello de "El que se fue a Sevilla perdió su silla". Pasa lo mismo con la tierra (si te vas, te la quitan) que con la memoria.

- Venga, llorica, ya pasó, ya pasó... -me dice no sé qué hemisferio cerebral.

Pues eso. Que esta vez se acordaron, y esto es lo que envié, que ahora está publicado aquí:


Esto será un tópico muy repetido en esta colección de memoriales, pero debo empezar por ahí: a mí Andalán me cambió la vida.

Nunca sabré si a mejor o a peor, si para bien o para mal, porque los caminos alternativos que en cada cruce no tomamos, a saber a dónde conducían. Yo que desde niño iba para periodista, y en ello estaba en Zaragoza, he terminado convertido en sociólogo y dando clases de Sociología en el far west, a 700 km de mi pueblo. Y eso empezó con Andalán.

Expatriado, aculturizado

Nací en Mallén (1956), un pueblo de frontera en el que al menos un tercio de la población tenía entonces apellidos vascones, de la Baja Navarra hoy francesa. No sé si fueron fugitivos de guerras de religión o banderías, o migrantes en busca de mejor fortuna, como los apellidos rumanos que hoy amplían el arcoiris gentilicio de mi pueblo.

Nací en una casa de pequeños agricultores en la que se usaba el comedor sólo en la fiesta de la cofradía, o cuando los terratenientes (los Monguilán, Arnedo, Escoriaza y no sé qué más, una macedonia de apellidos que resumíamos en “los monguilanes”) venían a cobrar la renta o a autoinvitarse a comer. Aquella burguesía “de Zaragoza, Aragón y Rioja” que vivía de rentas, y a la que en los 60’s el IRYDA ayudó a capitalizarse para sus inversiones inmobiliarias, ofreciendo a los renteros créditos baratos para comprarles la tierra.

De niño inicié un camino migratorio que no sé si ha terminado todavía, pues eso no se sabe hasta la muerte, pero en solitario, pues mi familia siguió atada al surco. A los 8 años a Santa Coloma de Gramanet, acogido por una rama emigrante de la familia, para hacer el Ingreso de Bachillerato.  Al año siguiente interno a Tudela, tres años, con lo que hice muy mía a la capital de La RiberaAcepté estudiar euskera (hacia 1968 y todo a plena luz, y pronto lo olvidé porque el euskera no es como montar en bici), porque los jesuitas estaban obsesionados con mis “ocho apellidos vascos”.

Luego inauguraron Instituto en Borja y pude volver a Mallén, para ir a diario a clase en autobús. Apenas dos cursos, porque nos engañaron y no pusieron el Bachiller Superior que habían prometido. Así que entonces tocó ir a Zaragoza de forma precipitada, con el curso empezando en el Xavierre y al año siguiente el recién implantado COU en el “nuevo” Instituto Pignatelli, el primer instituto mixto de Zaragoza, una auténtica cochambre con aspecto de cárcel soviética descascarillada, hoy convertido en palacio burocrático. Ambos cursos alojado en el Colegio Menor Baltasar Gracián.

Y enseguida de vuelta a Barcelona a estudiar periodismo, pero con truco: trabajando siete horas diarias en las oficinas de una gasolinera, en cuyas habitaciones para camioneros también dormía, en el arranque de la Meridiana. Luego comía de forma precipitada la escudella o las mongetes amb butifarra del cercano bar de obreros, cogía dos líneas de metro, un tren y un autobús de sardinas para ir a la UAB, en Bellaterra. Había que tener vocación no de periodista, sino de mártir. Así que más o menos a partir del segundo mes, pasé de ir, salvo en fechas imprescindibles. Después de comer, si fa sol a leer poesía al Parque de la Ciudadela, y si no a los cines de sesión doble. Luego a buscar libros y discos de segunda mano, escuchar conferencias, o correr un poco con el corazón bumbumbum en alguna mani.

Así que desde niño me he sentido forastero con motivo, y ninguna identidad ha enraizado en mí con fuerza. En mi proceso de socialización primaria se entremezclan caóticamente Mallén, Cataluña (la xarnega y la com cal), Tudela, Borja, Zaragoza, jesuitas, dominicos, el colegio menor, el catalán y el vasco, un verdadero lío lleno de contradicciones en los términos. Al menos me libré del seminario (aunque disfruté mucho de ser monaguillo) y de la OJE, que no es poco. Fue ya en el siglo XXI, tras décadas lejos, cuando por primera vez me produjo una cierta emoción escuchar una jota, y resulta que era navarra (“soñé que la nieve ardía”); ahora también me da cosa si por un casual escucho “Pulida magallonera”, que de Magallón venía la abuela Larralde que no conocí, y en Magallón ligué alguna vez y hasta dí mi primer y único concierto como cantautor (al contrario que otros de éxito, yo era consciente de ser flojillo).

No estuve mucho en Barcelona. El primer curso fue un desastre académicamente (me dejé dos, y con dos suspensos obligaban a repetir). Pero “profesionalmente” fue un buen año, pues conseguí mi primera exclusiva periodística: fue El Noticiero quien publicó la primera entrevista a Ramón J Sender en su primer viaje del exilio a España, pisándosela al Heraldo/Zapater. Me colé en su hotel la tarde siguiente a su llegada y conseguí camelarme a la señora Luz C. De Watts, quien lo acompañaba y filtraba periodistas. La entrevista era muy pobre, pero para mis 18 años recién cumplidos, y no haber leído de Sender nada más que algún artículo sobre él en Índice, tenía su mérito. Coll Gilabert le reservó Tercera Página, bajo el vigía de la Torre Nueva, y anuncio en portada.

Y el 74-75 fue peor. En casa se habían apretado el cinturón para que no tuviese que trabajar, pero además de empezar el curso más tarde por la nueva Ley de Educación, inmediatamente se pusieron en huelga indefinida los PNN’s. Y Bellaterra fue una juerga, pero al terminar el invierno mi padre dijo que había mucho quehacer en el campo, a casa hasta que las clases empezasen de nuevo.

Las clases ya no empezaron. Quienes pudieron permitirse aguantar allí de marcha tuvieron aprobado político en casi todas las asignaturas, pero quienes habíamos tenido que volver a casa tuvimos que examinarnos. Aquello agudizó mi percepción sobre las desigualdades sociales y sus efectos, pero tuvo la virtud de descubrirme que era una tontería volver a Barcelona, cuando a distancia podía ir sacando la carrera, y en Zaragoza no sería tanta carga para casa. Así que en cuanto acabaron las labores más fuertes del verano negocié una pequeña ayuda familiar, y con las perrillas que me sacaba de vez en cuando con tareas administrativas en la Hermandad de Labradores, más la propina que me pagaban por las crónicas locales en El Noticiero, me dió para vivir miserablemente en un piso de estudiantes en Zaragoza. Donde tuve un poco de la vida estudiantil que apenas había podido tener en Barcelona. Los primeros viajes a dedo a Bellaterra a buscar apuntes, a alguna tutoría obligada y a exámenes fueron duros, alguno de casi 24 horas, pero luego fui descubriendo que estábamos varios periodistas de Zaragoza en la misma situación, y compartíamos coche.

Mi padre, como presidente de la Hermandad Sindical de Agricultores y Ganaderos, había estado metido en la primera de las “guerras agrarias”, la del tomate de 1973. Aunque el protagonismo se haya atribuido luego a una UAGA y una UAGNa que no existían ni en la imaginación, fueron gentes de las Hermandades Sindicales quienes estuvieron dando la cara. Y al año siguiente lo arrastré a otra contra la Autopista del Ebro. Con la movilización, basada en manifestaciones en el pueblo y en una batalla jurídica asesorados por Ramón Sainz de Varanda, conseguimos que en Mallén el precio de las expropiaciones se multiplicase. Debieron ser mis crónicas como corresponsal sobre aquellas batallas lo que llevó a Luis Granell, a finales de 1975, a ofrecerme escribir un artículo sobre la autopista en Andalán. Y ahí empezó lo poco o mucho que hubo.

 

Zaragoza, hacia 1978 Fotografía: Georgina Cortés

Zaragoza, hacia 1978, Fotografía: Georgina Cortés

 

No fue mi escuela de periodismo

El encuentro con Andalán fue para mí un orgullo. Había estado suscrito un tiempo mientras estaba en Barcelona, y hasta creo recordar haber enviado alguna carta al director que quedó infausta.

Pero aquel primer contacto estuvo a punto de ser frustrante. Justo me había puesto a trabajar en mi reportaje, cuando Granell me llamó de nuevo y me dijo que “mira qué suerte, que está unos días en su casa al lado de tu pueblo, en Cortes, un sociólogo muy famoso que ha escrito sobre las autopistas”, que si no me importaba hacer el artículo con él. Y le dije que no me importaba, pero claro que me importaba, ¿mi primer artículo en Andalán y tenía que compartirlo?, era como un coitus interruptus. Encima acababa de leer un artículo de ese sociólogo, en un monográfico de Cuadernos para el Diálogo sobre la agricultura española, que me pareció muy ocurrente pero con el que no estaba de acuerdo prácticamente en nada.

Sin embargo ocurrió, como le pasaba a tanta gente, que Mario Gaviria me sedujo en nuestro primer encuentro. Se presentó una mañana en Mallén sin avisar, con un montón de garrafas en el coche para llenarlas en mi casa con el agua del Moncayo que bebíamos en Mallén, y de paso hablar del artículo. Yo lo tenía casi terminado, lo leyó y me dijo que lo firmaba conmigo tal cual, que lo enviase así, para qué perder tiempo. En vez de eso estuvimos discutiendo sobre su artículo en Cuadernos.

Pero, aunque como decía me sentía orgulloso de la llamada de Andalán, en puridad no puedo decir aquello que suele decirse de experiencias periodísticas tempranas: ni fue mi escuela de periodismo, ni me abrió puertas en mi “carrera”.

No fue escuela porque desde los 15 años practicaba como corresponsal en Mallén de El Noticiero. Y entre 1971-73, mientras residía en el Colegio Menor era redactor del programa de radio escolar y de la revista colegial Alcorce, para la que entrevisté a Cecilia (un amor), Guillermina Motta (qué desvergüenza y qué piernas la Guillermotta) y otros cantautores. Incluso había adquirido de forma autodidacta ciertas “competencias” periodísticas que no se aprenden en la Facultad, como a colarme en el Teatro Principal y en las discotecas, para entrevistarlos.

Claro que mi escuela tampoco fue la Facultad de Ciencias de la Información, cuya licenciatura terminaría abandonando en 5º, a falta de tres o cuatro asignaturas. No deja de tener su aquel que casi lo único realmente útil que saqué de la Facultad fue el descubrimiento de la Sociología, a la que he terminado dedicado y que fue la carrera que sí terminé. Mi auténtico maestro de periodismo fue Vicente Calvo Báguena, aquel humilde periodista de pueblo, con las cuatro reglas que me repetía cuando visitaba El Noticiero.

Pero no era muy consciente de ello. El síndrome del impostor me ha acompañado toda mi vida y ahí sigue. Así, yo pensaba que debía fijarme en Enrique Ortego, con quien Larrañeta me puso a formar equipo una temporada para cubrir temas agrarios, pues creía que era un experimentado periodista, y resulta que según leí muchos años después en un texto del propio Enrique, era él el que andaba un poco perdido en lo del periodismo, y se consideraba aprendiz de mí y de otros. Hicimos unos cuantos viajes entretenidos en su coche.

Además, casi a la vez que en Andalán empecé a escribir en Esfuerzo Común, la revista de aquel oxímoron, los carlistas rojos, conocida entonces como Secuestro Común. En ella publiqué reportajes, artículos de opinión y alguna sección con seudónimo. Entre Vicente CalvoJavier Ortega y yo llenamos algún que otro número de la revista.

Y cuando me enteré de que Triunfo estaba sin "corresponsal" escribí a suerte y verdad incluyendo un reportaje, y Víctor Sanchez Reviriego me respondió a vuelta de correo diciéndome que sí y que lo que quisiera, de Aragón o de cualquier sitio, que fuese a que me hiciesen un carnet, el único carnet de periodista que he tenido nunca (en Andalán nunca nos lo hicieron a los precarios, al menos a mí). Eduardo Haro Tecglen me lo entregó, enorme y mayestático, cual príncipe austrohúngaro que entrega un nombramiento de cónsul. Entre mis reportajes para Triunfo está precisamente el que publiqué en mayo de 1978 con el título de “Quieren cargarse Andalán”, en defensa de la revista cuando fue procesada (seguro que no está en ninguna bibliografía sobre prensa aragonesa).

Y el verano en que Luis Granell me pasó la corresponsalía de Diario16 al irse de vacaciones conseguí colocar varias páginas completas. En 1979 estaba en la directiva de una Unión de Periodistas de Aragón surgida contra la carca Asociación de la Prensa, que estaba tomada por el Heraldo. Y desde Madrid me buscaron para incorporarme al proyecto del diario Liberación, que contribuí a lanzar, aunque ya estaba saliendo del periodismo y decliné unirme a la cooperativa. Osea que en paralelo a Andalán, donde sólo era un free-lance, iba construyendo una carrera profesional.

Pero viví muchas experiencias, tan valoradas hoy por el consumidor de vida

Lo que Andalán sí me dió fue experiencias vitales. Y hoy que la gente se mata por tener experiencias, agradecido estoy porque fue un periodo intenso y estimulante.

La primera, sin duda, fue la de conocer a Gaviria y su mundo (porque en aquella época había todo un mundo en torno a Mario). Recién publicado el artículo que firmó conmigo sobre/contra la autopista del Ebro, él mismo me planteó hacer otro, éste sobre el proyecto de papelera que se cernía sobre Tudela. Aunque le sugerí publicarlo en Esfuerzo Común, pues Vicente Calvo se acababa de incorporar a la dirección de la revista y se había puesto “celoso” de mi artículo en Andalán (que no dejaba de ser su competencia). Y aún no habíamos terminado de escribirlo y me arrastró a otra historia en una dirección totalmente distinta: el estudio que estaba a punto de iniciar sobre el Bajo Aragón, en el marco de las luchas locales contra los proyectos de centrales térmicas y nucleares, que daría lugar al libro El Bajo Aragón expoliado.

 

Cortes de Navarra, hacia 1977 (arriba Mario Gaviria, a la izquierda José Mari Lagunas, en el centro Artemio Baigorri y Georgina Cortés)  Fotografía: Blanca Berlín

Cortes de Navarra, hacia 1977 (arriba Mario Gaviria, a la izquierda José Mari Lagunas, en el centro Artemio Baigorri y Georgina Cortés), Fotografía: Blanca Berlín

 

La segunda, vivir un tiempo en el piso, o alocada comuna, de José Mari Lagunas, “el Gordo” (ahora que lo veo en alguna fotografía de Internet descubro que “el Gordo” soy yo), con el que me uniría una amistad de años que, más que perdiendo, se fue diluyendo como tantas otras en las entretelas del tiempo y la distancia. Me acababa de quedar sin piso en Zaragoza y mientras trabajábamos en la redacción de El Bajo Aragón expoliado me ofreció una habitación vacía que tenía en el suyo, hasta que encontrase algo. Y fue la leche.

Además José Mari, que formaba junto a José Luis Fandosel Tablas (con quien también compartí algún reportaje) y Luz Abadía, el clan samperino que estaba bajo la advocación y protección de EFC, era el responsable de la producción de la revista. Lo que nos permitía a sus amigos precarios obtener algunos ingresos extra con dos trabajos manuales: fajar periódicos (colocar una tira de papel con la dirección del suscriptor en cada periódico plegado), lo que hacíamos en los talleres de El Noticiero, y pegar carteles con el anuncio del nuevo número. Fajar era monótono, pero lo hacíamos entre chistes y luego nos íbamos a tomar algo. El segundo era más puñetero: había que ir con el cubo de cola, la brocha y el paquetón de carteles recorriendo la ciudad (fundamentalmente el centro, que Andalán no era precisamente prensa obrera), y a veces (según la portada) podía ser arriesgado, especialmente cuando pegábamos en Zona Nacional. Alguna agresión de fachas creo que hubo.

La siguiente experiencia especial fue precisamente pegando carteles, y fue peor que un ataque de Fuerza Nueva. Porque nos tocó hacer de auténtica carne de cañón. Eran las primeras elecciones democráticas, y nos tocó empapelar con el principal titular del número de Andalán de esa semana: “Nuestro voto a la Izquierda” (Num 117). La cosa es que nos mandaron a empapelar en la noche preelectoral, y acabamos detenidos. No recuerdo quiénes íbamos, pero sí que pasamos la noche en comisaría, fichados y ciertamente acojonados, según la Policía por delito electoral. Así que no fue EFC el único andalanio que pasó algún rato entre rejas por la revista.

 

 

Y cómo tocaba hacer de todo, hubo otras experiencias intensas. En la época de los festivales de promoción y apoyo a la revista, entre otros me tocó ayudar a José Mari Lagunas a montar el chiringuito de venta y alguna logística en el de Barcelona, en el Palacio de los Deportes (1978). Fueron unos días locos, en los que al Gordo, que ya apuntaba como emprendedor, se le ocurrió que comprásemos velitas para venderlas en el puesto de revistas y posters. Nos volvimos locos hasta encontrarlas en una bocacalle de Las Ramblas, pero fue una ruina, no recuperamos ni la inversión.

Otras experiencias nadaban en la hiperrealidad, en el metaverso que diríamos hoy, como cuando en el piso del Tablas  hacíamos elucubraciones y cálculos sobre acciones directas, que afortunadamente no pasaron de un póster a doble folio con la imagen de un pollo de carnicería colgado del gancho, como amenaza simbólica a las eléctricas. Tampoco olvidaré la experiencia de la entrevista con un alto mando del Ejército del Aire, en la que con gran delicadeza me amenazó seriamente. Había publicado un informe sobre las bombas que se les caían a los Phantom, y Larrañeta me pidió que fuese a oír su versión pues habían llamado muy cabreados. Pero no fue “una versión”, sino un aviso, una amenaza. Se quedó en nada, y fue una pena, porque un juicio en aquellos años era una gran inversión, aquéllo sí que te abría puertas. Algún otro toque de atención fue merecido, como la carta al director del presidente del IRYDA y entonces senador por UCD, Alberto Ballarín, en la que me corregía los datos sobre sus fincas de Monegros.

En aquella época, abducido por el universo de Gaviria, y dado que ya venía motivado por las batallas con mi padre, el periodismo, como luego la investigación, era indisoluble de la acción. Así que compatibilizaba mi intento de profesionalización como periodista con el agit-prop: las guerras agrarias, la autopista, las nucleares, la General Motors, la base yanqui, el polígono de tiro de Bardenas, los regadíos, las comunas… Había colegas que no lo entendían así, y consideraban igual de digna la información deportiva o sobre “sociedad”. Seguramente estaban en lo cierto, pues en el periodismo les ha ido muy bien.

Mi última experiencia con Andalán la tuve cuando ya no colaboraba en la revista.  Fue en febrero de 1981, aquel febrero del año aquél. Estaba con Mario trabajando en unos informes para el PGOU de Alicante, y la concejalía de Urbanismo la ostentaba alguien del PCE. Por lo que la tarde del 23-F estábamos reunidos con ellos en el despacho de uno de sus abogados, o en su sede (no recuerdo exactamente), a primera hora de la tarde. El caso es que llegó alguien sofocado hablando de ruido de sables en el Congreso, pero sin apenas datos. Intentaron llamar a Madrid, pero imposible conectar, con las líneas saturadas. Se me ocurrió que quizás a Zaragoza sí pudiésemos llamar, y puede que en Andalán supiesen algo, y efectivamente allí tenían datos actualizados, no recuerdo quién me informó. Fue trasladarlo a los reunidos, y en diez minutos todos los de la concejalía habían desaparecido y nos habían dejado en plena calle. Fue una noche movida, muy movida, que también terminó en comisaría, pero ésa es otra historia.

Adiós, muy buenas

Aunque todavía escribí algún texto, más ensayístico y ad honorem más tarde, en 1979 había terminado mi relación “profesional” con Andalán.

No hay nostalgia. Como vino, se fue. En cierto modo siempre me sentí forastero en Zaragoza, como en cierto modo siempre me sentí forastero en Andalán, a veces un poco quemado de ver cómo mi “ficha” se iba yendo hacia el fondo mientras fichas más recientes avanzaban en aquel escalafón nebuloso que culminaba con la entrada en El Consejo. Cuantas veces me propusieron, uno u otro, fue que no. Aún recuerdo, una de las veces, al bueno de Angel Delgado saliendo una noche más entristecido que enfadado del conciliábulo: “Es que dice Biescas que eres muy antipartidos”. Y lo era.  

Y es que yo no lo sabía entonces, pero era orgullosamente libre. Y con Gaviria podía ejercitar esa libertad, lo mismo organizando movidas que escribiendo al alimón un texto u organizando una profunda investigación. Y me sentía reconocido, como luego con los arquitectos (de Zaragoza, Navarra, Madrid, Badajoz) con los que durante años trabajé en planeamiento urbanístico. Claro que a Luis Granell y a Pablo Larrañeta les encantaban mis artículos, y ni una coma me cortaron que no fuese precisa por la maquetación.  Pero institucionalmente (ahora que soy sociólogo sé decirlo así), no veía, no existía ese reconocimiento.

También es verdad que me estaba dejando de atraer el periodismo, que veía cada vez más como una mera actividad de portavocía política. Así que el día que finalmente llegó la oferta, porque llegó, nunca sabré si sincera porque llegó en verano, cuando había que cubrir las vacaciones de los contratados, dije que no. Decía a la vez no a Andalán y al periodismo. Y sin saberlo, a Zaragoza.

Estábamos en Extremadura, elaborando un informe y organizando un enorme follón para intentar detener la construcción de la central nuclear de Valdecaballeros, como antes habíamos hecho en el Bajo Aragón. A la vez que hacíamos la investigación, ejercía las que fueron mis últimas tareas periodísticas: un boletín diario con una vietnamita con la que tirábamos mil ejemplares, en el que tenía que dibujar con un punzón, sobre el papel de calco, las escenas “fotográficas” (un resumen de aquel boletín fue también mi última aportación en Triunfo). Estaba en Villanueva de la Serena, que pronto dejará de llamarse así, cuando llegó el aviso (¿cómo llegaban los avisos entonces, sin móviles?): “que llames a Andalán, que quiere hablar Pablo contigo”. Y Pablo, algo así como “que deberías venirte mañana mismo para hacerte cargo de la redacción, que se queda sola”. Y yo “Es que dejar ahora esto en lo que me he comprometido…”. Y él “Piénsatelo, porque yo creo que ya entrarás de redactor de seguido…” No recuerdo el detalle, la verdad, y supongo que lo discutiría con el Gordo, con Mario, con mi novia Gina. No recuerdo qué me dijeron, pero sí lo que no sé con qué palabras exactas le dije a Pablo: “No, gracias”.

Aunque como he dicho seguí escribiendo siempre que me lo pidieron, no sé de qué año será mi última colaboración. Pablo Larrañeta me pediría luego insistentemente artículos de opinión para El Día, y le envié bastantes; y Plácido Diez siguió con la tónica, e incluso publicó una “antología” en un par de librillos de una colección que regalaban con el dominical.

Creía entonces que con ello mantenía algún cordón umbilical, pero no era así. Había dicho adiós a Andalán, a Zaragoza, a Aragón. El que se fue a Sevilla...

Y tras…

Así que Andalán siguió su camino y yo el mío, y ambos nos olvidamos mutuamente. Ni me enteré, ni me enteraron, de que cumplió 25 años.

Trabajé con Mario Gaviria, con quien llegué a montar una empresa consultora  con la que nos fue demasiado bien durante un tiempo a los socios, pero que me acabó costando dinero sólo a mí. Colaboré con unos cuantos equipos de urbanismo. Y finalmente lo mandé todo a la mierda de verdad, no como figura retórica parlamentaria, y me quedé en Extremadura, la región más atrasada de España, en donde había estado con Gaviria en 1977 y en 1979 haciendo investigación-acción, y en donde todo aún parecía virgen, puro, honrado. Había vuelto en varias ocasiones, llamado para diversos trabajos de planeamiento, y había ido de nuevo, en 1986, a hacer una gran investigación sobre Cultura del Agua. Rompiendo conscientemente con los Nortes, fue empezar no de cero, pero casi. Allí monté otra empresa consultora, sin dependencias de nadie, en la que llegamos a trabajar media docena de personas y con la que hicimos trabajos muy creativos.

Y como trabajaba como sociólogo, pues en vez de terminar las asignaturas que me quedaban de Periodismo me hice los cinco cursos de CC Políticas y Sociología. Y fue terminar y tentarme con una plaza a tiempo parcial en la Universidad de Extremadura. Yo detestaba la Universidad, pero entre mi esposa entonces, Gina Cortés, que había entrado como profesora de Economía un poco antes, y algunas de sus compañeras, me convencieron de que probase, total era a tiempo parcial. Yo mismo había convencido años atrás a Gaviria, por sugerencia de Enrique Gastón e insistencia de su madre, de que entrase en la Universidad. Y eso le aseguró un día una jubilación decente. Así que ¿por qué no?

Y ahí sigo. Entré en 1995, en 1999 leí mi tesis doctoral (que fue premio nacional de la Real Academia de Doctores), y en 2001 obtuve mi titularidad. Si alguien me ha “domado” ha sido la Universidad. Siempre digo que es un trabajo privilegiado, porque es seguro, pagado suficientemente (por más que se quejen nuestros sindicatos) y tienes una libertad enorme, sobre todo si no persigues carreras políticas (dentro o fuera de la Universidad). Pero para quedarte dentro tienes que atravesar una serie de puertas que te van arrehojando, castrando. Aunque es cierto que si llegas a la Universidad algo maduro, ya vivido, te lo tomas con resiliencia. Te castran igual, pero lo llevas con elegancia.

Así que vaya, a veces digo que he vivido varias vidas. Fuí periodista, escribí unos cuantos reportajes, artículos y sueltos en Andalán y en otros medios regionales y nacionales como El Noticiero, Esfuerzo Común, Triunfo, Diario16 o Primera Plana, etc.  Escribí además trabajos más teóricos en revistas como El Viejo Topo, Transición, Bicleta, Ajoblanco, etc. Y luego dejé de ser periodista, me legitimé como sociólogo pero seguí escribiendo artículos de opinión para quien me los publicaba o me los pedía, como El País, El Periódico de Catalunya, Hoy o El Periódico de Extremadura, así como he sido entrevistado, o participado en tertulias de radio y televisión. De forma que el gusanillo periodístico, que en el fondo siempre está ahí, se va matando. Y finalmente profesor universitario.

¿Qué más decir de mí? Bueno, tempranamente me lancé a ciegas y de lleno a la Sociedad Telemática, con páginas web y blogs, así que casi todo lo mío anda colgado en la red. Pero sintetizando, he participado en muchas, dirigido bastantes de ellas, investigaciones sobre agricultura, ecología, urbanismo, género, consumo, turismo, ocio, consumo de alcohol y drogas, sociedad telemática, trabajo, el rural ése y unos cuantos temas más, lo que me permitió en su día investigar en muchas regiones: Andalucía, Aragón, Canarias, Castilla y León, Cataluña, Comunidad Valenciana, Extremadura, La Rioja, Madrid o Navarra. En mi CV digo con razón que he publicado como autor principal o coautor en más de medio centenar de libros, de casi demasiados temas como para ser confiable (“el mucho abarca, poco alcanza”, me repetía mi abuela). Como El Bajo Aragón expoliado (1976), Extremadura saqueada (1978), Vivir del Ebro (1978), La enseñanza de la arquitectura (1980), Ecodesarrollo. El modelo extremeño (1980), El campo riojano (1984), Ordenación territorial rural (1984), El espacio ignorado. Agricultura periurbana de Madrid (1987), Agricultura Periurbana/ Agriculture Periurbaine (1988), Extremadura. La Guía (1992), Mujeres en Extremadura (1993) El paro agrario (1994)  El hombre perplejo (1995), Ocio y deporte en España (1996), Sociología de la Empresa (1996), Atlas visual de Extremadura y Alentejo (1997), La economía Ibérica (1999), Estados y regiones ibéricos en la Unión Europea (2000), Sociología y Medio Ambiente (1999), Hacia la urbe global (2001), Agroecología y Desarrollo (2001), El campo andaluz y extremeño: la protección social agraria (2003), Botellón: un conflicto postmoderno (2003), Young Technologies in old hands (2005), Debate Educativo (2005 y 2006), Enseñando Sociología a profanos (2007), Perspectivas teóricas en desarrollo rural (2007), Diáspora y retorno (2009), Transiciones Ambientales (2012), La ciudad. Antecedentes y nuevas perspectivas (2012), Esquemas de Sociología (2013), Treinta años de Economía y sociedad Extremeña (2014), Resaca nacional (2015), Casas de campesinos y pescadores (2015), Energy and Society (2015), o Dominación y neoextractivismo (2018) entre lo más reciente.

Y ahora hago esas cosas que hay que hacer en la universidad: preparar materiales docentes; organizar congresos, jornadas y seminarios; publicar artículos en revistas que casi nadie lee, incluidos algunos en inglés que suman más puntos pero aún lee menos gente; participar en comisiones de calidad que no mejoran nada; evaluar proyectos o artículos ajenos consiguiendo no entrar en el juego de putearse mutuamente, etc. A veces me invitan de universidades españolas o latinoamericanas a dar cursos o conferencias, y entonces sí que disfruto de verdad.

Podía haberme jubilado el año pasado, y si fuese albañil o camionero lo habría hecho. Hay compañeros de la generación anterior, auténticos jetas organizados, que se montaron unas normas más que ad hoc, casi ad hominem, con las que se pudieron jubilar a miles en toda España con 61 años, como los profesores de Primaria y Secundaria (que ya canta, también). Contaron el relato (estamos en el siglo de los Pequeños Relatos) de que así hacían sitio a los jóvenes, pero los políticos (que eran básicamente ellos mismos) cerraron luego el camino de entrada a los jóvenes con las famosas tasas de reposición. Vergüenza les tendría que dar: hay quién, si aguanta hasta el máximo de esperanza de vida hoy posible en España, va a estar mucho más tiempo cobrando pensiones y haciendo gasto que el que estuvo cotizando. Yo procuraré engordar todo el tiempo que pueda la hucha de las pensiones del Estado, hasta que me echen.

Y si llego, quizás luego escriba mis memorias (porque mi mujer, Manuela, se empeña en que lo haga). Entonces reciclaría con un copypega estos recuerdos de otros tiempos y otros lugares que, gracias a la invitación de la gente de Andalán, de Eloy (lo pondré así esta vez) he hilvanado para la ocasión. Agradecido, pues así he podido recordar a tantos otros periodistas con los que compartí momentos yendo y viniendo a Bellaterra, en Andalán, en Esfuerzo Común, en uniones, reuniones y movidas varias: además de los ya nombrados, José Carlos Arnal, José Ramón Marcuello, Fernando Baeta, Plácido Díez, Enrique CarbóAdelina Mullor (con quien las circunstancias han permitido que mantengamos la relación), y algunos otros que quisiera, pero la memoria se resiste a rescatar.

 

Badajoz, a 704 kms de Mallén y de Zaragoza, 15/3/2022


Addenda (10/10/2024):

Me ha aparecido entre viejos papelotes el rastro de mi primer contacto con Andalán, en la primavera de 1974, mucho antes de que me contactasen para escribir mi primer artículo.  Llevaba siete meses en Barcelona, estudiando Periodismo en la Autónoma a la vez que trabajaba en las oficinas de la gasolinera Meridiana, donde además residía en una especie de hostal para camioneros. Estaba suscrito a Andalán, no sé desde cuándo, y parece, a tenor de la nota que como tarjeta postal me envían, que les debí proponer tratar algún tema, que obviamente no les pareció oportuno. Acababa de cumplir 18, y seguro que, aunque no atendieran mi sugerencia, debió de emocionarme que me respondiesen.




Año y medio más tarde, hacia diciembre de 1975, Luis Granell me localizaba para pedirme un artículo sobre la autopista del Ebro. Y bueno, lo que vino luego se cuenta arriba.

 

Addenda (25/02/2025):

Ando revisando papeles antiguos de otra naturaleza, cartas de amor, poemas y esas cosas, y se cruza un texto escrito a máquina, en tinta rojiza (no sé si es tinta de la cinta, o de algún calco), sin fecha. No sé si es algo que envié, o quedó inédito, porque ignoro el resultado de lo que motiva el texto. He calculado por lo que se dice (que llevaba cinco años relacionado con la revista) que es del año 1981, y parece una aceptación de pertenencia al Consejo de Andalán pero con retranca, con mucha retranca, tanta que casi más parece un rechazo cargado de resentimiento. Sí, atendiendo al texto (cuatro folios cargados de bilis) es obvio que no creía que la revista (en tanto que institución, por supuesto expresada en sus dueños/jefes) hubiese sido justa y honesta conmigo, y lo hacía saber. Pero como no tengo noción en la memoria de que haya pertenecido nunca a aquel sanedrín, quizás fuese simplemente un texto preparado cuando alguien me informó de que alguien de nuevo iba a proponerme, pero finalmente (de nuevo) no salió la cosa y no tuve que enviarlo. O quizás salió pero finalmente no lo envié. Quién sabe. Quizás EFC, o Peiró, el hereu, lo tengan anotado en alguna de sus innumerables fichas históricas. 
Fíjate lo que me importa ahora haber pertenecido, o no, al Consejo de Fundadores y Accionistas de Andalán, o como se llamase. Pero a los 19 años que escribí mi primer artículo, o a los 25 o por ahí que tenía al redactar aquel texto, debía de importarme bastante. 



3.01.2019

Extremadura Saqueada, cómo explicarlo en una clase de métodos y técnicas (2019)

En 2017 David Prieto y Fernando Garcóa Dory, dos jóvenes sociólogos, me convocaron junto a otros autores del libro Extremadura Saqueada (1977) a una jornada sobre el tema. Preparé una intervención con algo de autocrítica y de bastante crítica a las reproducciones clónicas de discursos que tenían sentido en 1977 pero no en 2017, lo que generó algún bronco debate en la sala (fría y desangelada sala del Matadero Madrid). 

Pese a eso, los promotores volvieron a contar conmigo cuando al año siguiente propusieron la realización de un libro, con textos de varios de los autores, de algún especialista en el tema y algún otro que se coló.

 

EXTREMADURA SAQUEADA

Cómo explicarlo en una clase de Métodos y Técnicas de Investigación Social

Artemio Baigorri [1]

Escribir sobre una obra en la que trabajaste hace cuarenta años, siendo apenas un adolescente que ni siquiera sabía muy bien qué era ni qué quería ser porque ya no sabía si quería ser lo que había soñado desde niño; una obra que en cierto modo cambió su vida (si para bien o para mal no hay forma de saberlo, pues en la vida no se puede usar la sentencia IF THEN ELSE porque no es un algoritmo, aún), se hace cuando menos extraño[2]. Y sobre todo difícil. Especialmente difícil decidir en qué aspecto centrarme, así que trazaré algunos brochazos, en parte inconexos, que hablan de biografías, de metodologías (y epistemologías, ya puestos), de identidades, de todo menos de lo que algún lector pudiera esperar: la transdisciplinariedad.

En el verano de 1977 un grupo de investigadores (sociólogos,  economistas, periodistas, agrónomos, estudiantes como yo, en mi caso de periodismo...), pastoreados por Mario Gaviria (entonces consultor independiente), viajamos a Extremadura, mientras José Manuel Naredo (entonces un estadístico del Ministerio de Hacienda que escribía con seudónimo artículos en la revista anarquista Ruedo Ibérico) se aplicaba a movilizar y coordinar a un equipo de académicos (en unos casos ya convertidos en homo academicus, en otros en proceso de socialización) con la intención de hacer un análisis, sobre el terreno y con la mayor profundidad posible, de los recursos con que contaba “el país” (decíamos entonces),  y de los mecanismos por los cuales tales recursos les eran expoliados a los pobladores. Un activista local, Juan Serna, vinculado a los movimientos cristianos de base de Madrid, había convencido a quienes luego nos fueron arrastrando a aquella aventura. Se trataba, básicamente, de irse como de campamento, instalarse en la zona y durante si no recuerdo mal cosa de un mes, hacer un barrido informativo, para luego, de vuelta, escribir un informe cuyos contenidos serían filtrados y armonizados por José Manuel Naredo. Mi experiencia se remite por tanto, básicamente, a la fase del informe dirigida por Gaviria[3].

Yo “iba para” periodista. Había empezado los estudios de Ciencias de la Información en la Autónoma de Barcelona en 1973, pero en 1976 ya no estaba en Bellaterra, sino en Zaragoza, escribiendo en revistas locales y siguiendo a distancia como podía la carrera. Entonces me crucé con Mario Gaviria, a la sazón uno de los sociólogos “de moda”, acabamos haciendo un artículo juntos para una revista progre aragonesa (Andalán) no sobre, sino contra la Autopista del Ebro, y prácticamente me adoptó como aprendiz, en el sentido más preindustrial y artesanal del término, aunque yo no sabía muy bien de qué era aprendiz. Más bien me fuí considerando un activista, pues en paralelo al trabajo de consultoría andábamos metidos en movimientos entonces llamados (como ahora) “alternativos”, por opuestos tanto al “sistema” como a las alternativas “oficiales” al mismo (eso que ahora llamarían “la gente”, pero entonces desorganizados). Conflictos frente a la construcción de nucleares, de grandes presas, de autopistas, de centrales térmicas, de urbanizaciones, frente a la gestión del agua desde las Confederaciones hidrográficas… Pero a la vez Mario Gaviria era demandado por la televisión (la única), por la prensa, reclamado como conferenciante-agitador en universidades, colegios de arquitectos, e incluso en algunos niveles de la Administración tardofranquista y organizaciones empresariales confiaban en su olfato analítico.

Es en este marco en el que hay que considerar el libro y su impacto. En ese momento de la Transición, el tardofranquismo sin Franco, en ese marco profesional y técnico, en esas dinámicas biográficas de confluencia entre veinteañeros aprendices de todo y cuarentones experimentando la aventura no sólo política y vital sino también “científica” (con todo el repelús que el término “científico” producía entonces en aquellos ambientes). Y en ese marco,  “Extremadura saqueada” supone un hito en muchos sentidos.

Por un lado es una obra de madurez en un proceso que Gaviria había iniciado unos años antes con diversos “estudios regionales”, en unos casos comarcales, en otros provinciales, áreas metropolitanas[4], barriales incluso[5].

Se le puede buscar un marco epistemológico y metodológico, pero ha de ser casi un ejercicio psicoanalítico, deconstruyendo los recuerdos. Porque el rechazo de Gaviria a la Academia, a la sistematización formal, hizo que creara “escuela” exclusivamente de forma oral, y mediante una praxis de aprendizaje compartido. Cierto que decenas de arquitectos y urbanistas, sociólogos, economistas, ingenieros (agrónomos, forestales, industriales incluso), expertos en campos diversos, debemos sin duda mucho de nuestro know how a haber trabajado “con Mario” (nadie diría “con el profesor Gaviria” seguramente ni quienes lo tuvieron de profesor en fugaces periodos en Madrid, o por un periodo más extenso en Pamplona), pero pocos podríamos decir claramente qué. La propia formación caótica de Gaviria (su única formación acreditable, la de Derecho, la odiaba), basada en largas, más que clases,  convivencias con Henri Lefebvre y otros grandes de la Sociología francesa, asistencias como alumno “libre” a clases en la London School of Economics, contactos con grandes planificadores de tradición “regionalista” como John Friedmann, y sobre todo una capacidad compulsiva de lectura de cualquier material. Fuese libros, artículos de prensa, informes técnicos, no importaba la procedencia mientras incluyese datos, ideas, modelos, interpretaciones. No le gustó California (estuvo en la UCLA invitado por Friedmann, pero no quiso optar a quedarse), pero de allí trajo una documentación ingente sobre mil temas que luego desarrollamos aquí. Y su estrategia de investigación respondía más al empirismo (idealista o materialista, no importa) de los grandes sociólogos americanos, de Park a Mills pasando por Goffman, que desde luego al modelo estructural-marxista entonces dominante en Europa, lleno de teoría infumable y que nunca encajaba con la realidad. 

En realidad lo que Gaviria hacía no era nuevo en sí mismo. Hacía lo que habían hecho antes en el llamado “Regionalismo” de los Estados Unidos. Son los “estudios regionales” que los sociólogos sureños (eso yo lo descubriría después), sobre todo Howard W. Odum,[6] habían desarrollado entre los años 30 y 60, inspirados a su vez tanto por los estudios de Ecología Humana del grupo de Chicago como por el modelo de análisis regional de Patrick Geddes[7]. Pero lo hacía aquí, y sin esas referencias, al menos directas, en parte en paralelo[8].

A esa influencia hay que unir, en términos del análisis regional que Gaviria había propuesto ya en “El Bajo Aragón expoliado. Autonomía Regional y Recursos Naturales” (1976), la difusión en la época de un concepto emergente en la literatura económica marxista postcolonial (que diríamos ahora) de la época, generado por la llamada Escuela de la CEPAL en torno a autores como Celso Furtado. Estos entendían las formas de desarrollo dominantes (incluidas las promovidas por los soviéticos en sus zonas de influencia) como un “desarrollo desigual” basado en una dialéctica centro-periferia que convertía a los espacios periféricos, rurales, en meros subsidiarios, suministradores de recursos (naturales y humanos) al servicio de los espacios centrales, metropolitanos. Planteamientos muy presentes en la conceptualización que, en la investigación sobre el Bajo Aragón, desarrollo Gaviria al hablar de un expolio, que en Extremadura llamaríamos saqueo por no repetir el título[9]. El complejo diagrama de flujos que se adjuntaba con el libro, en el que se expresaba todas las formas de saqueo a que los centros de poder económico sometían a sus respectivas periferias (en aquel caso “Barceluña” y Madrid) es una aportación metodológica impresionante, que pocas veces se ha aplicado luego, pero que fue utilizada para analizar otras relaciones territoriales[10].

Y finalmente el tercer componente va a ser la perspectiva no diría hoy “ecológica” sino “ecologista” propiamente dicha. Mario Gaviria había traído, tanto de Francia como sobre todo de California, la mala nueva de los efectos que determinadas prácticas energéticas, agrarias, consumistas en general, estaban provocando en los recursos naturales. Y el movimiento ecologista se desarrolla, en paralelo a la investigación biológica y química[11], en un modelo que  podríamos describir como un proceso, de investigación-denuncia-acción. Aprovecha todo cuanto los científicos de la naturaleza y los técnicos pueden aportar, lo que los tecnólogos concernidos (dentro del sistema, pero comprometidos con el ecologismo) “despistan” de informes y documentos oficiales, de proyectos técnicos de las grandes empresas… Ese material va a constituir una fuente de datos fundamental no sólo para denuncias concretas desde el activismo, sino para la investigación.

A veces, en ámbitos académicos, hablamos de aquéllo como de Investigación-Acción-Participativa. Pero uno mira esos sofisticados esquemas que Rodriguez Villasante ha construido con el nombre de Socio-Praxis y se pierde, y de hecho no está Mario Gaviria entre los nombres que aparecen en esa compleja génesis sociopráxica. Y se entiende, porque a sí mismo no se encontraría en ese entramado conceptual.

Y por supuesto, si nos vamos al origen del término, aún menos. Pues poco tiene que ver con la voluntad de corregir problemas organizativos, problemas de corto alcance, que definen el trabajo del fundador de la Investigación Acción, Kurt Lewin, a mediados del siglo XX.

Sí podría tener un cierto entronque, seguramente por haberse desarrollado en la misma época y en contextos en cierto modo parecidos, con la Investigación Acción Participativa tal y como emerge en Latinoamérica, cuya finalidad era cambiar la realidad y afrontar los problemas de una población “a partir de sus recursos y participación”, con objetivos tan concretos como generar eso que llaman “un conocimiento liberador” que daría lugar a un empoderamiento de esa población. Pero claro, la IAP se plantea hacer eso, y abundan por miles los ejemplos de intervención en comunidades, barrios (algunos muy exitosos por cierto), a partir del propio “conocimiento popular”, que iría creciendo fruto de la acción de la propia población. Los investigadores digamos que simplemente facilitan las cosas, aportando herramientas metodológicas. Pero el conocimiento que manejábamos era un conocimiento de naturaleza claramente positivista. Por supuesto que la población era una fuente sustancial de información (lo veremos más adelante), pero como una fuente más junto a los informes técnicos, o cualesquiera otros obtenidos mediante los métodos estándar de investigación, y por especialistas. Por tanto tampoco era, al menos plenamente[12] nada de eso.  Por supuesto que si uno mira los estupendos y didácticos manuales de métodos y técnicas de Ander Egg se dice, mira, pues esto lo hicimos, y ésto, y esto…

En realidad, hicimos todo aquello que la primera Escuela seria de Sociología, la Escuela de Chicago, desarrolló como instrumental para la investigación social, más todas las técnicas que se han desarrollado después, más otras que no eran conocidas, como el happening como herramienta de conocimiento.

Pues la conexión con la población objeto, que en parte se convierte en sujeto, la desarrolla Gaviria a partir de sus más tempranos trabajos de esta naturaleza, en Gran San Blas, Benidorm, casco antiguo de Pamplona, mediante la empatía festiva. La mejor forma en que población entiende que el especialista, ajeno a su mundo, es alguien realmente comprometido con su causa. La irrupción en las verbenas populares, las cenas y sobremesas a la luz de las estrellas en la Comuna de El Rañaco, en La Siberia extremeña, tomando leche de cabra con infusión de a saber qué, los ligues que surgían[13]. Esa implicación con, y de la población[14], era clave en nuestro trabajo (que lo era, aunque a menudo fuese voluntario, no sé si diríamos ahora becario, o precario, en cualquier caso estimulante y divertido).

Esa diversidad de padres y madres epistemológicos, a menudo no ya no reconocidos, sino ni siquiera conocidos, ha hecho que, como a otros, a mí mismo me haya tentado ubicar esa epistemología en el “anarquismo metodológico”. Pero en realidad esa adscripción ha derivado más bien de la condición más bien libertaria a la que mayormente podíamos sentirnos adscritos, así como de lo bien que suenan tanto lo de anarquismo metodológico con el apellido Feyerabend. Porque lo cierto es que el propio Feyerabend, tan abusado para rellenar un par de líneas en las introducciones metodológicas de tesis doctorales y proyectos docentes, ha renegado de dicha denominación, justamente por el carácter puritano del anarquismo.

Y tiene toda la razón al renegar del término. Si acaso, anarquismo metodológico era el de Naredo, austero en la expresión (casi luterano), disciplinado en el formalismo académico, al contrario que Gaviria. Porque el anarquismo, el auténtico, es austeridad en las formas, autodisciplina, en suma orden. Feyerabend optó hace años por sustituir el término anarquista por dadaísta, quedando claro a qué se refería en realidad. Y claro, tampoco era eso, no era una epistemología del absurdo lo que yo aprendí, sino más bien una epistemología plenamente identificada con lo que luego, mucho más adelante, reconocería en la “imaginación sociológica”. La de verdad.

Volvamos entonces a los clásicos, y al pragmatismo metodológico americano, desde el Znaniecki que robó documentos a los muertos para componer su “campesino polaco”[15] al Wrigth Mills que aprovecha anuncios de prensa, o más acá al no reconocido Alvin Toffler, con sus libros trufados de recortes e informes, de todo menos de literatura académica. Ese pragmatismo que ha producido algunas de las mejores obras sociológicas de América, y quizás del mundo.  La epistemología que nos dice que si nos esforzamos, y nos comprometemos con ella, podemos llegar a comprender la realidad, y aún lo que hay detrás de la realidad. De la que deriva una metodología caracterizada por el “todo vale” si alimenta al conocimiento de esa realidad, y de lo que la propia realidad oculta. Si queremos darle un nombre, llamémosla promiscuidad metodológica, según la cual, exclusivamente en función de los medios humanos disponibles, lo mismo se le da a la encuesta (si puede ser representativa, bien, y si no pues también), que a las entrevistas focalizadas, los grupos de discusión, las fuentes secundarias oficiales, las filtraciones informativas, los recortes de prensa, la observación participante, la pura observación...

Decía que el libro que nos ocupa fue un hito en más de un sentido. Lo fue incluso en términos editoriales, aunque seguramente otros autores mejor informados se ocuparán del tema. Pues es el último libro que edita en el exilio (aunque creo que ya se imprimió en Barcelona) la mítica editorial anarquista Ruedo Ibérico. Creo recordar haber oído a alguien que el libro arruinó al editor, pero supongo que sería más bien la Movida emergente, más interesada en la espuma de las cosas que en las cosas, y que los anarquistas se fueron a a eso, a la Movida.

Pero fue un hito para mucha gente. Hubo quien con su trabajo en Extremadura Saqueada puso el primer ladrillo de una potente carrera académica. Hubo quien hizo tal esfuerzo que le sirvió justamente para descubrir que lo suyo no era la investigación, limitándose a la docencia por el resto de su vida académica. Hubo quien hizo de aquel informe la puerta grande a una carrera política más o menos exitosa. Como decía al inicio, en mi caso fue definitivo para empezar a abandonar el periodismo[16].

Para Extremadura fue sin duda también un hito. Muy importante, aunque en determinados ámbitos (especialmente los académicos) haya sectores que incluso se han esforzado en borrarlo. Un hito porque por primera vez (y aunque en realidad el libro se centraba en la provincia de Badajoz) hubo un documento que denunciaba el saqueo a que, especialmente desde los años ‘50, la región había estado sometida. Que evidenciaba que la gran promesa del Régimen Franquista (entonces todavía sin desmontar), el Plan Badajoz, era un proyecto inconcluso, con graves deficiencias conceptuales y de realización, plagada de corrupción...y que ni siquiera era una idea franquista.

No hay que olvidar que a Extremadura Saqueada siguió otro informe, cuyo trabajo de campo realizamos en 1979, también convertido en libro[17], que respondía más plenamente a parámetros de investigación acción participativa, porque lo que el libro hizo fue construir un “contra modelo”, una propuesta de desarrollo alternativo, que hoy se diría altermundista. Casi una década antes de que el  Informe Brundtland (1987) utilizase por primera el concepto de “desarrollo sostenible”, en la remota, olvidada y saqueada región periférica de Extremadura se había construido una propuesta de ecodesarrollo basada en elementos como la agricultura ecológica, la energía solar,  nuevos regadíos como el Canal de las Dehesas (hoy realizado, aunque siguiendo un modelo distinto al propuesto) y el Canal de Barros (que en parte está en proceso de realizarse, aunque para riego por goteo), la gestión alternativa de los bienes comunales para generar riqueza y empleo, el población de territorios despoblados, etc. Pero sobre todo desencadenó (y lo hizo el propio equipo investigador), el principal episodio en la lucha contra la Central Nuclear de Valdecaballeros: el encierro de un centenar de alcaldes y la mayor manifestación conocida en la Historia de Extremadura. Pero esa es otra historia.

Yo atribuyo por tanto la condición de hito no al libro en sí mismo, sino al proceso de investigación-acción que se inició en el verano de 1977 y terminó dos años después.

En cualquier caso es pasado. Si preguntamos a Google por “Extremadura saqueada”, sólo nos devuelve 5.000 referencias; sin comillas, 16.000. Poco, salvo que se utilizarse para defender la obra como mérito en la solicitud de un sexenio. A mí no me sirvió para eso. Sí para aprender a investigar y descubrir que mi camino estaba en la Sociología y no en el periodismo (en realidad para mí es lo mismo, pero sin prisas y en en profundidad). Y, sin darme apenas cuenta, para iniciar un camino migratorio en sentido inverso al que un tercio de la población nacida en el siglo XX en Extremadura tuvieron que hacer, ellos del Sur al Norte, yo del Norte al Sur.

Pero ¿de qué habla ese libro?. Tranquilo, lector. Quien quiera conocer en síntesis de qué iba el “Extremadura saqueada” sin leerse todo el tocho, puede encontrar en Internet dos píldoras fáciles[18].

LOS AUTORES Y AUTORAS

Enfoque y trabajo de campo en las Vegas del Guadiana: Mario Gaviria

Enfoque general y articulación de los textos: José Manuel Naredo

Promoción del estudio: Juan Serna (Comisión de afectados de Valdecaballeros) (Centro de Estudios Extremeños)

EQUIPO BASE DE INVESTIGACIÓN Y TRABAJO DE CAMPO

Jesús María Arregui Uriz (Navarra)  Artemio Baigorri Agoiz (Zaragoza) Blanca Berlín (Madrid) Pablo Campos Palacín (Cáceres) Carlos Echeandía Pascual (Madrid) José Luis Fandos (Zaragoza) Ramón Fernández Díaz (Badajoz)  Antonio García Tabuenca (Navarra)  Amalia Lowy Kirschner (Madrid) María José Medina del Río (Madrid) Fernando Mejía Guisado (Badajoz)  Ana Mendioroz Equiza (Navarra) Mila Rodríguez Villa (Madrid) Blanca Villate (Vizcaya)

COLABORADORES DEL EQUIPO BASE

Olalla Arias, (Villanueva de la Serena) Luis Arroyo (Pela) Mariano Sánchez-Paniagua (Entrerríos)  Angelines Caravias (Valdivia)  Alfonso Castilla (Villanueva de la Serena)  Ana de la Cruz Pozo (Villanueva de la Serena) Francisco de Asís Domínguez (Santa Amalia) Ceferino García (Torresfresneda)

AUTORES Y COAUTORES DE CAPÍTULOS (por orden de aparición)

José Manuel Naredo, Mario Gaviria, Juan Muñoz, Pablo Campos, Antonio Diaz Vargas, Amalia Lowy, María José Medina, José Luis Fandos, Nicolás Ortega, Ernesto García Sobrino, Artemio Baigorri,  Salvador Martín Arancibia, Rosa M. de la Parra, Angel Delgado, Carlos Echeandía, Fernando Mejías Guisado, Blanca Berlín, Mila Rodríguez-Villa, Ramón Fernández, Juan Serna, Antonio García Tabuenca, Jesús González Regidor, Pedro Galván Espárrago, Enrique Cerdá Olmedo, y Pedro Costa Morata

 



[1] Profesor de Sociología (y de Métodos y Técnicas de Investigación Social) en la Universidad de Extremadura

[2] No es menos extraño que haya jóvenes interesados en la obra hoy, acostumbrados a décadas de silencio consciente desde la Academia.

[3] Una tarea necesaria entonces, lo entiendo ahora, para evitar problemas legales. La “censura” de textos más periodísticos que otra cosa, y casi adolescentes, como los míos (que de hecho generaron amenazas serias de denuncia por parte de grupos de terratenientes, que afortunadamente no llegaron a materializarse, que yo sepa) debió hacérsele dura al maduro autor que era ya Naredo.

[4] Yo había trabajado con él en El Bajo Aragón Expoliado, al que haré referencia, en un informe sobre el Alfoz de Burgos (el área “metropolitana” de la ciudad en términos medievales, es decir un análisis comarcal) y en otro sobre la provincia de Tarragona. Su olfato analítico era demandado tras los estudios con esa misma metodología “regional” sobre Huesca, Navarra, el casco viejo de Pamplona, y por supuesto el que le permitió sistematizar en mayor medida muchos de esos componentes, por el tiempo dedicado, Benidorm como ciudad nueva y factoría del turismo de masas.

[5] En realidad su praxis investigadora en esa línea se inicia en 1968 con el estudio sobre el Gran San Blas, el barrio madrileño construido por la Obra Sindical del Hogar.

[6] No confundir con su hijo el biólogo Howard T. Odum, padre de la Ecología de los Ecosistemas.

[7] Howard Odum integra rescata las enseñanzas de Geddes sobre planeamiento territorial tempranamente, en su artículo “Patrick Geddes' Heritage to “The Making of the Future”, Social Forces, Volume 22, Issue 3, 1 March 1944, Pages 275–281,4

[8] De hecho, en paralelo a lo que Catton y Dunlap, trabajaban en los USA, sobre las funciones del territorio y la competencia entre actores/funciones, aquí desarrollábamos modelos similares en el análisis de los espacios periurbanos, y luego en relación al conjunto del territorio “rústico”.

[9] La primera expresión de este modelo de análisis centro-periferia se recoge en su libro “Zaragoza contra Aragón”, escrito con el también sociólogo Enrique Grilló, publicado en 1974.

[10] Así, en el marco de un análisis de la economía de la provincia de Tarragona pudimos observar el papel subsidiario de las tierras del Ebro, en término cuasicoloniales, respecto de Barcelona, análisis recogido en A. Baigorri, Regió d’Ebre, pariente pobre de Catalunya, Transición, nº 14, pp. 15-19 (disponible en https://www.eweb.unex.es/eweb/sociolog/BAIGORRI/papers/regio%20ebre.pdf )

[11] Como un circuito retroalimentado que sólo gentes como Barry Commoner (una de las lecturas preferidas de Gaviria en los 70’) pudieron encargar de forma unitaria.

[12] Por más que en muchos casos, detrás, o apoyando algunas de esas investigaciones, hubiese comunidades de base, a menudo de matriz religiosa, que en cierto modo están en el origen de la IAP en muchos ámbitos.

[13] Recuerdo ahora, al redactar estas líneas, algo que había olvidado: el conflicto que (no recuerdo bien si durante la elaboración de “Extremadura saqueada” o de “El modelo extremeño”) se generó por la relación que se estableció entre un italiano, llegado al equipo no sé cómo, y la hija, una auténtica flor a punto de eclosionar, de uno de los más respetados líderes locales de la zona. 

[14] En las ciudades artistas y gentes comprometidas nos alojaban cuando debíamos ir a recoger datos. Así estuve alojado yo unos días en casa del autor teatral Manuel Martin Mediero.

[15] Como nosotros teníamos que “descuidar” a menudo información de organismos oficiales. Recuerdo cómo durante una semana estuve yendo todas las mañanas a la Delegación de Hacienda para consultar el Catastro de Rústica (legalmente consultable) para intentar construir una estructura del latifundismo en la provincia de Badajoz. Permitirían consultar, pero no anotar; no podía entrar con el cuaderno. Así que tenía que ocultar un pequeño lápiz, y servilletas de bar en el bolsillo, que en la sala de consulta desplegaba, anotaba, y guardaba en el paquete de tabaco.

[16] Aunque hasta 1979 seguiría ejerciendo el periodismo en las revistas Triunfo, Andalán y Esfuerzo Común fundamentalmente.

[17] M.Gaviria, A.Baigorri, J.Serna, F. Mejías et al (1980), El modelo extremeño. Ecodesarrollo de La Siberia y La Serena, Editorial Popular, Madrid

[18]  López Linage, J. (1979), “Un análisis radical del Plan Badajoz”, Agricultura y Sociedad, Num. 12, pp. 284-288  y Baigorri, A. (1979), “Extremadura saqueada”, Transición, Nº 8, pp. 8-12. Ambos se pueden localizar en abierto en Internet.   



Referencia

Baigorri, A. (2019). "Extremadura Saqueada, cómo explicarlo en una clase de métodos y técnicas", en Prieto, D y García-Dory, F. Dominación y (Neo-)extractivismo. 40 años de Extremadura Saqueada, pp. 27-34, Ed. Campo Adentro (ISBN  978-84-942336-3-0)