3.01.2019

Extremadura Saqueada, cómo explicarlo en una clase de métodos y técnicas (2019)

En 2017 David Prieto y Fernando Garcóa Dory, dos jóvenes sociólogos, me convocaron junto a otros autores del libro Extremadura Saqueada (1977) a una jornada sobre el tema. Preparé una intervención con algo de autocrítica y de bastante crítica a las reproducciones clónicas de discursos que tenían sentido en 1977 pero no en 2017, lo que generó algún bronco debate en la sala (fría y desangelada sala del Matadero Madrid). 

Pese a eso, los promotores volvieron a contar conmigo cuando al año siguiente propusieron la realización de un libro, con textos de varios de los autores, de algún especialista en el tema y algún otro que se coló.

 

EXTREMADURA SAQUEADA

Cómo explicarlo en una clase de Métodos y Técnicas de Investigación Social

Artemio Baigorri [1]

Escribir sobre una obra en la que trabajaste hace cuarenta años, siendo apenas un adolescente que ni siquiera sabía muy bien qué era ni qué quería ser porque ya no sabía si quería ser lo que había soñado desde niño; una obra que en cierto modo cambió su vida (si para bien o para mal no hay forma de saberlo, pues en la vida no se puede usar la sentencia IF THEN ELSE porque no es un algoritmo, aún), se hace cuando menos extraño[2]. Y sobre todo difícil. Especialmente difícil decidir en qué aspecto centrarme, así que trazaré algunos brochazos, en parte inconexos, que hablan de biografías, de metodologías (y epistemologías, ya puestos), de identidades, de todo menos de lo que algún lector pudiera esperar: la transdisciplinariedad.

En el verano de 1977 un grupo de investigadores (sociólogos,  economistas, periodistas, agrónomos, estudiantes como yo, en mi caso de periodismo...), pastoreados por Mario Gaviria (entonces consultor independiente), viajamos a Extremadura, mientras José Manuel Naredo (entonces un estadístico del Ministerio de Hacienda que escribía con seudónimo artículos en la revista anarquista Ruedo Ibérico) se aplicaba a movilizar y coordinar a un equipo de académicos (en unos casos ya convertidos en homo academicus, en otros en proceso de socialización) con la intención de hacer un análisis, sobre el terreno y con la mayor profundidad posible, de los recursos con que contaba “el país” (decíamos entonces),  y de los mecanismos por los cuales tales recursos les eran expoliados a los pobladores. Un activista local, Juan Serna, vinculado a los movimientos cristianos de base de Madrid, había convencido a quienes luego nos fueron arrastrando a aquella aventura. Se trataba, básicamente, de irse como de campamento, instalarse en la zona y durante si no recuerdo mal cosa de un mes, hacer un barrido informativo, para luego, de vuelta, escribir un informe cuyos contenidos serían filtrados y armonizados por José Manuel Naredo. Mi experiencia se remite por tanto, básicamente, a la fase del informe dirigida por Gaviria[3].

Yo “iba para” periodista. Había empezado los estudios de Ciencias de la Información en la Autónoma de Barcelona en 1973, pero en 1976 ya no estaba en Bellaterra, sino en Zaragoza, escribiendo en revistas locales y siguiendo a distancia como podía la carrera. Entonces me crucé con Mario Gaviria, a la sazón uno de los sociólogos “de moda”, acabamos haciendo un artículo juntos para una revista progre aragonesa (Andalán) no sobre, sino contra la Autopista del Ebro, y prácticamente me adoptó como aprendiz, en el sentido más preindustrial y artesanal del término, aunque yo no sabía muy bien de qué era aprendiz. Más bien me fuí considerando un activista, pues en paralelo al trabajo de consultoría andábamos metidos en movimientos entonces llamados (como ahora) “alternativos”, por opuestos tanto al “sistema” como a las alternativas “oficiales” al mismo (eso que ahora llamarían “la gente”, pero entonces desorganizados). Conflictos frente a la construcción de nucleares, de grandes presas, de autopistas, de centrales térmicas, de urbanizaciones, frente a la gestión del agua desde las Confederaciones hidrográficas… Pero a la vez Mario Gaviria era demandado por la televisión (la única), por la prensa, reclamado como conferenciante-agitador en universidades, colegios de arquitectos, e incluso en algunos niveles de la Administración tardofranquista y organizaciones empresariales confiaban en su olfato analítico.

Es en este marco en el que hay que considerar el libro y su impacto. En ese momento de la Transición, el tardofranquismo sin Franco, en ese marco profesional y técnico, en esas dinámicas biográficas de confluencia entre veinteañeros aprendices de todo y cuarentones experimentando la aventura no sólo política y vital sino también “científica” (con todo el repelús que el término “científico” producía entonces en aquellos ambientes). Y en ese marco,  “Extremadura saqueada” supone un hito en muchos sentidos.

Por un lado es una obra de madurez en un proceso que Gaviria había iniciado unos años antes con diversos “estudios regionales”, en unos casos comarcales, en otros provinciales, áreas metropolitanas[4], barriales incluso[5].

Se le puede buscar un marco epistemológico y metodológico, pero ha de ser casi un ejercicio psicoanalítico, deconstruyendo los recuerdos. Porque el rechazo de Gaviria a la Academia, a la sistematización formal, hizo que creara “escuela” exclusivamente de forma oral, y mediante una praxis de aprendizaje compartido. Cierto que decenas de arquitectos y urbanistas, sociólogos, economistas, ingenieros (agrónomos, forestales, industriales incluso), expertos en campos diversos, debemos sin duda mucho de nuestro know how a haber trabajado “con Mario” (nadie diría “con el profesor Gaviria” seguramente ni quienes lo tuvieron de profesor en fugaces periodos en Madrid, o por un periodo más extenso en Pamplona), pero pocos podríamos decir claramente qué. La propia formación caótica de Gaviria (su única formación acreditable, la de Derecho, la odiaba), basada en largas, más que clases,  convivencias con Henri Lefebvre y otros grandes de la Sociología francesa, asistencias como alumno “libre” a clases en la London School of Economics, contactos con grandes planificadores de tradición “regionalista” como John Friedmann, y sobre todo una capacidad compulsiva de lectura de cualquier material. Fuese libros, artículos de prensa, informes técnicos, no importaba la procedencia mientras incluyese datos, ideas, modelos, interpretaciones. No le gustó California (estuvo en la UCLA invitado por Friedmann, pero no quiso optar a quedarse), pero de allí trajo una documentación ingente sobre mil temas que luego desarrollamos aquí. Y su estrategia de investigación respondía más al empirismo (idealista o materialista, no importa) de los grandes sociólogos americanos, de Park a Mills pasando por Goffman, que desde luego al modelo estructural-marxista entonces dominante en Europa, lleno de teoría infumable y que nunca encajaba con la realidad. 

En realidad lo que Gaviria hacía no era nuevo en sí mismo. Hacía lo que habían hecho antes en el llamado “Regionalismo” de los Estados Unidos. Son los “estudios regionales” que los sociólogos sureños (eso yo lo descubriría después), sobre todo Howard W. Odum,[6] habían desarrollado entre los años 30 y 60, inspirados a su vez tanto por los estudios de Ecología Humana del grupo de Chicago como por el modelo de análisis regional de Patrick Geddes[7]. Pero lo hacía aquí, y sin esas referencias, al menos directas, en parte en paralelo[8].

A esa influencia hay que unir, en términos del análisis regional que Gaviria había propuesto ya en “El Bajo Aragón expoliado. Autonomía Regional y Recursos Naturales” (1976), la difusión en la época de un concepto emergente en la literatura económica marxista postcolonial (que diríamos ahora) de la época, generado por la llamada Escuela de la CEPAL en torno a autores como Celso Furtado. Estos entendían las formas de desarrollo dominantes (incluidas las promovidas por los soviéticos en sus zonas de influencia) como un “desarrollo desigual” basado en una dialéctica centro-periferia que convertía a los espacios periféricos, rurales, en meros subsidiarios, suministradores de recursos (naturales y humanos) al servicio de los espacios centrales, metropolitanos. Planteamientos muy presentes en la conceptualización que, en la investigación sobre el Bajo Aragón, desarrollo Gaviria al hablar de un expolio, que en Extremadura llamaríamos saqueo por no repetir el título[9]. El complejo diagrama de flujos que se adjuntaba con el libro, en el que se expresaba todas las formas de saqueo a que los centros de poder económico sometían a sus respectivas periferias (en aquel caso “Barceluña” y Madrid) es una aportación metodológica impresionante, que pocas veces se ha aplicado luego, pero que fue utilizada para analizar otras relaciones territoriales[10].

Y finalmente el tercer componente va a ser la perspectiva no diría hoy “ecológica” sino “ecologista” propiamente dicha. Mario Gaviria había traído, tanto de Francia como sobre todo de California, la mala nueva de los efectos que determinadas prácticas energéticas, agrarias, consumistas en general, estaban provocando en los recursos naturales. Y el movimiento ecologista se desarrolla, en paralelo a la investigación biológica y química[11], en un modelo que  podríamos describir como un proceso, de investigación-denuncia-acción. Aprovecha todo cuanto los científicos de la naturaleza y los técnicos pueden aportar, lo que los tecnólogos concernidos (dentro del sistema, pero comprometidos con el ecologismo) “despistan” de informes y documentos oficiales, de proyectos técnicos de las grandes empresas… Ese material va a constituir una fuente de datos fundamental no sólo para denuncias concretas desde el activismo, sino para la investigación.

A veces, en ámbitos académicos, hablamos de aquéllo como de Investigación-Acción-Participativa. Pero uno mira esos sofisticados esquemas que Rodriguez Villasante ha construido con el nombre de Socio-Praxis y se pierde, y de hecho no está Mario Gaviria entre los nombres que aparecen en esa compleja génesis sociopráxica. Y se entiende, porque a sí mismo no se encontraría en ese entramado conceptual.

Y por supuesto, si nos vamos al origen del término, aún menos. Pues poco tiene que ver con la voluntad de corregir problemas organizativos, problemas de corto alcance, que definen el trabajo del fundador de la Investigación Acción, Kurt Lewin, a mediados del siglo XX.

Sí podría tener un cierto entronque, seguramente por haberse desarrollado en la misma época y en contextos en cierto modo parecidos, con la Investigación Acción Participativa tal y como emerge en Latinoamérica, cuya finalidad era cambiar la realidad y afrontar los problemas de una población “a partir de sus recursos y participación”, con objetivos tan concretos como generar eso que llaman “un conocimiento liberador” que daría lugar a un empoderamiento de esa población. Pero claro, la IAP se plantea hacer eso, y abundan por miles los ejemplos de intervención en comunidades, barrios (algunos muy exitosos por cierto), a partir del propio “conocimiento popular”, que iría creciendo fruto de la acción de la propia población. Los investigadores digamos que simplemente facilitan las cosas, aportando herramientas metodológicas. Pero el conocimiento que manejábamos era un conocimiento de naturaleza claramente positivista. Por supuesto que la población era una fuente sustancial de información (lo veremos más adelante), pero como una fuente más junto a los informes técnicos, o cualesquiera otros obtenidos mediante los métodos estándar de investigación, y por especialistas. Por tanto tampoco era, al menos plenamente[12] nada de eso.  Por supuesto que si uno mira los estupendos y didácticos manuales de métodos y técnicas de Ander Egg se dice, mira, pues esto lo hicimos, y ésto, y esto…

En realidad, hicimos todo aquello que la primera Escuela seria de Sociología, la Escuela de Chicago, desarrolló como instrumental para la investigación social, más todas las técnicas que se han desarrollado después, más otras que no eran conocidas, como el happening como herramienta de conocimiento.

Pues la conexión con la población objeto, que en parte se convierte en sujeto, la desarrolla Gaviria a partir de sus más tempranos trabajos de esta naturaleza, en Gran San Blas, Benidorm, casco antiguo de Pamplona, mediante la empatía festiva. La mejor forma en que población entiende que el especialista, ajeno a su mundo, es alguien realmente comprometido con su causa. La irrupción en las verbenas populares, las cenas y sobremesas a la luz de las estrellas en la Comuna de El Rañaco, en La Siberia extremeña, tomando leche de cabra con infusión de a saber qué, los ligues que surgían[13]. Esa implicación con, y de la población[14], era clave en nuestro trabajo (que lo era, aunque a menudo fuese voluntario, no sé si diríamos ahora becario, o precario, en cualquier caso estimulante y divertido).

Esa diversidad de padres y madres epistemológicos, a menudo no ya no reconocidos, sino ni siquiera conocidos, ha hecho que, como a otros, a mí mismo me haya tentado ubicar esa epistemología en el “anarquismo metodológico”. Pero en realidad esa adscripción ha derivado más bien de la condición más bien libertaria a la que mayormente podíamos sentirnos adscritos, así como de lo bien que suenan tanto lo de anarquismo metodológico con el apellido Feyerabend. Porque lo cierto es que el propio Feyerabend, tan abusado para rellenar un par de líneas en las introducciones metodológicas de tesis doctorales y proyectos docentes, ha renegado de dicha denominación, justamente por el carácter puritano del anarquismo.

Y tiene toda la razón al renegar del término. Si acaso, anarquismo metodológico era el de Naredo, austero en la expresión (casi luterano), disciplinado en el formalismo académico, al contrario que Gaviria. Porque el anarquismo, el auténtico, es austeridad en las formas, autodisciplina, en suma orden. Feyerabend optó hace años por sustituir el término anarquista por dadaísta, quedando claro a qué se refería en realidad. Y claro, tampoco era eso, no era una epistemología del absurdo lo que yo aprendí, sino más bien una epistemología plenamente identificada con lo que luego, mucho más adelante, reconocería en la “imaginación sociológica”. La de verdad.

Volvamos entonces a los clásicos, y al pragmatismo metodológico americano, desde el Znaniecki que robó documentos a los muertos para componer su “campesino polaco”[15] al Wrigth Mills que aprovecha anuncios de prensa, o más acá al no reconocido Alvin Toffler, con sus libros trufados de recortes e informes, de todo menos de literatura académica. Ese pragmatismo que ha producido algunas de las mejores obras sociológicas de América, y quizás del mundo.  La epistemología que nos dice que si nos esforzamos, y nos comprometemos con ella, podemos llegar a comprender la realidad, y aún lo que hay detrás de la realidad. De la que deriva una metodología caracterizada por el “todo vale” si alimenta al conocimiento de esa realidad, y de lo que la propia realidad oculta. Si queremos darle un nombre, llamémosla promiscuidad metodológica, según la cual, exclusivamente en función de los medios humanos disponibles, lo mismo se le da a la encuesta (si puede ser representativa, bien, y si no pues también), que a las entrevistas focalizadas, los grupos de discusión, las fuentes secundarias oficiales, las filtraciones informativas, los recortes de prensa, la observación participante, la pura observación...

Decía que el libro que nos ocupa fue un hito en más de un sentido. Lo fue incluso en términos editoriales, aunque seguramente otros autores mejor informados se ocuparán del tema. Pues es el último libro que edita en el exilio (aunque creo que ya se imprimió en Barcelona) la mítica editorial anarquista Ruedo Ibérico. Creo recordar haber oído a alguien que el libro arruinó al editor, pero supongo que sería más bien la Movida emergente, más interesada en la espuma de las cosas que en las cosas, y que los anarquistas se fueron a a eso, a la Movida.

Pero fue un hito para mucha gente. Hubo quien con su trabajo en Extremadura Saqueada puso el primer ladrillo de una potente carrera académica. Hubo quien hizo tal esfuerzo que le sirvió justamente para descubrir que lo suyo no era la investigación, limitándose a la docencia por el resto de su vida académica. Hubo quien hizo de aquel informe la puerta grande a una carrera política más o menos exitosa. Como decía al inicio, en mi caso fue definitivo para empezar a abandonar el periodismo[16].

Para Extremadura fue sin duda también un hito. Muy importante, aunque en determinados ámbitos (especialmente los académicos) haya sectores que incluso se han esforzado en borrarlo. Un hito porque por primera vez (y aunque en realidad el libro se centraba en la provincia de Badajoz) hubo un documento que denunciaba el saqueo a que, especialmente desde los años ‘50, la región había estado sometida. Que evidenciaba que la gran promesa del Régimen Franquista (entonces todavía sin desmontar), el Plan Badajoz, era un proyecto inconcluso, con graves deficiencias conceptuales y de realización, plagada de corrupción...y que ni siquiera era una idea franquista.

No hay que olvidar que a Extremadura Saqueada siguió otro informe, cuyo trabajo de campo realizamos en 1979, también convertido en libro[17], que respondía más plenamente a parámetros de investigación acción participativa, porque lo que el libro hizo fue construir un “contra modelo”, una propuesta de desarrollo alternativo, que hoy se diría altermundista. Casi una década antes de que el  Informe Brundtland (1987) utilizase por primera el concepto de “desarrollo sostenible”, en la remota, olvidada y saqueada región periférica de Extremadura se había construido una propuesta de ecodesarrollo basada en elementos como la agricultura ecológica, la energía solar,  nuevos regadíos como el Canal de las Dehesas (hoy realizado, aunque siguiendo un modelo distinto al propuesto) y el Canal de Barros (que en parte está en proceso de realizarse, aunque para riego por goteo), la gestión alternativa de los bienes comunales para generar riqueza y empleo, el población de territorios despoblados, etc. Pero sobre todo desencadenó (y lo hizo el propio equipo investigador), el principal episodio en la lucha contra la Central Nuclear de Valdecaballeros: el encierro de un centenar de alcaldes y la mayor manifestación conocida en la Historia de Extremadura. Pero esa es otra historia.

Yo atribuyo por tanto la condición de hito no al libro en sí mismo, sino al proceso de investigación-acción que se inició en el verano de 1977 y terminó dos años después.

En cualquier caso es pasado. Si preguntamos a Google por “Extremadura saqueada”, sólo nos devuelve 5.000 referencias; sin comillas, 16.000. Poco, salvo que se utilizarse para defender la obra como mérito en la solicitud de un sexenio. A mí no me sirvió para eso. Sí para aprender a investigar y descubrir que mi camino estaba en la Sociología y no en el periodismo (en realidad para mí es lo mismo, pero sin prisas y en en profundidad). Y, sin darme apenas cuenta, para iniciar un camino migratorio en sentido inverso al que un tercio de la población nacida en el siglo XX en Extremadura tuvieron que hacer, ellos del Sur al Norte, yo del Norte al Sur.

Pero ¿de qué habla ese libro?. Tranquilo, lector. Quien quiera conocer en síntesis de qué iba el “Extremadura saqueada” sin leerse todo el tocho, puede encontrar en Internet dos píldoras fáciles[18].

LOS AUTORES Y AUTORAS

Enfoque y trabajo de campo en las Vegas del Guadiana: Mario Gaviria

Enfoque general y articulación de los textos: José Manuel Naredo

Promoción del estudio: Juan Serna (Comisión de afectados de Valdecaballeros) (Centro de Estudios Extremeños)

EQUIPO BASE DE INVESTIGACIÓN Y TRABAJO DE CAMPO

Jesús María Arregui Uriz (Navarra)  Artemio Baigorri Agoiz (Zaragoza) Blanca Berlín (Madrid) Pablo Campos Palacín (Cáceres) Carlos Echeandía Pascual (Madrid) José Luis Fandos (Zaragoza) Ramón Fernández Díaz (Badajoz)  Antonio García Tabuenca (Navarra)  Amalia Lowy Kirschner (Madrid) María José Medina del Río (Madrid) Fernando Mejía Guisado (Badajoz)  Ana Mendioroz Equiza (Navarra) Mila Rodríguez Villa (Madrid) Blanca Villate (Vizcaya)

COLABORADORES DEL EQUIPO BASE

Olalla Arias, (Villanueva de la Serena) Luis Arroyo (Pela) Mariano Sánchez-Paniagua (Entrerríos)  Angelines Caravias (Valdivia)  Alfonso Castilla (Villanueva de la Serena)  Ana de la Cruz Pozo (Villanueva de la Serena) Francisco de Asís Domínguez (Santa Amalia) Ceferino García (Torresfresneda)

AUTORES Y COAUTORES DE CAPÍTULOS (por orden de aparición)

José Manuel Naredo, Mario Gaviria, Juan Muñoz, Pablo Campos, Antonio Diaz Vargas, Amalia Lowy, María José Medina, José Luis Fandos, Nicolás Ortega, Ernesto García Sobrino, Artemio Baigorri,  Salvador Martín Arancibia, Rosa M. de la Parra, Angel Delgado, Carlos Echeandía, Fernando Mejías Guisado, Blanca Berlín, Mila Rodríguez-Villa, Ramón Fernández, Juan Serna, Antonio García Tabuenca, Jesús González Regidor, Pedro Galván Espárrago, Enrique Cerdá Olmedo, y Pedro Costa Morata

 



[1] Profesor de Sociología (y de Métodos y Técnicas de Investigación Social) en la Universidad de Extremadura

[2] No es menos extraño que haya jóvenes interesados en la obra hoy, acostumbrados a décadas de silencio consciente desde la Academia.

[3] Una tarea necesaria entonces, lo entiendo ahora, para evitar problemas legales. La “censura” de textos más periodísticos que otra cosa, y casi adolescentes, como los míos (que de hecho generaron amenazas serias de denuncia por parte de grupos de terratenientes, que afortunadamente no llegaron a materializarse, que yo sepa) debió hacérsele dura al maduro autor que era ya Naredo.

[4] Yo había trabajado con él en El Bajo Aragón Expoliado, al que haré referencia, en un informe sobre el Alfoz de Burgos (el área “metropolitana” de la ciudad en términos medievales, es decir un análisis comarcal) y en otro sobre la provincia de Tarragona. Su olfato analítico era demandado tras los estudios con esa misma metodología “regional” sobre Huesca, Navarra, el casco viejo de Pamplona, y por supuesto el que le permitió sistematizar en mayor medida muchos de esos componentes, por el tiempo dedicado, Benidorm como ciudad nueva y factoría del turismo de masas.

[5] En realidad su praxis investigadora en esa línea se inicia en 1968 con el estudio sobre el Gran San Blas, el barrio madrileño construido por la Obra Sindical del Hogar.

[6] No confundir con su hijo el biólogo Howard T. Odum, padre de la Ecología de los Ecosistemas.

[7] Howard Odum integra rescata las enseñanzas de Geddes sobre planeamiento territorial tempranamente, en su artículo “Patrick Geddes' Heritage to “The Making of the Future”, Social Forces, Volume 22, Issue 3, 1 March 1944, Pages 275–281,4

[8] De hecho, en paralelo a lo que Catton y Dunlap, trabajaban en los USA, sobre las funciones del territorio y la competencia entre actores/funciones, aquí desarrollábamos modelos similares en el análisis de los espacios periurbanos, y luego en relación al conjunto del territorio “rústico”.

[9] La primera expresión de este modelo de análisis centro-periferia se recoge en su libro “Zaragoza contra Aragón”, escrito con el también sociólogo Enrique Grilló, publicado en 1974.

[10] Así, en el marco de un análisis de la economía de la provincia de Tarragona pudimos observar el papel subsidiario de las tierras del Ebro, en término cuasicoloniales, respecto de Barcelona, análisis recogido en A. Baigorri, Regió d’Ebre, pariente pobre de Catalunya, Transición, nº 14, pp. 15-19 (disponible en https://www.eweb.unex.es/eweb/sociolog/BAIGORRI/papers/regio%20ebre.pdf )

[11] Como un circuito retroalimentado que sólo gentes como Barry Commoner (una de las lecturas preferidas de Gaviria en los 70’) pudieron encargar de forma unitaria.

[12] Por más que en muchos casos, detrás, o apoyando algunas de esas investigaciones, hubiese comunidades de base, a menudo de matriz religiosa, que en cierto modo están en el origen de la IAP en muchos ámbitos.

[13] Recuerdo ahora, al redactar estas líneas, algo que había olvidado: el conflicto que (no recuerdo bien si durante la elaboración de “Extremadura saqueada” o de “El modelo extremeño”) se generó por la relación que se estableció entre un italiano, llegado al equipo no sé cómo, y la hija, una auténtica flor a punto de eclosionar, de uno de los más respetados líderes locales de la zona. 

[14] En las ciudades artistas y gentes comprometidas nos alojaban cuando debíamos ir a recoger datos. Así estuve alojado yo unos días en casa del autor teatral Manuel Martin Mediero.

[15] Como nosotros teníamos que “descuidar” a menudo información de organismos oficiales. Recuerdo cómo durante una semana estuve yendo todas las mañanas a la Delegación de Hacienda para consultar el Catastro de Rústica (legalmente consultable) para intentar construir una estructura del latifundismo en la provincia de Badajoz. Permitirían consultar, pero no anotar; no podía entrar con el cuaderno. Así que tenía que ocultar un pequeño lápiz, y servilletas de bar en el bolsillo, que en la sala de consulta desplegaba, anotaba, y guardaba en el paquete de tabaco.

[16] Aunque hasta 1979 seguiría ejerciendo el periodismo en las revistas Triunfo, Andalán y Esfuerzo Común fundamentalmente.

[17] M.Gaviria, A.Baigorri, J.Serna, F. Mejías et al (1980), El modelo extremeño. Ecodesarrollo de La Siberia y La Serena, Editorial Popular, Madrid

[18]  López Linage, J. (1979), “Un análisis radical del Plan Badajoz”, Agricultura y Sociedad, Num. 12, pp. 284-288  y Baigorri, A. (1979), “Extremadura saqueada”, Transición, Nº 8, pp. 8-12. Ambos se pueden localizar en abierto en Internet.   



Referencia

Baigorri, A. (2019). "Extremadura Saqueada, cómo explicarlo en una clase de métodos y técnicas", en Prieto, D y García-Dory, F. Dominación y (Neo-)extractivismo. 40 años de Extremadura Saqueada, pp. 27-34, Ed. Campo Adentro (ISBN  978-84-942336-3-0)

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