Jornadas “Pensar la Ciudad: lo rural y lo urbano” , Máster en Rehabilitación y Regeneración Urbana (RERU). Universidad Politécnica de Valencia & Instituto Valenciano de la Edificación, Valencia, 18-25 Mayo 2018
La sesión, grabada, ha sido utilizada durante varios años como materia del Master
Una versión se expuso en el Seminario de formación conjunta Universidad de Extremadura y UniCEUB – Centro Universitario de Brasília, Badajoz, 2019
INTRODUCCIÓN
Buenas tardes, En primer lugar agradecer a Alberto Rubio su invitación, porque es muy agradable venir a Valencia, y aún más en el marco de unas jornadas dedicadas a la dialéctica (o fin de esa dialéctica, según se mire) entre lo rural y lo urbano. En Latinoamérica he tenido ocasión de discutir de estos temas, pero en España apenas hay ocasiones. Sin embargo, después de ver el cuadro de intervinientes, lleno de especialistas, he estado a punto de ponerme enfermo, o utilizar la excusa de la falta de paridad, parece que el urbanismo sigue estando muy masculinizado, porque en realidad yo no soy especialista en nada y no veía qué puedo aportarles.
Lo que voy a hacer son algunos apuntes sobre temas y conceptos que desarrollamos hace muchos años, décadas ya, análisis o propuestas concretas, que he pensado que pudieran aportar algo. Lo haré utilizando la genealogía, incluso la biografía, porque así se entienden mejor las resistencias a las que se enfrentan las ideas y conceptos nuevos, y también para enfocar mejor su propia naturaleza y evitar confusiones conceptuales. Por ejemplo, yo hice mis primeras propuestas sobre huertos urbanos desde planteamientos radicales, alternativos, y hoy se abunda en esa línea, pero conviene no olvidar que las primeras propuestas de huertos en España son ideológicamente conservadoras, de preocupación por el decoro y buenas costumbres del proletariado, o que el franquismo desarrolló una extensa legislación y normativa al respecto.
Hay más razones para hacerlo así, pues yo vinculo mucho la teoría a las experiencias vitales. Siempre que descubro un texto, una idea, un concepto interesante, procuro conocer en qué marco histórico, social, geográfico y vital se generó. Así que les ruego no vean como alguna forma de egotismo las referencias a experiencias personales, porque forman parte del proceso de conocimiento.
DE LO RURAL, A LO URBANO
Hace ya muchos años que planteé que, en la urbe global de la Sociedad Telemática, el tratamiento diferenciado de lo rural y lo urbano (tanto en un sentido sociológico como urbanístico) es un sinsentido.
Lo empezamos a percibir en las últimas décadas del siglo XX, en estudios de áreas rurales y de planeamiento urbanístico y territorial. Algunos descubrimientos del sociólogo Henri Lefebvre, y las ingeniosas observaciones de quien fue su discípulo y mi maestro, Mario Gaviria, me ayudaron a percibir, en primer lugar, el proceso de urbanización del campo.
Pero al hablar de urbanización del campo en realidad hablábamos entonces de modernización, de penetración de la racionalidad, el capitalismo y sus reglas en el mundo rural, de procesos culturales. Mi primer trabajo, publicado en el libro dirigido por Gaviria, El Bajo Aragón Expoliado (1977), analiza la pérdida de identidad de un pequeño pueblo, Escatrón, que en los años 50 se convirtió en poblado de una central térmica, y que estuve analizando mediante observación participante en el verano de 1976. Hoy es un pueblo más en despoblación, con poco más de 1.000 habitantes, pero llegó a tener casi 7.000 durante la construcción de la térmica, en la que llegaron a trabajar más de 1.000 personas, hasta su cierre en 1980. Hoy genera más energía, con un par de centrales termosolares, pero también muchos menos puestos de trabajo.
Un estudio sobre los usos del suelo en la corona rural de Burgos (el Alfoz, lo llamaban en Castilla), pero especialmente los trabajos que hicimos para el planeamiento de ciudades como El Puerto de Santa María y Alicante (donde nos pilló el golpe de Tejero en plena faena) nos permitió observar los efectos urbanísticos de la nueva dialéctica urbano-rural, en la multiplicación de usos en lo que hasta entonces había sido un espacio vacío para los urbanistas, que no miraban fuera de la delimitación del suelo urbano o del urbanizable.
El de Alicante fue un trabajo más sistemático. Ya que estamos en la Comunidad Valenciana, he traído algunos esquemas sobre aquel trabajo, que en principio era un breve anexo al informe del equipo de planeamiento, un “a ver qué pasa en el suelo rústico” por poner algo en la Memoria Informativa. Pero descubrimos que en realidad era un territorio tan complejo, que precisaba tanta ordenación, como el centro de la ciudad…
En el primero vemos la representación tradicional del término municipal: las manchas de ciudad, en donde se actuaba, rodeadas de la nada, normalmente ignorada. Pero no era un espacio vacío, sino lleno de cosas, de actividades, de apetencias, de tensiones.
En primer lugar, el poblamiento disperso, antiguos asentamientos campesinos que facilitaban el control y cultivo de un territorio extenso, que se habían ido complejizando y en aquel momento constituían en algunos casos auténticos poblados, eso sí olvidados desde la metrópolis municipal, de entre 58 y casi 1.000 habitantes. Caso aparte era la urbanización turística de Playa de San Juan, con casi 2.000 habitantes permanentes.
El mapa cambiaba pues al introducir aquellas manchas, y con las vías de comunicación, carreteras y ferrocarriles, redes eléctricas y telefónicas, etc., se formaba una malla densa.
En el siguiente esquema añadimos la compleja red de canales y tuberías que, con agua potable o con agua para el riego (procedente de embalses del interior, del trasvase Tajo-Segura e incluso de varias estaciones depuradoras de aguas residuales), recorrían el término y permitían una agricultura de altísimos rendimientos cuyo único factor limitante era (y es) el agua.
La agricultura de regadío era un poderoso agente en competición por el suelo, y demandante de infraestructuras, pero también lo eran los usos extractivos. Mármol, yesos, cemento, arcillas... la ciudad se ha construido tradicionalmente, y todavía entonces lo hacía, con materiales de su entorno. Entre las actividades extractivas había que incluir en el caso de Alicante las salinas marinas, que precisan de grandes superficies. La caída del precio de la sal y las fuertes plusvalías residenciales acababan con ellas, pero aún quedaban algunas, y otras trasladaban sus instalaciones al interior.
Además, la densa malla de redes de comunicación y abastecimiento facilitó la ubicación fuera del casco urbano de actividades molestas, insalubres o peligrosas, así como de las las que requieren grandes superficies de suelo, caro en suelo urbano. La lista de estas actividades era ya amplísima en el caso de Alicante, aunque no tanto como descubriríamos un par de años más tarde en el Área Metropolitana de Madrid.
Y el territorio también cumple una función de ocio, descanso y bienestar para los urbanitas. La sucesión temporal con que las distintas clases sociales fueron accediendo a la satisfacción de esta necesidad marcaba un proceso de segregación espacial, de la misma naturaleza que en los cascos urbanos. El esquema recoge las etapas del proceso en Alicante hasta el momento de la investigación. Primero las clases altas utilizaron las limpias playas de San Juan y la periferia urbana del Norte de la ciudad, en la carretera de Valencia, en las más feraces huertas antiguas del municipio, en un área que, por su cercanía al casco, termina siendo absorbida tarde o temprano. Es un proceso generalizado en muchas ciudades españolas.
A su entorno acudieron en una segunda etapa las clases medias, ocupando áreas más extensas de esa misma huerta.
Y, en una tercera etapa a partir de los años '70, también la clase obrera perseguirá el sueño de la parcela, aunque tendrá que conformarse con terrenos muy alejados del casco urbano, en parcelaciones ilegales de escasa calidad ambiental y paisajística, que surgen como hongos, pintadas de negro como células cancerosas. Como ocurrió con los coches, cuando las clases trabajadores accedieron a este logro, empezaron los problemas.
Había quien confundía esa eclosión con una mímesis con el turismo de playa, pero no era así. La encontramos en otras ciudades sin relación con el turismo. Uno de los casos más llamativos en España era en aquellos años el de Badajoz, en donde también hice una investigación sobre No Urbanizable en 1985, y había una densidad de parcelaciones y urbanizaciones ilegales muy superior a la que por ejemplo había en el Área Metropolitana de Madrid en la misma época. Una ciudad de 110.000 habitantes sumaba más de 3.500 Has en una corona de parcelaciones ilegales en parcelas entre 2.000 y 5.000 metros.
Volviendo al caso de Alicante, resultaba evidente que hablar de una categoría tan simple y limitada conceptualmente como el suelo no urbanizable, ese espacio vacío en el que aparentemente no hay nada (y a veces incluso puede parecernos que efectivamente no hay nada al recorrerlo por las carreteras), era insuficiente, pues no recogía la multiplicidad de funciones que atiende ese territorio, y obviamente la ordenación será inadecuada si no atendemos asimismo a la multiplicidad de agentes que compiten por el uso de ese suelo.
De ahí que, para el caso que nos ocupa, en mi interpretación general del territorio hablase no de suelo no urbanizable, sino más bien de una gradación de espacios urbanizados con distinta intensidad.
Proponíamos incluso la posibilidad de desarrollar nuevos cascos urbanos consolidados en esas zonas semidesertizadas, con varios fines: aprovechar la intensa red de infraestructuras y equipamientos existente en el territorio; optimizar el hábitat y urbanizar adecuadamente las pequeñas pedanías; y concentrar la demanda de segunda residencia en el entorno de esos nuevos cascos urbanos de baja densidad, para proteger con ello con mayor eficiencia los espacios que debieran seguir cumpliendo bien funciones agrícolas, bien funciones de conservación natural. No sé qué quedaría de todo aquello, porque del urbanismo alicantino ya no conozco sino lo que vemos en los telediarios.
HACIA UNA SOCIOLOGÍA DE LA URBANIZACIÓN
El concepto de urbe global empecé a desarrollarlo en un curso de regeneración urbana, en la Escuela de Arquitectura de Madrid, en 1995, y en un artículo publicado en 1998, en el que me ocupaba de viejas y nuevas funciones del territorio, pero lo desarrollé in extenso en la que fue mi tesis doctoral en 1999, tomando Badajoz y sus funciones metropolitanas como objeto empírico. En el campo de la Sociología intenté compartir esa preocupación con los sociólogos rurales, puesto que sobre esa base la Sociología Rural me parecía un objeto ya obsoleto. Así que cuando llegué a la Academia, cuando me hice profesor universitario, presenté una comunicación sobre el tema en el Congreso Nacional de Sociología, en 1995, sin mucho éxito. Era lógico, pues mi propuesta implicaba acabar con un campo de especialización. La cuestión interesó más en el campo de la Urbanística, del Urbanismo y la Ordenación del Territorio (tareas que abandoné hace muchos años en lo que a la praxis se refiere, pero no en la teorización). Cuando la expuse por primera vez, en 1995, en un curso curiosamente también de regeneración urbana, en la ETSAM, la Escuela de Arquitectura de Madrid, no se entendió, y de hecho nunca más han vuelto a llamarme. Era curioso, porque yo que venía de la periferia y de lo rural defendía no ya la ciudad, sino su extensión global, pero el curso estaba lleno de arquitectos urbanitas que la odiaban.
El concepto está inspirado en muchas fuentes, pero en su definición descansa en dos patas importantes: la ecumenópolis de Konstantinos Doxiadis, y la noosfera tal y como la entendió Theilard de Chardin. La idea es simple: en el marco de la Sociedad Telemática, que nos permite superar las barreras espacio-temporales, las ciudades, pueblos, asentamientos poblacionales de todo tipo, pierden significación como hechos concretos al interconectarse plenamente.
No voy a extenderme en el desarrollo del modelo, salvo señalar su consecuencia directa en lo que se refiere a la gestión del territorio, y a lo que podríamos llamar los interfazes entre campo y ciudad (términos que me parecen más funcionales que los de rural y urbano).
La idea de urbe global, para la que me gusta utilizar como expresión gráfica las imágenes nocturnas del planeta, implica la idea de que, salvo lo que llamo islas de ruralidad (vacíos, que pueden ser muy extensos, pero socialmente poco significativos), el conjunto de los asentamientos están tan interconectados que el espacio exterior de las ciudades pasa a ser espacio interior de la urbe global, un jardín terrenal común a toda la Humanidad, del que forman parte desde el más pequeño parque de ciudad hasta los bosques del Pirineo, pasando por las viejas huertas de Valencia o del Ebro.
Y como en el antiguo concepto de los espacios libres dentro de la ciudad, son virtuales contenedores de actividades y funciones muy diversas, respondiendo a demandas no menos diversas. Por tanto la planificación territorial tiene un papel importantísimo que cumplir buscando la convivencia de diversos y legítimos intereses que compiten entre sí. Se trata en suma de considerar el conjunto del territorio como objeto de la acción planificadora, analizándolo ya no como Naturaleza (a proteger, por ejemplo), sino como un espacio que forma parte intrínseca de lo urbano, tremendamente complejo en usos y funciones, estrechamente interrelacionadas entre sí y sobre el que agentes muy diversos y contrapuestos compiten por su dominio.
Pero esa superación de la dicotomía urbano-rural, así como el carácter crecientemente isomorfo del espacio en lo que yo llamo la Urbe Global creo que ya se ha tratado en otras sesiones de las jornadas.
De lo que yo quiero hablar más bien es de cómo esos procesos se concretan. Podríamos decir, de cómo los espacios, sus usos, funciones, se conectan (o desconectan) de la Urbe Global. A alguien le parecerá una ingenuidad (“a ver, oiga, lo que interesa saber es por dónde va la raya, para quién es plusvalía…”), pero para mí hay aspectos más importantes a la larga. De ahí la necesidad de una Sociología de la Urbanización, que ayude en esos menesteres.
Otras temáticas (como decía, soy alérgico a la especialización) me alejan a menudo del tema, pero una y otra vez vuelvo a la necesidad, y utilidad, de una Sociología de la Urbanización que ayude a entender mejor esos procesos a nivel macro, local y micro. Es imprescindible en una Urbanística que debe entender, como en esos mundos virtuales que son vividos como reales, y son reales en sus consecuencias, que el interior está fuera, y lo de fuera forma parte de lo de dentro.
Aunque pocos, algunos jóvenes sociólogos y urbanistas empiezan a trabajar en esta línea, que tiene al menos cuatro ámbitos de desarrollo, de los cuales uno es estrictamente de interés sociológico, y los otros tres de interés también urbanístico:
El ámbito estrictamente sociológico se refiere a ese proceso que he señalado de evolución social, cambio de valores, modos de vida, que en otros momentos se ha asimilado a la modernización. Es un sentido que no nos interesa aquí y ahora. Lo trabajan bastante ahora en Latinoamérica.
Un ámbito urbanístico, pero que no nos interesa ahora, se refiere a los procesos y dinámicas del hecho urbanizador, esto es de los actos de los agentes urbanizadores, lo que implica el análisis de los colectivos implicados (técnicos, propietarios, actores sociales como organizaciones cívicas o ambientalistas, medios de comunicación, instituciones jurídicas, sectores económicos implicados), de los pasos administrativos, de las profesiones implicadas, etc… Por ejemplo, hace casi 40 años, también con Gaviria, hicimos una investigación, por encargo del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos, sobre la formación de los Arquitectos, centrada en la Escuela de Madrid Superior de Arquitectura de Madrid (y la de Valladolid, que entonces era una sucursal de la ETSAM). Estudiamos las pulsiones, motivaciones, la construcción social de la profesión de arquitecto…, pero sólo tangencialmente analizamos el papel del urbanista, entonces interesaba fundamentalmente su función en la construcción. Sin embargo, no he vuelto a ver, no sé si las hay, no conozco investigaciones sobre cómo se forman los urbanistas actuales, vengan de la arquitectura, la ingeniería, la economía, la sociología, la geografía… ¿Qué valores y actitudes adquieren en ese proceso, qué valores profesionales…? ¿Qué actitudes hacia el medio ambiente tienen? ¿Qué idea del progreso tienen, o del papel de la técnica? En las últimas dos décadas la formación del urbanista ha cambiado profundamente. En Latinoamérica, que avanza más rápidamente que España en este sentido, más abierta a todo tipo de influencias, yo participé hace años en procesos de revisión de las titulaciones, en varias universidades, y empezaban por preguntarse qué es un urbanista hoy, cómo debe formarse, mirando hacia dónde, qué contenidos ha de incluir su formación, es una formación de grado o de postgrado…, el papel de transdisciplinariedad, en suma qué papel puede cumplir.
Un ámbito urbanístico que sí nos interesa aquí se ocuparía de cómo la urbanización cultural, como modo de vida, impacta materialmente sobre el espacio. Esto es la aparición o desaparición de funciones, usos, demandas, crecientemente diversos, que generan expectativas, presiones, conflictos. Es importante a nivel de planeamiento, sobre todo territorial, y al nivel de políticas agrarias o agroambientales.
Y un último ámbito urbanístico, también importante en el marco en que estamos, referido a los procesos que pudiéramos llamar de desurbanización, o de regresión, que responden asimismo a fuerzas, agentes y dinámicas sociales, no sólo económicas (ligadas al valor del suelo o la plusvalía, que no es lo único que rige la vida del suelo). Sea la ciudad, o el espacio urbano, que se vacía, o va perdiendo esas funciones que sostenían usos, y que sostenían incluso las construcciones. Sin función ni uso, toda obra, como todo espacio urbano que pierde su función, termina degradándose hacia la entropía, el desorden primigenio.
DE LOS DESCAMPADOS A LOS DESOLADOS
Entre 2008 y 2011 estuve viviendo, por esos azares, en un piso con vistas a descampados. Nunca hubiera imaginado que pudiese vivir frente a un descampado, por mucho río que hubiese al fondo, pero luego resultó ser una experiencia muy enriquecedora, y tomé muchas notas.
Un descampado es un espacio que ha dejado de ser campo, pero que aún no es ciudad, aunque también puede ser un espacio que ha dejado de ser ciudad y tiene vocación de campo, aunque puede que no lo sepa. Son espacios muy interesantes, aunque no se les presta atención, o la atención debida.
Este estaba siempre muy animado. Los martes hay mercadillo. Los domingos los padres iban a volar los aviones de los niños. Por la noche de viernes y sábados se llenaba de coches en medio de la oscuridad. En otoño los estudiantes hacen novatadas. Hasta hace poco se celebraba allí la Fiesta de la Primavera, la mayor borrachera juvenil de la ciudad…
Uno pudiera pensar que esos usos quizás denoten una falta de espacios libres. Pero no es así. Hay unos parques espléndidos en el río, en la misma zona, pero en un parque impoluto no caben esos usos. No se pueden meter los coches para meterse mano, ni organizar botellones… Son espacios cívicos y sanos, peatonales, para familias, poetas melancólicos, deportistas y perritos…
Esa vida de los descampados, por tanto, es fascinante, interesante, pero lógicamente lo más importante de muchos descampados es que están esperando a convertirse en ciudad. Por tanto ya son ciudad virtual, y además contagian su condición a los espacios vecinos, que a su vez se convierten en ciudad expectante. Un día en ese solar que hemos visto se levantarán cuatro o cinco torres como la que ya está al otro lado del puente.
Pero como decía antes, esos descampados pueden ser ciudad virtual, expectante, pero también ciudad fallida. La cual puede serlo a su vez en dos direcciones, de ida o de vuelta.
En el camino de ida suelen estar los productos del exceso, de las burbujas, que quedan años es estado de purga. Entonces no son descampados, sino desolados, espacios a los que nadie va, ni siquiera a visitar a los escasos habitantes porque da yuyu, y en los que los propios habitantes no saben qué hacer, procuran no estar, no ser vistos. Uno de los más espectaculares que conozco es el de la gran operación especulativa del Sur de Zaragoza.
En el camino de vuelta están aquellos que son ciudad fallida porque la ciudad los ha expulsado. Como este barrio que fue, de viviendas prefabricadas, construido en 1980 y que sólo 25 años después estaba demolido, tras haberse convertido en una ciudad sin ley. Como escribió una periodista local hace unos años, “antes de que se construyese ya estaba maldito”. El espacio espera, maldito por cómo fue utilizado, a lo sumo recibe escombreras ilegales. Son calles que no existen ya, pero cuyos nombres recuerda Google Maps, que aún no existía cuando el barrio fue demolido. Es pues pura memoria virtual.
MICROPROCESOS
Hay también objetos de estudio interesantes a nivel micro, sobre esas dinámicas de (en términos de urbanística, no social) urbanización y desurbanización.
Por ejemplo, tenemos situaciones en las que los suelos expectantes generan espacios imprevistos. En Badajoz hay una corona de suelos urbanizables sin desarrollar que ha generado el abandono de cientos de Hectáreas de cultivo de regadío altamente productivas, incluido el abandono de la infraestructura (un Canal que formaba parte del Plan Badajoz). Pero el paso del tiempo en expectativa de destino (veinte años desde que el suelo fue calificado, para bloques exentos que han empezado a construirse ahora) ha dado lugar a que los ecologistas descubriesen a tiempo los jardines de una antigua quinta, y han puesto en marcha una campaña para salvarlos. Ya tiene nombre, Parque Ascensión.
A un nivel más micro todavía, vemos cómo una actuación pública que ordena y dignifica el espacio urbano empuja a los vecinos del barrio marginal al que se adosa a hacer lo propio, emulando la actuación pública. Por supuesto que privatizando el espacio, algo que forma parte de la tradición de la barriada, construida mediante ocupaciones de terrenos inundables del cauce público. Pero que supone una mejora objetiva del entorno, y la introducción de usos agrícolas, como huerto, junto al parque.
DENTRO/FUERA CAMPO/CIUDAD
Estos elementos nos obligan a cuestionarnos la visión tradicional que delimitaba la acción al interior de las ciudades, o que consideraba que los usos internos a las ciudades eran incompatibles con usos agrarios, por ejemplo. Ya no digamos con usos ganaderos.
En el marco de la urbe global esa visión sobra, porque todo forma parte del jardín terrenal que sirve a la ciudad. Por supuesto que tenemos ámbitos de responsabilidad concreta (normalmente de escala municipal, pero puede ser supralocal, comarcal, metropolitana, o intralocal, a nivel de barrio, de núcleo suburbano o rural) en los que actuar. Pero desde esa perspectiva la diversidad de usos posibles se ensancha, en función de la diversas de demandas y expectativas, la propiedad del suelo, la capacidad de gestión, el nivel organizativo de la comunidad, etc.
Hace unos días pasaba por mi Timeline un tuit que hablaba sobre la creación de un Banco de Tierras en Valencia, promovido por la Diputación. Me preguntaba si este por fin funcionará, porque la mayoría de los bancos de tierras que se han intentado desde que empezaron a vaciarse masivamente los campos, hace tres décadas, no terminan de ser funcionales.
En realidad, desde esta perspectiva que estamos aplicando, sería más necesario, más importante, un Banco de Tierras expectante, que permitiese dar usos ciudadanos a terrenos que actualmente están en desuso (aunque no improductivos, pues están generando plusvalías). Decididamente dudo que el proyecto del reformador Henry George de socializar la renta de la tierra llegue a ser nunca viable, aunque últimamente hay de nuevo movimientos urbanos que lo recuperan. Pero si los especuladores han conseguido que los municipios no les puedan cobrar contribución urbana hasta que no están desarrollados, ¿por qué no imponer a cambio la obligatoriedad del uso agrícola, no por la producción, sino por el ornato urbano? Del mismo modo que hay un registro de solares, para terrenos o edificios en suelos ya desarrollados, debería haber un Registro de Terrenos Expectantes.
Si no los quieren gestionar los propietarios, que pasen a un Banco de Tierras Expectantes, que sean cultivadas por cooperativas locales, asociaciones de parados, etc. Porque además a menudo se trata de terrenos que tenían pozos, o restos de infraestructuras de riego, que podrían recuperarse.
Por supuesto, en el momento en que se desarrollen, el dominio de los terrenos volvería a sus propietarios. ¿No puede regularse ese control provisional del dominio, como se ha planteado en algunas CCAA con los pisos de los bancos?
EL CASO DE LOS HUERTOS URBANOS (O PERIURBANOS)
En plena (anterior) crisis económica, más dura que la última en muchos sentidos, los alternativos proponíamos el retorno al campo, como alternativa vital e ideológica. Entonces aparecieron los primeros casos de eso que ahora se llama erróneamente (porque de rurales no tienen nada) neorurales.
Pero en 1982 plantée una propuesta más radical, y bastante conflictiva. Publiqué un trabajo con un título muy largo, porque como periodista que todavía me consideraba, tenía una gran admiración por el estilo de Tom Wolfe, otro grande que ha muerto pocos días después de Mario Gaviria. “Ante el paro y la crisis, estrategias contra la miseria: la tierra, también para el que no la trabaja” rezaba el título, aunque el director de la revista, que era filósofo, supo captar la idea central, y tituló en portada: “Contra el paro, huertos metropolitanos”.
Entonces no me planteaba una teoría de la dialéctica urbano-rural, aunque como hemos visto, ya estábamos descubriendo los primeros indicios. Simplemente me quedé impresionado, en mis visitas a Bellaterra para intentar aprobar a distancia alguna asignatura de Ciencias de la Información, al ver cómo los bulldozers de los Ayuntamientos con concejales de Urbanismo comunistas, o socialistas, arrasaban los polígonos espontáneos de huertos familiares que los inmigrantes extremeños, andaluces o aragoneses construían en las riberas de los ríos, en los restos de expropiaciones para autopistas, allí donde veían “un cacho tierra” libre.
Proponía detener aquellas brutales destrucciones del esfuerzo ajeno, e ir más allá: utilizar las tierras públicas disponibles en las áreas periurbanas para dotar de huertos de supervivencia a los parados, y de ocio a los inmigrantes rurales nostálgicos de la tierra. Sobre todo a los jubilados.
Ahora me lo tomo a broma, porque finalmente como diría Mao, finalmente han florecido no cien flores sino muchas más, pero entonces me sentí decepcionado por el poco eco inmediato de mi propuesta, a mí que me parecía tan interesante.
Mi propio maestro, Mario Gaviria, discutió largamente conmigo aquel artículo. “Son rémoras falangistas”, me decía cuando no le quedaban argumentos. Porque efectivamente los huertos familiares, bajo diversas expresiones (incluida la casa i l’hortet de Maciá) estaba presente en el pensamiento conservador desde finales del siglo XIX, y durante el franquismo hubo algunos intentos para promoverlos.
Quien sí tuvo sensibilidad fue uno de los urbanistas alternativos más interesantes que ha dado este país, Ramón Fernández Durán, hace unos días era el aniversario de su muerte. Estaba en COPLACO, el órgano que gestionaba el Área Metropolitana de Madrid, y en unas jornadas de planeamiento en las que coincidimos, en Palma de Mallorca, mostró gran interés por mi artículo, y propuso que estudiásemos eso de los huertos clandestinos en el Área Metropolitana de Madrid, donde había muchas zonas. Efectivamente, finalmente hicimos esa investigación, en 1984, y encontramos más de 1.000, agazapados en restos de nudos ferroviarios y autopistas, riberas, antiguos basureros, incluso ocupando terrenos privados de propietarios absentistas.
Pero sobre todo encontramos una diversidad de usos del llamado suelo rústico como no podíamos imaginar, casi 200 tipos de actividades diferenciadas.
Sin embargo, nueva frustración, las propuestas de polígonos de huertos que hicimos, con su normativa desarrollada para distintas tipologías, tanto de horticultura como incluso forestales, cayeron inicialmente en saco roto. El capitoste del urbanismo metropolitano, el arquitecto Eduardo Mangada, entendía que todo esto estaba entre el desorden pequeño burgués y la pura anarquía, aunque Joaquín Leguina tuvo unos años más tarde olfato y permitió el desarrollo en 1987 de un pequeño polígono que ha dirigido muchos años Gregorio Ballesteros, un sociólogo que había participado en el estudio del AMM.
El rechazo era la tónica. En 1984 todavía tenía mi base en Aragón, y escribí un artículo en un diario zaragozano, dirigido al alcalde de Zaragoza, “Alcalde, pónles un huerto…” lo titulé, pero ni caso. El urbanismo progresista oficial denostaba aquellas propuestas de regularizar y salvar los huertos clandestinos, convertirlos en legales, de desarrollar la agricultura desde las ciudades. Tendrían que pasar casi treinta años hasta que un alcalde, Belloch, diese cancha a aquellas demandas. En 2012 se inauguraba un polígono de huertos, y hoy en Zaragoza tengo la intuición de que surgen más nuevos agricultores que en toda la ribera del Ebro. Con subsidios europeos, después de promover casi un millar de huertos de ocio y recreo, desde el área de Medio Ambiente de Zaragoza desarrollan la huerta agrícola productiva de la periferia, que ha creado 22 nuevos puestos de trabajo. Un mercado de productos frescos, que está ya en todas las ciudades y que paradójicamente no existe en los pueblos.
Ciertamente hubo otras ciudades que sí tuvieron visión de forma temprana, como Sevilla, donde en 1991 se dió carta de naturaleza legal a un proyecto de intervención/ocupación vecinal iniciado en 1983 por la Asociación Pro-Parque Educativo de Miraflores con el objetivo de transformar un paisaje degradado en una nueva zona verde de ocio, y hoy es una de las ciudades modelo en cuanto a promoción de huertos públicos. Aunque son muchas las ciudades españolas (Vitoria, Valencia, Barcelona, etc) que los promueven, o incluso legalizan ocupaciones de espacios.
Gregorio Ballesteros, como decía un sociólogo que ha seguido dedicado a este tema desde que hicimos el estudio de Madrid, y se ha convertido posiblemente en el mayor experto en huertos urbanos de España, o del mundo, ha realizado un informe recientemente sobre el estado de la agricultura urbana en España, y habla de más de 500 polígonos de carácter público, con más de 20.000 parcelas.
Por supuesto, la iniciativa privada ha respondido a una demanda creciente a la que las iniciativas públicas o no saben, o no pueden dar respuesta en su totalidad, o no la dieron a tiempo. Los huertos de promoción privada los hay en las áreas periurbanas de casi todas las ciudades medias y grandes, lo mismo en Madrid que en Valencia.
En realidad, estas iniciativas no deberían limitarse a la horticultura. Los polígonos de huertos son esenciales para mejorar la habitabilidad de las ciudades, para fomentar sociabilidades, para que los niños conozcan los ciclos de la vida...y son un pulmón verde que no tiene que cuidar el servicio de jardinería del Ayuntamiento, sino los ciudadanos prosumidores.
Pero habría que ir más allá, especialmente mientras se extiendan en la estructura social y en el tiempo (y me temo que va para largo) las capas de precariedad. Introducir por ejemplo polígonos microganaderos no intensivos. Micropolígonos de microcorrales de gallinas, conejos, incluso para criar el cochino con los restos de la cocina, organizando incluso matanzas populares reguladas, como mecanismos de ruralización de las ciudades.
La ganadería, de hecho, podría ser uno de los usos posibles en esos desolados a los que hacía referencia. Lo que llamamos, cuando estudiamos el Area Metropolitana de Madrid, la ganadería cunetera, vacas cuya leche seguramente tenía más plomo y petróleo que grasa animal, pero que alimentaron a miles de urbanitas de los barrios populares periféricos, puede recuperarse ahora con calidad. En los espacios expectantes de Badajoz había un par de rebaños de ovejas que pastaban hasta hace muy poco, supongo que se ha muerto el pastor y ya nadie quiere el puesto, porque ya no se ven, y es una pena la cantidad de pasto natural que en junio se secará y provocará incendios. Vacuno y lanar, en esos espacios expectantes, supondrían además un atractivo para los paseos infantiles, y un recurso comunitario interesante.
Seguro que a algunos les suena brutal lo de la ganadería de ocio, pero ya soy mayor, y no me afecta como me afectaba el desprecio por los huertos. Además, si aplico una simple proyección, puedo deducir que dentro de treinta años estará de moda. Podemos discutirlo entonces.
Muchas gracias
ANEXO (A PARTIR DE CUESTIONES PLANTEADAS, ALGUNAS REDUNDANCIAS)
CIUDAD COMPACTA VS CIUDAD DIFUSA
Yo he debatido mucho con Mario Gaviria en torno a un tema en el que ha tenido una enorme influencia en el urbanismo progresista de las últimas cuatro décadas. Un urbanismo ambientalmente sostenible que apuesta por la ciudad compacta, porque supuestamente reduce los costes ambientales. Además es un discurso normalmente vinculado al de la ciudad de escala humana, donde las gentes disfrutan de la vecindad, la pequeña tienda, el bar…
Yo le decía que estaba sesgado por la noche. Porque para el 80 ó 90% de la población la ciudad compacta sólo es una casa dormitorio, de la que en cuanto puede huye… Si tiene posibilidades, porque hay suelo abundante, hacia la parcela, legal o ilegal, o hacia el acosado o el apartamento de playa o montaña.
Sin embargo quien tiene una buena casa con un patio en el que disfrutar de su tiempo libre es mucho más improbable (por supuesto que puede verse impelido por la presión de la publicidad o el status) que necesite una segunda vivienda, y desplazarse cada fin de semana… Hay una parte de la sociedad, las clases extractivas de la cultura podríamos decir, que disfrutan la ciudad compacta. Pero aún los otros buscan ese espacio libre. Los intelectuales con posibles, en Madrid, se iban a lo que quedaba de la Ciudad Lineal, o a la caza los hotelitos de los alrededores.
No está medido, creo, o yo no lo he encontrado, y debería medirse, el coste ecológico real de la ciudad compacta frente a la ciudad difusa teniendo en cuenta estos aspectos. En Badajoz hay unas 3.000 Has ocupadas por parcelaciones, ahora urbanizaciones ilegales (algunas ya legalizadas), y hay otros cientos que de hecho han sido ya incorporadas a la trama urbana. En una ciudad que actualmente tiene unos 140.000 habitantes. Y la intensidad de desplazamientos a las parcelas es enorme.
Por tanto, aunque los polígonos de huertos (que como he evidenciado, los he promovido intensamente, y finalmente cuajaron aquellas propuestas, aunque fuesen otras personas quienes los desarrollasen, en Madrid y Zaragoza) son un instrumento de ordenaci
Pero no es suficiente. No todo el mundo quiere ser hortelano, o criar gallinas, o no tiene tiempo, o no tiene ganas. Pero todo el mundo quiere conectar con la naturaleza, y España es un país de propietarios (como saben muy bien los promotores, mejor que nuestros académicos y buena parte de nuestros políticos, que creen que la gente está de alquiler porque le gusta, porque quiere tener libertad y movilidad), y quiere poder hacerlo en su tierra, su “cacho tierra” (así definían la parcela cuando entrevistaba a las gentes que construían lo que llamé las chalébolas, en los huertos clandestinos, ocupados, en el Área Metropolitana de Madrid), eran antiguos jornaleros extremeños, manchegos, andaluces, que querían su cacho tierra. Por tanto, yo creo que el debate entre ciudad compacta y ciudad de baja densidad no debería cerrarse todavía. Acabamos de ver cómo el más eximio representante del alternativismo nacional, tras proclamar su amor al barrio, a la ciudad compacta de Vallecas, pues para hacer el nido de sus crías se busca 2.000 metros de parcela en Galapagar, en la Sierra de Madrid. ¿Por qué nos empeñamos en creer que los demás no quieren disfrutar de lo que una minoría disfrutamos?.
Presentación completa
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios están moderados para evitar spam, pero estaré encantado de dar paso a cualquier comentario que quieras hacer al texto