10.01.2010

Vulnerabilidad y resiliencia ante el cambio climático. El papel de las Ciencias Sociales (2010)

El texto recoge mi participación en una mesa redonda sobre "Tendencias actuales de cambio: vulnerabilidad y resiliencia", en el II Seminário Ibérico "IGBP: Mudança Global na Península Ibérica. Uma Visão Integrada", celebrado en Lisboa. Una versión de la ponencia se publicó posteriormente en este libro. Es un texto dictado, aunque lo he revisado un poco al ponerlo aquí.



II Seminário Ibérico IGBP: Mudança Global na Península Ibérica. Uma Visão Integrada

Lisboa, 1 octubre 2010

 

Tema 2 - Tendencias actuales de cambio: vulnerabilidad y resiliencia

Artemio Baigorri, sociólogo, Universidad de Extremadura

 

Tenemos sólo 15 minutos para plantear  un abanico enorme de Temas. Sin embargo yo voy a hablar de un solo tema, eso sí, el que, a mi juicio, es el más importante. Que no es ni el debate sobre el Antropogeno, los métodos de captura el CO2 o la fiabilidad de los cálculos sobre el aumento del nivel del mar. Voy a hablarles del tema más importante, y sobre el que menos se hablará hoy aquí, y sobre el que menos hablarán en sus equipos de investigación, en sus proyectos. Voy a hablarles de la gente.

¿Y por qué es tan importante la gente? Sí, es importante la tectónica terrestre, la dinámica de placas, la captura de co2, la radiación solar, etc. Pero lo más importante es la gente porque si no hay gente…., pues todo sobra, da exactamente igual, qué importa (a quién, si ya no hubiese nadie) el agujero de ozono. Hay miles de planetas en el universo en los que ocurren esas cosas, ocurren continuos cambios climáticos… o globales no producidos por el hombre (que sepamos, porque tampoco sabemos si hay otros homínidos, otros seres, por esos planetas de esas galaxias), se extinguen soles, los agujeros negros se tragan planetas, en aquellos atmosféricos se suceden, como se han sucedido en éste, los tiempos geológicos, fuego, agua, hielo..., pero todo eso no nos afecta a quienes estamos viviendo ahora en este planeta. Son sólo pasto de astrónomos.  Fíjense en Marte, en donde hoy buscamos (nosotros, no los marcianos) restos de vida. Por tanto, sin gente no hay tema.

Y la gente tiene intereses variados, a veces incluso contradictorios. ¿Por qué les interesa a ustedes el cambio climático, el cambio global? En primer lugar, porque es un tema relacionado con sus líneas de investigación. Obtienen recursos para financiar sus investigaciones.  Osea que en cierto modo viven de eso, podríamos decir. Por eso les interesa.

Pero una cosa es el interés, y otra la preocupación. ¿Por qué les preocupa? Pues por lo que pueda ocurrirles a ustedes, a sus seres queridos o a sus descendientes, en el futuro. Estamos aquí por esa pre-ocupación, no sólo por la ocupación (el interés). Es decir, nos interesa y preocupa el cambio climático, o global, por lo que pueda ocurrirnos a nosotros, o a nuestros descendientes. 

Bien… Pero eso es solo la primera parte de la cuestión. Porque la vida está llena de asuntos que pueden preocuparnos: ¿Me dejará mi novia? ¿Mi hijo será drogadicto? ¿Habrá alguien trabajando cuando yo esté jubilado para pagar mi pensión? ¿Llegaré siquiera a estar jubilado, o me alcanzará el cáncer de colón antes de esa edad de jubilación que vemos alejarse más y más? Hay tantas cuestiones preocupantes… 

¿Por qué entonces nos preocupa éso en particular? No porque, objetivamente, sea más o menos importante, pues el peso, la gravedad de las preocupaciones, es forzosamente algo subjetivo. Sino porque hemos decidido (la gente, de nuevo) que éso es importante. Lo hemos decidido, en un acto volitivo. ¿Quién? Ustedes han contribuido, sin duda, convenciendo a unos u otros con los resultados de sus investigaciones, o sus prédicas. Pero en realidad ha sido la Sociedad, ese conjunto, esa cosa invisible y intocable, pero que nos ve y nos toca. No los individuos, uno a uno, como creen los etólogos (y los malos economistas) que actúan los seres humanos, sino colectivamente: los medios de comunicación de masas, los centros de investigación, los partidos políticos, las instituciones, en suma, han asumido que eso es importante, y que debe preocuparnos.

Pero ¿y por qué han decidido darle esa importancia? Porque no siempre ha sido así. Fíjense, la idea del cambio climático es relativamente antigua, surge en los años ’70, hace cuatro décadas. Y como pueden ver en este gráfico, el tema importó a la opinión pública, es decir a la sociedad, con una intensidad muy variable a lo largo de los años. En la primera etapa del surgimiento de la cuestión, que cubre hasta mediados de los ’90, asistimos a un periodo de ascenso como objeto de atención, pero luego a una fase de decadencia. 



Hoy de nuevo lo consideramos un problema importante a nivel planetario, y la preocupación además se incrementa de forma acelerada. Una encuesta realizada en una treintena de países de regiones bien diversas del mundo (ni España ni Portugal estaban incluidos) en dos momentos, 2003 y 2006, mostraba un sensible incremento en la preocupación de los ciudadanos por el tema.


Se observan profundas diferencias entre países. Por ejemplo, mientras en China menos de un 40% de los encuestados consideran el cambio climático un asunto Muy Serio, en otros países como Gran Bretaña, o prácticamente la totalidad de los países sudamericanos analizados, ese porcentaje se eleva a un 70 o incluso un 80%. Pero lo que me parece más significativo es que la media de los 30 países estudiados muestra un incremento notable de la preocupación entre 2003 y 2006.


Lo que ha ocurrido ha sido que la sociedad ha aceptado una realidad que los científicos (unos científicos, pues hay algunos pocos que no están de acuerdo con estos planteamientos) le han "dictado". Podrían aceptar otra. Seguramente no es banal, haya tenido su influencia en ese incremento de la preocupacion, el hecho de que en 2006 el ex vicepresidente Al Gore hiciese su gira mundial presentando la película “Una verdad incómoda”

Sin embargo, a juicio de algunos analistas, el excesivo alarmismo de algunos científicos, y sobre todo de algunos activistas, puede tener incluso el efecto contrario, como veíamos en el gráfico que analizaba la evolución de la opinión pública en los años ’80 y ’90. En los años '90 la gente tuvo un cierto hartazgo de ecologistas, catastrofistas, augures del miedo (entre los que yo me contaba, mea culpa). Aunque sin esos alarmismos primeros, quizás no se la habría prestado la atención debida a estos temas, un abuso del alarmismo puede tener efectos imprevistos. 


Determinados alarmismos son de hecho utilizados por quienes no creen en el cambio climático, en el papel humano (poco o mucho) en el proceso, o en las consecuencias que en plazos históricos (a plazo más o menos corto) pueda tener. Porque, aunque como he señalado la mayor parte de la opinión pública considera el tema como algo serio, el sentimiento no es universal, ni generalizado. En España el candidato a presidente del gobierno por el PP decía hace un par de años (ahora parece que ha cambiado su opinión, o al menos no la expone) que no creía en el cambio climático. No creía (ése es un término clave en relación con lo que estamos hablando: creer). Y el ex presidente Aznar va por ahí riéndose de “estos que se ocupan del cambio climático”, y diciendo que "todo eso es un engañabobos", y demás lidezas.

Es decir, la sociedad se preocupa porque ha dado por buenos unos argumentos científicos, frente a otros. Incluso a una fuente de conocimiento, la Ciencia, frente a otras formas de conocimiento que seguramente muchos de quienes estén aquí respetarán mucho, o incluso las practicará, como la religión (la revelación), por ejemplo. De hecho, acabamos de vivir una campaña electoral en el distrito central del Imperio en la que hemos visto a las candidatas del Tea Party, cristianas integristas, proclamar que la evolución es un mito, que la pobreza es hereditaria, y por supuesto que esto del cambio global es una tontería.

¿Por qué es todo eso es así? Pues porque por mucho que se empeñen los físicos, la realidad es algo socialmente construido. Incluso las materialidades más básicas se someten a un consenso social: los sociólogos hablamos, por eso, de la construcción social de la realidad. Un consenso siempre provisional, sujeto al cambio en función de parámetros muy variables. Por supuesto que el desarrollo de la Ciencia es un factor importante, pero de igual manera puede serlo una crisis económica que conduzca a la desesperación, consiguientemente al crecimiento del peso de la religión como consuelo o refugio, y por extensión al crecimiento de las actitudes anticientíficas. La historia no es un camino rectilíneo, siempre hacia arriba como nos dice la metáfora de la flecha del progres. Sin duda la flecha del progreso es una metáfora poderosa que expresa la creencia en la mejora continua de la Humanidad, pero deja de lado preguntas importantes sobre la naturaleza y el alcance del progreso, así como los efectos imprevistos e indeseados para el futuro de la sociedad y el planeta.


Por tanto, tenemos aquí tres cuestiones:

1.      ¿Qué es realmente importante para la gente?

2.      ¿Por qué hacemos que sea realmente importante, o que sea sentido como realmente importante por la gente?

3.      Y el último elemento a considerar ¿cómo la gente se enfrenta a ese peligro, o a ese riesgo que ha dado por bueno una parte, o la mayor parte de la gente?

Bien. Pues de nuevo ahí, todo lo que la Ciencia pueda decir, todo lo que la Tecnología pueda desarrollar, se reduce a nada si la gente no está dispuesta a incorporar esos elementos que los científicos descubren o que los técnicos desarrollan y proponen. 

Es curioso que siga habiendo personas obtusas que hacen la distinción entre ciencias duras y ciencias blandas, cuando lo que es realmente duro es intentar averiguar cómo piensa un ser humano, sobre todo cómo piensa cuando está agrupado con otros; intentar comprender por qué hace o no hace determinadas cosas; planear la modificación de sus actitudes, proyectadas a un cambio en sus hábitos. No es como sentarse a esperar qué les pasa a las plantas a las que hemos añadido una hormona, a la piel a la que hemos aplicado un fármaco. Y he ahí el nuevo por qué… Porque cada vez se nos hace más evidente que el futuro humano, lo hagamos de la forma que lo hagamos, sea mediante adaptación, resiliencia (esa disposición a caballo entre la adaptación y la rebelión geddesiana) o rebelión, todo lo que hagamos va a exigir de profundas transformaciones en los sistemas de valores de todas las culturas vivas en el planeta, y por tanto profundos cambios en los hábitos de las gentes que lo habitamos.


Consecuencia de todo esto: ustedes (me dirijo a los científicos de las cosas, o de la Naturaleza que están aquí) pueden tener cantidades ingentes de dinero para predecir (aunque la verdad es que casi siempre nos pillan desprevenidos; con los físicos empieza a ocurrir ya como con los economistas, son unos estupendos predictores de lo que ya pasó). Tenemos unos instrumentos para la predicción climatológica cada vez más afinados, lo sabemos todo, pero la verdad es que nos pilla siempre a contramano, sin paraguas cuando llueve. Pero aún así son muy útiles. 

Sin embargo, todo ese aparato científico-técnico, todo lo que se desarrolle, todo lo que se investigue, si no va vinculado a los aspectos sociales, está condenado a la nada. Es preciso unir las dos orillas, aquellas dos culturas de las que hablaba C.P. Snow con una denominación en realidad bastante superficial y poco acertada. Pues en realidad en el mundo del Saber habría más bien tres culturas bien diferenciadas y bastante alejadas entre sí (la de las Ciencias de la Naturaleza y la Tecnología; la de las Ciencias Sociales; y la de las Humanidades), y necesitamos que trabajen al unísono en el asunto que nos ocupa. Como decía el propio Snow en 1959, en su hipercitado artículo, “hay que cruzar un océano”… Hay que evidenciar realidades físicas; hay que crear metáforas, imágenes potentes tanto de los efectos como de las posibles situaciones finales benéficas; y hay que asegurarnos de que la gente lo entiende, lo asume y lo pone en práctica. 


El problema es que para enfrentar eso hay dos islas, con sus condicionantes estructurales. Por un lado es imprescindible que los científicos de la naturaleza entiendan que sin el concierto de las Ciencias Sociales no hay nada que hacer (y además me refiero al concierto de las Ciencias Sociales, no a que intenten suplantarlas desde la Etología, o al Física), y por otro lado es necesario que las Ciencias Sociales se interesen por tales cuestiones, y se integren… Y éso yo lo veo muy incipiente todavía.


Acabamos de hacer una investigación en España, en colaboración con el grupo de la profesora Mercedes Pardo, de la Universidad Carlos III de Madrid, sobre este asunto. Y aunque aún no están terminados de explotar los datos, y por tanto no están publicados los resultados, tenemos algunos elementos de juicio. 

A raíz del primer Congreso nacional sobre cambio climático en España, en el que no conseguimos que la participación de los científicos sociales fue siquiera visible, planteamos una encuesta tanto a científicos de la naturaleza como a tecnólogos y científicos sociales, intentando descubrir las claves, las vías para la superación de esas barreras interdisciplinarias. Y las respuestas fueron muy poco alentadoras, estamos avanzando muy despacio… En España incluso retrocedemos… Como muestra de estas actitudes, les cuento que el en el diseño curricular formativo de los ambientalistas (esa nueva profesión transdisciplinaria que no sabemos en qué quedará), en la mayoría de las Universidades españolas se ha intentado expulsar a las Ciencias Sociales de dicho currícula. No lo han conseguido por completo, pero el conocimiento de la dialéctica Medio Ambiente / Sociedad ha quedado circunscrito en muchas universidades a la mínima expresión, claramente insuficiente. ¿Cómo vamos a generar buenos gestores ambientales si únicamente aprenden biología, física y química, si no entienden por qué la gente se comporta como lo hace, y cómo se modifican las actitudes, y por extensión los hábitos cotidianos? 


La resiliencia, que como decía no es sino una forma de rebelión contra las fuerzas de la naturaleza (por muy en el Antropogeno que estemos, es la Naturaleza la que finalmente nos daña) puede que llegue a exigir incluso, en el futuro, la propia transformación de la estructura biológica del ser humano, para asegurar la supervivencia de la propia especie. Es una cuestión que ya genera profundos debates, y que los va a generar sin duda en mucha mayor medida en el futuro. ¿Cómo va a ser eso posible cuando tenemos a la mayor parte de las religiones del planeta persiguiendo (a veces físicamente) a quienes se dedican a investigar por ejemplo con células madre? 



Centrémonos en un aspecto cuya estrecha relación con el cambio ambiental global y el cambio climático parece más evidente, al menos a los ojos del público no especializado: las inundaciones, tan presentes en los noticiarios en las últimas semanas y meses.


Las inundaciones producidas por las avenidas son hoy por hoy, a  nivel mundial, el principal de los riesgos naturales. Suponen un 30% de los desastres naturales en cuanto a número y daños económicos, y casi un 20% de las muertes producidas por la acción de la Naturaleza. En el último cuarto del siglo XX ocurrieron 100 avenidas importantes por año, causando un promedio anual de 11.000 muertes y 150 millones de personas afectadas, y unas pérdidas económicas de 20 mil millones de dólares anuales. La mayor parte de las muertes ocurren en el continente asiático (India 1.500 y China 2.500)[1]. De hecho, las recientes inundaciones que en julio y agosto [2010] han azotado el noroeste de Pakistán han sido consideradas las peores de su historia; han producido 1.100 muertos y miles de damnificados sitiados por las aguas y bajo amenaza de brotes epidémicos. Y también en julio, varias provincias y regiones de China, en la cuenca del Río Yangtse, han sido azotadas por graves inundaciones, con al menos 146 personas muertas y medio centenar de desaparecidas, y han sido calificadas como las peores en años para algunas regiones

El discurso mediático sobre este tipo de desastres alimenta la idea de que el clima se estaría volviendo “loco”, que aumentan las catástrofes naturales… Y es que cuando el conocimiento científico se traslada al saber popular, a menudo se deforman las cosas. Obviamente el tiempo no está loco, se comporta como es habitual, con pequeñas variaciones (pequeñas variaciones cuya acumulación, por supuesto, puede modificar profundamente, a largo plazo, algunos ecosistemas). ¿Pero hay ahora más inundaciones? En absoluto [corrijo: No estoy seguro]. De hecho, las más dañinas se han producido hace muchas décadas. En el caso de China, por ejemplo, las inundaciones del pasado verano han sido una pequeña aventura al lado de las que se produjeron, en la misma cuenca, en 1935: en el río Han, afluente del Yangtze, una punta de riada de 50.000 m3/seg. causó 8.400 muertos y produjo 800 millones de dólares en pérdidas materiales.


El problema no es que el cambio climático provoque más inundaciones, y como veíamos antes, desinformar al respecto sólo por conseguir mayor atención mediática puede ser peligroso a la larga, pues el público puede dejar de prestar atención al tema, como ya ocurrió en los años ’90 del pasado siglo. El problema no es que haya o no más inundaciones, sino que allí en donde se producen las inundaciones hay cada vez más gente. El problema es que hemos asistido a procesos migratorios masivos del campo a la ciudad en sociedades en las que el Estado apenas está presente fuera de los espacios centrales…, y ni se ocupa ni puede ocuparse de planificar, de organizar el espacio. Y la gente se ubica donde puede, donde la pobreza le marca, no donde debería ponerse para no morir. Es decir, los problemas relacionados con las inundaciones son, fundamentalmente, problemas sociales.


Y no hace falta que nos vayamos a Sudamérica, a los países más pobres. Quedémonos en los países ricos, en las inundaciones de la riqueza. En España, las más graves inundaciones de los últimos años se han producido en cauces que estaban ocupados, o bien por viviendas humildes en terrenos robados a las márgenes de los ríos y barrancos, o bien por viviendas o actividades turísticas, como la mayor parte de las producidas en el Mediterráneo, o la gravísima producida en el Camping de Biescas, en el Pirineo aragonés.  La más reciente con resultados trágicos, en el año 2007, provocó varios muertos en Alicante; pero en una zona en la que se han producido decenas de riadas a lo largo del siglo XX. En 1957 arrasaron un barrio humilde, las cuevas de Benalúa, y en 1961 (cuando se iniciaba el despegue turístico en España) un camping turístico en la Albufereta. Y de nuevo hubo inundaciones 1971, 1973, 1978, 1979, 1982 o 1997.


La peor inundación de la historia reciente en España, producida en Badajoz en 1997, con 21 muertos y 1.300 viviendas destruidas, se produce justamente en uno de esos barrios de aluvión producto de las migraciones del campo a la ciudad en los años 60, en espacios sin control urbanístico.

Las inundaciones en las zonas costeras españolas son cada vez más dañinas porque (como está ocurriendo ahora en los principales centros de turismo de playa de Portugal) la ocupación del suelo es totalmente caótica. Las elevadas plusvalías que se obtienen con los aprovechamientos urbanísticos hacen que no vaya quedando espacio para que el agua evacue en libertad.

Bien… Pues ese fenómeno, esos graves “desastres naturales”, son por tanto desastres sociales, producto de una determinada ideología, el neoliberalismo, que a partir de los años 80, y sobre todo de los años 90 tras la llegada del gobierno conservador del Partido Popular, acabó en España con medio siglo de planeamiento urbanístico ejemplar: desregularizó totalmente la ocupación del suelo. La gente ha construido donde le dio la gana, lo que le dio la gana, como ocurría antes de la Ley del Suelo de 1975. Y ahora pagamos las consecuencias. El país lo paga por los costes derivados de la burbuja inmobiliaria (la economía del ladrillo) que han complicado la crisis económica en España, pero las ciudades de playa lo están pagando además en destrozos provocados por las crecidas.


Bien… Por eso decía, seguramente a juicio de algunos de forma pretenciosa, que iba a hablar de lo más importante. Pero es que esas son las cuestiones, la agenda que marca tanto la contribución de las sociedades humanas al cambio global, como la capacidad de mitigación de sus efectos, o de adaptación: la gente… 

Cómo pensamos en relación al tema, y sobre todo cúales son nuestras actitudes, nuestra disposición a la acción en aras de modificar nuestros hábitos de producción, consumo y desplazamiento. El que suba un centígrado arriba o abajo la temperatura es importantísimo, para la biodiversidad, para la distribución de la vida sobre el planeta… ¡Pero es importantísimo porque hay gente, porque eso puede afectar a las poblaciones humanas! A gentes cuyas constantes respiratorias pueden ser afectadas. Porque pueden provocar movimientos migratorios masivos, incontrolados e incontrolables, que a su vez pueden provocar la desestabilización de muchos países, violencia, guerras, que pueden provocar a su vez… que pueden provocar a su vez… Es imposible meter absolutamente todas las variables y concausas posibles en un modelo como intentó el MIT. 

Eso intentamos dilucidar desde las CCSS, ése es nuestro papel en este asunto. Por supuesto que habrá quien no esté de acuerdo con mis planteamientos. Sobre todo porque, bueno, cada científico, cada especialista considera que su ala de mosca es lo básico para el futuro del planeta. Lo entiendo: la Sociología de la Ciencia nos ayuda entender tales actitudes.


Del mismo modo, hay gentes que atribuyen más importancia a cualquier otra especie que a la humana. Lo respeto. Bueno, no lo respeto. Porque yo, por el contrario, considero estas cuestiones en términos explícitamente democéntricos, es algo que no puedo evitar: aunque no sea creyente, procedo de una tradición judeocristiana de varios milenios, que entendió muy temprano que el azar, la Vida, le regaló a nuestra especie un jardín enorme, todo un planeta, quizás toda una constelación. Un jardín que ha hecho posible nuestra supervivencia y nuestro crecimiento exponencial, en todos los sentidos. Me interesa que sobreviva, porque me interesa que mi especie sobreviva. 



...y bueno, es obvio que me fuí mucho más allá de los quince minutos inicialmente asignados. Y aún hubo tiempo de escuchar los primeros versos de esta cancion de Moustaki:





[1] Datos citados en “El fenómeno de las inundaciones: La riada del Guadalquivir en el pasado invierno 2009-2010”, Juan Saura Martínez, Revista de Obras Públicas, número 3512, julio-agosto 2010





Referencia:
Baigorri, A. (2010). "Tendencias actuales de cambio: vulnerabilidad y resiliencia". II Seminário Ibérico IGBP: Mudança Global na Península Ibérica



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