"(...)
Históricamente, cualquier RA ha perseguido fundamentalmente tres
objetivos: mejorar el autoabastecimiento alimentario, adaptar las estructuras
productivas a las estructuras sociales dominantes y mantener la paz social de
resultas de una estructura productiva más justa.
(...)
Quien apruebe lo
expuesto en las líneas precedentes coincidirá conmigo en la necesidad de
plantear un nuevo modelo de Reforma Agraria para Extremadura, para la Extremadura
de principios del siglo XXI, o si se quiere una 'reforma de la reforma'.
La definición de ese
modelo será compleja, y como todas las RAs posiblemente conflictiva, por lo que
evito entrar en mayores detalles. Sin embargo, me permito apuntar lo que
considero un elemento fundamental para su diseño: el núcleo simbólico
que debe alentar dicho modelo, y que está siempre íntimamente relacionado con
los paradigmas esenciales de cada estadio de la civilización. Las RA diseñadas
por los romanos (primeras documentadas) tuvieron como núcleo simbólico
esencial el concepto de colonización. En el siglo XVIII, época de las
primeras RA modernas, el núcleo simbólico es la liberalización ("remover
los estorbos que retardan su progreso", decía Jovellanos). En el siglo
XIX, fue la mecanización (las propias plantas se consideran artefactos
mecánicos con la fertilización forzada), o al decir de Macías Picavea, "proveerse
de máquinas, semillas y abonos". En fin, en el siglo XX asistimos a
un primer bloque de RAs diseñadas a partir del núcleo simbólico del reparto
("la solución del problema, ya antiguo y en España tan agudizado, del
latifundismo" escribía el padre de Peces-Barba en 1932), y a un
segundo bloque cuyo núcleo era la productividad (Ley de Reforma y
Desarrollo Agrario, Ley de Fincas Mejorables, RAs regionales de los años '80,
etc).
En el siglo XXI, y
de acuerdo con el paradigma de equilibrio ecológico que va a caracterizar a
este nuevo estadio de la Civilización (como lo social caracterizó el
paradigma de justicia social en el siglo XX, o lo económico el paradigma
de la productividad en el XX), el núcleo esencial que debe alentar las RAs será
el de Ecología.
(...)
En más de una
ocasión me he negado a emplazarme en la dicotomía conservacionismo vs.
producción. Mi actitud procede tanto de convicciones ideológicas como de
premisas científicas. Del productivismo y el crecimiento exponencial como
motores sociales y económicos ya conocemos sus riesgos y limitaciones, y el
conservacionismo a toda costa temo que nos llevaría a algo socialmente
reprobable. Por otra parte, no considero que la quimicalización de la
Agricultura deba analizarse en los términos esotéricos con que lo hacen
algunos, ni siquiera únicamente como una degradación epistemológica de la
ciencia, en los términos en que lo hace mi buen amigo José Manuel Naredo (en su
reciente libro sobre agricultura ecológica, compartido con Juan Serna, editado
por el Banco de Crédito Agrícola). Me emplazo en un análisis más materialista,
y así considero que en el curso de la Civilización industrial los abonos
químicos, los productos fitosanitarios y la tecnología dura han ayudado
a que la Agricultura cumpliese con la función que entonces le era esencial:
alimentar a una población creciente en términos exponenciales. En ese estadio,
no podía ser de otra manera, con una energía fósil abundante y barata.
Sin embargo, en la
nueva Civilización en la que estamos entrando la Agricultura ha pasado a
cumplir otras funciones incluso más esenciales, especialmente en los países
ricos, como es la conservación del paisaje o, más radicalmente, de la
Naturaleza. La mundialización de la Economía obliga a plantearse la cuestión
del abastecimiento alimentario en términos más complejos que los derivados de
las economías nacionales. Y las limitaciones energéticas convierten en una
aventura descabellada la productividad para el excedente (el primer aniversario
de la Guerra del Golfo debería ayudarnos a reflexionar sobre las consecuencias
que puede tener una mala gestión energética mundial). Una de las
contradicciones más sangrantes es justamente la existencia de excedentes en los
países ricos, a costa de destruir su medio natural, mientras que los países
pobres no pueden vender aquéllo que únicamente pueden ofrecer: alimentos.
Esta
contradicción puede resolverse de formas muy diversas, pero una de las vías de
solución podría pasar por la radicalización de los conflictos Norte-Sur. Es
decir, las condiciones materiales imperantes en el contexto mundial aconsejan
la necesidad de modificar los esquemas productivos de la Agricultura en los
países ricos. Y cualquier modelo de RA local debe tener a la vista las
interrelaciones con el sistema nacional, europeo y mundial.
Entrando en el fondo
del asunto, la cuestión no sería por tanto enfrentar las variables
producción-conservación, sino alcanzar la máxima producción posible con la
máxima eficiencia energética y absolutas garantías de conservación de un medio
natural que, en Extremadura, constituye ya un recurso en sí mismo que
estructurará y dotará de contenido en las próximas décadas a un sector económico
nuevo.
En este marco, el
modelo de RA extremeña del siglo XXI debe tener como motor esencial la agricultura
y la ganadería ecológicas. Y si en el caso de la Ganadería el proceso se
está dando de esa forma casi espontánea con que se dan algunas RAs, con la
ayuda del mercado y de la propia Ley de la Dehesa (nadie apuesta ya en
Extremadura por otro tipo de ganadería que la extensiva, combinada con una
gestión eficiente de la dehesa), sin embargo en el caso de la Agricultura va
a ser necesaria la intervención desde la Administración, ayudando a la
adaptación de las estructuras y sistemas productivos a esas nuevas necesidades
sociales.
Tenemos, en
Extremadura, las condiciones para abandonar el puesto de vagón de cola que
hemos mantenido, también, en el sector Agrario, y pasar a convertir la región
en la punta de lanza de ese nuevo modelo Agrario que va a extenderse en toda
Europa durante las próximas décadas. Entre estas condiciones podemos citar:
·
La existencia de una enorme masa de población activa agraria que,
en las actuales circunstancias, no halla acomodo en el sistema productivo (unos
25.000 de los cuales en permanente situación de paro y bajo riesgo de
convertirse en parásitos sociales), y cuyo reciclaje hacia la agricultura
ecológica no sería difícil.
·
Tierra abundante, no contaminada por la agricultura química,
susceptible de ser transformadas en regadío (único input energético agrícola
renovable, junto a la energía metabólica)
·
Aguas poco contaminadas para atender los nuevos regadíos.
·
El más importante emporio de agricultura ecológica de España, y
posiblemente de Europa.
·
Recursos científicos (Facultades de Biología y Química, Escuela de
Ingenieros Agrícolas que deberá convertirse a no tardar en superior, buen
servicio de Investigaciones Agrarias...) para el desarrollo y mejora de las
viejas y nuevas técnicas (pues no se trata sólo de recuperar técnicas
ancestrales de cultivo) tanto agronómicas como agroindustriales.
Las cosas van en esta dirección. Que no es en absoluto una herencia de los 'hippies',
como podría creer alguien al leer el delicioso ensayo de Serna que comparte
libro con Naredo, sino la consecuencia directa de las transformaciones socioeconómicas
y de la vida cotidiana (donde se inserta también la demanda de alimentos) en
las últimas décadas. Podemos esperar a ver cómo nos lleva el mercado, a remolque
una vez más de otros territorios, pagando el precio de las contradicciones
económicas y sociales que ello ha de generar (sin ir más lejos, la agricultura
ecológica, por sus inferiores rendimientos, puede estar conculcando ahora
mismo la vigente Ley del Regadío). Pero también podemos adelantarnos, diseñando
ya ese nuevo modelo de Reforma Agraria que Extremadura precisará en el
siglo XXI. Este es, creo, uno de los próximos y más urgentes retos en la
región, si queremos que el Sector Primario siga teniendo la importancia que, todavía,
merece. "
Referencia:
Baigorri, A. (1992), "Reformar la Reforma. Apuntes para una Nueva Política Agraria en Extremadura", El Periódico de Extremadura, 28 y 29/1/1992, pags. 4
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