"Va ya para dos siglos que la intelectualidad y los sucesivos aparatos político-ideológicos de este país vienen persiguiendo una como sublime obsesión, que se manifiesta periódicamente de forma invariable: la modernización del campo, la introducción de la modernidad en esa especie de mundo lejano, mágico, oscuro, y en general hostil a las extranjerías. En el fondo de toda esa voluntad modernizadora no se hallaba, las más de las veces, sino el deseo de proceder a una colonización sistemática del mundo rural, que permanecía un tanto al margen del desarrollo capitalista.
Esta colonización sigue dos procesos diacrónicos. La primera fase se lleva a cabo mediante la mercantilización de la economía de los agricultores (es presentado como un avance por los economistas el que éstos entrasen en el mercado para su abastecimiento y para dar salida a sus sobreproducciones). En segundo lugar, como demostró en su día Mario Gaviria, se reduce el contenido de sus actividades (se vuelve el campesino cada vez más incapaz de resolver sus cultivos por medios propios, con independencia del mercado y de los intermediarios de inputs y outputs que van surgiendo). De forma que, en último término, los espacios rurales, colonizados por los espacios urbano-apitalistas, han terminado estructurados en función de las necesidades de los centros, de las metrópolis. El capitalismo se ha entrometido, así, en los espacios agrarios, explotando a los campesinos mediante el intercambio desigual."
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