5.04.1993

Ciudadanos o idiotes (1993)

Se trata de un texto que se publicó dividido en dos artículos consecutivos





CIUDADANOS O IDIOTES
Artemio Baigorri


Pericles, el gran restaurador de la democracia ateniense, dijo en su famosa oración fúnebre, hace dos mil quinientos años: "Somos los únicos que consideramos no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en la cosa pública". Y aún dijo más: "...no decimos que un hombre que no se interese por la política es un hombre que se ocupe de sus propios asuntos; decimos que aquí no tiene nada que hacer". El aquí era la Atenas en su máximo esplendor, alcanzado precisamente durante la era de Pericles.
Para los atenienses sólo podía hablarse de democracia con la participación plena y activa de toda su ciudadanía (exceptuando a las mujeres y los esclavos, pero tampoco debemos admirarnos, pues en uno de los cantones de una de las más antiguas democracias occidentales, Suiza, todavía en 1990 se decidió mediante referéndum seguir negando el voto a las mujeres). Por eso una de las primeras reformas de Pericles fue la instauración del pago a los regidores públicos, elegidos mediante sorteo, para que quienes vivían de su trabajo tuviesen las mismas posibilidades de dedicación que los ricos.
Pero durante más de dos mil años sólo pervivieron los textos de quienes, directa o indirectamente, despreciaron la democracia: lo mismo Aristóteles que Platón, o incluso el sacralizado Sócrates. El Islam, que inició la recuperación de los autores griegos, hizo sin duda una escarda de aquéllos que no cuadraban con su tiránico sistema de gobierno; de ahí que hoy conozcamos la democracia ateniense, fundamentalmente, por las descripciones de sus críticos.
Aunque hubo antes intentos aislados, silenciados por la Historia oficial (que es la que queda), el renacimiento democrático acontece hace casi cuatro siglos. Pero con inspiraciones como las derivadas de Aristóteles sólo podía sin embargo surgir una teoría democrática imperfecta, de corte aristocrático. Durante casi trescientos años la democracia se entendió como igualdad y capacidad de intervención pública de los tres estados de origen feudal: la aristocracia, el clero y la burguesía emergente. No se incluía en el juego al auténtico pueblo. Voltaire, el liberal Voltaire, entendía como pueblo exclusivamente a los propietarios, siendo el resto una masa etérea hacia la que únicamente se podía sentir desprecio. Los constructores de la Democracia, con mayúsculas, cuando hablaban del pueblo de verdad se referían al 'populacho estúpido'.
Sin embargo, como ha apuntado Anthony Arblaster, ocurre a menudo en la Historia que "grupos radicales desarrollan la lógica de una demanda aparentemente universal más allá de la intención de las clases dirigentes". Así ha ocurrido, efectivamente, con la Democracia, hoy extendida, en lo que hace a aspectos fundamentales de la política (aunque sólo en un escaso número de países del mundo), a toda la población. Pero ello no ha hecho desaparecer las actitudes pánicas de las clases dominantes a la participación real del pueblo, que para ellos sigue siendo populacho, masa, plebe... Naturalmente hoy no se admitiría la propuesta de limitar el voto a los propietarios, o a los hombres, o a quienes sobrepasen una determinada base imponible, como predicaban los liberalesdecimonónicos. Pero puede apartarse al pueblo de la participación política mediante mecanismos más maquiavélicos.
El primero de ellos es la degradación de la imagen de la propia política, situándola como algo ajeno a los intereses privados, calificados de reales, de la población. Simultáneamente se degrada la imagen de los propios políticos, a quienes de padres de la Patria (como se les denominaba cuando la oligarquía monopolizaba esos puestos), se convierte, por arte de birlibirloque mass-mediático, en seres sin escrúpulos, dedicados a su propio beneficio. El mecanismo subsiguiente es la potenciación de mecanismos espúreos, por periclitados, de participación política a través de los llamados cuerpos intermedios, es decir la exaltación de la denominada sociedad civil. La cual permitiría, bajo tales presupuestos, la extracción de una especie de nueva aristocracia, presta a la intervención en los asuntos de Estado a través del corporatismo.
La Historia, a pesar de lo que creían los positivistas, no va en una sola dirección. La Democracia tiene miles de años, pero ha sido admitida durante periodos muy cortos de tiempo, y lo mismo se avanza que se retrocede en lo que hace a los asuntos públicos. Sólo la participación del pueblo, en los mecanismos inventados para canalizar sus demandas, puede asegurar el mantenimiento de una línea de progreso democrático. Acercando así de forma creciente el sistema democrático a ese ideal siempre inalcanzable del poder popular directo. El ser humano, que a pesar de lo que creen algunos biologistas es mucho más listo y adaptativo que las hormigas, las termitas o las abejas, ha desarrollado a tal fin artefactos más avanzados que los de esos inteligentes bichos: el voto, en elecciones o en referéndum, es el instrumento más perfeccionado hasta la fecha de participación directa; y los partidos políticos, como intermediarios directos entre el ciudadano y los órganos de gobierno, son hoy por hoy el más perfecto mecanismo de participación indirecta, con todas sus imperfecciones. Al fin y al cabo es la política, como capacidad de diseño del propio destino de la colectividad, lo que diferencia a las sociedades humanas de los agregados de animales, cuyo destino está fijado individual y colectivamente en los genes.
Si prescindimos hoy de esos mecanismos, a nuestras sociedades sólo les quedan las bayonetas y la Banca, que son las garras de los depredadores humanos. Si el pueblo, hoy ciudadano, no participa con los instrumentos que tiene a su servicio, el voto y la asociación política, conseguidos después de siglos de lucha y probatinas; si no se interesa por el destino de 'la cosa pública', más allá de sus intereses y preocupaciones particulares, entonces se convierte en nada, en un idiote, como temía Pericles, el griego. Un paso más allá, siempre al acecho, están las oligarquías, las viejas y nuevas aristocracias, dispuestas a convertirnos de nuevo en populacho, en plebe. 20-29/IV/93


FERVOR Y REPRESENTATIVIDAD
CIUDADANOS O IDIOTES (y II)
Artemio Baigorri



El fervor por los dos principales instrumentos de participación popular: el voto y la asociación política, no puede sin embargo servir para ocultar el interés objetivo que el resto de las asociaciones de intereses, generalmente de ámbito más estrecho (sea temático, sea territorial), tienen para la sociedad. No cabe duda alguna de que este tipo de asociaciones, como subrayó Tocqueville al analizar los juveniles EEUU de principios del XIX, vertebran y enriquecen a la sociedad; frenan el individualismo insolidario que late como una sombra en las sociedades humanas; canalizan tensiones y, a menudo, pueden constituir un instrumento del cambio social. Contrariamente al abuso que hoy se hace, desde el pensamiento conservador, de la obra de Tocqueville, éste no plantea la sociedad civil como un elemento liberal-individualista frente al Estado, sino como un instrumento colectivista más. "Es fácil preveer que se aproxima una época -escribe allá por  1830- en que el hombre será cada vez menos capaz de producir por sí solo las cosas más comunes y necesarias para la vida. La tarea del poder social se acrecentará, pues, sin cesar".
Sin embargo Rousseau, años atrás, había advertido su desagrado por las "asociaciones sectoriales" por la tendencia natural a identificarse con esas asociaciones y sus intereses, en lugar de hacerlo con la comunidad en su conjunto. Efectivamente, como se ha observado en las últimas décadas en la mayor parte de las democracias, incluida la española, las asociaciones civiles, sean corporativas (profesionales, de cuerpo), económicas (empresariales, sindicales) o sectoriales (conservacionistas, lobbys culturales, etc) han suplantado en demasiadas ocasiones, y de forma creciente, la soberanía popular, obligando a los gobiernos a tomar decisiones contrarias no sólo al programa político que constituye el mandato electoral, sino contrarias incluso al interés general. Aunque también es cierto que, en otras ocasiones, han servido para frenar las tendencias, no menos naturales, del Estado hacia el despotismo.
La base de la convivencia democrática sólo puede estar, por tanto, en un equilibrio entre esa sociedad civil, que representa intereses particulares, sean de orden sectorial o territorial, y la sociedad política que representa el interés general, en tanto se materializa en el contraste de propuestas globales.
Tampoco puede servir el fervor por el voto y los partidos para ocultar las graves imperfecciones de la democracia representativa de partidos, ni mucho menos para considerar la Democracia como un concepto descriptivo de sociedades reales. La Democracia es, simplemente, como se ha insistido, una tendencia, una dirección en la forma de organizar el gobierno y la gestión de las sociedades humanas. Y, salvo que queramos hurtar al pueblo una auténtica participación, en absoluto podemos conformarnos con el tópico (no en balde atribuido a un político conservador) de que nuestras democracias son "el menos malo" de los sistemas conocidos.
En este sentido, sólo puede calificarse como positiva la voluntad, expresada por el Partido Socialista, de elaborar una Ley de los Partidos Políticos, que acometa no sólo los problemas de financiación sino su propia democratización interna (después de Michels se hace difícil creer en la posibilidad de una auténtica democracia interna en los partidos políticos, como acabamos de observar con el rifirafe entre peceros y expeceros en Izquierda Unida; o con la elaboración centralizada de todas las candidaturas del PP desde Madrid, en unos pocos días). Pero si la reforma del sistema se queda en esa regulación interna, será difícil remontar la crisis de credibilidad que amenaza a la democracia de partidos. Es preciso una reforma más a fondo del sistema, que atienda al menos a algunos factores fundamentales.
En unos artículos que casi me parecen viejos (los publiqué justamente en la anterior campaña electoral), partía de la convicción, que sucesivas elecciones tanto en España como en otro países me han seguido confirmando, de que vivimos gobernados por minorías; más o menos selectas, pero en cualquier caso minorías absolutas, con muy bajos niveles por tanto de legitimación real. En conjunto, dos de cada diez ciudadanos decidimos el gobierno de la nación. De alguna manera, conformamos sociedades a cuatro bandas, en las que 1/4 no puede votar; 1/4 no quiere votar; 1/4 que vota oposición; y 1/4 vota el gobierno.
Ello implica que amplias capas sociales quedan sin representación, por lo que me atrevía a insinuar que, dado los medios tecnológicos actuales (y dado el peso que los aparatos técnicos, jurídicos y administrativos del Estado tienen hoy en las propias decisiones políticas), sería más representativo un parlamento configurado, a la manera de la democracia directa griega, a través de una muestra estadística. Prácticamente mediante sorteo. Por supuesto que un sistema tal se contradice con el sistema de partidos, y podría desembocar, llevado al absurdo, en un cierto caos (tal vez no). Pero tal vez no sería una tontería que los partidos probasen a elaborar sus listas mediante algún mecanismo de ese tipo.
Sin duda el sector más masivamente relegado son los jóvenes. ¿Cómo extrañarnos de que los jóvenes pasen de política, si a unos individuos que desde los 14 años discuten de lo divino y lo humano, trabajan en muchas ocasiones, se manifiestan, hacen huelgas, beben alcohol, fuman, se embarazan... a esa gente les impedimos el derecho al voto durante al menos cuatro años? Hay casi un millón de españoles a los que imponemos obligaciones pero no otorgamos el derecho a la participación. Obviamente, cuando llegan a los 18 años están hartos de ver, oir y callar....
Habrá que resolver sin duda alguna todo el sistema de asignación de escaños. El complejo sistema electoral español prima a la vez a los partidos mayoritarios y a los extremadamente minoritarios, y eso no es, evidentemente, democrático. ¡Cómo puede costarle a un partido cada escaño más de 130.000 votos, mientras a otro le bastan con menos de 50.000! Obviamente, en ese reparto, casi 80.000 electores han quedado sin representación auténtica. Aunque los constitucionalistas se lleven las manos a la cabeza, parece obvio que el mejor sistema de asignación de escaños consistiría en un sistema mixto entre la circunscripción única nacional (para el reparto proporcional entre partidos) y candidaturas multicircunscripción. Alegar el temor a la ingobernabilidad del Parlamento es como alegar miedo a la profundización de la Democracia, es decir desprecio de la Democracia como gobierno del pueblo.
Habrá que abrir (lo que no implica ineludiblemente un sistema radical del listas abiertas), de alguna, forma, las listas a los electores, si queremos ir rompiendo la maldición de Michels. Y sobre todo habrá que incorporar mecanismos que garanticen la auténtica libertad de voto de los parlamentarios, siquiera en aquellos asuntos no previstos por el programa político bajo cuyo cobijo han accedido al Parlamento.
Son, en suma, mecanismos que nos acercan al vértigo de la Democracia real, y creciente mente directa. Mecanismos que introducen, sin duda, elementos tensionantes en el sistema político. Pero justamente para eso está el sistema político: para canalizar y resolver las tensiones trasmitidas por la sociedad, y evitar que deban resolverse, en el exterior, en el marco de conflictos más graves. No resolveremos la llamada crisis de credibilidad manteniendo por inercia instituciones viejas y anquilosadas, sino haciendo a la Democracia de partidos crecientemente participativa, y cuanto más directa mejor. Si no podemos funcionar en régimen de concejo abierto, o de democracia ateniense, deberíamos al menos acercarnos lo más posible, aprovechando los crecientes medios teóricos, técnicos (telemáticos) y administrativos de que dispone la sociedad moderna.  30/IV/1993


Referencias:
Baigorri, A. (1993), "Ciudadanos o idiotes", El Periódico de Extremadura, 4/V/1993
Baigorri, A. (1993) "Fervor y representatividad", El Periódico de Extremadura, 5/V/1993

4.21.1993

Mujeres (1993)



"Acabo de leer una entrevista a Fernando Arrabal. Siempre me ha parecido un payaso, pero al igual que los niños, también los adultos -o en camino de serlo, pues uno se resiste como puede- también necesitamos nuestros payasos del pensamiento. Destaca en la entrevista su propósito de convertir al catolicismo a Felipe Gonzalez (no estaría mal, ciertamente, que abandonase la ética del protestantismo; que como ustedes saben es estricta en las formas, liberal en lo económico y darwinista en lo social). Pero especialmente me ha llamado la atención un dato que, por lo que conozco de las vicisitudes de las mujeres, es muy probable que sea cierto. Arrabal denuncia que la auténtica descubridora del virus del SIDA es una mujer, una bióloga, mientras que el doctor Montaigne, que se pasea por el mundo triunfante gracias al descubrimiento (son casi tantos los que hoy viven del SIDA como los que mueren de esta terrible enfermedad), prácticamente no habría puesto los pies en el laboratorio.  Lo creo a pies juntillas. Ayer mismo asistí a la más curiosa presentación de un libro (y digo curiosa porque he asistido a presentaciones sin libro, pero nunca sin autor). Se trataba de la lujosa edición de los manuscritos de dos obras muy importantes en la historia del Urbanismo, casualmente descubiertos, reconstruídos y analizados durante siete años por dos investigadoras. En la sala mucho mass-media, atraídos más por el continente que por el contenido. En la mesa un ministro, un director general, los alcaldes de las dos principales ciudades españolas... y el director de la investigación. Todos hombres. Nada extraño, si no fuese porque faltaban las pacientes investigadoras que han realizado el trabajo, quienes casualmente estaban sentadas a mi lado. Y digo pacientes no tanto porque hayan precisado paciencia para desarrollar su labor, sino porque como mujeres siguen estando, pacientemen te, donde los hombres, con independencia de la calidad de los méritos personales, las seguimos poniendo. No tienen elección: o eso o nada, salvo que opten por abandonar su femineidad y pasar a actuar como hombres. Es decir como devoradores, pisoteadores, dominadores, practicantes del codazo y la zancadilla. Son sólo datos, elementos que muestran claramente la situación de las mujeres en sectores como la investigación y la Universidad. No es banal, y no cabe decir que así ocurre en todos los ámbitos de la sociedad. Es que se trata de las zonas de la sociedad donde, supuestamente, anidan los pensamientos más avanzados, las actitudes más racionales. Pero no es así. El comportamiento de los machos universitarios, catedráticos o sabios doctores, respecto a las mujeres, no se diferencia todavía en mucho del de los machos suburbiales y aculturados. Simplemente lo disimulan mejor. (17.IV.93, día de mi 37 cumpleaños)"
Curiosidades: Entre las "frases del día" que se recogen ese día en una sección vecina al artículo: "El PP está listo para gobernar" (Rodrigo Rato, portavoz del PP). Y tan preparado que estaba, él.

Referencia:
Baigorri A. (1993), "Mujeres", Extremadura, 21/4/1993, pag. 7

3.31.1993

La gran entente (1993)




EL big bang de Rocard, antes que explosión generadora
de vida, es un gran agujero negro que se traga,
hacia la nada, a todo aquel que se acerca a su entorno.
Su propuesta no era siquiera una Izquierda Unida a
la francesa, sino lisa y llanamente un Frente Popular (con un
toque populista a la Liga italiana). Y es que los franceses
tienen una habilidad especial para inventar lo que ya existe,
por la vía simple de cambiarle el nombre y hacerlo más
grande. Lo de Rocard, aparte de que quedaba feo porque
trataba de colocarse a la cabeza de la cosa, ha asustado a la
ciudadanía porque el frentepopulismo siempre da miedo. Sonaba
a déja vu, y al final todos han salido perdiendo ...

Las elecciones franeesas sugieren la necesidad de legar a
lo que yo llamaría La Gran Entente, entre las dos principales
fuerzas de la izquierda, no en términos de pacto electoral sino
de acuerdo entre caballeros. Pues aunque muchos, tanto en
el PSOE como en !U, no lo crean así. ambas fuerzas tienen un
enemigo común en la Derecha.

Esta entente, desde el PSOE, implica el respeto a la existencia
de una fuerza a su izquierda que le ayude a no dormirse en los
avances sociales. Implica no sólo no intentar fago tizar a IU, sino
también -con/sin Anguita- estar dispuestos a hablar primero, de
no obtener mayoría bsoluta, con !U (de no hacerlo así y pactar
un gobierno con la derecha nacionalista, se generarían protundas
tensiones internas cuya dinámica podría llevar, en ciertas situaciones,
incluso a la ruptura del partido). Desde !U la entente
debe asumirse sobre la base del respeto al PSOE como fuerza
hegemónica de la izquierda. No buscando su crecimiento robándole
votos al PSOE, sino -por ejemplo- movilizando a esa clase
media acomodada (profesionales y funcionarios) que participa
de una ideología difusamente progresista, pero le molesta profundamente
que Solchaga les rasque el bolsillo. Lo que ha de
conseguir !U es hacer votar a quienes presumen de no hacerlo,
y hacer votar con sentido a quienes malgastan su voto en grupúsculos
prehistóricos. Y la entente debe incluir al ecologismo
progresista, pues una aventura electoral tipo Los Verdes hará
daño a la izquierda sin ningún provecho (sus propuestas políticas
pueden ser asumidas por el PSOE o !U).
La única vía para que, en octubre, no tengamos en España
un gobierno de derechas pasa porque todos los partidos de
izquierda apuesten firmemente, no tanto por su propia victoria,
como por la victoria de la Izquierda, cualquiera que sea
el concepto que cada cual tenga de lo 'que es la izquierda

Enlace al texto

3.09.1993

La idea de la violencia y la violencia de la idea (1993)



Agnes Heller, ex-comunista y heredera del marxismo metafísico de Lukács, ha lanzado una hermosa frase, tardío broche de oro a la década del des-pensamiento: "Sólo las ideas hacen a la gente fanática". Para la Heller la maldad como violencia surge "cuando la razón actúa sobre la pasión". De alguna forma es lo que hace décadas sostenía el sociólogo alemán, americanizado, Lewis Coser: que las ideologías y los intelectuales vienen a ser la causa de los conflictos sociales. Parece un sino del ser alemán culpar a las ideas de los males del mundo.
Los liberal-totalitarios preveían que el hundimiento de los Estados del Este de Europa llevaría a una feliz Arcadia sin ideologías, sin conflictos sociales de esos que hacen la Historia. Todos ellos, como ahora la Heller y el conjunto de los débil-pensadores, han ignorado conscientemente uno de los grandes descubrimientos de Marx: "no es en absoluto la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia". Una ley social que, avant la lettre, estaba ya en el Hobbes que plantea el contrato social no como un fabuloso descubrimiento metafísico (a la manera roussoniana), sino como la inevitable consecuen cia de la animalidad del ser humano, quien para evitar destruirse entre sí asume el recorte de buena parte de sus libertades, entregándolas al Estado, Leviatán cruel y despiadado pero a la vez muralla frente al caos.
La violencia está en la naturaleza humana, como los conflictos están en la estructura misma de las sociedades injustas que hemos construído. Las ideas y las ideologías constituyen justamente un intento de canalizar la resolución de los conflictos por una vía incruenta en el, por razones funcionales, estrecho campo de juego que permite el Leviatán. El fanatismo surge cuando las ideas son incapaces de hallar el punto de encuentro superador de los conflictos; no está en las ideas, sino en su incapacidad espacio-temporal para responder a las expectativas.
No fueron las ideas las causantes de las grandes hecatombes de los años '30, sino el estrecho margen de maniobra que dejaban una sociedad y una economía devastadas tras una década de especulación y latrocinio. Como no son las ideologías las que están en la base de los principales conflictos que, ahora mismo, aterran al mundo. Cuando no hay ideas (y aún ideologías), cuando la razón no funciona, se abre la espita de la pasión. Por inteligentes que sean las maldades, no otra cosa es la maldad que la pura sinrazón. Sin las ideas y las ideologías no seríamos nada, porque la especie humana es tal vez la única capaz, en el estado de naturaleza, de autodestruirse por completo.
24.II-5.III.93


Referencia:
Baigorri, A. (1993), "La idea de la violencia, la violencia de la idea", EL periódico de Extremadura, 9/3/1993, pag. 7

2.28.1993

RH-, o el Cromagnon revisitado (1993)


(Febrero, 1993. Publicado en EL PERIÓDICO de EXTREMADURA)
De siete apellidos que me conozco, la mayoría son vasco-franceses. Tengo RH negativo, como mi padre y mi abuelo, y como ellos el cráneo "un poco más recto", al decir de Arzallus. Me asaltan oleadas de sentimientos cuando atravieso las montañas vascas, y en el hayedo milenario de Urbasa siempre me emociono. Me he criado en una familia de corte matriarcal. Estuve en jesuítas (se empeñaron en que aprendiese vasco, pero pronto lo olvidé). En la pubertad quise ser misionero, como Ignacio de Loyola. Y el Eusko Gudariak me pone carne de gallina. Aunque no me gusta el fútbol, y prefiero las reuniones con mujeres a las de hombres solos, pasaría una prueba de pureza étnica con mayor facilidad que buena parte de los carlistones dinamiteros de HB, o que sus abuelos y primos pijos del PNV.
Sin embargo, nací en un pueblo entre el Moncayo y el Ebro, alejado de Euskal Herria. Un pueblo hoy aragonés fronterizo con Navarra, y durante milenios fronterizo entre etnias, tribus, clanes y reinos. Allí nacieron mis padres, abuelos, y así hasta donde en mi familia se recuerda. Como nacieron los antecesores de tantos otros paisanos que llevan apellidos vascones más o menos castellanizados: Zaldívar, Cembrano, Larralde, Yoldi, Aristizábal, Espeleta, Gascón... Junto a ellos, en mi pueblo y quizás en mi persona, conviven en armonía costumbres y apellidos castellanos, aragoneses o navarros.
No estoy seguro de por qué aquellas familias, de origen vasco y de allende los Pirineos, arraigaron en mi pueblo. En la Reconquista, Alfonso el Batallador echó a los moros de las huertas del Ebro, ayudado por las huestes de pastores hambrientos del noble francés Gastón de Bearn. Hacia el siglo XVI, las hambrunas arrojaron a miles de familias de las montañas vascas a buscar el cocido en las tierras llanas del Ebro. Sea cual sea la explicación, la evidencia es que procedo, como la mayoría de mis paisanos, de una familia de inmigrantes, de maketos al revés.
Por mi aspecto, me han tomado por francés, por inglés, hasta por ruso, pero nunca por vasco. Por mi parte, no sabría distinguir a un vasco de un soriano o un riojano (las mujeres de Tafalla 'para arriba' me parecen menos atractivas que las de la Ribera del Ebro; pero no sabría decir si es una percepción meramente cultural, o si ya mis ancestros huyeron de las montañas buscando compañeras más hermosas que las de los caseríos). Me siento vagamente español, me declaro extremeño, y siempre perteneceré a las huertas bruscas, sensuales y liberales de La Ribera, como pregona mi acento. Y si en mi sangre hay mucho RH negativo, de esas tierras oscuras y violentas allende Urbasa, está mezclado con sangre castellana y aragonesa, tal vez incluso con gotas de sangre judía y mudéjar. Gracias a las mezclas el hombre de Cromagnon está cada vez más perdido y olvidado entre las espirales de mi ADN.
Sin embargo, por desgracia otros muchos han quedado, al parecer, atrapados por sus genes. Tal vez sean los descendientes de aquéllos que obligaron a mis ancestros a salir de sus montañas para poder comer. Temen incluso que puedan venir, de fuera, a perturbar el reinado de aquel mediohombre que no alcanzó a sustituir la garrota y el garrotazo por la dialéctica y el pacto. Sólo pueden darnos pena aquéllos que, como Xavier Arzallus, sienten orgullo por estar más cerca de un estadio inferior de la evolución humana.14-27/II/93

Ref:
Baigorri, A. (1993), "RH-, o el Cromagnon revisitado", El Periódico de Extremadura, 28 de Febrero, Pag. 3