2.24.1983

«Vieja» y «nueva» agricultura. Bardenas, por ejemplo (1983)



"   Hasta mediados del siglo XX, el desarrollo agrícola tenía en la población uno de sus pilares básicos. Baste señalar aquí cómo desde los ilustrados del XVIII hasta aquellos que pusieron en marcha los últimos grandes planes de riego en España, todos ellos por igual ponían el acento, no sólo en la reordenación de usos del suelo, sino también y sobre todo en la redistribución de la población, adaptando la ubicación de ésta al nuevo estado de los recursos.Había una premisa de partida, según la cual tan sólo el trabajo, la presencia humana, podrían permitir la multiplicación de las producciones agrícolas y el crecimiento de la riqueza nacional.De ahí que fuese tan importante el elemento colonizador como el de la propia transformación en regadío.La penetración del Capitalismo, y su hijo, el Desarrollismo, en la agricultura española a lo largo del último cuarto de siglo, hizo variar, sin embargo, tales presupuestos a los poderes técnicos establecidos, y por ende al poder político.El desarrollo de la agricultura química, la gran explotación capitalista, la mecanización y el mercado mundial, han relegado a segundo término el factor trabajo (y esto es algo ampliamente desarrollado y aceptado hace años para el resto de sectores productivos). Se ha pasado a considerar que era posiblela sustitución del factor trabajo por el actor capital, como intuyó Kautsky en los umbrales del siglo XX.(...) 
Se abandona la colonización, e incluso en las últimas etapas postfranquistas (recordar los famosos créditos para transformación en regadío por iniciativa particular que se sucedieron entre 1976 y 1981, muy positivos por supuesto si los vemos desde otros ángulos) se llega a la cumbre en la aplicación práctica de esta ideología, al abandonar incluso, los grandes planes de transformación que requerían legalmentecierto porcentaje mínimo de expropiación y colonización, para pasar a limitarse a dar créditos a los empresarios privados que quisieran transformar en regadío.  (...) 
En primer lugar, que sucesivas crisis energéticas (de intensidad variable y carácter contradictorio, como se desprende de las recientes medidas en el seno de la OPEP) están poniendo en entredicho el actual sistema capitalista-industrial. La escasez y creciente carestía de la energía y de las materias primas que de ella se derivan, ponen en duda la validez de los mentados modelos de producción agrícola.(...) 
despiertos ya del último sueño de la razón, nos encontramos con que las «nuevas formas de agricultura resultan obsoletas aún antes de terminar de desarrollarse, y ciertas "viejas" formas se ven hoy como "novedosas". A toda esta crisis corresponde un cambio de mentalidad en la sociedad que puede detectarse ya.(...) 
en diversos trabajos y progresivamente hemos venidoviendo otras posibilidades para esos nuevos regadíos, teniendo en cuenta conceptos nuevos como ecodesarrollo, autosuficiencia, ahorro energético,agricultura dulce, autonomía municiapal, comunalismo, etc. En febrero de 1980 porponíamos al Ayuntamiento de Ejea, en un «Informe sobre la situación urbanística de Ejea de los Caballeros», realizado junto a Mariano Gavina, que, superando los errores planteados por el IRYDA en los ocho pueblosconstruidos en la primera parte de Bardenas (seis en Ejea y dos en Tauste), se estudiase la posible construcción de un nuevo pueblo al Este de Escorón, para poblar la segunda parte de Bardenas. Porque sólo la presencia de población, hace intensivo, rico y variado un espacio agrícola (como puede verse en la Ribera del Ebro, donde cada cinco kilómetros encontramos un poblamiento). Y en esa misma línea hemos defendido la necesidad de que fuesen los propios Ayuntamientos los que gestionasen la transformación y colonización de sus comunales, porque sólo así puede garantizarse cierto control al proceso de acumulación(...) 
diversos estudios realizados en los últimos tiempos nos permiten suponer que podría plantearse en Bardenas una radical concepción nueva en la transformación, acometiendo un plan global que recogiese ordenación de cultivos y ganadería; repoblaciones arbóreas; implantación de nuevas energías; parte de agricultura biológica; nuevas formas de población y explotación (no sólo familiares sino también de grupo, en susmúltiples manifestaciones, desde la cooperativa hasta la comuna); repoblación demográfica, etc., lo que requeriría la actuación conjunta de Ayuntamientos, IRYDA, ICONA, MOPU, Ministerio de Industria, DGA, y otros organismos. Creemos que la aplicación práctica de todas esas nuevas concepcionessobre la agricultura y la producción, que cada vez más están calando en la sociedad, es ya no sólo posible sino urgente, más allá de las experiencias personales más o menos exitosas que se extienden ya por el país   "


REFERENCIA:
Baigorri, A. (1983): "«Vieja» y «nueva» agricultura. Bardenas, por ejemplo", Andalán, Num. 374, pp. 31-32
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1.12.1983

Segunda deforestación de nuestros campos (1983)



     A lo largo del siglo XVIII, los ilustrados españoles se  despacharon a gusto contra nuestros bosques, como reflejo que  eran (los ilustrados, no los bosques) de una sociedad hambrienta  que no encontraba mejor manera de acabar con el hambre que  buscar, en propuesta de Jovellanos, «bosques que descepar y  terrenos llenos de maleza que descuajar y roturar». Así, se  procedió a una deforestación sistemática de nuestros montes que  haría exclamar a Costa cien años después :«¡Oíganlos ahora y  arrepiéntanse, labradores y propietarios: al descargar el hacha  en el fondo del bosque, no hirieron solamente al árbol; hirieron,  en primer término, a sus hijos; en segundo, a la patria!». Lucas  Mallada hablaba por las mismas fechas de «la desnudez de nuestros  montes» como uno de los «males graves que aprisionan a nuestra  agricultura».

     La deforestación de nuestros bosques y montañas ha quedado  desde entonces como mal endémico, y periódicamente torna y retorna el tema, en forma de tópico y para relleno de suplementos  dominicales, a los medios de comunicación e incluso a la conciencia de la Administración pública. Se intenta entonces solucionar  el problema con repoblaciones masivas de pinos o eucaliptus; que,  si bien es cierto que contribuyen a paliar el déficit maderero,  son las más de las veces tan extraños a los ecosistemas de los  montes como lo pueda ser la propia desnudez de vegetación, a la  que además irremisiblemente conducen cuando se incendian.

Frutales y árboles de sombra

     Con todo, muchos de aquéllos bosques roturados se convirtieron en feraces campos de cultivo, sobre los que en otros muchos  casos cruzaron canales. Y en sus ribazos y lindes crecieron otros  árboles, continuando con la tradición hortofrutícola. Del paisaje  recreado sólo quedan restos, pero todos podemos recordar haber  jugado (los que somos de campo) o al menos visitado (los urbanitas) en alguno de aquéllos paradisíacos «hortales» que todo  labrador que se preciase cultivaba en su madurez. En muchos  casos, los campos de riego en que tantos bosques terminaron  convirtiéndose, eran mucho más ricos ecológicamente que el propio  bosque.

     Sin embargo, a lo largo principalmente de la última década,  se ha puesto en marcha un nuevo proceso de deforestación. Nos  referimos a la sistemática corta de frutales y árboles de sombra  en nuestras mejores tierras de cultivo. Recorriendo las carreteras de las zonas de regadío más antiguo podemos comprobar sobre  la marcha cómo vienen desapareciendo gran parte de los árboles  que poblaban ribazos, lindes, caminos, acequias y canales.

     Según el Censo Agrario de 1972, podemos calcular que por  cada hectárea de cultivo había en Aragón un promedio de 1,35  árboles entre los frutales más conocidos. En las tierras de  regadío, la densidad de frutales diseminados se elevaba a 3,23.  Sugiero a los posibles interesados que, cuando se publiquen los  datos del nuevo censo agrario realizado en el presente año,hagan  los cálculos consiguientes y comparen las cifras. En varios  pueblos de la Ribera del Ebro hemos podido observar más detalladamente el proceso, y ver cómo en los últimos diez años el número  de árboles frutales diseminados se reducía, por lo menos, a un  tercio. A su vez, hemos observado cómo en los más recientes  nuevos regadíos ya ni se plantan árboles.

     Podemos suponer que la reducción en el número de chopos,  olmos, acacias, sauces y otros árboles cuya única «producción» es  la sombra y el abrigo para pájaros ha sido mucho mayor, aunque  sobre estas especies no hay datos ni siquiera aproximados (pues  sólo como aproximación deben tomarse los datos sobre frutales  diseminados, al igual que otros muchos datos del Censo Agrario).

     De un culto milenario a los árboles, los agricultores,  acuciados por el productivismo y la sociedad de consumo, han  pasado a tenerles un odio mortal. De seguir a un ritmo semejante,  en muy pocos años no quedarán árboles fuera de las plantaciones  regulares de frutales, chopos o pinos. Desde una perspectiva de  ordenación integral del territorio, esta segunda deforestación  puede acarrear a plazo medio importantes prejuicios.

     De principio supone la desertización paisajística del espacio agrario. Esa flora que hoy aún puede contemplarse -y gozarse-  en nuestros viejos regadíos se convertirá un día en un monótono  tablero de ajedrez sin sombra alguna. La desaparición de los  árboles supondrá asimismo en algunos puntos unas mayores necesidades de agua para los cultivos; agua con la que cada vez vamos a  poder contar en menor medida.

     No es tampoco un problema de importancia menor la pérdida de  la raza autóctona de muchos frutales, de los que cada pueblo o  comarca tenía su nutrida representación. Un capital genético  importatísimo puede perderse, que afectaría tanto a especies  foráneas adaptadas a nuestro clima como a especies características de una comarca determinada y que sólo se conservan precisa mente como árboles aislados, no existiendo plantaciones comerciales. La lista de frutales que hallamos en nuestra tierra -  aunque sólo los comunes a todos el Estado español sean considera dos en las estadísticas- sería interminable: albaricoques, almendros, cerezos, guindos, ciruelos, manzanos, melocotoneros, pavías, perales, cermeñas, higueras, nísperos, vizpolas de la Ribera, membrillos, nogales, granadas, moreras, caquis, latones del  Bajo Aragón, fríjoles y hasta naranjos, entre otros muchos...

     La desaparición de árboles puede suponer, asimismo, la desaparición de las especies de pájaros que anidan en ellos y que,  además de alegrar el campo, proceden año a año a una escarda de  gusanos e insectos que de otro modo atacarían con mayor impunidad  a las cosechas, haciéndolas mermar en un porcentaje muchos mayor  que lo que un árbol pueda hacerla disminuir al no dejar  «orillar» a la cosechadora.

Se pasa la «viruela»

     Por suerte, creo que nuestros agricultores están ya terminando de pasar esa especie de viruela productivista de considerar  a los frutales como poco rentables, «tan barata como va la  fruta». La calidad de las frutas propias es incomparablemente  superior a la de las ofrecidas por el mercado, muy bonitas y  «mejoradas» organolépticamente, pero insípidas y las más de las  veces cargadas de productos químicos a menudo tóxicos. 

     Los centros de divulgación agraria deberían extender esta  nueva actitud hacia los árboles. Más aún, los Ayuntamientos  deberían complementar la repoblación de montes retomando aquella  antigua y hermosa costumbre, hoy perdida, de bordear los principales caminos del pueblo con chopos, álamos, algarrobos o acacias.

     En una medida importante, un buen indicativo de la riqueza  de un país y, sobre todo, de su nivel de desarrollo material y  espiritual, lo dan los árboles que ha sabido conservar en sus  campos. Nuestros agricultores, que piensan en el árbol como en un  enemigo que «se come» parte de la cosecha, se admiran cuando por  un casual viajan a otros países europeos, donde las producciones  son en algunos cultivos más altas que aquí, de la cantidad de  árboles y arbustos que los agricultores de esos países conservan  en caminos y ribazos.

     La riqueza en especies de un territorio, la variedad, expresa en gran medida el potencial ecológico y aún económico del  mismo. La tala indiscriminada de árboles va en la línea de una  agricultura «dura» que especializa cada tierra en un monocultivo,  de forma que su agotamiento llega antes; su empobrecimiento  ecológico conduce además a otros perjuicios, ya apuntados.

     Parece que hoy estamos ya concienciados sobre la necesidad  de conservar y acrecentar nuestro patrimonio forestal. Volvamos  ahora la mirada hacia esos otros árboles más cercanos y familiares, que como aquéllos bosques roturados a lo largo de los  siglos recientes (para terminar convertidos después, en muchos  casos, en yermos), están también amenazados por las mismas hachas. Mimemos esos árboles que, en palabras de quien tanto los  amó, «hacen tierra vegetal, hacen manantiales, hacen oxígeno,  hacen salud, hacen pájaros y flores, hacen poesía, hacen hogar,  hacen sombra, hacen país...». 
10.I.1983  Zaragoza



ADDENDA (añadida para el libro "De lo que hay de lo que se podría", 1987): Recuerdo que la motivación primaria para escribir este artículo (sobre algunos de cuyos aspectos había estado trabajando en La Rioja y algunos pueblos de La Ribera) fue el arranque de los hermosos olmos que convertían casi en un túnel -fresquísimo en verano- la carretera de Mallén a Fréscano y Magallón. Y hay que decir que posteriormente la Diputación de Zaragoza sí que ha vuelto a plantar árboles en algún punto de esa carretera, y de otras. Que cunda...     En cualquier caso, podemos confirmar ahora las previsiones que hacíamos respecto del Censo Agrario realizado en aquél año (1982). Efectivamente, frente a una densidad de 1,35 árboles frutales diseminados por Ha cultivada en Aragón en el Censo de 1972, el nuevo Censo ofrece un resultado de 0,42 árboles. En sólo diez años hemos talado más de dos tercios de este rico patrimonio. Que no cunda más esta masacre...

Referencia:
Baigorri,A.(1983), "Segunda deforestación de nuestros campos", El Día de Aragón, 12 de enero, pag. 9 

12.14.1982

Rústico versus no urbanizable (1982)


Se trata de un artículo de opinión que escribí tras asistir a unas jornadas sobre planeamiento urbanístico en el espacio rural, en Palma de Mallorca en las que nos reunieron a una docena de expertos y de distintas regiones. Una de las particularidades que tiene este breve texto es que propone para la reforma de la Ley del Suelo una denominación, para los planes de Urbanismo, que terminó implantándose décadas más tarde: plan de desarrollo local. De esas jornadas, en las que coincidí con Ramón Fernández Durán, saldría el encargo de estudio sobre la agricultura periurbana de Madrid

 


RÚSTICO VS. NO URBANIZABLE

Artemio Baigorri

El Día de Aragón, 14/XII/1982


Hace tan sólo unos días, un pequeño grupo de profesionales del urbanismo y la ordenación territorial de casi todos los países del Estado nos hemos reunido en Palma para reflexionar juntos, durante varias jornadas, sobre los problemas que plantea la ordenación territorial y especialmente el planeamiento en “el rural”. La inquietud del Colegio de Arquitectos de Baleares por el tema y la voluntad de algunos de sus miembros han hecho posible este congreso.

 De entrada, si algo quedó claro y aceptado por todos fue precisamente la imposibilidad de encontrar fórmulas mágicas y remedios aplicables por igual en cualquier territorio. Las profundas diferencias entre los distintos países del Estado han impedido unas conclusiones globales generalizables a todos ellos. Cada uno de los ponentes pudimos extraer, con todo, conclusiones de interés para las diferentes áreas en que trabajamos. Y, por supuesto, unos cuantos puntos comunes,

Una ley del suelo incompleta 

La conclusión básica, punto de partida de nuestra reflexión, fue sin duda el olvido en que se ha dejado, en las últimas décadas, la ordenación del suelo rústico y, en general, de “el rural”. La propia Ley del Suelo de 1975 abandona, en su redacción definitiva, el concepto de suelo rústico de la Ley de 1956, para ser sustituido por el de suelo no urbanizable, con lo que se define a estos espacios en términos negativos, como lo que no es ciudad, lo que sobra y no se sabe muy bien qué hacer con ello. Por supuesto que también ha contribuido a este abandono un cierto espíritu panarquitectónico (del que no poca culpa tiene el hecho legal de que sean solo arquitectos e ingenieros de caminos quienes puedan firmar planes de ordenación, frente a la tradición más liberal de otros países desarrollados como los USA), por el cual lo único que interesaba durante estos años era qué, dónde, cómo y cuándo se podía construir. Y lo peor es que el complejo social ha terminado por convencerse de que eso es lo único que importa en el planeamiento. Con estos presupuestos, se desprende lógica la incapacidad de la Ley del Suelo para llevar a cabo una ordenación general de actividades en el suelo rústico, tal y como se hace en el urbano. Y, por extensión, la incapacidad de la Ley para abordar el planeamiento, tanto del suelo urbano como del rústico, en el medio rural. Salta a la vista la necesidad de una nueva Ley, sustitutoria o complementaria, que resuelva estas contradicciones, y que podría traducirse, en el medio rural, más que en planes puramente urbanísticos, en planes de ordenación y desarrollo local.

 Para la ordenación de estos territorios se convinieron como necesarias, de todo punto, normas de superior jerarquía con las que el poder local pueda evitar el desgaste que supone el continuo enfrentamiento, por problemas urbanísticos, con convecinos a los que están unidos por relaciones de vecindad, parentesco, laborales o incluso de tipo caciquil (baste recordar, a los conocedores del caso, las normas subsidiarias del Somontano Norte del Moncayo, donde pudo comprobarse en términos vivos esta problemática: las relaciones semi caciquiles existentes en algún núcleo hicieron caer a un equipo que intentó enfrentarse a una clara y grave infracción urbanística). Unas normas provinciales en permanente actualización, que delimiten muy estrictamente qué se puede y que no se puede hacer, como se está haciendo en Navarra y en el resto del País Vasco, o unas directrices de planeamiento del tipo de las elaboradas por COPLACO para el área metropolitana de Madrid, sería la pauta a seguir.

 Proteger el suelo cultivable

La necesidad de proteger, por los medios que sea, el suelo agrícola útil, sobre todo el regadío, parece asumida por todos. Frente a una “invasión urbana” que se manifiesta no sólo a través de la ocupación de suelo con fines residenciales (principal o secundaria), sino asimismo mediante salpicaduras de infraestructuras y dotaciones (autopistas, variantes, aeropuertos, líneas de alta tensión, cárceles, clubs recreativos, colegios, instalaciones y campos militares, grandes factorías, embalses, etcétera) siempre al servicio de ciudad. Más aun en una época, como la que se inicia, en que el sistema productivo se inclina hacia sectores (energía, alimentación...) y modelos (informatización y telecomunicación, producción subterránea domiciliaria...) que permiten y aun en ciertos casos precisan de la dispersión y la descentralización espacial, Fue general el criterio, en estas jornadas, de que la calificación de no urbanizable especialmente protegido debería ser norma de obligado cumplimiento en los planes de ordenación para el regadío, e incluso, en una región como la nuestra con tantos planes de riego pendientes, en los secanos “expectantes”, susceptibles de ser puestos en riego algún día. Y parece tambiền conveniente la elaboración, para el suelo rústico tal y como se hace para los casos históricos, de planes especiales que recojan toda su complejidad de usos.

 Pero la protección de las buenas tierras de cultivo no tiene por qué impedir, quedó claro, la satisfacción de ciertas necesidades sociales, típicamente aunque no exclusivamente urbanas, y profundamente sentidas, que en tantas ocasiones hemos defendido.

 De un lado está lo que pudiéramos llamar la segunda residencia popular, puesto que las clases pudientes ya gozan de la misma, o tienen medios para conseguirla.De no satisfacer esta necesidad, y además de encontrarnos a corto plazo con el campo plagado de parcelaciones ilegales y chalébolas, las clases populares sufrirían una vez más ese “coitus interruptus del obrero hispano” de que habla a menudo, en otro sentido, Gaviria. En una lectura demagógica pero real de los hechos, las gentes más humildes vienen a encontrarse con que ahora que por fin pueden imitar a su jefe, hacerse la casita, los propios gobernantes municipales a los que han votado se lo impiden.

 Parece que la solución pasa por la creación de suelo urbanizable (junto al suelo urbano cuando sea posible) de promoción pública, en malos terrenos y con una normativa muy detallada, así como un diseño e infraestructura extremadamente austeros. En todo caso, en contra del concepto de núcleo de población tan manido por culpa de la Ley del Suelo, siempre será mejor concentrar estas construcciones que dispersarlas por todo el territorio, contaminando el paisaje -y las aguas subterráneas- y haciendo desaparecer una mayor cantidad de suelo útil

 Por fin, los ya famosos huertos familiares, de los que tanto se habla en los últimos meses. Cada vez más necesarios, para aliviar no solo la asfixia psicológica de la ciudad, sino también la asfixia económica del paro. Hay dos vías interesantes para desarrollarlos sin que se conviertan en camuflaje de segunda residencia.

 La primera vía pasa indiscutiblemente por la promoción pública en terrenos de secano, transformables en regadío mediante pozos o elevaciones que para otras formas de explotación agrícola menos intensas no serían rentables. Los nuevos hortelanos ya se encargarían, con un poco de agua y tiempo, además de un breve cursillo en algunos casos, de convertir el erial en un vergel. Hay muchas fórmulas para la parcelación, adjudicación y control administrativo, y desde luego el Ayuntamiento puede incluso llegar a expropiar por fines sociales terrenos de secano de bajo precio, cuando no cuente con suelo público adecuado. Pero cabría incluso la promoción privada, con parcelaciones en base a la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario, siempre que exista la posibilidad de mantener una adecuada vigilancia municipal para que las casetas de aperos de diez a quince metros cuadrados permisibles no se convirtieran en chalés. Convenios con los colegios notarial y de registradores de la propiedad permitirían que esas parcelas conservasen la vinculación a la prohibición de construir en ellas, con el fin de que el posible comprador conociese a la hora de la compra las cargas registrales, y no pudiera decirse engañado. 

Después de estas jornadas, y con independencia de la necesidad de grandes reformas legislativas en este sentido, estoy aún más convencido de que vamos contando ya con suficientes instrumentos de planeamiento como para permitir a los ciudadanos el goce de la naturaleza sin que ello suponga su destrucción. Pero corresponde ahora a los políticos el poner en marcha esas medidas, que tanto beneficiarían a sus administrados.





Referencia:
Baigorri, A. (1982), "Rústico versus no urbanizable", EL día de Aragón, 14/XII/82, pag. 4
Enlace

7.27.1982

Comunales (1982)

En 1982, haciendo amigos, escribí una serie de artículos críticos para con los planes que el IRYDA y otros organismos públicos tenían, en el marco de la transformación en regadío de Bardenas, para con los bienes comunales. El único apoyo que apareció hacia mis planteamientos fue el del entonces alcalde socialista de Zaragoza, Ramón Saínz de Varanda. Por eso incluyo al final del PDF que recoge los artículos, el suelto que él publicó, ignoro por qué razón en un periódico distinto (de más tirada, quizás por eso). También se incluyen en el fichero dos artículos posteriores, vinculados al tema.



"Ningún pueblo puede renunciar a sus comunales, que en otras  épocas han sido defendidos con sangre y han salvado a la pobla ción del hambre. Ningún Ayuntamiento puede tener fuerza moral  para desprenderse de unos bienes que son de todos, producto de  conquistas históricas, y que han sobrevivido al feudalismo, las  desamortizaciones y la rapiña de los caciques. Y ninguna genera ción puede disponer alegremente de esos recursos históricos que  pertenecen a las generaciones presentes, pasadas y futuras. 
     De modo que ni siquiera puede admitirse, desde esta perspec tiva comunalista, la idea que circula en ciertos ámbitos sobre la  posibilidad de hacer un referéndum para que decidan los vecinos;  porque en este tema los vecinos de 1982 no pueden decidir por los  de 1999.
     En estos tiempos de sociedad de consumo, competitiva y  alienante, la mayoría de los vecinos pueden llegar a pensar que  es mejor vender y sacar dinero a corto plazo. Pero ¿qué opinarán  sus nietos cuando los 1.500 millones que a lo máximo puede obte ner Tauste por la venta se hayan volatilizado -lo que ocurriría,  al ritmo presupuestario e inversionista de Tauste en el plazo de  diez años- y les digan que no hay tampoco tierra para hacer lotes  cultivables?. (...)"

Referencia:
Baigorri, A. (1982), "Los comunales y la independencia municipal", El Día de Aragón, 25/7/1982, pag. 3
Baigorri, A. (1982), "Defender los comunales a cualquier precio", El Día de Aragón, 27/7/1982, pag. 3
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