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5.04.1993

Ciudadanos o idiotes (1993)

Se trata de un texto que se publicó dividido en dos artículos consecutivos





CIUDADANOS O IDIOTES
Artemio Baigorri


Pericles, el gran restaurador de la democracia ateniense, dijo en su famosa oración fúnebre, hace dos mil quinientos años: "Somos los únicos que consideramos no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en la cosa pública". Y aún dijo más: "...no decimos que un hombre que no se interese por la política es un hombre que se ocupe de sus propios asuntos; decimos que aquí no tiene nada que hacer". El aquí era la Atenas en su máximo esplendor, alcanzado precisamente durante la era de Pericles.
Para los atenienses sólo podía hablarse de democracia con la participación plena y activa de toda su ciudadanía (exceptuando a las mujeres y los esclavos, pero tampoco debemos admirarnos, pues en uno de los cantones de una de las más antiguas democracias occidentales, Suiza, todavía en 1990 se decidió mediante referéndum seguir negando el voto a las mujeres). Por eso una de las primeras reformas de Pericles fue la instauración del pago a los regidores públicos, elegidos mediante sorteo, para que quienes vivían de su trabajo tuviesen las mismas posibilidades de dedicación que los ricos.
Pero durante más de dos mil años sólo pervivieron los textos de quienes, directa o indirectamente, despreciaron la democracia: lo mismo Aristóteles que Platón, o incluso el sacralizado Sócrates. El Islam, que inició la recuperación de los autores griegos, hizo sin duda una escarda de aquéllos que no cuadraban con su tiránico sistema de gobierno; de ahí que hoy conozcamos la democracia ateniense, fundamentalmente, por las descripciones de sus críticos.
Aunque hubo antes intentos aislados, silenciados por la Historia oficial (que es la que queda), el renacimiento democrático acontece hace casi cuatro siglos. Pero con inspiraciones como las derivadas de Aristóteles sólo podía sin embargo surgir una teoría democrática imperfecta, de corte aristocrático. Durante casi trescientos años la democracia se entendió como igualdad y capacidad de intervención pública de los tres estados de origen feudal: la aristocracia, el clero y la burguesía emergente. No se incluía en el juego al auténtico pueblo. Voltaire, el liberal Voltaire, entendía como pueblo exclusivamente a los propietarios, siendo el resto una masa etérea hacia la que únicamente se podía sentir desprecio. Los constructores de la Democracia, con mayúsculas, cuando hablaban del pueblo de verdad se referían al 'populacho estúpido'.
Sin embargo, como ha apuntado Anthony Arblaster, ocurre a menudo en la Historia que "grupos radicales desarrollan la lógica de una demanda aparentemente universal más allá de la intención de las clases dirigentes". Así ha ocurrido, efectivamente, con la Democracia, hoy extendida, en lo que hace a aspectos fundamentales de la política (aunque sólo en un escaso número de países del mundo), a toda la población. Pero ello no ha hecho desaparecer las actitudes pánicas de las clases dominantes a la participación real del pueblo, que para ellos sigue siendo populacho, masa, plebe... Naturalmente hoy no se admitiría la propuesta de limitar el voto a los propietarios, o a los hombres, o a quienes sobrepasen una determinada base imponible, como predicaban los liberalesdecimonónicos. Pero puede apartarse al pueblo de la participación política mediante mecanismos más maquiavélicos.
El primero de ellos es la degradación de la imagen de la propia política, situándola como algo ajeno a los intereses privados, calificados de reales, de la población. Simultáneamente se degrada la imagen de los propios políticos, a quienes de padres de la Patria (como se les denominaba cuando la oligarquía monopolizaba esos puestos), se convierte, por arte de birlibirloque mass-mediático, en seres sin escrúpulos, dedicados a su propio beneficio. El mecanismo subsiguiente es la potenciación de mecanismos espúreos, por periclitados, de participación política a través de los llamados cuerpos intermedios, es decir la exaltación de la denominada sociedad civil. La cual permitiría, bajo tales presupuestos, la extracción de una especie de nueva aristocracia, presta a la intervención en los asuntos de Estado a través del corporatismo.
La Historia, a pesar de lo que creían los positivistas, no va en una sola dirección. La Democracia tiene miles de años, pero ha sido admitida durante periodos muy cortos de tiempo, y lo mismo se avanza que se retrocede en lo que hace a los asuntos públicos. Sólo la participación del pueblo, en los mecanismos inventados para canalizar sus demandas, puede asegurar el mantenimiento de una línea de progreso democrático. Acercando así de forma creciente el sistema democrático a ese ideal siempre inalcanzable del poder popular directo. El ser humano, que a pesar de lo que creen algunos biologistas es mucho más listo y adaptativo que las hormigas, las termitas o las abejas, ha desarrollado a tal fin artefactos más avanzados que los de esos inteligentes bichos: el voto, en elecciones o en referéndum, es el instrumento más perfeccionado hasta la fecha de participación directa; y los partidos políticos, como intermediarios directos entre el ciudadano y los órganos de gobierno, son hoy por hoy el más perfecto mecanismo de participación indirecta, con todas sus imperfecciones. Al fin y al cabo es la política, como capacidad de diseño del propio destino de la colectividad, lo que diferencia a las sociedades humanas de los agregados de animales, cuyo destino está fijado individual y colectivamente en los genes.
Si prescindimos hoy de esos mecanismos, a nuestras sociedades sólo les quedan las bayonetas y la Banca, que son las garras de los depredadores humanos. Si el pueblo, hoy ciudadano, no participa con los instrumentos que tiene a su servicio, el voto y la asociación política, conseguidos después de siglos de lucha y probatinas; si no se interesa por el destino de 'la cosa pública', más allá de sus intereses y preocupaciones particulares, entonces se convierte en nada, en un idiote, como temía Pericles, el griego. Un paso más allá, siempre al acecho, están las oligarquías, las viejas y nuevas aristocracias, dispuestas a convertirnos de nuevo en populacho, en plebe. 20-29/IV/93


FERVOR Y REPRESENTATIVIDAD
CIUDADANOS O IDIOTES (y II)
Artemio Baigorri



El fervor por los dos principales instrumentos de participación popular: el voto y la asociación política, no puede sin embargo servir para ocultar el interés objetivo que el resto de las asociaciones de intereses, generalmente de ámbito más estrecho (sea temático, sea territorial), tienen para la sociedad. No cabe duda alguna de que este tipo de asociaciones, como subrayó Tocqueville al analizar los juveniles EEUU de principios del XIX, vertebran y enriquecen a la sociedad; frenan el individualismo insolidario que late como una sombra en las sociedades humanas; canalizan tensiones y, a menudo, pueden constituir un instrumento del cambio social. Contrariamente al abuso que hoy se hace, desde el pensamiento conservador, de la obra de Tocqueville, éste no plantea la sociedad civil como un elemento liberal-individualista frente al Estado, sino como un instrumento colectivista más. "Es fácil preveer que se aproxima una época -escribe allá por  1830- en que el hombre será cada vez menos capaz de producir por sí solo las cosas más comunes y necesarias para la vida. La tarea del poder social se acrecentará, pues, sin cesar".
Sin embargo Rousseau, años atrás, había advertido su desagrado por las "asociaciones sectoriales" por la tendencia natural a identificarse con esas asociaciones y sus intereses, en lugar de hacerlo con la comunidad en su conjunto. Efectivamente, como se ha observado en las últimas décadas en la mayor parte de las democracias, incluida la española, las asociaciones civiles, sean corporativas (profesionales, de cuerpo), económicas (empresariales, sindicales) o sectoriales (conservacionistas, lobbys culturales, etc) han suplantado en demasiadas ocasiones, y de forma creciente, la soberanía popular, obligando a los gobiernos a tomar decisiones contrarias no sólo al programa político que constituye el mandato electoral, sino contrarias incluso al interés general. Aunque también es cierto que, en otras ocasiones, han servido para frenar las tendencias, no menos naturales, del Estado hacia el despotismo.
La base de la convivencia democrática sólo puede estar, por tanto, en un equilibrio entre esa sociedad civil, que representa intereses particulares, sean de orden sectorial o territorial, y la sociedad política que representa el interés general, en tanto se materializa en el contraste de propuestas globales.
Tampoco puede servir el fervor por el voto y los partidos para ocultar las graves imperfecciones de la democracia representativa de partidos, ni mucho menos para considerar la Democracia como un concepto descriptivo de sociedades reales. La Democracia es, simplemente, como se ha insistido, una tendencia, una dirección en la forma de organizar el gobierno y la gestión de las sociedades humanas. Y, salvo que queramos hurtar al pueblo una auténtica participación, en absoluto podemos conformarnos con el tópico (no en balde atribuido a un político conservador) de que nuestras democracias son "el menos malo" de los sistemas conocidos.
En este sentido, sólo puede calificarse como positiva la voluntad, expresada por el Partido Socialista, de elaborar una Ley de los Partidos Políticos, que acometa no sólo los problemas de financiación sino su propia democratización interna (después de Michels se hace difícil creer en la posibilidad de una auténtica democracia interna en los partidos políticos, como acabamos de observar con el rifirafe entre peceros y expeceros en Izquierda Unida; o con la elaboración centralizada de todas las candidaturas del PP desde Madrid, en unos pocos días). Pero si la reforma del sistema se queda en esa regulación interna, será difícil remontar la crisis de credibilidad que amenaza a la democracia de partidos. Es preciso una reforma más a fondo del sistema, que atienda al menos a algunos factores fundamentales.
En unos artículos que casi me parecen viejos (los publiqué justamente en la anterior campaña electoral), partía de la convicción, que sucesivas elecciones tanto en España como en otro países me han seguido confirmando, de que vivimos gobernados por minorías; más o menos selectas, pero en cualquier caso minorías absolutas, con muy bajos niveles por tanto de legitimación real. En conjunto, dos de cada diez ciudadanos decidimos el gobierno de la nación. De alguna manera, conformamos sociedades a cuatro bandas, en las que 1/4 no puede votar; 1/4 no quiere votar; 1/4 que vota oposición; y 1/4 vota el gobierno.
Ello implica que amplias capas sociales quedan sin representación, por lo que me atrevía a insinuar que, dado los medios tecnológicos actuales (y dado el peso que los aparatos técnicos, jurídicos y administrativos del Estado tienen hoy en las propias decisiones políticas), sería más representativo un parlamento configurado, a la manera de la democracia directa griega, a través de una muestra estadística. Prácticamente mediante sorteo. Por supuesto que un sistema tal se contradice con el sistema de partidos, y podría desembocar, llevado al absurdo, en un cierto caos (tal vez no). Pero tal vez no sería una tontería que los partidos probasen a elaborar sus listas mediante algún mecanismo de ese tipo.
Sin duda el sector más masivamente relegado son los jóvenes. ¿Cómo extrañarnos de que los jóvenes pasen de política, si a unos individuos que desde los 14 años discuten de lo divino y lo humano, trabajan en muchas ocasiones, se manifiestan, hacen huelgas, beben alcohol, fuman, se embarazan... a esa gente les impedimos el derecho al voto durante al menos cuatro años? Hay casi un millón de españoles a los que imponemos obligaciones pero no otorgamos el derecho a la participación. Obviamente, cuando llegan a los 18 años están hartos de ver, oir y callar....
Habrá que resolver sin duda alguna todo el sistema de asignación de escaños. El complejo sistema electoral español prima a la vez a los partidos mayoritarios y a los extremadamente minoritarios, y eso no es, evidentemente, democrático. ¡Cómo puede costarle a un partido cada escaño más de 130.000 votos, mientras a otro le bastan con menos de 50.000! Obviamente, en ese reparto, casi 80.000 electores han quedado sin representación auténtica. Aunque los constitucionalistas se lleven las manos a la cabeza, parece obvio que el mejor sistema de asignación de escaños consistiría en un sistema mixto entre la circunscripción única nacional (para el reparto proporcional entre partidos) y candidaturas multicircunscripción. Alegar el temor a la ingobernabilidad del Parlamento es como alegar miedo a la profundización de la Democracia, es decir desprecio de la Democracia como gobierno del pueblo.
Habrá que abrir (lo que no implica ineludiblemente un sistema radical del listas abiertas), de alguna, forma, las listas a los electores, si queremos ir rompiendo la maldición de Michels. Y sobre todo habrá que incorporar mecanismos que garanticen la auténtica libertad de voto de los parlamentarios, siquiera en aquellos asuntos no previstos por el programa político bajo cuyo cobijo han accedido al Parlamento.
Son, en suma, mecanismos que nos acercan al vértigo de la Democracia real, y creciente mente directa. Mecanismos que introducen, sin duda, elementos tensionantes en el sistema político. Pero justamente para eso está el sistema político: para canalizar y resolver las tensiones trasmitidas por la sociedad, y evitar que deban resolverse, en el exterior, en el marco de conflictos más graves. No resolveremos la llamada crisis de credibilidad manteniendo por inercia instituciones viejas y anquilosadas, sino haciendo a la Democracia de partidos crecientemente participativa, y cuanto más directa mejor. Si no podemos funcionar en régimen de concejo abierto, o de democracia ateniense, deberíamos al menos acercarnos lo más posible, aprovechando los crecientes medios teóricos, técnicos (telemáticos) y administrativos de que dispone la sociedad moderna.  30/IV/1993


Referencias:
Baigorri, A. (1993), "Ciudadanos o idiotes", El Periódico de Extremadura, 4/V/1993
Baigorri, A. (1993) "Fervor y representatividad", El Periódico de Extremadura, 5/V/1993

12.21.1989

La trampa Fukuyama (1989)

Este texto fue publicado en un monográfico del diario El País dedicado a debatir el artículo de Francis Fukuyama sobre el fin de la Historia. En realidad nunca supe que el texto se había publicado hasta encontrar una referencia casual en una bibliografía, en Internet, veinte años más tarde. Yo lo había enviado como artículo de opinión, pero nunca tuve respuesta, o no me llegó. Así que fue una sorpresa encontrarme dos décadas más tarde compartiendo monográfico con Chomsky o el propio Fukuyama (su respuesta a las críticas) sobre su panfletillo.

Fue gracias a la periodista María R Sahuquillo que conseguí finalmente, en 2008, las páginas del monográfico escaneadas, en intercambio por una entrevista para un reportaje sobre no recuerdo qué tema.




Recuperado de Word Perfect 4.2, ahí es nada...


L A   T R A M P A   F U K U Y A M A
Ideas para la destrucción del alimento espiritual de los rebeldes
Artemio Baigorri
¿Quién le iba a decir al señor Fukuyama, ideólogo de segunda fila del Imperio Texaponés, que se iba a hacer famoso en un rincón remoto del planeta? ¡Chapeau! El corresponsal de la CIA le enviará los recortes, para ampliar su ya sin duda grueso currículum de servicios a la patria.
Lo más notable del caso es que, si uno lee detenidamente, su ensayo se muestra como un divertimento que no pretendía ir más allá. Una de esas pajas mentales que los altos funcionarios se sueltan a veces cuando están solos y aburridos en su despa cho, en esas mañanas soleadas del final del verano, repuesto el vigor intelectual tras las vacaciones. Como siempre tienen amigos en periódicos y revistas, allí como aquí, tienen asegurada la publicación de cualquier estupidez que se les ocurra. ¿Cómo es posible que nos haya tenido la inteligencia ocupada durante tantos días a tanta gente?
Las ideas de Fukuyama ni son nuevas ni son propiamente ideas. Son parte de una matraca publicitaria que empezó hace ya unos cuantos años. En lo que imagino la estructura de una campaña publicitaria, el ensayo de Fukuyama correspondería a la fase en que el producto está consolidado en el mercado, y se hace únicamente preciso recordar de tanto en tanto a los consumidores la imagen de marca. En este caso, el fin de las ideologías de izquierda (porque imagino que nadie habrá sido tan ingenuo como para creer que pueda predicarse el fin de TODAS las ideologías).
Por algo quienes mejor han entendido, de entre los que se han aprestado a responder, el divertimento Fukuyama, han sido los de su bando. Verstrynge, alguien que viene del pensamiento más reaccionario (¿y a dónde va?), lo ha entendido como lo que es, y no le ha respondido a Fukuyama en sí mismo (al anuncio), sino al conjunto de la campaña (al producto). Y Swhartz lo ha entendido a la perfección, y lo ha tomado como la granada con la que destruir los últimos reductos,¡ríndanse!, naturalmente con la elegancia y la delicadeza de los españanquis.
Por el contrario, aquéllos que lo han analizado desde una óptica reconocida de izquierdas, han vuelto a caer en lo que la intelligentsia apoltronada viene cayendo desde hace quince o veinte años. Con un empeño tal que raya en el ridículo, venimos practicando el sí-pero, o lo que es lo mismo dos pasos atrás y uno adelante. Es decir, reconociendo como ciertos los puntos de partida de la reflexión reaccionaria, para intentar luego enfrentarnos al resto de la argumentación. Y, claro, cada vez los puntos de partida han ido más allá, ganando el terreno, y queda menos argumentación que rebatir. Así es como justamente nos han debilitado el pensamiento. Por la vía más simple: la del autoconvencimiento. Ni siquiera nos han derrotado. Nos hemos rendido, y todo para no parecer locos sectarios ante los ojos irónicos -snobs- de los que, siempre en el machito de la dirección espiritual del pueblo, van dictando las modas al socaire de los intereses del sistema económico. Entre dos habituales errores del pensamiento ("Esto es antiguo y por lo tanto bueno", o bien "Esto es nuevo y por lo tanto mejor") hemos escogido a ciegas la segunda, sólo por no ser diferentes. Y así nos va (bueno, en general va bien; es sólo la conciencia)
En general, la respuesta ha sido de rendición absoluta, ciertamente. Sí, bueno, el siglo XX ha sido un desastre de luchas entre ideas contrapuestas (naturalmente ya no se lleva pensar que la sangría ha sido causada por la más terrible conjunción de la Historia: Imperialismo & Capitalismo). Ha sido una carnicería causada -por supuesto- fundamentalmente por una pandilla de curanderos que han acabado contagiados del mismo virus que pretendían curar. Vamos, como las guerras de religión del XV al XVII pero a lo bestia. Mas -se alega- de eso a que la Historia se detenga...tampoco es para tanto, pues todavía quedan democracias por restaurar (es decir: usted tiene razón, pero falta aún un poquito de tiempo para que la tenga del todo).
Y sin embargo, lo que los Fukuyama predican no es que la Historia vaya a detenerse. ¡Cómo va a detenerse con los profundos cambios sociales que saben se derivarán de los cambios tecno-económicos que tienen previstos: de la energía de fusión a las factorías espaciales, del sistema informático nacional a la desaparición de la escritura manual! Lo que los Fukuyama predican es lo de siempre: que CIERTAS ideologías no sirven para hacer frente a esos cambios. Y nosotros, como siempre, caemos en la trampa: sí, claro, esas no sirven, aunque las otras tampoco, y tal y cual. Y derrotadas las nuestras, sólo quedan en pie las suyas. Ese y sólo ese es el fin de la Historia al que se refiere Fukuyama: el fin de los rebeldes, o más exactamente (puesto que la rebeldía está en los genomas humanos, y tardarán aún en poder modificarlos masivamente) la destrucción del alimento espiritual de los rebeldes.
Lo que en realidad a Fukuyama le hubiese gustado enunciar es lo que podríamos llamar la Ley de la Tranquilidad Universal: todo sistema social permanecerá más o menos estable en función de su capacidad para llenar las despensas de aquéllos que disponen de una capacidad de razonar por encima de la media de los que difunden el discurso oficial.
Aquí casi lo han logrado ya. No es extraño que nos admire el que un jefe político advierta de que el que se mueve en la foto no sale, siendo eso  pura anécdota y simple centralismo democrático que afecta -exclusivamente- a los miembros de su partido. Mientras se silencia el hecho (no dependiente tanto de los gobiernos como de "las fuerzas de la cultura") de que el que se mueve en la película social (el que agita, el que denuncia estentóreamente, el que pretende unos principios -horror, la moral-...) no sale en los periódicos, ni en la tele, ni en los libros, ni en la radio: no existe.
Por lo demás, Kissinger tenía más nivel; Aron mejores sentimientos; Bell más visión de futuro; Pemán mejor estilo literario, O'Rourke más gancho y llega mejor a los jóvenes, y el propio Reagan sacaba las pistolas mucho más rápido. Seguro que Fukuyama es del Opus, además de 'japo' de origen, y por eso es tan soso."


Referencia
Baigorri, A. (1989), "La trampa Fukuyama", El País, Extra El Triunfo del Liberalismo, 21 de diciembre de 1989, pag. 15

Enlace al documento





1.25.1989

Democracia y participación. La mitad de la mitad (1989)


DEMOCRACIA Y PARTICIPACION 
(la mitad de la mitad...)
 ©Artemio Baigorri
(Enero, 1989, publicado en los diarios EXTREMADURA y EL DIA DE ARAGÓN)

Llevaba ya muchos años en la web, aquí:
http://www.eweb.unex.es/eweb/sociolog/BAIGORRI/opinion/opin_1.htm


Nuevamente suenan campanas electorales. Vamos a elegir de nuevo a nuestros delegados en el Parlamento Europeo, vamos a poner nuevamente en marcha la ceremonia de la participación. Es buena hora pues para, junto a los cantos elegíacos sobre la nueva Europa (es decir, sobre el nuevo Mercado Europeo, que poco más de sí da la cosa), hilvanar algunas reflexiones sobre el propio sistema electoral. Reflexiones que, pasados los tiempos de miedos y tropiezos, deberían hacer los demócratas mucho más a menudo; por cuanto la más simple de las lógicas nos aconseja suponer que, al igual que el sistema de democracia parlamentaria de partidos constituye un neto avance sobre anteriores sistemas de gobierno, debe ser él mismo mejorable y superable al ritmo de la evolución y el progreso social. Sin miedo, sin prejuicios y sin hipocresías.
En las más recientes elecciones celebradas en España, las catalanas de mayo de 1988, el presidente regional Jordi Pujol volvió a alzarse con una mayoría absoluta: un 60 % de los votos. Estas cosas ocurren habitualmente.
Sin embargo, si nos sentamos con una calculadora de bolsillo ante los datos que nos ofrece la prensa, las mayorías se disuelven como por encanto. Vivimos gobernados por minorías más o menos selectas, pero en cualquier caso minorías absolutas. 
Si tomamos las elecciones catalanas citadas, resulta que la participación electoral ha sido de sólo un 60 %. De resultas, el señor Pujol volvió a ser presidente por la voluntad de sólo un 36 % del electorado. Un tercio de la población votante decide el nuevo gobierno. Pero si vamos más allá y consideramos al conjunto de la población, las elecciones vienen a resultar, dicho en términos grotescos, una especie de encuesta, manipulada en sus resultados por la influencia de amigos y familiares de los interesados. Tomemos para ello las últimas elecciones estatales celebradas en España, y podremos hacer cuentas más ajustadas:



POBLACION38.398.246100 %
CENSO ELECTORAL29.117.61375.83 %
Votos Emitidos20.487.81253.35 %
Votos PSOE8.901.71823,18 %
Así, algo más de 1/5 de la población española decide el gobierno de la nación.
Dicho de paso, y sin más ánimo que el de un mejor conocimiento de la realidad social, en estas condiciones adquieren mayor sentido dos actitudes repetidamente mostradas por el PSOE:
  1. gobernar 'para todos', por cuanto en realidad representa a muy pocos (por supuesto a muchos más que el siguiente partido en lid, AP, votado únicamente por un 13,6 % de los españoles)
  2. gobernar a base de encuestas (si bien es evidente que hay dos maneras de utilizar las encuestas: una para actuar en función de la opinión mayoritaria, y otra para halagar a la minoría mayoritaria asegurando su voto futuro)
Posiblemente, dado el desarrollo técnico en la fiabilidad de la estadística, fuese ahora mismo más próxima a la realidad nacional un Parlamento configurado en base a una encuesta, que las propias elecciones. En una encuesta se elije aleatoriamente, reproduciendo la estructura del universo en la muestra. Es decir, teóricamente al menos (y en la práctica suele ser así en las encuestas bien hechas), en la encuesta participarían proporcionalmente a su importancia cuantitativa real oligarcas, obreros, meretrices, jóvenes, funcionarios, militares, monjas, rústicos y urbanos. Sin embargo, la elección por voto desvirtúa esta limpieza; la militancia política contribuye sin duda a ello. Y perdemos la posibilidad de conocer la opinión al respecto de la mayoría de los ciudadanos.
En suma, si somos sinceros hemos de reconocer que el sistema de partidos no permite el acceso al Poder de gran parte de la población. De alguna manera habría que darle la vuelta a todo ésto, diseñando un sistema electoral más justo, más allá de la polémica sobre los sistemas de asignación de escaños. Creo que hoy día, con una democracia sólidamente establecida en las mentes de los ciudadanos e incluso del aparato del Estado (el elemento social más reticente a la Democracia, después de las clases dominantes y sus adláteres), ese sistema más justo sería el derivado de las encuestas. 
Especialmente grave, dentro de este sistema de democracia altamente imperfecta, es el tema de los jóvenes. La EGB termina a los 14 años, y para cualquiera que no sea un paladín de la intolerancia debería resultar claro que esa habría de ser la edad mínima de voto. Evidentemente, muchos jóvenes de entre 14 y 18 años no tienen formado el juicio, pero tampoco lo tienen muchos de los de más de 18, ni aún de los de más de 50, y no por ello se les prohibe votar (a veces se les lleva en ambulancias, no teniendo ellos más capacidad que la que les permite transportar hasta la urna la papeleta que alguien les ha colocado en la mano). Los jóvenes, en cuanto llegan a los Institutos, empiezan a discutir de política, se manifiestan, hacen huelgas, se apuntan a grupos ecologistas o de derechos humanos (o incluso a bandas de choque de grupos violentos), beben alcohol, fuman, empiezan a amar, y todos los que no van al Instituto empiezan a trabajar, a apuntarse al paro o a delinquir...y sin embargo no pueden votar, algo tan tonto como ésto. Hay al menos 1.000.000 de españoles con capacidad suficiente para decidir y a los que de hecho se les niega el acceso -incluso este acceso indirecto y viciado de las elecciones- a las decisiones políticas que les atañen como ciudadanos. 
En realidad, políticamente, en lugar de hablar de una sociedad dual habría que hacerlo de una sociedad a cuatro bandas, que se va constituyendo claramente. Hay en torno a 1/4 de la población que NO PUEDE votar; en torno a 1/4 que NO QUIERE votar; en torno a 1/4 que VOTA OPOSICION, y en torno a 1/4 que GOBIERNA.
Recogemos gráficos elaborados con los resultados de diversas elecciones en varios países, incluída España, y vemos que en todas se repite prácticamente el mismo esquema, por lo que podemos inferir que no se trata de un problema local, sino más bien de un problema popio del sistema político de democracia parlamentaria occidental. Veamos primero el cuadro de datos, y luego los gráficos:
LA SOCIEDAD A CUATRO BANDAS




ELECCIONESNO PUEDENNO QUIERENOPOSICIONGOBIERNO
España 198224,222,530,223,2
Francia 198134,419,328,817,5
Grecia 198125,016,230,528,3
Alemania 198725,911,739,323,1
Inglaterra 198722,819,733,224,4
No sé si podría establecerse alguna hipótesis: por ejemplo ¿podrían ser un índice de nivel de democracia o libertad -al menos lo son de mayor participación- las tasas bajas del cuarto de los que no pueden votar, o las tasas altas del cuarto de los que fijan el gobierno? Resulta difícil sacar conclusiones, pero desde luego podrían obtenerse si cruzásemos estos datos con las pirámides de población y las tasas de inmigración de los países respectivos.
En cualquier caso, lo que sí puede establecerse es una imagen tipo de esta estructura sociopolítica. No hace falta fijarse mucho para ver que coincide con el símbolo pacifista. ¿Casualidad? Sin duda, pero también podría ser la imagen de la PAZ SOCIAL. Hilando fino, podríamos relacionar aquél símbolo de la paz de los adormecidos 'hippies' de los años '60 con este otro de la paz social en las adormecidas sociedades de capitalismo avanzado.

En realidad funcionamos con democracias propias del liberalismo de las élites caciquiles, y luego resulta que debe pactarse contra natura, desliendo y traicionando los programas electorales. Como quien dice, los amigos y la familia de los candidatos (con los casi 90.000 candidatos que suman todas las elecciones reguladas en España, sumando amigos y familiares, estamos hablando de votos no estrictamente democráticos por millones), más los cuatro gatos que responden automáticamente a las siglas, y pocos más, deciden cada cuatro años el gobierno del municipio, la región o el país.
Otro tema que va emparejado con esa desigual calidad de la opinión de unos y otros ciudadanos, es el precio en votos de los escaños parlamentarios. En esas mismas elecciones de 1986, los 7 escaños conseguidos por la coalición Izquierda Unida les costaron más de 133.000 votos/escaño; sin embargo, a Herri Batasuna sus 5 escaños tan sólo les salieron a 46.344 votos/escaño; los más 'baratos' del Parlamento -y luego dicen que no hay suficientes garantías democráticas para sus huestes, cuando incluso están 'subvencionados' por las leyes electorales-. Evidentemente estas 'injusticias' sólo podrían evitarse de una forma: mediante la circunscripción única para el Parlamento. Diversos elementos de juicio apoyan esta hipótesis: el más importante es sin duda que, en realidad, la mayoría de los candidatos -sobre todo los que salen elegidos- son impuestos a las provincias desde Madrid en casi todos los casos, y hablan luego en nombre del partido y no de la provincia a la que teóricamente representan. Para la representación regional (la provincial es un contrasentido en un estado de las autonomías dentro de una Europa de las Regiones) está el Senado, además de los propios gobiernos autonómicos.
Seguramente a los propios partidos nacionalistas (conservadores o progresistas) les iría mucho mejor. Los nacionalistas de izquierda suman en las elecciones de 1986, en votos, un porcentaje mucho más alto que el de escaños obtenidos. A su vez, los pactos electorales darían alguna voz a grupos minoritarios que alcanzan el  3% (o el 5%) en sus circunscripciones.
¿No se agrupan los bancos? ¿No se agrupan las empresas para conseguir contratos? Con una circunscripción única, en la que una vez se hubiese votado pudiesen sumarse los votos de unos y otros, las 19 candidaturas situadas teóricamente a la izquierda del PSOE habrían obtenido 1.713.519 votos, el 8,54 % del voto escrutado (sin duda en tal situación hubiese obtenido más votos, porque ahora sí habría voto útil, y descendería la abstención por la izquierda), y le corresponderían por tanto nada menos que 20 escaños, frente a los 9 que ahora suman los partidos con escaño que figuran en el listado anterior (si en honor a los ingenuos irreductibles de la izquierda inconsciente sumásemos los votos de HB, serían 1.945.241 votos -el 9,69 %- y 27 escaños, esto es se trataría de la 3ª fuerza política en el Parlamento, despúes de AP). Naturalmente, si esto fuese así mucho voto útil del que va a parar al PSOE hubiese quedado en tal agrupación postelectoral, con lo que el PSOE bo tendría mayoría absoluta. Su 44,3 % debería sumarse para gobernar al 8,5 (o el 9,6 en el hipotético caso de incluir a HB) de la izquierda; o bien al 9,2 del CDS, o al casi 10 % de las fuerzas nacionalistas conservadoras. Evidentemente, el gobierno de la nación respondería en tal caso a esquemas más enriquecedores; aunque por supuesto que más complicados y conflictuales (como corresponde a la sociedad moderna). 
Evidentemente, hoy día la cuestión no es ya que el sistema parlamentario de partidos en democracia sea el menos malo de los sistemas conocidos. La cuestión es que también es demasiado malo como para mantenerlo. Y, evidentemente, tiempo es ya de ir inventando algo también en este campo.