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10.20.2017

Generaciones y alcohol (2017)




Intervención en el Seminario "Exceso y ocio juvenil. La extraña pareja", organizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, en el Centro Reina Sofía de Estudios de Juventud de Madrid.


Artemio Baigorri
Generaciones y alcohol. Una perspectiva evolucionaria en el análisis del consumo
Centro Reina Sofía, Madrid, 29/3/2017
(transcripción de la conferencia)




Buenos días:

En primer lugar he de agradecer a la FAD, y en particular a Miguel Angel Rodriguez, la invitación para participar en este seminario.

Aunque la propuesta me llegó un poco por sorpresa, en lo que a plazos se refiere, no me he podido resistir porque la invitación me ha servido para espolear en una tarea en la que llevamos un tiempo trabajando, pero que últimamente andaba un poco ralentizada.

En los últimos años hemos dedicado bastante esfuerzo al desarrollo del concepto de generaciones como herramienta para el análisis del cambio social. Lo hemos aplicado al estudio de las actitudes y hábitos proambientales, en una espléndida tesis doctoral de mi colega Manuela Caballero, que está por ahí.  Y queríamos aplicarlo ahora al consumo de alcohol y drogas. Estábamos empezando la redacción de un artículo cuando llegó la invitación, así que, pese a las prisas, preparar la exposición ha sido un acicate para avanzar.

Supongo que se me sugirió una aportación más cuantitativa para compensar un poco la parte netamente cualitativa de los informes, ambos estupendos, que se presentan a continuación. Pero eso me ha planteado un problema porque, si bien es cierto que en los últimos años hemos trabajado bastante analizando las encuestas ESTUDES y EDADES, lo cierto es que a mí eso de lo cuanti y lo cuali me desorienta, porque en mis investigaciones practicamos más bien la metodología del exceso, por empezar a centrarnos en el término que nos reúne. Le damos a todo, como los jóvenes al ponerse el sol.


Modestamente creo que nuestro libro Botellón. Un conflicto postmoderno, algo añoso ya pero por lo que sigo viendo por ahí bastante vigente (2004), utilizamos todo tipo de técnicas, cualitativas, cuantitativas, participativas, de análisis web, etc. Porque los problemas sociales deben abordarse así, y cuanto más complejos y graves son, con mayor exceso metodológico (digo exceso, que no anar
quía).

¿Cómo abordar problemas como los que abordamos aquí sin entender y reflexionar sobre la extensión de la placenta social, la dimisión parental, o el papel político del lobby del alcohol? ¿Pero también cómo abordarlo sin preguntar, medir, cuánto alcohol consumen las personas, más allá o más acá de cómo lo justifiquen? ¿O cómo abordarlo sin entender cómo funcionan los contenidos en Internet, los mecanismos de las redes sociales y el papel de las TICs en general?

¿Cómo ubicar lo que las etnografías nos cuentan del exceso, por ejemplo, si no escuchamos también a los clásicos, lo que ya está dicho? Por ejemplo, la refinada elaboración de Maffesoli. Hace casi una década coincidí con él en un seminario, precisamente sobre los excesos del alcohol, en Francia, y descubrí que era algo más que las tribus. Yo no conocía entonces su libro La orgía, pero se lo recomiendo encarecidamente a los cualitativistas.


Pero decía que también es importante la perspectiva cuanti. En realidad, sólo la falta de cualificación suele explicar la preferencia radical por una u otra perspectiva.

En este caso es especialmente importante. Porque a mi juicio, por ejemplo, el exceso no es descontrol. En absoluto. Puede ser discutible qué es el exceso, dónde empieza, cómo medimos en las encuestas el exceso. Porque tiene una fuerte carga de subjetividad, incluso de biología individual: uno sabe cuándo se ha excedido, sabe que se ha pasado con dos, tres, cuatro, cinco copas… Pero hay que objetivarlo, para poder medir. ¿Cómo? Pues aceptando lo que nos dicen, fundamentalmente, los médicos. Nos adaptamos a una mera convención, como hacemos para medir el tiempo. Cuando sacamos el exceso de la subjetividad para poder medir, comparar, entender cambios, estamos aplicando una mera convención (en este caso médica, y que como tal puede cambiar, como cambian de tanto en tanto las convenciones médicas sobre la leche materna o el aceite de oliva). Una convención que señala el punto a partir del cual la Medicina conviene en que se puede poner en riesgo la salud del individuo. El exceso es por tanto controlable, medible, contrastable… cuantificable en suma.

Sin embargo el descontrol va más allá del exceso, a un territorio desconocido, tanto en su recorrido (el viaje) como en sus consecuencias finales, por el sujeto. Uno puede incluso prever qué va a pasar cuando se exceda. Y por lo mismo podemos prever qué puede ocurrirle a una población al hacerse mayor, si de joven se excede. Pero uno no puede prever, en modo alguno, qué puede pasar cuando pierda el control. Como no podemos prever qué puede pasar en una sociedad descontrolada.


En este sentido, la perspectiva generacional, que quiero apenas presentar, es una perspectiva también mixta, que debe medir, pero también definir identidades, es por tanto cuali/cuanti.

Creemos que es interesante aplicar esta perspectiva porque complementa el modelo tradicional, que es el del Ciclo de Vida, que se estructura en cohortes de edad, y tiene un componente fuertemente biológico, según el modelo de la naturaleza de nacimiento, crecimiento, desarrollo, decadencia y muerte. A ver si soy capaz de explicarles el por qué.


Es evidente, y muy importante analizarlo así, que los jóvenes tienen unos hábitos de consumo distintos que los mayores. SI observamos esta tabla, del último informe nacional sobre la encuesta EDADES de 2013, vemos que la proporción de quienes se emborrachan es mayor entre los más jóvenes que entre los más mayores. Eso es una constante. Ocurría en 1997, y seguía ocurriendo en 2013, porque es casi una “ley social”.

Incluso se mantienen cercanas las proporciones, igual en hombres que en mujeres. Entre las mujeres de 15 a 34 años la prevalencia de borracheras prácticamente mantiene el mismo multiplicador respecto a los de 35 a 64: es cinco veces más alta en 2013, y lo era en 1997.

Sin embargo en la tabla siguiente (extraída del mismo informe), veremos cosas sorprendentes, que chocan con esa constante del ciclo de vida.


Veamos primero la prevalencia de consumo de cannabis (en rojo), que cubre la serie completa. Los jóvenes de 2013 siguen consumiendo más que los mayores, es cierto. Pero mientras en 1995 la proporción era de casi cuatro veces, en 2013 ni siquiera es el doble. La prevalencia es más alta en todos los casos, pero la de los mayores de 2013 es incluso mayor que la de los jóvenes de 1995. Y en el caso del alcohol el cambio es mucho más significativo: sencillamente se ha invertido la relación. En 1997 la prevalencia de consumo de alcohol de los jóvenes era ligeramente superior a la de los mayores, mientras que en 2013 es la prevalencia de los mayores la más elevada. Y lo mismo ocurre en el tabaco.



¿Qué ha pasado? Pues que tenemos jóvenes y mayores, pero son otros jóvenes, y otros mayores. De hecho, éstos mayores de hoy son aquellos jóvenes de ayer. Aquellos jóvenes que bebían mucho, y muchos de ellos ya fumaban cánnabis… que siguen fumando de mayores.

Y es que a medida que las sociedades evolucionan nuestro ciclo de vida parece el mismo, pero no lo es en realidad. Reproducimos patrones y hacemos las cosas que a las edades correspondientes hacían nuestros padres o nuestros hermanos más mayores, pero las hacemos de forma muy distinta, porque pertenecemos a generaciones distintas, y pertenecer a una generación distinta es casi como pertenecer a otro país. Yo nunca he creído en el concepto de subcultura juvenil, pero sí que subculturas generacionales, porque cada generación construye no sólo sus creencias, valores, sino su forma de producir y consumir, específicas. Las hierbas del campo, los árboles, la fauna silvestre, sigue reproduciendo ahora los mismos ciclos que hace 5000 años, pero el ser humano trastoca los ciclos de la Naturaleza. El ciclo de la vida humana actual no tiene nada que ver con el de hace apenas un siglo: la duración media (la esperanza de vida) era la mitad, de 40 años. Hoy con una esperanza de vida de casi 85 años vivimos en realidad dos ciclos, o más.

De ahí el interés que tiene, a nuestro juicio, el concepto de generaciones, que debemos ubicar en un sentido general dentro de ese campo semántico-conceptual más amplio que incorpora la cohorte demográfica, el curso de vida (o curso vital) y el Ciclo de Vida, y que hay que reconocer tiene un largo recorrido lleno de sinsabores epistemológicos, porque es complejo de operativizar. 

Pues habrá quien diga con razón que ya prestamos toda la atención debida a los jóvenes, al flujo de jóvenes que cada vez son o hacen más esto o lo otro. O empiezan a fumar antes, o a beber menos, o a emborracharse más… ¿No es lo mismo que hablar de generaciones?

No, pues lo que hacemos no es análisis generacional, sino estudios de juventud, de problemáticas vinculadas a la Juventud como categoría social definida y diferenciada del resto de la población que constituye las sociedades. De hecho sólo muy  recientemente la mal llamada literatura sobre generaciones (que era más bien de cohortes) ha incorporado a los mayores.

En una sesión de reflexión rápida y divulgación no podemos detenernos a profundizar en la teoría de las generaciones, pero apuntaré al menos algunas notas.


Además del curso de la vida, del ciclo eterno de la naturaleza, hay un curso de vida que define en sus variaciones la evolución social, marcado por las particulares identidades y el hacer de las generaciones. Ha estado presente en la historia del pensamiento desde Platón al primer sociólogo y fundador del positivismo, Auguste Comte. Pero su operativización ha sido (y de hecho lo es aún) complicada. Ortega y Gasset planteó la aproximación más rica e imaginativa a la española, y Karl Mannhein intentó sociologizarla a la alemana, pero lo cierto es que los logros prácticos son escasos, más allá de su aplicación a la Historia de la Literatura o el Arte.

Hasta que dos historiadores norteamericanos, William Strauss y Neil Howe, se lanzaron a la tarea titánica de intentar explicar toda la Historia de su país aplicando un modelo generacional. Lo interesante del modelo de Strauss y Howe es que, amplificando el de Ortega, plantean un proceso cíclico (lo que permitiría integrar el modelo en una perspectiva evolucionaria) que en una especie de espiral (más que círculo) genera unos arquetipos generacionales que, en sus variaciones evolutivas, se repetirían hasta el fin de la Historia. Complejizan la idea orteguiana de que hay generaciones que conservan y generaciones que rompen, y plantean un modelo de ciclo o saeculum, de 80 ó 90 años, dividido en cuatro etapas o giros más constructivos, o imaginativos de novedades, o destructores/renovadores, en suma generaciones que responden a una serie de arquetipos (el profeta, el nómada, el héroe y el artista) que se suceden ininterrumpidamente. En el esquema vemos la aplicación del modelo que hacen al siglo XX, en el que nacen las generaciones vivas que hoy son contemporáneas.


El modelo de Strauss y Howe es particularmente útil porque, más allá de que los factores que definen a una generación (los hitos históricos, culturales, tecnológicos, que la marcan ideológica, actitudinalmente), sirve para intentar predecir algunos comportamientos.

Naturalmente, dada la dinámica histórica no podemos esperar una similitud exacta entre las estructuras generacionales de todas las culturas y países, aunque probablemente sí se esté empezando a dar ya en las últimas generaciones, y debamos hablar de generaciones globales en el caso de la llamada Generación Z, no sé si tanto en el caso de los millenials. En Holanda el sociólogo Henk Becker ha intentado aplicar un modelo generacional para analizar las dinámicas y conflictos en la gestión de las organizaciones. En nuestro caso, nuestro se ha centrado inicialmente en el análisis de las actitudes proambientales, y ahora trabajamos en intentar desentrañar y comprender mejor, con ayuda del modelo generacional, algunos de los cambios observados.


Para hacerlo disponemos de una herramienta muy buena, la encuesta EDADES. En primer lugar porque empieza a ser una serie larga, dos décadas; en egundo lugar porque tiene un tamaño de muestra que permite cruces sin una pérdida de calidad estadística; y en tercer lugar por incluir como universo a gran parte de la población.

Por supuesto que tiene limitaciones importantes. Una que sin duda nos ha dado muchos quebraderos de cabeza a quienes nos ha tocado analizar todas las series es que la formulación de algunas preguntas ha cambiado en ocasiones, o incluso han desaparecido algunas (es lógico que aparezcan nuevas, como las referidas al botellón, pero no es lógico que desaparezcan variables de plena actualidad)[1]. Otra es el retraso en la disponibilidad de los datos (con la 215 ya se están pasando) y la poca transparencia para que los investigadores no “conectados” puedan obtenerlos como con las encuestas del CIS y tantas del INE: con algo tan simple como un enlace a un formulario que automáticamente permitiese descargarlos, puesto que están suficientemente anonimizados.


Esas son limitaciones digamos genéricas, pero hay otras que se hacen precisamente evidentes cuando intentamos un análisis generacional. Sin duda la más importante, el rango del universo. Quizás pudiera defenderse un mínimo de 15 años en 1995, pero no desde que la encuesta alterna, ESTUDES, nos muestra edición tras edición que la edad de inicio en determinados consumos viene descendiendo sistemáticamente; por lo que debería ampliarse el rango hasta los 12 años. En cuanto al límite superior, ya fue un error fijarlo en 65 años en 1995, cuando la esperanza de vida, y por tanto los problemas derivados del consumo superaba los 75 años. Pero mantenerlo hoy es un error ya enorme. Actualmente la esperanza de vida supera los 80, casi 86 en el caso de las mujeres, y asistimos a un envejecimiento de calidad y activo en todos los sentidos (se amplía la edad de jubilación, se posibilita el trabajo como jubilado, la movilidad es enorme, los estilos de vida extremadamente diversos, etc), por lo que es absurdo limitarnos a los 65. Con esos límites absurdos se nos quedan fuera un par de generaciones. Un rango racional debería recoger a la población en disposición de responder de entre 12 y 85 años.

Para entender la importancia de ese cambio basta tener en cuenta que estamos llegando a esas edades los babyboomers, y llegarán enseguida los hoy señores y señoras X, es decir las generaciones que empezaron a tontear alocadamente con todo tipo de drogas, personas que en algunos casos llevan tres y aún cuatro décadas tomando drogas, en algunos casos muy duras. ¿Qué pasa con ellos? ¿Cómo es su vejez? ¿Qué podemos aprender de eso que pueda ser útil a las nuevas generaciones?. ¿Qué queda de sus valores y actitudes ante el alcohol y las drogas en las generaciones sucesivas?
Veamos algunos botones de muestra, teniendo en cuenta la dificultad que, como decía, plantean algunas serie de preguntas, que en unos casos desaparecen, y en otros se modifican sus categorías de forma que se hace casi imposible la comparación. Inicialmente hemos trabajado sólo tres momentos de la serie histórica, y he traído alguna variable relacionada con el alcohol.

Veamos primero esa variable que tanta preocupación nos viene generando, la edad de inicio en el consumo. Aunque debemos partir de 1997 (en el banco de datos de 1995 no aparece esa pregunta) vemos cómo la edad de inicio en el consumo se viene reduciendo sistemáticamente. Lo sabemos, nos preocupa.

Pero hay más cosas. ¿Qué pasa cuando aplicamos un análisis generacional? Pues descubrimos en primer lugar que la población reconstruye su biografía, seguramente para adaptarla a lo políticamente correcto en el momento.


¿Cómo lo hace? Retrasando esa fecha de inicio. Salvo la generación que llamamos franquista (no porque esa fuese su ideología), y en la última década los babyboomers, las siguientes generaciones (paradójicamente aquellas que por ser más jóvenes, deberían recordar mejor por tener más cerca ese momento de inicio) corrigen sensiblemente el dato: los de la generación X que en 1997 decían haberse iniciado a los 16,36 de media, en 2013 dicen que lo hicieron a los 17. Aunque el “olvido” más intenso, como vemos en el gráfico inferior, es el de los millenials, la generación que ahora está accediendo a posiciones de poder, que consecuentemente digamos que “limpia” su biografía, aumentando en más de un año la media de inicio.

Había preparado un par de variables más, pero anoche terminando de preparar la intervención fui consciente de que cometía exceso en el tiempo, así que para no caer en el descontrol lo dejaré aquí. Colgaré la presentación en el blog de mi grupo de investigación, por si alguien quiere consultarlo, aunque como decía espero que pronto tengamos un artículo en el que desarrollemos más extensamente esta propuesta metodológica.

Por supuesto puede discutirse si los cambios señalados son simplemente una cuestión de edad, efecto del simple ciclo de la vida, o si como creemos corresponden a las distintas identidades generacionales. En cualquier caso es una perspectiva analítica complementaria. Cuando las generaciones pueden durar de promedio no 40 sino 85 años, estamos ante un hecho nuevo que exige instrumentos nuevos. Hay que estudiar a los niños y a los ancianos, y hay que hacerlo teniendo en cuenta que esos ancianos son los niños décadas atrás. Tenemos que ver si es posible a partir de este modelo construir modelos cíclicos que nos permitan de alguna forma prever no el futuro, que no es previsible, pero sí tendencias futuras.

Por otra parte la perspectiva generacional puede ser útil desde el punto de vista de la prevención, para el diseño de programas de intercambio de experiencias intergeneracional, como hemos visto que ocurre con los valores proambientales.

Muchas gracias por su atención





©Artemio Baigorri, 2017, por el texto


[1] Salen cosas muy distintas según que se pregunte. Por ejemplo en el caso de cuántas bebidas diarias, no tienen nada que ver los resultados (2005 y 2013), que oscilan entre 1,84 y 3,2. Y si lo hacemos a partir del número de elementos (vino, champán, cañas, sidra, copas diversas…, etc (1995), que oscila entre 0,6 y 0,8 (hemos sumados todas las de diario, todas las de fin de semana, y hemos dividido por 7 días). Obviamente algo no cuadra, hay que ver cómo se pregunta, qué se pregunta… y mantenerlo.

9.07.2015

Algo más que un ritual de paso (2015)




"Los jóvenes puede que ya no crean en la autoridad, pero tienen auténtica fé en la publicidad (. . .) Los hombres de negocios saben que serán grandes clientes si se les sabe inculcar desde la adolescencia buenas costumbres, y se les enseña a
gastar mucho"
(Vance Packard, The Waste Makers, 1962) 
"Sólo tienen puestas grandes esperanzas en los días de asueto quienes, como muclhos trabajadores y muchos niños de escuela, se aburren completamente con lo que tienen que hacer normalmente"
(David Riesman, Abundance, for What?, 1964) 
"El capitalismo nos precisa puritanos de día, y hedonistas de noche"
(Daniel Bell, The Coming of Post-Industrial Society, 1973)
"[. .. ] while teenagers might not believe in authority, they did believe  in advertising. [. .. ] Marketers were admonished to remember that all these millions of youngsters would one day marry and become really big spenders if properly nurtured. Catch them while their buying habits are forming!" (Vance Packard, The Waste Makers, 1962)
"The high hopes of what a holiday may bring {are] to be found among those who, like many workers as well as many school children, are thoroughly bored with what they normally do. "(David Riesman, Abundance for What?, 1964) 
"[In capitalism] one is to be 'straight' by day and a 'swinger' by night."(Daniel Bell, The Cultural Contradictions of Capitalism, 1976)



REFERENCIAS

Baigorri, A. (2015), "Algo más que un ritual de paso", en J.Jurado, Resaca Nacional, Iniciarte, sevilla, pp. 14-19

Baigorri, A. (2015), "More than a rite of passage: a social obligation", in J.Jurado,  Resaca Nacional, Iniciarte, sevilla, pp. 67-69
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4.19.2011

Botellón: lo anormal es la represión (2011)



A 10 años de mi primer análisis del botellón, lo que parecía una moda pasajera hoy sabemos que es un componente más del ocio nocturno. Como pasó con discotecas, terrazas (beber en la calle) y pubs, lo que empezó como trasgresión, problema para el stablishment, es hoy -y lo será allí en donde hoy se le persigue- un hecho cotidiano (y legal). ¿Por qué sigue existiendo en Madrid o Barcelona, donde las autoridades llevan años reprimiéndolo? Porque sigue respondiendo a la función por la que surgió. Los teenagers que lo inventaron ya tienen trabajo e hijos, se acercan a los 40, pero aún lo practican porque son jóvenes, siguen faltando espacios adecuados para reunirse con los amigos, y las copas aún son caras: es el calentón inicial, barato y con alcohol de calidad. 
Los predicadores ya no demonizan a los jóvenes, aunque aún abusan de la palabra hedonismo. Aceptan que el botellón no es otra anormalidad nuestra, sino la expresión sinérgica local («borrachera española» lo llaman en Suiza, quizá por eso se persigue en alguna región) de tendencias globales: la sociedad de 24 horas (el fluir de capitales, productos y consumo sin horario); la conversión del ocio en un sector básico (una parte del ocio, el turismo, supone el 10% del PIB); la influencia y poder creciente de las multinacionales del alcohol; la ampliación de la placenta social (la progresiva extensión del periodo de maduración en nuestra especie, lo que no tiene nada que ver con las prédicas sobre la vida muelle de los jóvenes); la dimisión parental (dejación del ejercicio de autoridad por los progenitores); y la degradación del Estado del bienestar, que deja sin espacios a los jóvenes. Y ahora la generación de padres que ha apoyado electoralmente el adelgazamiento del Estado espera que la tríada escuela+televisión+policía les resuelva la papeleta de educar, dotar de valores y controlar a sus hijos. 
Nos ha tocado a los sociólogos racionalizar el problema. A lo largo de los años, en cada innovación (macrobotellón, botellónsms, facebotellón…), cada nuevo país (Italia, Portugal, Francia, Suiza, Alemania…), región o ciudad en que brotaba, los medios de comunicación y los políticos inteligentes han buscado al sociólogo como counselor, y la sociología ha estado a la altura (salvo cuando ha ejercido de legitimadora de la represión). Donde unos veían molicie, otros han valorado que la juventud innovase una forma de ocio autogestionada por la que se apropian de espacios socialmente improductivos para encontrarse y compartir música, alcohol sin adulterar (y otras drogas, claro), confidencias y planes. Por supuesto que tiene efectos indeseados: el más grave, la presencia y consumo de alcohol por menores de edad, pero también conflictos con el vecindario que desea descansar, y vandalismo. 
Desde el principio, hay dos tipos de respuestas. La represiva la fundamenta el PP en el 2002, cuando el ministro del Interior (Rajoy) anuncia una normativa que prohíbe beber en la calle (terracitas aparte), a la que se apuntaron Madrid, Bilbao, Barcelona, etcétera. Regiones y ciudades en donde hoy siguen vivos no ya los conflictos vecinales, sino incluso las algaradas callejeras. 
La institucionalista la marca el Gobierno de Ibarra en Extremadura. En el 2001 encarga un informe urgente, y en el 2002 pone en marcha uno de los más complejos proyectos de investigación-acción realizados en España, que incluye un debate social en el que participan la inmensa mayoría de las familias y escolares de la región, mediante encuestas, cuestionarios de autoreflexión en el hogar (más de 25.000 recogidos), y 600 debates en todos los centros educativos, del que surge la idea de abordar el asunto a través de la regulación. Así, la ley de convivencia y ocio (2003) persigue lo perseguible: el consumo de alcohol por menores (con sanciones de 30.000 a 600.000 euros para quienes les vendan) y las molestias al vecindario (se obliga a los ayuntamientos a señalar espacios lejos de las viviendas para la práctica del botellón). Y se acompaña de espacios de creación joven, en las ciudades, para quienes quieren un ocio creativo. Salvo en Badajoz (única ciudad en la que el Ayuntamiento del PP permite que el botellón se siga celebrando junto a viviendas), el conflicto ha desaparecido. Como en las otras regiones o ciudades en las que se ha aplicado el modelo extremeño. 
En una sociedad en la que el alcohol es una droga legal exaltada incluso como símbolo sagrado de su religión más extendida y las multinacionales financian proyectos para «enseñar a beber» o esponsorizan a rutilantes estrellas mediáticas, es hipócrita decir que el botellón fomenta el consumo de alcohol. Abórdese el problema del alcohol en su sitio, si es que es un problema, pero sin tomar el rábano por las hojas: el botellón es una práctica tan legítima como las terracitas de la Castellana, los chiringuitos de Cádiz o las discotecas para ingleses de Salou, en donde también hay menores, ruido, molestias al vecindario, drogas, vandalismo y suciedad, o sea, el normal residuo de la noche. Regúlese, por tanto. Con reflexión, sin represión.



REFERENCIA:
Baigorri, A: (2011), "Botellón: lo anormal es la represión", Diario El Periódico de Catalunya, 19/4/2011
Enlace al periódico



6.08.2008

¿De la generación del 98 a la 'Chiki chiki'? (2008)

Me pidieron un artículo sobre generaciones para acompañar este reportaje. Entonces apenas se hablaba, se utilizaba, el concepto, olvidado en los anaqueles de la Historia del Pensamiento (Ortega) y de la Sociología (Mannheim). Tan sólo Carles Feixa, desde la antropología y siguiendo la senda de las tribus de Maffesoli, había empezado a manejarse son soltura con ello. Yo mismo en Botellón, aunque intenté desarrollar toda una teoría sobre el propio concepto de juventud en el siglo emergente, no había prestado atención al concepto de generaciones. Cuando le llegó este encargo de reflexión de urgencia ya había empezado a intentar restituir para la Sociología un concepto que se había abandonado por incómodo, pero útil.


 



"Generación es el único concepto sociológico made in Spain. Quien condensó las sugerencias previas de historiadores, sociólogos y demógrafos fue Ortega y Gasset. Cada oleada de coetáneos es marcada por un herraje cultural distinto, ya que la cultura evoluciona a un ritmo marcado por el factor i (capacidad + velocidad de transmisión de la información). Pero además de los valores dominantes en cada periodo, hay momentos que contribuyen a conformar las mentalidades porque capturan la atención, y provocan la emoción de millones de individuos en una etapa formativa clave como la infancia y la adolescencia.

Pero, ¿cuánto dura una generación? Herodoto hablaba de 30 años, Ortega lo redujo a 15. Es algo esencial que no aclaran, por ejemplo, libros premediáticos como el del publicitario holandés Jeroen Boschma (Generación Einstein) o el de la psicóloga norteamericana Jean M. Twenge (Generación Me), quienes además hacen juicios (de eso se trata, de juicios de valor) contradictorios respecto a la misma supuesta generación que diagnostican. Ninguno dice algo que no hubiesen dictaminado ya diez años antes los creadores de la Generación Y, nacida tras el baby boom, y luego los del concepto de Generación Internet, o los Generación M (del Milenio, o Multitarea para unos, o acertadamente mal traducida en España, de los Mileuristas). Lo que vienen a decir ambos libros es lo que quienes lanzan admoniciones sobre jóvenes vienen diciendo generación tras generación: que son mejores, pero más egocéntricos. El parto de los montes. Y es que sólo podemos entender a las generaciones como estaciones "de destino". Generaciones que se definen por lo que hacen, o han hecho (de hecho son nombradas por las fechas de su madurez), naturalmente entendiendo que hacen lo que hacen porque han sido marcados por hechos históricos compartidos. Pero hacer un análisis pronóstico de los efectos de esos momentos impactantes, esto es de las expectativas generacionales, es casi como hablar del sexo de los ángeles. Pura filfa.

Personalmente creo que quienes definen tan marcadamente a las nuevas generacio-nes, a los jóvenes en suma, no hacen sino proyectar sus propios complejos y traumas, sus temores para con sus propios hijos. Normalmente, quienes dicen cómo es la juven-tud están hablando más bien de cómo son quienes les crían, o malcrían. O sea, ellos mismos.

Por lo demás, cansa un poco el etnocentrismo de estas propuestas, que intentan (siempre en inglés) hacer universales las observaciones que han hecho en su pueblo. Por supuesto que tenemos aquí unas cohortes creciendo en la Sociedad Telemática, pero aquí y allá hay miles de millones de jóvenes que crecen en la clave Sociedad Industrial, o millones incluso en el Neolítico.

Habrá quien tome la crítica directamente del viejo Marx: ¿es más fuerte lo que unifica como generación a los jóvenes de Entrevías y Serrano, que lo que los separa e incluso enfrenta? O lo que es lo mismo: si esa supuesta generación descansa, como dice el publicitario holandés, en la informatización y, aún más allá, en Internet, ¿qué pasa en España con los Einstein que viven en los dos tercios de hogares que no tienen acceso a Internet, o que tienen un acceso de risa? Y las tres cuartas partes de la juventud del planeta, que no puede ni soñar con esas cosas, ¿es de otra generación, o de otro mundo? Como los fabricantes de coches, los de generaciones han pasado de las añadas (98, 14, 36) a las letras del abecedario (X, Y) y finalmente a las denominaciones impresionistas. ¿Será la Chiki chiki (una generación que prometía mucho, pero quedó reducida a su auténtica expresión cuando hubo de competir en buena lid, sin el apoyo de las redes sociales) la próxima?"


Baigorri, A. (2008),  "¿De la generación del 98 a la 'Chiki chiki'?", El País, 8 junio 2008

2.28.2008

Convivencia 2.0 (2008)


NO me gusta mucho la palabra 'pacto', porque su campo semántico tiene mucha carga bélica, y porque a menudo los pactos se firman contra un tercero. Prefiero la palabra 'acuerdo', con un campo semántico más contractual, en correspondencia con una sociedad en la que prima la razón, el contrato social. Pues de lo que se trata es de renovar el contrato social entre todas las partes con responsabilidad en la producción, distribución, consumo y sufrimiento del ocio nocturno.
La Ley de Convivencia y Ocio estableció en Extremadura esa relación contractual entre administraciones, familias, vecinos y jóvenes, y aunque no sabemos muy bien qué efectos ha tenido en los propios jóvenes en aspectos como el consumo de alcohol y drogas o la presencia de menores en donde no deberían estar, o la dimisión parental (deberíamos estar ahora mismo repicando la encuesta a familias que hicimos en el 2002, en el marco del programa Futuro), la sensación general que transmiten los distintos actores sociales es que ha funcionado en sus aspectos convivenciales.
Tanto, que ha sido y está siendo copiada por otras comunidades y ciudades, y quienes participamos en aquel proceso germinal estamos «aburridos» de pasear conferencias por Universidades y centros de investigación de todo el país: Extremadura no sólo exporta jamones, sino también 'know how' social, tan importante como la tecnología aunque algunos no se enteren.
Ahora reaparecen los hosteleros, que estaban desaparecidos, felices mientras vecinos y moralistas dirigían toda la artillería pesada contra el botellón autogestionario. Fabuloso si también ellos se comprometen, seriamente, a gestionar unos espacios de ocio más convivenciales con su entorno, y más ambientalmente respetuosos con los usuarios (ruido, limpieza, etc).
No tengo claro que haya que premiarles por cumplir la Ley, pero también es cierto que en la Sociedad de 24 Horas habrá que acostumbrarse a horarios ilimitados de ocio. Echo a faltar, de nuevo, a las familias. Porque los problemas convivenciales del ocio nocturno están básicamente resueltos en la región, pero no así lo que descubrimos más grave en nuestra investigación: la presencia y consumo compulsivo de alcohol y drogas por parte de menores, casi niños a veces. Sólo el compromiso de las familias, y de los propios jóvenes, asumiendo su responsabilidad para con sus hermanos pequeños, como parte que son de las familias (¿cómo concretar ese compromiso?) puede frenar las crecientes tasas de consumos entre menores.

REFERENCIA:
Baigorri, A. (2008), "Convivencia y ocio 2.0", Diario HOY, 27.02.2008
Enlace al periódico

3.16.2006

Botellón: más que ruido, alcohol y drogas. La Sociología, en su papel (2006)



"lo más significativo del botellón es que se trata de una tendenciageneral que se repite en sociedades occidentales de todo el planeta, aunque en ocasiones con aspectos claramente diferenciados, fruto de la diversidad cultural y legal. Los jóvenes ingleses, o los rusos, se reúnen a beber en las calles traseras del barrio, o en los parques. En Australia o Tasmania lo hacen circulando en sus coches en torno a algunas manzanas emblemáticas del pueblo o la ciudad. En loscampus USA se juntan en apartamentos o edificios comunitarios. En varios países su-damericanos los jóvenes compran bebidas de alcohol duro y las beben luego en la calle hasta caer redondos. En el Sur de Italia hemos visto reproducida, incluso con ese nombre, la ‘movida’ (beber en la puerta de los bares), que tantos problemas generó en España a principios de los años noventa, y en el Norte de ese país ya ha hecho su aparición, en los veranos, el botellón propiamente dicho. En algunas ciudades de la circunspecta Alemania las divergencias por el horario de cierre de las terrazas de verano provocaron batallas campales, como las que a mediados de los noventa hicieron famosa a Cáceres. Podríamos decir que todos los jóvenes que se lo pueden permitir (por nivel económico y nivel de tolerancia), en cualquier parte del mundo, andan haciendo cosas parecidas en respuesta a un conjunto de tendencias asimismo globales: 
a) el advenimiento de la Sociedad de 24 horas; 
b) la conversión del ocio en un sector fundamental de nuestras sociedades; 
c) el poder creciente de las multinacionales del alcohol; 
d) la formación de la placenta social; 
e) la dimisión parental; 
y f), la degradación del estado del bienestar."


REFERENCIA:
Baigorri, A., Chaves, M. (2006). "Botellón: algo más que ruido, alcohol y drogas (la Sociología, en su papel)", Anduli. Revista Andaluza de Ciencias Sociales, Num. 6, pp. 159-176

3.03.2004

El botellón. Glocalizando un conflicto postmoderno (2004)

Parte de una comunicación presentada en el VIII Congreso Español de Sociología, celebrado en Alicante. Anton Alvarez Sousa preparó una publicación con las comunicaciones presentadas.

"Tradicionalmente, muchas formas de ocio popular han supuesto problemas de orden público. No obstante y de manera paulatina, estas formas se fueron institucionalizando y reglamentado en las sociedades industriales avanzadas de manera que a finales del s.XX, y salvo en determinados espectáculos deportivos, el ocio no se podía considerar conflictivo. Pero a finales de 2001 los medios de comunicación nos impactaron con imágenes a las que estábamos desacostumbrados: las fuerzas de orden ocupando calles y plazas e impidiendo a determinados ciudadanos (jóvenes) su disfrute. El siglo XXI comenzaba con una forma de ocio que era, de nuevo, conflictiva.

Este trabajo presenta los resultados de una investigación empírica realizada entre 2001 y 2003 sobre el botellón. Definimos este fenómeno sociológico como la reunión masiva de jóvenes de entre 16 y 24 años fundamentalmente, en espacios abiertos de libre acceso, para combinar y beber la bebida que han adquirido previamente en comercios, escuchar música y hablar.

Pese a que en no pocas ciudades se atribuyen la paternidad del fenómeno, pese a que algunos políticos dan a entender que se puede circunscribir el problema a otras regiones y no a la suya, el botellón está presente en todo el territorio español, pues no es sino una expresión local de las tendencias globales en lo que al ocio nocturno se refiere. Asimismo, el conflicto social desencadenado en torno al botellón constituye un ejemplo paradigmático de conflicto postmoderno, por cuanto se inscribe de lleno en el ámbito del consumo.

En esta comunicación se repasan las bases teóricas del ocio nocturno desde el advenimiento de la llamada Sociedad del Ocio, manejando el concepto de Urbe Global como modelo explicativo de la confluencia de estilos de vida y de ocio en la sociedad actual. En el marco de la globalización, el botellón es una expresión que glocaliza las tendencias de ocio nocturno, por cuanto el trinomio jóvenes, noche y alcohol está presente en todas las pautas de ocio nocturno en las sociedades avanzadas. Los efectos negativos de esta manifestación se abordan desde el análisis de las dimensiones cuantitativa y cualitativa del conflicto.  (...)"


Referencia

Baigorri, A., Chaves, M., Fernández, R., López, J.A. (2004). "El botellón. glocalizando un conflicto postmoderno", en A. Alvarez-Sousa, Turismo, ocio y deporte, Universidad de A Coruña, 2004, ISBN 84-9749-121-1, págs. 111-130

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