5.24.2023

Sociología y Recursos Humanos (1998-2023)

 


Este libro se publica en 2023, pero fue redactado en 1998, e inicialmente formateado como libro en 2004. Pero ahí se quedó, en una carpeta, como tantas otras cosas se quedan en nuestro recorrido vital: encarpetadas, polvorientas, olvidadas. Pero me acordé, y me pareció que podía ser útil a interesados en la materia, aunque no incluya ya nada novedoso, ni introduzca nuevas teorías. Simplemente como lo que es: un pequeño manual sobre Recursos Humanos desde una perspectiva sociológica. O más bien, por mi propia especialidad, desde la Psicología Social sociológica (que hay que reivindicarla frente a la meramente psicologista). Me ha parecido interesante contribuir con él a acrecentar el catálogo del proyecto transeditorial La Ciencia de la Sociedad. Le seguirán otros.
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Apenas unos meses más tarde de su publicación, he tenido que hacerme cargo de forma imprevista de una nueva asignatura sobre RRHH, por lo que finalmente será nuevamente de utilidad para mis alumnos.

"Cuando hablamos del ambiente, o clima organizacional, nos estamos refiriendo a todo aquello que hace que los individuos se sientan, o no, cómodos en una organización, o en una empresa. Así como hablamos del clima de un país, de una región o una ciudad, podemos hablar del clima organizacional de un departamento, de una sucursal, de una empresa en conjunto, o de un organismo de la administración pública.

2.1. Clima y bienestar

El clima no se ve, ni se toca, pero tiene efectos sobre las personas. Hay climas cuyas características han llevado a los grupos humanos a evolucionar fisiológicamente, y también culturalmente, para adaptarse a los mismos y poder sobrevivir: el color de la piel ha sido sin duda alguna una estrategia adaptativa, como lo han sido algunas religiones, hábitos de consumo, etc.. 

Sin embargo, hay un umbral a partir del cual la vida humana se hace insoportable, de ahí que hay lugares desérticos, o que han quedado deshabitados a partir de ciertas modificaciones climáticas. Mientras que por el contrario existen unas determinadas regiones del planeta, las que se corresponden con los climas templados, que atraen desde hace milenios a los grupos humanos. Del mismo modo, muchas personas huyen de organizaciones en las que se respira un mal clima de trabajo, mientras que otras organizaciones se presentan como particularmente atractivas, con independencia en ocasiones de las mayores o menores ventajas económicas.

Pero no sólo los climas extremados provocan la migración humana. Algunos reclamos turísticos buscan atraer a la población en sus vacaciones hacia ciertos espacios en los que “uno puede sentir en un solo día las cuatro estaciones”; se trata de lugares atractivos como curiosidad turística, es decir, para visitarlos, pero no para residir en ellos. Tarde o temprano, la gente que vive en estos lugares termina por cansarse de los repentinos cambios de tiempo, y opta por emigrar a regiones de clima más estable. 

Asimismo, un ambiente o clima organizacional estable se presenta siempre como una garantía de estabilidad a largo plazo. Una organización en la que sin solución de continuidad se pase de una disciplina exagerada a una relajación absoluta en las normas plantea inseguridades a las personas más capaces, que tarde o temprano optarán por abandonarla a la búsqueda de climas más estables.

Para algunos autores, el clima organizacional es prácticamente sinónimo de lo que se denomina la cultura de la empresa, entendida en este caso como cristalización del entorno. Sin embargo, cuando se producen estas asimilaciones, sólo a posteriori se indaga la correspondencia entre la cultura de la empresa o de la organización y diversos aspectos de adecuación a las expectativas del personal. 

Efectivamente, como se pone de manifiesto en cuanto venimos diciendo, el clima influye en la motivación, el desempeño y la satisfacción en el empleo, creando determinadas expectativas respecto a las consecuencias que una persona puede esperar según las acciones que realice. Los miembros de una organización, efectivamente, esperan recompensas y satisfacciones, o por el contrario penalizaciones y frustraciones, a partir de su percepción del clima organizacional.

Mientras que podemos hablar de estilos culturales, o tipos de cultura organizacional, en lo que al ambiente o clima organizacional se refiere sólo podemos referirnos a una gradación. Los diversos tipos de climas, como los climas físicos, en sus efectos sobre las personas deben verse como variaciones, a lo largo de un continuo, que va de favorable a desfavorable, pasando por neutro. Es decir, que iría desde el más elevado umbral de habitabilidad a la más extremada dureza o aridez.

En lo que a la empresa se refiere, debemos entender en consecuencia con lo expuesto que tanto los empresarios como los trabajadores deberían preferir por igual un clima favorable. 

Por una parte, si aceptamos que el clima determina lo cómodas que las personas se sienten en la organización, es previsible que los empleados deseen las bondades de un clima templado, del mismo modo que los grupos humanos han buscado secularmente los lugares de la tierra caracterizados por este clima.

Pero si consideramos que, efectivamente, el ambiente o clima organizacional influye en la satisfacción de los miembros de la organización, es previsible que se consiga un mejor desempeño de las tareas en esas organizaciones caracterizadas por un clima favorable; lo cual redundará en la eficiencia productiva, y al cabo -en lo que a la empresa se refiere- seguramente en los beneficios.

Por otra parte, la existencia de un clima favorable hará que las personas tiendan a establecerse en dicha organización; mientras que en las que sufren las inclemencias de un clima riguroso las personas más capacitadas -y por tanto con mayores dotes para la búsqueda de nuevas ocupaciones- tenderán a salir de la organización en cuanto les sea posible. 

En una parte importancia el exceso de rotación del personal en ciertas empresas o sectores viene determinado justamente por la dureza de su clima organizativo.

(...)

Si buscamos en un diccionario la palabra ‘necesidad’, hallaremos diversas definiciones que, aunque distintas, están estrechamente relacionadas entre sí. Así, una definición muy genérica sería la de “todo aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir”, o lo que es lo mismo, “privación o falta de cosas que hace padecer”. También se dice que necesidad significa “falta de las cosas que son menester para la conservación de la vida”, o “falta continuada de alimento que hace desfallecer”.

Para un observador superficial, aparentemente todas las definiciones vienen a decir lo mismo. Sin embargo, si nos fijamos con mayor atención, vemos que las dos últimas hacen referencia a aspectos vitales, es decir, a una falta de cosas que puede determinar incluso el fin de la vida; mientras que las dos primeras se refieren más bien a una falta que puede producirnos dolor o incomodidad, pero no necesariamente la muerte.

En ambos casos nos encontramos frente al concepto filosófico de ‘necesidad’ como relación ineludible, o más estrictamente “relación existente entre determinadas entidades, cuya contradictoria es imposible”. Pero las entidades relacionadas son bien distintas: en un caso se relacionan las cosas con la vida misma, y en el otro caso se relacionan las cosas con la inexistencia de dolor, osea con el placer.

Efectivamente, desde una perspectiva sociológica, el hombre aparece como un ser lleno de necesidades, según lo definieron Marx y Engels en el origen mismo de la Sociología: necesidades más elementales de nutrición, de vestido, de cobijo; o bien necesidades más refinadas de comodidad. Será la satisfacción de tales necesidades lo que implicará al hombre en una lucha con la naturaleza y con las fuerzas de la naturaleza, obligándole a desarrollar unas técnicas productivas y a elaborar unos modos de organización del trabajo colectivo, dando origen a la división del trabajo. Una división del trabajo que, orientada a la satisfacción de necesidades, está en la base misma, como apuntó Durkheim, del hecho social. Asimismo, todas las instituciones sociales han surgido orientadas a la satisfacción de necesidades.

Desde una perspectiva económica el concepto de necesidad se observa en un sentido bien distinto, pero también guarda una estrecha relación con la cuestión que nos ocupa. Aunque la Economía se define, según los presupuestos neoclásicos, como la ciencia que estudia la satisfacción de las necesidades en relación a unos recursos escasos; por lo que no es extraño que Marx la definiese en 1844 como la ciencia que nula justamente las necesidades, al menos las necesidades de aquellos sectores de la población no beneficiados del sistema económico dominante.

Efectivamente, frente a esa visión expresada por Marx, del hombre como un conjunto de necesidades, la teoría de las necesidades expresada por la economía neoclásica considera que las necesidades no existen por igual para todos, sino que simplemente dependen de los gustos de los individuos. Sobre esta base es factible construir una formulación apoyada en los siguientes dos supuestos:

1) El principio hedonista según el cual el individuo procurará siempre obtener el máximo placer con el mínimo sufrimiento

2) Que los placeres y sufrimientos son mensurables o en todo caso comparables. 

Se trata entonces de conseguir una ordenación de las necesidades que permita establecer preferencias en cuanto a la secuencia de satisfacción de las mismas y en cuanto a sus niveles de satisfacción. Partiendo de que el individuo dispone de recursos limitados para satisfacer unas necesidades.

Desde la perspectiva de la Psicología Social el término plantea una cierta ambigüedad, sobre todo en lo que hace a la diferenciación entre ‘necesidad’, ‘motivación’, ‘pulsión’ o ‘tendencia’. Básicamente, se considera que la necesidad es la base de la motivación, la cual desencadena la pulsión, que a su vez induce una virtualidad de acción -esto es, una posibilidad de acción- que recibe el nombre de tendencia. La realización de la tendencia equivale por tanto a un ‘comportamiento motivado’, que es la actividad dirigida hacia un objetivo, cuyo logro comporta la saciedad y, secundariamente, la disminución de la necesidad primitiva. Para la Psicología existen básicamente dos tipos de necesidades: las primarias, que corresponden a aspectos fisiológicos -comer, dormir, etc.-, y las secundarias, que corresponden a aspectos relacionales de la personalidad.

Estas diferentes perspectivas que adoptan las distintas ciencias al enfrentarse a la cuestión de las necesidades humanas, unidas a los distintos paradigmas ideológicos -o científicos, tanto da- en que se basen los distintos autores, se traducen en teorías muy divergentes, sobre todo en dos aspectos básicos: el relativismo o universalismo de las necesidades, y su carácter objetivo o subjetivo.

Por un lado tenemos teorías objetivo-relativistas. Esto es, teorías que consideran que las necesidades humanas se pueden especificar, teórica y empíricamente, de manera objetiva, con independencia de los gustos, preferencias o deseos individuales; pero a la vez son socialmente relativas, es decir, dependen de la formación social determinada que consideremos.

Dentro de estas teorías destaca la teoría de Marx, quien reconocía la existencia de necesidades humanas objetivas y universales, pero a la vez advertía que cada modo de producción determina o crea necesidad concretas y específicas. 

Asimismo, las nuevas teorías sobre la denominada pobreza relativa, ahora denominada exclusión social, parten de la interpretación de Townsend, quien en los años ‘70 puso en cuestión las cifras oficiales de pobreza al demostrar que no se es pobre por estar por debajo de una determinada línea absoluta de ingresos, más o menos arbitraria, sino que “se es pobre con relación a la pobreza (o riqueza) de los demás”.

Por otro lado tenemos teorías subjetivo-relativistas, según las cuales las necesidades son expresión de preferencias, intereses o motivaciones individuales. Así, se considera que nadie sabe mejor que los propios individuos sus necesidades concretas, necesidades que además son relativas a sociedades y culturas también concretas.

La Economía Neoclásica, a la que ya hemos hecho referencia, y sus doctrinarios, es sin duda el mejor paradigma de este tipo de teorías. Aquí directamente se sustituye el concepto de necesidades por el de preferencias y demanda: las necesidades serían únicamente una serie de preferencias individualistas que, al ser compartidas -por simple adición- por distintas personas, las cuales generan una demanda. Obviamente, se deriva que las preferencias serán distintas según las sociedades, y según los grupos sociales. Algunos autores llegan a extremos como el siguiente: “si todos juegan al tenis, necesitas fuerzas para participar en el juego, si no quieres verte excluido de un aspecto de la vida social”; lo cual sería incluso divertido si no existiesen en el mundo tantos millones de seres humanos condenados a la muerte por inanición.

Los planteamientos de la Economía Neoclásica han sido, por otra parte, adaptados para la construcción de otras teorías que albergan la idea de que sólo se puede hablar de necesidades de grupos sociales: es decir, habría unas necesidades ‘de las mujeres’, unas necesidades ‘de los negros’, unas necesidades ‘de los vascos’, etc. Aquí se ha sustituido el subjetivismo individual por un subjetivismo tribal.

En fin, se han desarrollado asimismo algunas teorías objetivo-universalistas, según las cuales las necesidades son las mismas para todos, y no dependen de las preferencias individuales. Según estas teorías -desarrolladas en el campo de la Economía por Sen, y en en el campo de la Sociología Dahrendorf, Doyal y Gough, entre otros-, las necesidades serían las mismas para todas las personas, sea cual sea su condición, grupos social de pertenencia o país. Doyal y Gough las denominan necesidades intermedias, y serían a su modo de ver: alimento y agua adecuados, vivienda adecuada, ambiente de trabajo que no entrañe peligro, medio ambiente que no entrañe peligro, cuidados sanitarios adecuados, infancia segura, relaciones primarias significativas, seguridad física, seguridad económica, control de la natalidad y embarazos seguros, y educación básica. En suma, todo aquello que posibilita el desarrollo mínimo de un individuo en una sociedad. Lo que tendría carácter culturalmente relativo serían los bienes que satisfacen tales necesidades. 

Amartya Sen planteó un ejemplo que, en su aparente exageración, expresa muy bien estas posiciones: “se ha señalado que en Europa Occidental y Norteamérica un niño puede no ser capaz de seguir el programa de su colegio a menos que tenga una televisión. Si esto es así, entonces el niño que no tenga televisión en Gran Bretaña o Irlanda estaría realmente peor -tiene un nivel de vida más bajo- en relación con un niño de Tanzania, por ejemplo, que no tenga televisión. No se trata de que el niño británico tenga una necesidad nueva, sino de que para satisfacer la misma necesidad que el niño tanzano -la necesidad de ser educado- el niño británico ha de tener más bienes”. (...)"

Acceso al libro completo (en libre acceso en pdf, si lo quieres impreso, puedes obtenerlo a través de Amazon) en los siguientes enlaces:

Epub o PDF 

Referencia:

Baigorri, A. (2023), Sociología y Recursos Humanos, LCS/Amazon



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