9.29.1990

Notas sobre el Descubrimiento, y su impacto en la sociedad (1990)

En septiembre de 1990 me invitaron a una sesión extrañísima, un lujo cultureta de esos. Cosa medio centenar de gentes venidas de toda España y Latinoamérica, convocadas por una organización cultural (Ámbito María Corral) de Barcelona a una cena-coloquio en el Parador de Trujillo, en la que, mientras ellos cenaban tan a gusto, sucesivamente un historiador del CSIC, un filósofo de aquellos postmodernos, que estaba entonces (provisionalmente, claro) en la Universidad de Extremadura y luego creo que se fue para Navarra y un sociólogo (yo mismo) les hablábamos de nuestra visión sobre el descubrimiento (porque se acercaba el 92) a partir de un texto de partida escrito por uno de los organizadores, Alfredo Rubio. Un poco sobrecogedor todo, y más en ese marco. Una experiencia... Por su parte, ni idea de cómo y por qué llegaron a mí. Por mi parte un atrevimiento, pero uno ha sido siempre un tímido atrevido.




"He apuntado unas breves reflexiones en torno al texto que sirve de base para este coloquio. Son notas sin pretensión sistémica, como corresponde a un debate relajado como éste.

 .1 Por ejemplo, separar el descubrimiento de América de otros acontecimientos históricos ubicados en el Renacimiento; creo que la cuestión es netamente diferenciable de los descubrimientos científicos resueltos en esa época. Por eso me causa extrañeza esa vinculación del viaje de Colón al ámbito de las Revoluciones Científicas. 

 .2 ¿Por qué andar buscando justificaciones espúreas a la celebración? El '92 es para mí más bien la exaltación de la salida de España de un aislamiento secular. Lo que se celebra es la incorporación de este país a lo que antes se llamaba el concierto de las naciones; es decir, al grupo de países que dan la nota en el concierto: los países ricos y superdesarrollados. Además, como los españoles somos poco ahorradores, en este asunto se une también la posibilidad exquisita de derrochar el capital acumulado en los últimos años de bonanza económica. En España, cada vez que se supera una crisis se monta una exposición, se organiza un centenario o se compra un paquete de aviones de combate. Somos así, y debemos tomarnos como somos, porque no hay remedio.

 .3 De otro modo, si hallásemos razonable lo que se nos propone, la consecuencia lógica sería un jolgorio continuo. Pues si hemos de celebrar en estos términos el descubrimiento de América, habría que hacer lo propio con la llegada de Marco Polo a China, o de los fenicios a Cádiz. Y con mayor razón habría que celebrar el descubrimiento del trigo, del fuego, de la rueda, de la máquina de vapor, de la electricidad o del ADN, acontecimientos éstos últimos de mayor importancia para el hombre; especialmente porque son tanto producto del azar como de la Ciencia, y si tales hechos no hubiesen sucedido la Historia sería distinta, mientras que el descubrimiento de América, y luego volveremos a ello, habría sucedido igual tarde o temprano.

 .4 Unos breves apuntes históricos pueden mostrar más claramente lo erróneo de la pretensión de vincular el descubrimiento a la primera Revolución Científica del mundo moderno, y más aún de pretender, como se hace en el texto que nos sirve de referencia para el diálogo, que con el viaje de Cristóbal Colón "se realizó, al fin, la praxis de la profética revolución copernicana".

En primer lugar, a Colón el desarrollo científico (o, por decirlo en términos de la época, de la 'filosofía natural') le importaba un pimiento. Era, como Marco Polo, un aventurero con ansias de poder y riqueza (aunque mucho menos inquieto por el conocimiento que el curioso y perspicaz veneciano). De hecho, cuando Colón realiza su viaje es ya conocida la redondez de la tierra; y más aún, los Técnicos de la reina Isabel que en primera instancia desestimaron el proyecto no lo hicieron en base a oscuros e inquisitoriales designios, sino porque hallaron que los cálculos del navegante eran una chapuza.

En cuanto a Copérnico, esbozó su teoría heliocéntrica (ya planteada, por otra parte, en la Grecia del siglo III antes de Cristo por Aristarco, aunque sin mucho éxito) en 1.507, afinándola hacia 1.530. Pero sólo fue publicada en 1543, es decir casi medio siglo después del Descubrimiento. Además, los términos de su teoría no trascienden de la física aristotélica, y habrían de ser precisos Kepler y Galileo para que el asunto cuajase. De hecho, es a principios del siglo XVIII cuando las teorías de Copérnico, ya corregidos sus numerosos errores, son comúnmente aceptadas en las sociedades europeas.

 .5 Creo que debemos olvidarnos de una vez de ciertas interpretaciones históricas basadas en una supuesta progresión racional de las ideas, una eterna lucha entre buenos (los que propagan las ideas comúnmente aceptadas) y malos (los que se opusieron a ellas). Es esta una visión antihistórica, y además anticientífica. Una visión que conduce a interpretaciones erróneas como las que plantea el señor Alfredo Rubio en su escrito, y que recuerdan a aquélla canción de Carlos Puebla: "¡...Y eso llegó Fidel!". Aquí el providencialismo se aplica a los científicos. Por el contrario, la Historia del Mundo es mucho más compleja que la historia de la Ciencia; y ésta no es sino una pequeña parte de los elementos y estructuras que conforman cada estadio de la sociedad.

La Antropología nos ha enseñado que lo llamado "mágico" en una sociedad primitiva puede corresponder a lo que se llama "ciencia" en otra supuestamente avanzada. Elementos, en ambos casos, al servicio de las estructuras dominantes de la sociedad. Por ello no creo que -sin negarle su importancia en el camino de la Ciencia- haya que hablar tanto de una Revolución Copernicana, como de un Renacimiento que, justamente en el seno de las transformaciones socioeconómicas (surgimiento del capitalismo), generó aquéllas. Es decir, es el Capitalismo surgiente quien provoca los Descubrimientos (no en vano Colón procede de Génova, cuna del primer capitalismo mercantil), y no al contrario.

Curiosamente, y en contraposición a esa visión idealista de la Historia, será justo en el siglo XVI (el siglo de los Descubrimientos) cuando las mentes más lúcidas de Europa elaboren una doctrina política -el absolutismo- que se define por la afirmación de una soberanía monárquica sin límites ni control, que no reconoce a los súbditos más que el deber de obedecer. Es además el siglo del apogeo de la caza de brujas, de las persecuciones de judíos, de las guerras religiosas. Un siglo en el que se ponen las piedras sillares del nuevo edificio científico que habría de construirse en los siglos siguientes: pero esas piedras para los cimientos deben más, como han demostrado los historiadores, al nuevo platonismo del Renacimiento y al misticismo alquimista que surgió de él que a ninguna especie de "racionalismo" en el sentido moderno de la palabra. 

Pero si vamos más allá en estos hitos de la llamada Revolución Copernicana, hallaremos que justamente dentro del círculo ideológico de Galileo pueden verse años más tarde a gentes como Hobbes, que trasladará a la teoría política el materialismo mecanicista de los racionalistas, y elevará la teoría absolutista a las más altas cimas. Entonces, como hoy y como siempre, desarrollo científico no puede traducirse de forma automática como elemento liberador del hombre.

 .6 En suma, estimo que Descubrimiento de América y Revolución Copernicana (si es que puede hablarse de tal) son dos cuestiones no más relacionadas entre sí de lo que puedan estarlo cualesquiera otros acontecimiento de la Historia. Porque, ciertamente, todos están relacionados.

 .7 Yendo un poco más allá: en realidad, para el desarrollo histórico el Descubrimiento no tuvo demasiada importancia. Fue una simple cuestión azarosa que ocurriese en 1492 y no en 1450 ó 1550. Para los hispanoamericanos, y para los españoles (me refiero a los de la época) hubiese sido preferible que 'el encuentro' se hubiese dado un par de siglos más tarde, con los europeos un poco más civilizados. Pero ocurrió así, y no se puede cambiar la Historia. 

 .8 Veamos algunas posibles influencias de ambos acontecimientos (que, insisto, no deben ser considerados de forma unitaria) en la sociedad de su tiempo. 

 .9 El Descubrimiento tuvo ciertamente una influencia muy directa en extensos grupos sociales: abría la posibilidad de probar fortuna en otro mundo. Algo que sólo ocurre, efectivamente, cada 500 ó 1.000 años. Ello influye a su vez, lógicamente, en el vivero de la Utopía. Por supuesto que desde avanzada la Edad Media la secularización fomentada por viajes a tierras no cristianas había llevado a incursiones en el destino, a la construcción de utopías sociales, en suma a la consciencia de la posibilidad de construir un mundo mejor. Pero será el Descubrimiento de América el hecho que abrirá la última espita de la imaginación social. Ya no será sólo imaginable un mundo mejor; será posible imaginarlo construido desde cero. Muy poco después del Descubrimiento Tomas Moro escribirá su "Utopía", precisamente inspirado en las narraciones de Américo Vespucio, y a ésta seguirán decenas de creaciones en la misma línea. Pero, aún más, será incluso posible materializarlo: al poco de publicarse "Utopía" un español intentará aplicar sus presupuestos entre los indios de América. Y algo más tarde las comunidades protestantes iniciarán su migración a América del Norte, a construir allá sus 'utopías'.

Los Descubrimientos dieron "un giro total a la relación del hombre con su entorno natural", como nos propone el doctor Alfredo Rubio. Pero esto no tiene por qué ser ineludiblemente positivo. De hecho, ello supuso concebir otros espacios a los que expandirse, y de rebote se tradujo, en la praxis social y económica, en una minusvaloración de la importancia de los disponibles. Hasta finales del siglo XV la Humanidad era consciente de que por siempre las sucesivas generaciones habrían de vivir del mismo suelo que ellos utilizaban. A partir del siglo XVI estas consideraciones perdieron importancia. Y todo ello ha tenido, a su vez, una extraordinaria importancia para este planeta, que hoy está exhausto a causa de los cambios ecológicos operados en los últimos 300 años.

 .10 En cuanto a la influencia de la Revolución Copernicana, es más discutible su repercusión en la sociedad de la época. El desarrollo del capitalismo comercial dejará subsistir todavía durante mucho tiempo los rasgos esenciales de una economía rural tradicional y de una sociedad aristocrática que se expresan en el régimen señorial. Poco notaron durante siglos los súbditos de los reinos de Europa, por más que se hubiese demostrado que el sol tenía algo más de importancia que la Tierra. En realidad, no es la CIENCIA la que provoca transformaciones sociales, sino la TECNICA; y ambas se deben a su vez, quiero insistir en ello, a las estructuras sociales dominantes. La base teórica en que se basa la informática tiene un siglo largo; pero ésta sólo ha incidido realmente en la sociedad, provocando algunos cambios -tampoco tantos como se temía- cuando se han podido fabricar ordenadores personales. El descubrimiento del ADN es muy importante en términos científicos; pero tan sólo cuando se popularicen técnicas de manipulación genética podremos detectar cambios sociales influenciados por esta cuestión. Algo así nos ocurre con el descubrimiento de Copérnico: tan sólo las invenciones técnicas generalizadas a partir del siglo XVIII, basadas en los descubrimientos científicos del XVI y el XVII, condujeron a cambios sociales importantes.

Por otra parte, la revolución copernicana en absoluto implica una desconsideración del hombre como centro del universo. Por el contrario, para bien y para mal, este paradigma sigue siendo la base filosófica de buena parte de la Ciencia Moderna. Esta trabaja al servicio del hombre, especialmente de ciertos grupos de hombres, es decir de ciertas clases sociales. Lo que sí ocurre es que, a la vez, ello supone hacerlo contra otros grupos de hombres, contra otras clases sociales."


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