3.02.1984

Prudente reivindicación del trabajo negro (1984)



Releo este texto antes de colgarlo, pienso en que tardaría aún cinco años en empezar a estudiar Sociología formal (osea, a hacer la carrera, ya que psicológicamente era incapaz de terminar Periodismo), y me digo: ¿Para qué coñe necesitaba yo estudiar la carrera? ¿Qué me aportó realmente, aparte de cuatro fines de semana al año en Madrid durante los cinco años de carrera y año de los cursos de doctorado? 
Pero luego me digo: claro que te vino bien. Ahora eres menos creativo, pero profesor funcionario.
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En septiembre del año pasado exponía las mismas reflexiones que aquí se hacen en una charla sobre «El paro y la crisis» en Sama de Langreo, el cogollo de la histórica y luchadora cuenca minera asturiana, ante un público formado sobre todo por ecologistas y sindicalistas. No era una graciosa "boutade" ni ganas de epatar al personal, sino el fruto del análisis de diversas experiencias conocidas. Sin embargo, ambos tipos de oyentes, ecologistas y sindicalistas, se llevaron las manos a la cabeza, hallaron el asunto escandaloso, contradictorio con todo cuanto había expuesto hasta el momento, y me tacharon poco menos que de agente de la CEOE.

Personalmente soy ajeno a casi cualquier forma de dogmatismo, y abomino de cual- quiera que esté absolutamente seguro de poseer una verdad, una panacea, una solución total. Así que desde entonces he dejado el tema, en espera de mejores tiempos para la lírica.

Pero como siempre, nos llega de fuera el eco. Grandes titulares han acogido el grito de «¡Viva el trabajo clandestino!», con que el sociólogo francés Alfred Sauvy concluye su último libro, "El trabajo negro y la economía de mañana". La verdad es que Sauvy ha tenido siempre como un resabio conservador, pero sus palabras llegan avaladas por «Le Nouvel Observateur», órgano oficioso de la intelligentsia francesa de izquierdas. De forma que ya nos está permitido hablar del tema, sin falsas vergüenzas, también a los de casa. Hace ya algunos años que la lectura que ciertas gentes venimos haciendo de la llamada crisis me ha llevado a creer que, más que de «lucha contra el paro» (un concepto éste bastante productivista, aún por omisión), hay que empezar a hablar sin ambages de estrategias para la supervivencia. Y hay que hacerlo sin pretensiones, sin falsos prejuicios, de forma desenfadada y con imaginación, tomando ideas de aquí y de allá. Lo que puede conducirnos a veces a planteamientos aparentemente escandalosos, antiobreros, ¿reaccionarios?.

Este el caso de la economía sumergida (en adelante ES), con toda su parafernalia de trabajo domiciliario, polígonos industria- les fantasmas, empresarios -y trabajadores- piratas y asilvestrados; todo ello detestado por los sindicatos, por las élites del poder obrero. Es un fenómeno ambiguo, y delicado de tratar. Pero para mí hay un dato clave y es que, tanto o más que los sindicatos, despotrican también de estas crecientes formas de producción las patronales y los empresarios «legales», sobre todo por considerarlas competencia desleal (como si la competencia capitalista fuese alguna vez leal).
La mayor parte de los aspectos del trabajo negro pueden tener distintas e incluso opuestas lecturas. Escapa a los sistemas de contabilidad nacional, de Hacienda, de la Seguridad Social, de las estadísticas del paro... Pero hay aspectos del fenómeno cuya lectura es clara, y nos dice que se trata de algo externo al sistema, al recuperar en parte formas más primitivas de producción y distribución: como el trabajo domiciliario (que es desde luego ambivalente porque acaba  con  la  cadena,  pero  separa  a  los productores entre sí y aún más del producto final, por cuanto la alienación económica en términos marxistas es mayor); la descentralización del proceso productivo, la reducción e incluso supresión del aparato tecno- burocrático, la recuperación de la economía de trueque...

En suma, la cuestión es: ¿la ES ataca por la base al sistema capitalista, al desobedecer la legislación y las normas, o es simplemente el prólogo de una reordenación del modelo productivo?. Personalmente no termino de inclinarme por una u otra opción, pero sí que tengo claros algunos datos:
  • ·         La ES está llevando a pueblos y zonas dejados de la mano de Dios y del Estado una actividad fabril, siquiera degradada, desconocida hasta hoy, y unos ingresos no menos desconocidos. Los llamados "empresarios negros" (entre los que, no hay que olvidarlo, se hallan algunos organismos de la Administración pública) están dinamizando económicamente zonas profundamente deprimidas.
  • ·         En áreas agrícolas desarrolladas hemos visto cómo estas actividades están permitiendo completar, con el trabajo domiciliario y a tiempo parcial de las mujeres cuando no van al campo, las débiles economías de los pequeños agricultores.
  • ·         En no pocos pueblos hemos visto surgir talleres llamados cooperativos, en los últimos años, dedicados a abastecer a las empresas subterráneas. Es un paso adelante, pues se mantienen los elementos positivos y se minimizan los negativos (como es el caso de la separación entre los productores, pues aquí las mujeres trabajan juntas; incluso en muchos casos es la primera vez que trabajan juntas, y en más casos aún es la primera vez que consiguen trabajar fuera de casa y liberarse siquiera en parte de las tareas «propias de su sexo»).
  • ·         Todo el sector español del calzado, la mayor parte del textil (incluidas las empresas de los posmodernos amigos de la Moncloa) y del trans- porte, la construcción o los servicios prestados por algunas profesiones liberales estarían hundidos y con cientos de miles de parados más, si no se hubiese generalizado la ES.
  • ·         En el área metropolitana de Madrid hemos encontrado -y los hemos visto o tenemos conocimiento en otras muchas ciudades- cientos de recicladores, pequeños chatarreros, cartoneros, pequeños ganaderos cuneteros en precario y sin registros sanitarios, todos ellos instalados sobre terrenos incontrolados, que se han creado un puesto de trabajo no asalariado en la ilegalidad y subterraneidad más manifiesta. De otro modo no tendrían ingresos.
  • ·         En los últimos años decenas  de miles de familias de las grandes ciudades españolas sobreviven gracias a las chapuzas domiciliarias, que suponen en conjunto segura- mente varios miles de millones de «facturación» y que seguramente nunca estarán contabilizados en el PNB.
  • ·         En todas las medianas y grandes ciudades hallamos enjambres de jóvenes, estudiantes o no, que sobreviven fuera de casa con una pequeña ayuda familiar y mil pequeñas chapuzas: pegar carteles, repartir publicidad domiciliaria, encuestas, recados (¿se han parado a pensar los políticos que todas sus campañas electorales son realizadas, en último término, por    currantes «sumergidos», pegadores de carteles y repartidores de propaganda?). Ello es posible también porque han organizado su vida de otra manera, recuperando un sentido de la austeridad que la sociedad urbana había perdido (un buen tema para sociólogos en paro: las nuevas formas de austeridad, y saber si corresponden a una mudanza de la conciencia o es simple adaptación provisional a las circunstancias).
  • ·         Hay, en fin, una creciente capa de la sociedad que pasa de falsa Seguridad Social, que no se siente asegurado con ella. Que trabaja fuera del control de una Seguridad Social cuyos beneficios sociales reales para alguien más que para la clase médica y la tecno burocracia que la controla no están nada claros hoy día, pero cuyas cargas se llevan hasta un 12 % del coste medio de fabricación de un producto (y ¡ojo!, que las cargas no serían inferiores porque el sistema fuera privatiza- do). La Seguridad Social es ya sólo un gigantesco parásito; no vive para las necesidades de la sociedad sino para mantenerse a sí misma, a sus médicos y funcionarios; la atención a los enfermos es sólo un subproducto del proceso económico que la rige, y un subproducto malo.

Este sistema ha tirado una vez más por los suelos las chulerías de los tecnócratas. «Las viejas fábricas -predica Servan Schreiber-, incluso con bajos salarios, no venderán nada. En cinco años todo el mundo tendrá fábricas con microprocesadores y robots, donde el rendimiento será varias veces superior al de la mejor mano de obra en sentido clásico». La ES ha tirado por los suelos estas falacias. Los costos de producción de las empresas ilegales resultan hasta un 30 % más bajos. Sin ordenadores.

Para no pocos, la ES equivale a la tercermundización del país. Sin embargo, otros tenemos bastante claro que la «solución», si es que hay alguna, pasa precisa- mente por una cierta tercermundización de los espacios centrales del mundo industrializado, en el que nos ubicamos. Y en consecuencia predicamos -siempre sin mucho convencimiento, también es cierto- que los gobiernos sigan en parte haciendo la vista gorda al fenómeno, para evitar la multiplicación de la tasa de paro, el aumento de la inflación y el surgimiento de bolsas de hambre real.

Para no pocos, la ES equivale al rechazo de muchas de las «conquistas» de la clase obrera. Para otros, supone tan sólo el principio del fin de esta especie de modo de producción asiático, basado en la tecno burocracia (estatal, corporativa, sindical, multinacional...) en que el capitalismo se ha convertido. Porque la ES es algo más que las empresas que funcionan sin SS. Son también los miles de hippies, punkies y exiliados que venden en el Rastro madrileño desde heroína hasta pendientes de cobre, o los grupos más o menos comuneros que se instalan en el campo a practicar una especie de autosuficiencia y también acaban haciendo economía sumergida «frente» a los agricultores. Los rockeros que fabrican y venden sus propios cassettes y fanzines. Las radios libres...

La economía sumergida es buena para quienes quieran empezar a funcionar fuera del sistema. Es buena para el que quiere trabajar, pero terrible para el que quiere un puesto de trabajo; y aún más terrible para el que sueña con un puesto de por vida. Sauvy lo ha dicho de forma más descarnada: «Hoy en día, el trabajador en paro ya no busca trabajo, sino un empleo, una colocación».

ADDENDA (añadido en el libro "De lo que hay y lo que se podría", 1987): Han pasado casi cuatro años desde que por primera vez ordené estas reflexiones, y no veo que las circunstancias puedan hacerme cambiar de idea sobre mi consideración ambiguamente positiva para el trabajo sumergido.El asunto está en cualquier caso tan poco claro para todos que tanto el nuestro como los demás gobiernos no han hecho al res- pecto sino practicar un tímido «dejar hacer, dejar pasar»; y tampoco es eso. Una cosa es reconocer lo que de positivo tiene la ES, objetivarlo e incluso fomentarlo, y otra muy distinta volver poco a poco al viejo liberalismo decimonónico en sus formas más crudas de explotación. Y una pregunta me asalta siempre que pienso en este tema: ¿qué razón puede haber para que los sindi- catos, que denuncian públicamente la economía sumergida en general, no denuncien a Magistratura a las empresas sumergidas, fácilmente localizables para un tipo de estructura tentacular y disciplinada que llega a todos los rincones del Estado, como es un sindicato? (1987)


Referencia:
Baigorri, A. (1984), "Prudente reivindicación del trabajo negro", El Día de Aragón, 2 de marzo, pag. 3

12.28.1983

11.10.1983

Un pantano que Franco no inaugurará (1983)

"La historia del proyecto del embalse de Jánovas  tiene mucho que ver con con dos herencias dejadas a este país por los demonios de la Historia: el franquismo y la crisis energética..."

El artículo está recogido del boletín de la Asamblea Ecologista de Zaragoza, pero originariamente se publicó en el diario El Día de Aragón. De hecho, en la última página del pdf compartido se incluye una carta al director enviada por un lector del diario, en la que tachaba mi artículo de ingenuo y pronosticaba que en contra de mis esperanzas, el embalse se haría. Pues no, no se ha hecho. Hace poco lo festejaban




Referencia:
Baigorri, A. (1983), "Un pantano que Franco no inaugurará", Adobe, Num. 3, pag. 12
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8.10.1983

La urbanización del mundo campesino. Usos y abusos en la modernización del medio rural (1983)



Artículo para el monográfico sobre la España Rural de la revista Documentación Social. Creo que, aunque poco citado, es uno de mis trabajos que más ha influido en la construcción de nuevos modelos de ordenación del territorio y desarrollo rural/local. He reconocido, y sigo reconociendo, muchos de los planteamientos que se hacían en este artículo en muchos trabajos, documentos oficiales y leyes. Es agradable percibir que lo que te has esforzado en pensar para mejorar algunos átomos de la realidad. Que te lo reconozcan o no tampoco importa tanto, cuando faltes ya te dará igual. 


"   Va ya para dos siglos que la intelectualidad y los sucesivos aparatos político-ideológicos de este país vienen persiguiendo una como sublime obsesión, que se manifiesta periódicamente de fonna invariable: la modernización del campo, la introducción de la modernidad en esa especie de mundo lejano, mágico, oscuro y en general hostil a las extranjerías. En el fondo de toda esa voluntad modernizadora no se hallaba, las más de las veces, sino el deseo de proceder a una colonización sistemática del mundo rural, que permanecía un tanto al margen del desarrollo capitalista (...)
Al fin, las previsiones y deseos de los redentores y mesías del campesinado (entendido aquí no en términos de clase), de Jovellanos a Kaustky, de Costa a José Antonio, se han cumplido ya, aunque haya quien síga hablando de modernizar (...) 
Como reflejo de todo ello se han adquirido nuevas formas de producción, consumo y vida. El agricultor se ha especializado en la producción de alimentos y ya no se sabe hacer nada más. Incluso para producirlos depende del exterior. Fuera de su medio debe adquirir todos los utensilios, desde la tajadera de hierro hasta el tractor, así como la energía para hacerlos funcionar, porque ni la energía metabólica ni los propios alimentos naturales sirven ya. Ni siquiera sabe reparar esos utensilios cuando se estropean. (...) 
Es sobre este campo, al que ni la sociología rural (por estar más obsesionada por la antropología que por la dialéctica de los hechos nuevos) ni el urbanismo (por centrarse sus teorías y análisis en la propia ciudad, aunque ésta abarque hoy todo el espacio), han prestado la debida atención, sobre el que queda por estudiar y, sobre todo, hacer (...) 
Las funciones del suelo llamado «rural» y la competencia por el uso de la tierra (...) 
la tierra, cultivable o no cultivable, ha dejado de tener esa única función de producir alimentos, o en general, materias primas. Nuevos factores económicos han entrado en juego, de forma que, en último término, el agricultor no es sino un agente más en competencia por el uso y control de ese suelo, aunque siga siendo el que más superficie domina y administra (y esta sería quizá la diferencia, en este aspecto, de estos territorios con los puramente metropolitanos e incluso urbanos).Creemos que la clave de la crisis urbana y territorial por la que atraviesan estos espacios es tá precisamente en esa competencia que diversos agentes ejercen por el control del suelo: agricultores, ganaderos, grandes compañías agroindustriales, ahorradores inversionisras, comerciantes, urbanitas con pecunio suficiente como para comprarse una parcelita y construirse una chalébola, organismos de la Administración, grandes y pequeñas empresas, etc. (...) 
La Ordenación Territorial es una disciplina de aluvión, que se ha venido definiendo por la praxis. Pero en la práctica lo que la O.T. ha hecho ha sido estructurar grandes espacios territoriales (comarcas, provincias, regiones) en función de un único fin: la producción de mercancías en las ciudades. Difícilmente puede servir entonces todo el entramado teórico que a partir de esa praxis se ha construido para abordar la problemática territorial y urbana del medio rural. Y si ni sirve la Ley del Suelo para resolver los problemas urbanísticos de los pueblos, ni sirven las grandes teorías de la O.T. para acometer la ordenación de un término municipal en relación con su núcleo urbano y con su población, algún instrumento será preciso elaborar para no seguir inventando todos lo mismo continuamente (porque esto de alguna manera es lo que está pasando). 
Debería existir una legislación distinta de la Ley del Suelo. Para los pueblos debería crearse una figura dístinta de planeamiento, algo así como un Plan de Desarrollo y Ordenación Municipal, que habría de contemplar varios aspectos, aprovechando que por varios cientos de miles o varios millones de pesetas pagados por la Administración regional o central, los pueblos cuentan durante un año, cada siete u ocho años, con un equipo de expertos multidisciplinario. 
Aquí, la información socioeconómica no podría ser un relleno, como ocurre generalmente en los planes de urbanismo, que nadie se lee, sino la clave para delimitar las líneas maestras del potencial desarrollo de ese pueblo. El diseño y la normativa urbanística irían a remolque de todo esto, no a coartar expectativas.Las ciudades vienen haciéndose a sí mismas desde hace siglos. Pero a esos pueblos de que venimos hablando. que también se venían haciendo a sí mismos, ahora, tras su inclusión en el entramado urbano-capitalista, «los hacen» desde la centralidad metropolitana en la mayor parte de sus aspectos de desarrollo. Superar las graves contradicciones que esta urbanización del mundo campesino está generando, el planeamiento podría ser un instrumento, pequeño o grande, según la calidad del equipo que lo realice, de ayuda a estos municipios. Para que de alguna manera comiencen a hacerse a sí mismos nuevamente, en base a sus propias tradiciones, recursos, carácter, historia..., en fin, en base a su propia manera de ser."

REFERENCIA:
Baigorri, A. (1983), La urbanización del mundo campesino, Documentación Social, Num 51, pp. 143-158
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5.15.1983

El campo cambia. Los problemas del suelo rural (1983)




"Es ya muy difícil hablar del territorio rural en términos generales. La  evolución social, económica y territorial del estado español en los últimos treinta años ha conducido a la delimitación e áreas espaciales muy diversas e intensamente interrelacionadas. Con todo, podríamos hallar básicamente tres tipos de territorios. 
Los rurales propiamente dichos. Entrarían dentro de este apartado vastas extensiones, miles de municipios españoles, la mayoría deshabitados o semidesiertos, sin ningún dinamismo económico, y que no suelen ser ya los que preocupan en este tipo de reflexiones, sobre todo por ser los más estudiados, objeto de miles de tesis y tesinas de sociólogos, economistas, geógrafos, antropólogos, agrónomos, etc. Pueblos agroganaderos y/o forestales, con formas extensivas de producción, cuyos escasos habitantes sobreviven, en muchos casos con un elevado nivel de rentas, gracias a la conjunción de varias fuentes de ingresos: las rentas generadas por sus tierras y ganados; los aprovechamientos forestales, cinegéticos, etc., administrados por el ICONA —para los que en numerosas ocasiones se emplean incluso como operarios—; en muchas zonas el trabajo domiciliario; y, principalmente, las pensiones de los jubilados y pensionistas de la Seguridad Social Agraria.En estos territorios no existen graves problemas de ordenación territorial, salvo que dé la casualidad de que aparezca una autopista u otra infraestructurade transporte. Entonces los lugareños obtienen unos ingresos adicionales inesperados, tras vender unas pocas parcelas, sin que la cosa suela ir amayores. Caso distinto es cuando al MOPU o a las compañías eléctricas se les ocurre que aquél es un buen lugar para construir un embalse. Pero, básicamente, estos inmensos territorios, cuyas características podemos encontrar en muchas comarcas aragonesas, dejan transcurrir la historia en torno suyo, sin ser afectados por la misma.De vez en cuando, a un emigrante le entra nostalgia y se gasta sus ahorros en construirse un chalecito en las afueras del pueblo. Da igual que el paisaje a observar desde el chalet sea un riachuelo parnasiano o un páramo desolador. 
El segundo tipo de territorios serían los urbanos, también propiamente dichos. Sobre la definición y características socioeconómicas de las ciudades, áreas metropolitanas y conurbanizaciones, así como sobre la problemática territorial y urbanística que plantean, es sobre lo que evidentemente no estamosreflexionando en estas páginas, por ser asunto esencialmente distinto. (...)"


REF: Baigorri, A. (1983), "El campo cambia. Los problemas del suelo rural", Andalán, Num. 380, pp.19-33
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