12.14.1982

Rústico versus no urbanizable (1982)


Se trata de un artículo de opinión que escribí tras asistir a unas jornadas sobre planeamiento urbanístico en el espacio rural, en Palma de Mallorca en las que nos reunieron a una docena de expertos y de distintas regiones. Una de las particularidades que tiene este breve texto es que propone para la reforma de la Ley del Suelo una denominación, para los planes de Urbanismo, que terminó implantándose décadas más tarde: plan de desarrollo local. De esas jornadas, en las que coincidí con Ramón Fernández Durán, saldría el encargo de estudio sobre la agricultura periurbana de Madrid

 


RÚSTICO VS. NO URBANIZABLE

Artemio Baigorri

El Día de Aragón, 14/XII/1982


Hace tan sólo unos días, un pequeño grupo de profesionales del urbanismo y la ordenación territorial de casi todos los países del Estado nos hemos reunido en Palma para reflexionar juntos, durante varias jornadas, sobre los problemas que plantea la ordenación territorial y especialmente el planeamiento en “el rural”. La inquietud del Colegio de Arquitectos de Baleares por el tema y la voluntad de algunos de sus miembros han hecho posible este congreso.

 De entrada, si algo quedó claro y aceptado por todos fue precisamente la imposibilidad de encontrar fórmulas mágicas y remedios aplicables por igual en cualquier territorio. Las profundas diferencias entre los distintos países del Estado han impedido unas conclusiones globales generalizables a todos ellos. Cada uno de los ponentes pudimos extraer, con todo, conclusiones de interés para las diferentes áreas en que trabajamos. Y, por supuesto, unos cuantos puntos comunes,

Una ley del suelo incompleta 

La conclusión básica, punto de partida de nuestra reflexión, fue sin duda el olvido en que se ha dejado, en las últimas décadas, la ordenación del suelo rústico y, en general, de “el rural”. La propia Ley del Suelo de 1975 abandona, en su redacción definitiva, el concepto de suelo rústico de la Ley de 1956, para ser sustituido por el de suelo no urbanizable, con lo que se define a estos espacios en términos negativos, como lo que no es ciudad, lo que sobra y no se sabe muy bien qué hacer con ello. Por supuesto que también ha contribuido a este abandono un cierto espíritu panarquitectónico (del que no poca culpa tiene el hecho legal de que sean solo arquitectos e ingenieros de caminos quienes puedan firmar planes de ordenación, frente a la tradición más liberal de otros países desarrollados como los USA), por el cual lo único que interesaba durante estos años era qué, dónde, cómo y cuándo se podía construir. Y lo peor es que el complejo social ha terminado por convencerse de que eso es lo único que importa en el planeamiento. Con estos presupuestos, se desprende lógica la incapacidad de la Ley del Suelo para llevar a cabo una ordenación general de actividades en el suelo rústico, tal y como se hace en el urbano. Y, por extensión, la incapacidad de la Ley para abordar el planeamiento, tanto del suelo urbano como del rústico, en el medio rural. Salta a la vista la necesidad de una nueva Ley, sustitutoria o complementaria, que resuelva estas contradicciones, y que podría traducirse, en el medio rural, más que en planes puramente urbanísticos, en planes de ordenación y desarrollo local.

 Para la ordenación de estos territorios se convinieron como necesarias, de todo punto, normas de superior jerarquía con las que el poder local pueda evitar el desgaste que supone el continuo enfrentamiento, por problemas urbanísticos, con convecinos a los que están unidos por relaciones de vecindad, parentesco, laborales o incluso de tipo caciquil (baste recordar, a los conocedores del caso, las normas subsidiarias del Somontano Norte del Moncayo, donde pudo comprobarse en términos vivos esta problemática: las relaciones semi caciquiles existentes en algún núcleo hicieron caer a un equipo que intentó enfrentarse a una clara y grave infracción urbanística). Unas normas provinciales en permanente actualización, que delimiten muy estrictamente qué se puede y que no se puede hacer, como se está haciendo en Navarra y en el resto del País Vasco, o unas directrices de planeamiento del tipo de las elaboradas por COPLACO para el área metropolitana de Madrid, sería la pauta a seguir.

 Proteger el suelo cultivable

La necesidad de proteger, por los medios que sea, el suelo agrícola útil, sobre todo el regadío, parece asumida por todos. Frente a una “invasión urbana” que se manifiesta no sólo a través de la ocupación de suelo con fines residenciales (principal o secundaria), sino asimismo mediante salpicaduras de infraestructuras y dotaciones (autopistas, variantes, aeropuertos, líneas de alta tensión, cárceles, clubs recreativos, colegios, instalaciones y campos militares, grandes factorías, embalses, etcétera) siempre al servicio de ciudad. Más aun en una época, como la que se inicia, en que el sistema productivo se inclina hacia sectores (energía, alimentación...) y modelos (informatización y telecomunicación, producción subterránea domiciliaria...) que permiten y aun en ciertos casos precisan de la dispersión y la descentralización espacial, Fue general el criterio, en estas jornadas, de que la calificación de no urbanizable especialmente protegido debería ser norma de obligado cumplimiento en los planes de ordenación para el regadío, e incluso, en una región como la nuestra con tantos planes de riego pendientes, en los secanos “expectantes”, susceptibles de ser puestos en riego algún día. Y parece tambiền conveniente la elaboración, para el suelo rústico tal y como se hace para los casos históricos, de planes especiales que recojan toda su complejidad de usos.

 Pero la protección de las buenas tierras de cultivo no tiene por qué impedir, quedó claro, la satisfacción de ciertas necesidades sociales, típicamente aunque no exclusivamente urbanas, y profundamente sentidas, que en tantas ocasiones hemos defendido.

 De un lado está lo que pudiéramos llamar la segunda residencia popular, puesto que las clases pudientes ya gozan de la misma, o tienen medios para conseguirla.De no satisfacer esta necesidad, y además de encontrarnos a corto plazo con el campo plagado de parcelaciones ilegales y chalébolas, las clases populares sufrirían una vez más ese “coitus interruptus del obrero hispano” de que habla a menudo, en otro sentido, Gaviria. En una lectura demagógica pero real de los hechos, las gentes más humildes vienen a encontrarse con que ahora que por fin pueden imitar a su jefe, hacerse la casita, los propios gobernantes municipales a los que han votado se lo impiden.

 Parece que la solución pasa por la creación de suelo urbanizable (junto al suelo urbano cuando sea posible) de promoción pública, en malos terrenos y con una normativa muy detallada, así como un diseño e infraestructura extremadamente austeros. En todo caso, en contra del concepto de núcleo de población tan manido por culpa de la Ley del Suelo, siempre será mejor concentrar estas construcciones que dispersarlas por todo el territorio, contaminando el paisaje -y las aguas subterráneas- y haciendo desaparecer una mayor cantidad de suelo útil

 Por fin, los ya famosos huertos familiares, de los que tanto se habla en los últimos meses. Cada vez más necesarios, para aliviar no solo la asfixia psicológica de la ciudad, sino también la asfixia económica del paro. Hay dos vías interesantes para desarrollarlos sin que se conviertan en camuflaje de segunda residencia.

 La primera vía pasa indiscutiblemente por la promoción pública en terrenos de secano, transformables en regadío mediante pozos o elevaciones que para otras formas de explotación agrícola menos intensas no serían rentables. Los nuevos hortelanos ya se encargarían, con un poco de agua y tiempo, además de un breve cursillo en algunos casos, de convertir el erial en un vergel. Hay muchas fórmulas para la parcelación, adjudicación y control administrativo, y desde luego el Ayuntamiento puede incluso llegar a expropiar por fines sociales terrenos de secano de bajo precio, cuando no cuente con suelo público adecuado. Pero cabría incluso la promoción privada, con parcelaciones en base a la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario, siempre que exista la posibilidad de mantener una adecuada vigilancia municipal para que las casetas de aperos de diez a quince metros cuadrados permisibles no se convirtieran en chalés. Convenios con los colegios notarial y de registradores de la propiedad permitirían que esas parcelas conservasen la vinculación a la prohibición de construir en ellas, con el fin de que el posible comprador conociese a la hora de la compra las cargas registrales, y no pudiera decirse engañado. 

Después de estas jornadas, y con independencia de la necesidad de grandes reformas legislativas en este sentido, estoy aún más convencido de que vamos contando ya con suficientes instrumentos de planeamiento como para permitir a los ciudadanos el goce de la naturaleza sin que ello suponga su destrucción. Pero corresponde ahora a los políticos el poner en marcha esas medidas, que tanto beneficiarían a sus administrados.





Referencia:
Baigorri, A. (1982), "Rústico versus no urbanizable", EL día de Aragón, 14/XII/82, pag. 4
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7.27.1982

Comunales (1982)

En 1982, haciendo amigos, escribí una serie de artículos críticos para con los planes que el IRYDA y otros organismos públicos tenían, en el marco de la transformación en regadío de Bardenas, para con los bienes comunales. El único apoyo que apareció hacia mis planteamientos fue el del entonces alcalde socialista de Zaragoza, Ramón Saínz de Varanda. Por eso incluyo al final del PDF que recoge los artículos, el suelto que él publicó, ignoro por qué razón en un periódico distinto (de más tirada, quizás por eso). También se incluyen en el fichero dos artículos posteriores, vinculados al tema.



"Ningún pueblo puede renunciar a sus comunales, que en otras  épocas han sido defendidos con sangre y han salvado a la pobla ción del hambre. Ningún Ayuntamiento puede tener fuerza moral  para desprenderse de unos bienes que son de todos, producto de  conquistas históricas, y que han sobrevivido al feudalismo, las  desamortizaciones y la rapiña de los caciques. Y ninguna genera ción puede disponer alegremente de esos recursos históricos que  pertenecen a las generaciones presentes, pasadas y futuras. 
     De modo que ni siquiera puede admitirse, desde esta perspec tiva comunalista, la idea que circula en ciertos ámbitos sobre la  posibilidad de hacer un referéndum para que decidan los vecinos;  porque en este tema los vecinos de 1982 no pueden decidir por los  de 1999.
     En estos tiempos de sociedad de consumo, competitiva y  alienante, la mayoría de los vecinos pueden llegar a pensar que  es mejor vender y sacar dinero a corto plazo. Pero ¿qué opinarán  sus nietos cuando los 1.500 millones que a lo máximo puede obte ner Tauste por la venta se hayan volatilizado -lo que ocurriría,  al ritmo presupuestario e inversionista de Tauste en el plazo de  diez años- y les digan que no hay tampoco tierra para hacer lotes  cultivables?. (...)"

Referencia:
Baigorri, A. (1982), "Los comunales y la independencia municipal", El Día de Aragón, 25/7/1982, pag. 3
Baigorri, A. (1982), "Defender los comunales a cualquier precio", El Día de Aragón, 27/7/1982, pag. 3
Enlace al texto completo

6.17.1982

4.21.1982

Contra el paro, huertos metropolitanos (1982)




En los últimos años muchos han hecho negocio ideológico con el tema, y no pocos negocio económico. Hace cuatro décadas estas propuestas eran tachadas de insensatas y reaccionarias. "Rémoras falangistas", proclamó mi maestro Gaviria cuando leyó el artículo mecanografiado, antes de que lo enviase al Topo. Lo cierto es que impactó en mi orgullo (creía haber logrado un artículo "redondo"), pero no cambié ni un milímetro mis planteamientos. Un año después estábamos negociando con COPLACO la realización de un estudio sobre la agricultura y huertos periurbanos en Madrid que haría Historia. Gaviria cambió totalmente de postura, y en 1997 incluso llegó a glorificarlos (los huertos clandestinos) en un texto sobre los de Zaragoza (en donde yo había propuesto, en 1984, un programa de huertos públicos en los comunales) que no he leído porque sólo conozco de referencia.


"   Ante el paro y el hambre, estrategias contra la miseria. La Tierra también para el que no la trabaja
Lo que proponemos tampoco es nuevo. Básicamente se trata de ofrecer a los parados y otros necesitados un pedazo de tierra con la que asegurarse el diario condumio. Un volumen importante de parados son de origen campesino, y pueden rememorar las técnicas de cultivo para cultivarse los alimentos necesarios. Los demás, con el imperioso acicate de "la gazuza", las aprenderán enseguida. 
Nada nuevo bajo el cielo, o el pan de los populismos Pero como decíamos no se trata de algo novedoso, y además sus antecedentes traen, a primera vista, un tufillo poco atrayente. Un tufillo ideológico muy delicado de tratar. Es "la casa i l'hortet" de Maciá, que para Madrid Arturo Soria había llamado, en la publicidad de su Ciudad Lineal, "ni un madrileño sin casa, ni una casa sin jardín". Es la ideología del regeneracionismo reformador, importada del centro de Europa, que Costa supo mejor que nadie sintetizar y adaptara la realidad española. "Que el bracero, al propio tiempo que trabaja por cuenta de otro, en tierra ajena, trabaje por cuenta propia en tierra que ni sea propia ni de otro, sino de la colectividad",1  escribía en 1902. Un regeneracionismo que engarza con los ilustrados dieciochescos y que algunos quieren imitar en la actualidad.Una ideología que en Austria y Alemania se dio muy bien; que en España tuvo una positiva influencia en el primer tercio de siglo, y que terminó, manipulada, plasmándose hasta en el Fuero del Trabajo: "Cada familia campesina deberá contar con estos huertos familiares, con los cuales pueda atender a sus necesidades"(...)
Los otros hortelanos son "los otros catalanes"
 

En Ripollet, ICONA arrasa de vez en cuando los más de mil huertos que han aparecido, clandestinos aunque públicos, en el  lecho del río canalizado. Aunque en realidad hoy dicho río es un verdadero colector de aguas residuales.Tras las "razzias" del ICONA (triste sino el de este Instituto, que parece morbosamente atraído por la destrucción), los "otros hortelanos" vuelven a reconstruir las pequeñas parcelas de 50-60-100 m2 , de las que obtienen parte (en muchos casos predominante) de su sustento.
En Badalona es el propio Ayuntamiento quien arrasa con los bulldozers este tipo de huertos surgidos en los cauces de ríos y miserias.
En Santa Coloma de Gramanet hace años que desde el propio Ayuntamiento son denunciados estos huertos, y supongo que también habrán sido arrasados en más de una ocasión, por unos u otros ejecutores.
De los cauces de los ríos saltan a los huecos dejados por las expropiaciones de autopistas, carreteras y autovías; a las laderas de las ciudades, entre los bosquetes de pinos, junto a los basureros, en buena vecindad con los gitanos. En tierra de nadie, o de dueño no vigilante. Es una fascinante imagen la que en varias ocasiones se ve desde la autopista de Barcelona a Sabadell: los nuevos hortelanos han reproducido sus montañas. Si sus antepasados conquistaban la montaña construyendo terrazas con piedras, ellos lo hacen, con sacos de plástico llenos de escombros y basura, en las laderas abandonadas del Área Metropolitana de Barcelona (AMB).
Estoy seguro que el número de huertos de este tipo (variable lógicamente en función de la actividad de los bulldozers oficiales) es de varias decenas de miles en el AMB. (...)
 

De un lado, hay que comenzar a reconsiderar de una vez por todas, y esta vez en serio, la ideología clorofila que ha inundado de céspedes las ciudades. Hay grandes espacios en el interior de las urbes que podrían ser aprovechados para algo más que para criar césped o hacer cacas los perritos, y ello sin que el "verde" desapareciese. En Sevilla, en Huelva, en Logroño, en Madrid y en otras muchas ciudades, gigantescos solares van a quedar ya para siempre sin edificar, siendo muchos de ellos públicos. Las Asociaciones de Vecinos reclaman en esos espacios zonas verdes; pero la mejor zona verde sería convertirlos en parcelas familiares dedicadas a la hortelanía"


REFERENCIA:
Baigorri, A. (1982), "Ante el paro y el hambre, estrategias contra la miseria. La Tierra también para el que no la trabaja", El Viejo Topo, Num, 67, pp. 12-17

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