Este artículo corresponde a una época en que, asumido que había abandonado el periodismo y me adentraba, también institucional y honradamente cursando la carrera, en la Sociología, superaba la adicción a la tinta impresa regalando abundantes páginas de opinión a los periódicos de los amigos, mientras me ganaba la vida con los estudios de planificación (urbanística, territorial, turística...). El artículo creo que no ha envejecido a pesar de haber transcurrido más de tres décadas desde entonces. Primero en 1993 (para Sociología de la Familia) y luego en 1996 (para el curso de doctorado "La Mujer en España", de Luis Garrido) lo rescaté como "prólogo" de sendos trabajos. Finalmente quedó tan extenso que, aunque me daba pereza ampliarlo (como libro), o adaptarlo (como artículo) para publicarlo, creí que en Internet podría servir a otros, y completado con otros trabajos de doctorado, o incluso previos, lo colgué en mi primera página web como documento de trabajo, con el título de Mujeres, hombres, viejos y niños. Transformaciones demográficas, familia y realidad social en España.

"Todos los 'progres' nos hemos reconciliado con nuestros padres.
Cuando podemos, incluso nos los llevamos a casa para que nos hagan
la comida, nos limpien los rincones y nos cuiden los niños. Y el que
diga que no es el caso miente, o mantiene la pose atenazado por algún
antiguo trauma ideológico-juvenil.
No es cosa de la edad, porque esencialmente seguimos sin
entendernos con ellos. Pero de hecho las siguientes generaciones ya ni
siquiera han roto con la familia, como hicimos nosotros. Estamos
aburridos de leer/oir/ver reportajes periodísticos, y resúmenes de
encuestas, que muestran cómo los nuevos jóvenes tienden a retrasar el
máximo la ruptura del cordón umbilical con sus familias (para algunos
ello se debería a un retraso en el proceso de maduración social de los
individuos, pero en mi opinión este retraso en la maduración sería más
un efecto que una causa). Por una vez vamos parejos del resto del
mundo desarrollado, a un ritmo parecido en e l proceso de cambio, e
incluso con ventaja respecto de otros países (en algo debe notarse que
somos la novena potencia mundial en el auténtico concierto de las
naciones, que es la contribución económica a la ONU).
La evolución del cine americano de los últimos veinte años constituye sin duda uno de los mejores reflejos de los cambios en los
países industriales avanzados, especialmente en estos temas. En las
películas de los años '60 los adolescentes se pasaban el tiempo discutiendo con sus padres, o con autoridades de corte paternalista, y escapándose en moto con mirada torva . En los años '70 y primeros '80 la
familia sin embargo brillaba por su ausencia; tan sólo alguna vez, entre
problema y problema psico-sexual de la pareja, aparecía una suegra
lejana que rápidamente volvía a desvanecerse, o un padre profesor de
Universidad que aconsejaba a la chica que siguiese su propia vida. En
fin, en los últimos años la familia (incluso la familia extendida, tan
divertidamente pintada en "Hechizo de luna" e incluso retratada
irónicamente por los novelistas macarras del 'realismo sucio') vuelve a
irrumpir en las pantallas, simple reflejo de la realidad: casi siempre
como una tabla de salvación para los perdidos navegantes solitarios,
que ya no miran desafiantes, sino con miedo, a su alrededor. Pero
mientras nosotros, los hispanos, teníamos los padres aquí al lado, y los
abuelos, y los tíos y todo el contubernio, los anglos de Manhatam
deben ir a encontrarlos a Nebraska, y aún a veces se pierden por el
camino, en una bella contribución a la movilidad geográfica; es la
pequeña ventaja que les llevamos.
Los hechos están ahí, pero no convencen las explicaciones, que
además rara vez se dan. Estamos perplejos, y a lo máximo que acertamos -no siempre- es a describir la realidad. Sin atinar a interpretarla
(¿cómo vamos a pensar entonces en transformarla?), sin estar seguros
siquiera de si alguno de estos hechos constituye un problema o una
solución, sin saber muy bien si hablamos de causa o efecto. Sólo sabemos que nos veíamos camino de encontrarnos todos metidos en
nuestros respectivos box, terriblemente solos o abrazados -asustados- a
nuestra pareja, y de pronto nos hallamos rodeados de padres, abuelos,
tíos y sobrinos.
Es cómodo, pero inquietante: ¿acaso estaremos reproduciendo la tribu, acabando más o menos por donde empezamos?. No
puede ser tan simple. Pero ni siquiera Marvin Harris, o Toffler -si bien
es cierto que las traducciones más recientes de ambos corresponden a
sendos libros de 1980- aciertan a tocar el tema en sus últimos trabajos;
y nada digamos de los agudos observadores sociales españoles, que
aún andan en temas tan actuales como lo del descenso de la natalidad
o la sociedad dual.
Elucubrando un poco, sin mayores pretensiones que las admisibles en un artículo periodístico, podríamos tomar este cambio social
como el principio del fin de una despilfarradora sociedad industrial.
Una sociedad que condujo -por pura necesidad del crecimiento
económico- a que a los 20 años los jóvenes tuviesen que salir de sus
casas para crear una nueva familia en un nuevo hogar, multiplicando
así las necesidades de espacio, infraestructuras y bienes de consumo.
En el momento culminante de esa civilización, cuando se
esperaba la desaparición de la familia, surge el mercado de apartamentos para solteros y matrimonios modernos sin hijos, así como aparecen
módulos de vivienda en general cada vez más reducidos: lo justo para
comer y dormir, es decir para permitir la reproducción de la fuerza de
trabajo.
Sin embargo hoy, cuando la decadencia de esa sociedad ha empezado (para convertirse en algo que seguimos sin tener claro qué
va a ser), observamos cómo nuevamente se buscan pisos amplios. La
caricatura sería que se busca que haya espacio para todo (para la
segunda televisión con el vídeo, para el ordenador, para los juegos de
los niños, para los materiales de bricolage...), pero yo creo que , a
sabiendas o no, se busca algo más.
Para no pocos la mayor superficie de las viviendas responde ría
únicamente a la existencia de un nivel económico más alto. Y es
normal que se encuentre esa socorrida explic ación cuando las estadísticas nos hablan de familias con menor número de hijos. Sin embargo,
podemos hacer también una lectura diametralmente opuesta, que creo
más atinada: en mi opinión se buscarían viviendas más grandes para
soportar el desarrollo de las nuevas familias 'extendidas', en las que
padres, abuelos, hijos y nietos se mezclan nuevamente en una forma
complejizada y adaptada al estadio social. Podría decirse que la familiar nuclear huye asustada hacia un tejido cálido, en el que sus polluelos crezcan arraigados a algo.
No hay que olvidar que este proceso constituye una buena
adaptación a la crisis económica y social: de una parte se ahorra
espacio vital e 'infraestructura doméstica', y por otro lado no hay que
olvidar que una familia extendida precisa menos ingresos per cápita
(obtenemos economías de escala). Las comunas de los años '70 fueron
de hecho una avanzadilla experimental en términos económicos, que
fracasó por lo social. El "donde comen dos comen tres" es cierto, y con
sólo un poco que aporte el tercero los recursos totales y el bienestar global del conjunto familiar aumentan no de forma lineal, sino
exponencial.
Lamentablemente los economistas tan sólo se aplican a la
economía del Estado o de las empresas (y en consecuencia tangencialmente atienden a la composición de la cesta de la compra, o las
intenciones de compra de los consumidores, sólo en la medida en que
los cálculos les sean de utilidad para optimizar los planes del Estado y
las empresa s), pero serían de sumo interés algunos análisis en este
sentido.
Y si no imaginemos algún ejemplo. Tomemos un matrimonio de
mediana edad y clase media-alta, con tres hijos: el mayor, de 31 años,
está casado y tiene tres niños; el mediano, de 28 años, está también
casado y tiene un hijo; el pequeño, de 20 años, aún está en casa. En
total son 10 personas.
Como mínimo, en la ca sa de los padres (un piso de 110 m²)
tenemos un salón (con TV, vídeo, equipo de música para el pequeño
que sigue en casa, y mobiliario completo), cuatro dormitorios completos, cocina completamente equipada, dos baños, un coche y una moto
'para el niño', además de una casa de segunda residencia en el pueblo,
de 150 m².
En la casa del hijo mediano (un piso de 80 m² que aún e stá
pagando) tenemos un salón (con TV, HIFI y mobiliario incompleto),
dos dormitorios, cocina completamente equipada, un baño y un coche
(en las vacaciones comparten con los padres la casa familiar del pueblo). En fin, en la casa del hijo mayor (tanto él como su esposa
trabajan como profesionales liberales, y tienen un piso de 120 m² que
aún están pagando) disponen de un salón (con TV,vídeo, HIFI y
mobiliario completo supermoderno y supercaro), cuatro dormitorios,
dos baños, trastero, dos coches (el de la mujer de segunda mano) y un
apartamento en la playa de 50 m² que aún están pagando.
Si sumamos veremos que, en realidad, para tan sólo 10 personas
tenemos en la ciudad un conjunto de tres viviendas, que totalizan 310
m², con tres salones (con tres TV, tres HIFI, tres vídeos y numerosos
muebles), diez dormitorios, tres cocinas completas, cinco baños y un
trastero. Es decir, el equivalente a un palacete completo del siglo XIX,
que estaría ocupado en aquella época (con muy inferior nivel del
equipamientos) por no menos de 15 miembros de una familia, incluyendo el servicio, de la gran burguesía. Además disponen de otros 200
m² de Segunda Residencia, cuatro coches y una moto.
Con independencia de las diferencia s tecnológicas, los medios acumulados por esta
familia de clase media de finales del siglo XX constituirían un lujo
asiático para una familia de la alta burguesía del XIX.
Pero si desarrollamos todo ésto en términos económicos (costes
de mantenimiento, de sustitución, de alimentación...) llegaremos a
observar una situación teóricamente absurda, aunque habitual. Más aún
si sabemos que el hijo mayor y su mujer comen fuera a diario, porque
casi no tienen tiempo, y por la misma razón los hijos comen en el
colegio; mientras la abuela está aburrida y desquiciada, y estaría más a
gusto guisando para todos, y el abuelo no sabe qué hacer y estaría encantado de entretenerse en traer y llevar a los nietos al colegio, entre
otras posibles ocupaciones. Y no hablemos ya de los costes de todo
tipo que esta situación supone para la Administra ción, especialmente
para el municipio.
En realidad, no hace falta ser un lince del análisis sociológico
para darse cuenta de que este proceso de 'extensificación' de la familia
se está dando ya en la sociedad española. Basta mirar a nuestro alrededor. En las grandes ciudades el proceso es de más difícil realización
(en realidad en las grande s ciudades, salvo la diversión, van a tenerlo
casi todo bastante más crudo en los próximos años), y aún más complicada cuantificación, pero también puede detectarse en ciertas áreas y
sectores, primero y especialmente entre las clases altas en términos
económicos y/o culturales. Pero en los pueblos, y en las pequeñas
ciudades, donde esto es más factible a corto plazo, se percibe ya la
decadencia de la construcción de pisos, y la vuelta al sistema tradicional de levantar sobre la casa del padre las de los hijos, para vivir en la
práctica todos revueltos. Incluso los 'singles' dejan de serlo, y por
mucho dinero que ganen deben agruparse a menudo con otros -en este
caso por razones fundamentalmente económicas, pero también
afectivas- para compartir vivienda, gastos y estados depresivos; reproduciendo en muchos casos una estructura seudofamiliar.
La familia extendida es mucho más eficiente en términos
económicos -y ecológicos-. Además de mucho más útil para garantizar
la paz social en sistemas en los que el paro estructural se cuenta por
millones. Estas, y no otras (como pudieran ser las modas o la evolución moral, que sin duda se razonarán cuando los investigadores
comiencen a ocuparse de este tema) son las causas que están agudizando la decadencia de la familia nuclear y el resurgimiento de una estructura de familia extendida, casi tribal, en la que el apoyo mutuo es más
practicable.
Naturalmente, el desarrollo de la familia extendida trae consigo
otro tipo de cuestiones más difíciles de cuantificar. Fundamentalmente,
desde mi punto de vista, el reforzamiento de estructuras piramidales de
poder, porque al menos hoy por hoy las familias extendidas siguen
siendo esencialmente patriarcales.
Posiblemente, en consecuencia, ello
pueda llevar a la pérdida de algunos de los logros conseguidos por las
mujeres en las últimas generaciones de esa misma familia; así como en
conjunto a un mayor conformismo social.
La valoración del fenómeno resulta, en cualquier caso, difícil
todavía. Es incluso difícil intentar predecir la importancia que este tipo
de familia pueda alcanzar en el conjunto social -un estudio realizado a
principios de la década en un barrio negro de Chicago llegó a identificar hasta 86 diferentes formas de estructura 'familiar', y posiblemente
en España no andaríamos lejos ahora mismo de esa cifra-.
Por ahora
bástenos el alerta sobre este nuevo cambio social que se avecina,
masivo y desde luego muy distinto del que soñaban los 'antiguos'
comuneros."
Referencia:
Baigorri, A. (1989), "Donde comen dos, comen tres (la familia ataca de nuevo)", El Día de Aragón, 28 de mayo de 1989, pag. 3