En mayo de 2007 Julio Abascal, uno de los informáticos españoles más innovadores, me invitó a participar en la sesión sobre la Digital Divide en las VI Jornadas de Ética e Informática en San Sebastián, organizada por la Asociación de Técnicos Informáticos. Presenté una ponencia y participé también en una mesa redonda con Raúl Trejo, otro analista crítico del nuevo ecosistema entonces emergente. Al final del texto de la conferencia incluyo también la presentación utilizada.
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Bien. De lo que vamos a hablar en esta sesión no es tanto de desigualdades como de frustración. La frustración que a una parte de quienes disfrutamos de los beneficios de las últimas revoluciones tecnológicas nos provoca el hecho de que no alcancen a toda la población. En realidad, al contrario de lo que ocurre con otros bienes, servicios y derechos, los excluidos de la sociedad telemática a menudo ni siquiera tienen conciencia de ello, y por tanto no plantean reivindicaciones al respecto; no articulan movimientos sociales; no van a hacer nunca una revolución, al menos en las próximas décadas, por no tener acceso a Internet. En esta preocupación anterior a la demanda, podríamos decir, haya posiblemente un componente ético esencial.
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Mi intervención se estructura en dos partes más o menos diferenciadas.
En la primera parte hablaré brevemente de ideas y conceptos muy conocidos, pero necesarios como marco general: hablaremos de la irrupción de la Sociedad Telemática, de las grandes expectativas que despertó y de la frustración que en muchos sentidos ha significado para algunos.
Una de las más nítidas expresiones de esa frustración es lo que denominamos fractura, divisoria o brecha digital, según la terminología más extendida, aunque en el ámbito hispanohablante es habitual que utilizamos términos distintos para nombrar las mismas cosas. Lo importante es que nos referimos al concepto creado por los expertos de la administración Clinton/Gore para denominar la desigualdad en el acceso a los beneficios de la Sociedad Telemática. Intentaré en este punto hacer una revisión sistemática de la naturaleza de la fractura digital, y atisbar un poco la dinámica y dirección futura de dicha desigualdad.
Intentaré poner de manifiesto, con datos y argumentos, un hecho a mi juicio incuestionable: si no se reduce drásticamente la fractura digital en los próximos años, el propio sistema económico capitalista tendrá pocas posibilidades de sobrevivir. Lo cierto es que eso me preocupa bien poco, pero sí me resulta preocupante la percepción de que la propia supervivencia del planeta (entendiendo como tal al ámbito humano del planeta, que es el que me parece realmente importante en) está amenazada si no superamos esa desigualdad. Intentaré siquiera apuntar eso.
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Nos adentramos a pasos acelerados en la sociedad telemática, una nueva civilización cuya naturaleza apenas empezamos a atisbar. Sin embargo uno de los aspectos que la diferencia de las anteriores es el hecho de que la esperábamos. Casi no sabemos cómo será, como va a a modificar nuestra forma de ser humanos, pero hace años que esperábamos todos sus cacharritos. El neolítico no sabemos muy bien cómo empezó, pero sin duda el primer señor que apareció con una oveja amaestrada debió de sorprender mucho a sus congéneres, y no digamos aquel que decidió guardar los granos recolectados para volverlos a sembrar. En lo que se refiere a la revolución industrial, dejando a un lado la anécdota de que el motor de vapor fue entrevisto por los sabios egipcios, hoy podemos trazar una conexión lógico-temporal entre descubrimientos científicos y desarrollos técnicos, pero en modo alguno podía haberse previsto dicha evolución por ejemplo a finales del siglo XVIII. Casi un siglo después del desarrollo de la máquina de vapor atmosférica de Newcoomen y Calley, y ya inventada la de Watt, todavía el Barón de Munchhausen no encontraba una forma más inteligente de viajar a la luna que la de montarse en una bala de cañón. Pero la Sociedad Telemática no nos pilla desprevenidos; llevamos casi un siglo esperándola.
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Hoy podemos conceptualizar esta tercera ola civilizatoria (por utilizar la analogía de toffler) como el resultado de tres fuerzas interconectadas: la revolución de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (óptica, informática y telecomunicaciones), la globalización y la de virtualización. Pero de alguna forma estaban previstos, casi pautados, los pasos que daríamos.
De hecho, hace tiempo que sabemos lo fácil que es predecir el futuro... si sólo pensamos en máquinas, naturalmente.
Cuando hablamos de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación parece que hablásemos de una especie de invento sacado de la chistera de los magos de la física, y sin embargo quienes se ocupan de estos asuntos sabían muy bien lo que iba a ocurrir con décadas de antelación. Con algunas variaciones (pues es fácil trazar la prolongación lineal de una tendencia, pero es casi imposible predecir las mutaciones) lo tenían todo previsto. Lo que no tenían previsto, lo que no podían preveer, era cómo los hombres y mujeres utilizaríamos estas tecnologías.
John Pierce (no está claro si inventor, pero en cualquier caso primer promotor del transistor y los satélites de telecomunicaciones) preparó en 1966 un documento, a demanda del sociólog Daniel Bell, sobre el futuro de las comunicaciones, en el que prácticamente nombra (a menudo con términos hoy en desuso) todo lo que hoy disfrutamos: impresión de libros en casa, intercomunicación personal global, multimedia en los bolsillos, teletrabajo, wifi... en suma, podríamos decir, la ubicudiad comunicativa, que él hacía descansar en dos tendencias de base: la transmisión de banda ancha más barata y la posibilidad de fabricar equipo terminal barato y seguro mediante la electrónica. Pero dice textualmente Pierce, al final de su artículo: "He descrito brevemente los avances tecnológicos que veo posibles en el futuro, pero no he dicho lo que haremos con esos instrumentos porque no sé exactamente cómo serán utilizados".
Ese era justamente el problema. Ya en 1970, recién difundidos los primeros pronósticos de futuro con pretensiones científicas, Alvin Toffler advirtió al mundo en El shock de futuro de buena parte de los problemas de adaptación que habríamos detener. En 1978 James Martin publicaba La sociedad interconectada (the wired society), sin duda la obra que con más clarividencia anunciaba el futuro que hoy tenemos (yo tomé de Martín la denominación de Sociedad Telemática). Y casi inmediatamente Michael Shallis publicaba El ídolo de silicio, una revisión crítica notable de las implicaciones sociales de esa revolución tecnológica.
Pues bien: ninguna de las críticas iniciales (incluidas las que tempranamente hacíamos en este país) se centraba, o hacía siquiera referencia a la cuestión esencial: la gran promesa lo era sólo para unos pocos. Es que todavía en 1995, cuando ya se oían denuncias incluso de carácter institucional en relación con la desigualdad, Negroponte publicaba su best seller Mundo digital, un grueso volumen en el que únicamente en su penúltima página incluye una referencia de tres líneas al hecho de que “mientras una cuarta parte de nosotros tiene un nivel de vida aceptable, tres cuartas partes no lo tienen”.
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Es decir, a la promesa inicial de la informática se le enfrentaron inicialmente únicamente las reticencias de carácter luddita, con todos sus temores milenaristas derivados del poderío que se atribuía a la informática, de las masivas pérdidas de empleo que se intuían, del incremento del control social y la sobrevigilancia, etc.
De ese proceso dialéctico resultó la fe en las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Y una vez instaurada la fe, y abrazada ésta por las masas, se nos hizo visible la Gran Promesa, esto es todos los beneficios y potencialidades que hemos atribuido a la sociedad telemática en campos muy diversos: relaciones sociales, trabajo y teletrabajo, enseñanza, comercio, ocio, etc. Creyendo que tales dones se extenderían de forma natural urbi et orbi. Pero no ocurrió así. No ha ocurrido así.
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¿Por qué hablamos de Sociedad Telemática? Quizás dedicamos demasiado esfuerzo mental a los nominalismos, pero es que son importantes. No en vano a lo largo de la segunda mitad del siglo XX se ha intentado denominar de una veintena de formas distintas a una sociedad cuyo alumbramiento se atisbaba, se esperaba incluso por los tecnólogos, pero de la que faltaban aún demasiados datos.
Personalmente nunca me he sentido a gusto con la denominación de Sociedad de la Información. Si la tomamos en referencia a la importancia de los medios de comunicación de masas, estamos pensando en un fenómeno precisamente típico de la sociedad industrial. De hecho, la sobre-información, la preocupación por el ruido y la redundancia, son temas que ya estaban muy presentes en la sociedad industrial.
Pero además, la información es un vector que está presente desde el principio de la Humanidad, con efectos idénticos a los actuales; esto es, facilitando la interacción de los otros componentes de las sociedades humanas (Población, Organización/Cultura, Entorno Ambiental y Tecnología). Incluso si tomamos el término informacional (que muchos empezamos a utilizar a mediados de los ’90 por influencia de Naisbitt y Aburdene) en la concepción más popular, la del sociólogo español Manuel Castells en referencia “al atributo de una forma específica de organización social en la cual la generación, procesamiento y transmisión de información llega a ser la fuente fundamental de productividad y de poder”(Castells, 1997-1998), tampoco tenemos nada nuevo en sí mismo. Cuando Castells publica esa propuesta, llegaban muchos años diciendo lo mismo o algo parecido John Naisbbit, Jean Jacques Servan-Schreiber, Roberto Vacca, y por supuesto el propio Alvin Toffler. Pero el hecho importante es que desde siempre la generación procesamiento y transmisión de información ha sido la fuente esencial de productividad y poder; lo era cuando los brujos organizaban las sociedades primitivas a partir de su comunicación con los seres superiores, y también lo era cuando los primeros comerciantes modernos utilizaban un sistema de correo privado que luego daría lugar a la prensa escrita. La única diferencia estriba en la impactante velocidad a que eso se produce en la actualidad, una velocidad que viene incrementándose progresivamente (y de forma exponencial a partir de principios del siglo XIX) desde el origen mismo de la civilización (falta que un cuantitativo haga los cálculos y le ponga un nombre a la ley correspondiente): guste o no, es un determinismo tecnológico.
Por el contrario, lo que a mi juicio más bien caracteriza en exclusividad histórica a la sociedad emergente es más bien la capacidad, gracias ciertamente a las nuevas tecnologías de procesamiento y transmisión de la información, de superar las barreras espacio-temporales.
Y en relación con esto hay dos conceptos esenciales en los que me gustaría detenerme, sobre todo porque marcan, conceptualmente, los ámbitos de la fractura digital. Ambos los hemos tomado de McLuhan, aunque en realidad proceden de Theilard de Chardin, especialmente el segundo.
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Por un lado está la idea mcluhaniana de la tecnología como extensión, o prolongación, del cuerpo del hombre. Así, en el caso de las tecnologías de la información, “con la prolongación del sistema nervioso como nuevo medio de información electrónica, ha sido posible alcanzar un nuevo grado de conciencia”
Y en segundo lugar el concepto de noosfera, propuesto por Theilard de Chardin en referencia a una especie de super-conexión nerviosa de carácter orgánico que se superpone a la biosfera y que posibilitaría al hombre alcanzar sus máximos niveles de pensamiento y reflexión, tomando conciencia de sí mismo. Pensemos que hace más de cuarenta años ya afirmaba que “los investigadores están distribuídos aleatoriamente en la superficie del globo terráqueo, pero están funcionalmente interconectados en un vasto sistema orgánico que se convertirá en el futuro en indispensable para la vida de la comunidad”. Nos estaba describiendo, avant la lettre, la red telemática mundial que hoy conocemos.
Este segundo concepto es particularmente importante porque, en el marco de la globalización, el campo de batalla de las contiendas sociales ya no está únicamente en las calles de las viejas ciudades industriales europeas, sino también en las metrópolis emergentes, en las ciudades depauperadas del Sur, en los más perdidos rincones rurales afectados por el expolio ambiental, en suma en el conjunto de un planeta que se nos queda cada vez más pequeño. Ya no tienen como escenario ese pequeño rincón del globo en el que emergía la Sociedad Industrial, sino el planeta entero, pero sobre todo su noosfera, pues las batallas se producen también, sobre todo, on line.
De hecho, esa idea nebulosa, más la propia aceleración de la revolución tecnológica, quizás esté en la base de la despreocupación inicial por la fractura digital. En 1985 el gobierno socialista francés de laurent Fabius presentaba el programa “Informática para todos” por el que se pretendía instalar ordenadores, para su uso por los estudiantes, en todos los centros educativos públicos. Pero no tuvo un gran impacto efectivo, porque parecía que el mercado iba por delante. La televisión era ya un bien universal, y los nuevos conocimientos sobre la difusión de las innovaciones advertían de la aceleración. De hecho, esto es así, y con la propia difusión de Internet hemos podido comprobarlo de nuevo
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Pero las cosas no iban tan bien. De hecho en el momento mismo en que el elemento que sintetiza, en un nuevo ecosistema virtual, todas esas tecnologías nuevas, Internet, se abre al público, se denuncia el desigual acceso. En realidad, es un fenómeno curioso: Las TIC's han sido las primeras tecnologías en la historia el Hombre cuya carencia entre la mayoría ha sido sentida y denunciada desde su origen mismo. Piensen... No encontrarán un caso así en la historia de la tecnología. ¿Por qué? ¿Tal vez porque, efectivamente, era una tecnología anunciada y largamente esperada por todos? Y hay más. Por supuesto que Internet está lleno de yo-lo-dije-primero's. Es tan fácil poner una página en cualquier momento... Basta decir cualquier cosa, y poner en la bibliografía algo de Castells, para que alguien termine prestando oídos (bueno, ojos).
Pero el hecho cierto es que fue el propio gobierno nortamericano quien antes que nadie, en los lejanísimos tiempos de 1993, habló con preocupación del asunto. Es, pues, el primer caso también en la Historia en que se despliega un bien de consumo y el propio gobierno del país capitalista en el que se despliega se plantea su universalización como un derecho. Pensemos que Internet como tal ni siquiera estaba aún abierto al público, pues la conexión telefónica IP a Internet se pudo en marcha en 1996 (hace sólo diez años, aunque parezca toda una vida).
La conciencia sobre la fractura digital, y su propia conceptualización, procede pues de un impulso: la voluntad de la administración Clinton por dotar de acceso a las NTI a todos los norteamericanos. Un proceso que se inicia en 1993, y que toma fuerza un año más tarde, cuando las redes, el hardware y el software confluyen en la posibilidad real de un acceso popular, a partir de la introducción del primer programa gráfico de navegación (Mosaic). En 1997, mientras en países como España los gobiernos se dedicaban a privatizar las redes de telecomunicaciones, y posibilitar que las grandes corporaciones telefónicas dedicasen sus cuantiosos beneficios a la especulación financiera internacional en lugar de a dotarse de infraestructuras apropiadas, el presidente Clinton se comprometía a que en el año 2000 cada clase y cada biblioteca de los Estados Unidos tuviese un acceso rápido a la red, y que eso ocurriese también, en el año 2007, en todos los hogares norteamericanos. Lo primero ha ocurrido, pero no lo segundo (¿quizás porque no han estado los demócratas en la Casa Blanca?): estando entre los países con mayor penetración (superado apenas por Islanda, Holanda, Suecia y Portugal, y seguido de cerca por Hong Kong, Japón y Corea el Sur), sin embargo todavía el 31% de los nortemaricanos no es usuaria de Internet (aunque, lógicamente, no todos los no conectados son fruto de la fractura digital).
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Los primeros análisis sobre el acceso a las NTI mostraron entonces lo que enseguida se denominó digital divide. En 1995 una encuesta masiva mostró las profundas desigualdades en el acceso a la red entre la Norteamérica urbana y la rural (McConnaughey, Nila, Sloan, 1995), siendo las tasas de acceso a ordenadores y módems en las zonas rurales la mitad que en las urbanas; pero también apuntaba ya la fractura existente entre la media de las zonas urbanas y las zonas urbanas centrales, esto es los barrios pobres de las grandes ciudades. En 1997 una nueva encuesta introdujo variables socioeconómicos mucho más detalladas, y puso de manifiesto cómo mientras la brecha entre zonas rurales y urbanas se estaba cerrando, por el contrario se venía ampliando la fractura social entre las clases sociales y otras formas de estratificación social; los perfiles de menos conectados se correspondían con los pobres rurales, las minorías étnicas de las zonas rurales y los barrios pobres de las ciudades, y las mujeres en hogares monoparentales (McConnaughey, Lader, 1998).
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En realidad, ¿qué es la fractura, o brecha, o divisoria digital?: pues sencillamente la expresión de la estratificación social, de la desigualdad en el ecosistema digital. Una expresión para cuyo análisis venimos centrándonos desde el principio en Internet, en la medida en que, como he señalado, es la manifestación concreta más expresiva del conjunto de las NTIC’s. Pensemos en que el mero acceso precisa tanto de infraestructuras que tienen un coste más o menos elevado, según el grupo social, pero que además luego el uso precisa de otras habilidades y capacidades que en buena parte vienen también determinadas por los conocimientos y habilidades, esto es por el capital cultural de los individuos.
Por tanto, al menos desde mi perspectiva, las NTIC’s, y su principal manifestación, Internet, no generan desigualdad en sí mismas (aunque ojo, hay quien investiga ya mecanismos de exclusión internos al sistema virtual y difícilmente relacionables con la estratificación social externa), sino que son expresión de la estructura social; reproduce y reproducen y reflejan las desigualdades sociales fundamentales.
Estas desigualdades expresan, por un lado, las fracturas internas de cada sociedad. A pesar de la rapidez con que el acceso a las NTIC’s se extiende a todos los sectores sociales, los datos siguen mostrando diferencias abrumadoras. Ya se han analizado en estas jornadas las dificultades de algunos sectores. Así, el peso de las mujeres entre los usuarios de la red se ha duplicado en España a lo largo de la década, pero es que en el primer trimestre de este año 2007 sigue siendo sensiblemente bajo (40,5%) respecto de su peso demográfico (51%).
A juicio de algunos la brecha digital incluso se agranda en España en cuanto a su significación. El informe de France Telecom sobre la situación telemática de España en el 2006 señalaba que el internauta tipo tiene un perfil cada vez más marcado: hombre, de 15 a 34 años, residente en una capital de provincia, con estudios y un trabajo. Esta clase de navegante se conecta cada vez más, mientras que mayores, amas de casa, parados y residentes de zonas rurales (los que los primeros informes norteamericanos señalaban como protagonistas de la fractura digital) lo hacen en mucha menos proporción. Y, además, hay 4,5 millones de españoles, que residen en 2.534 municipios, que no tienen posibilidad de acceder a Internet de banda ancha.
Es obvio, por tanto, que no es ninguna vanalidad hablar de un cuarto mundo digital
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La situación es particularmente expresiva y sangrante cuando vemos la evolución a nivel regional. Cómo se ha venido conformando una diferenciación clara, que en regiones como Extremadura además se está agudizando (en los últimos dos años se ha reducido incluso el índice de acceso).
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Y ello nos lleva a salir de la fractura interna, y considerar la otra dimensión: las fracturas globales.
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El impacto no resulta tan llamativo como hace una década (lo que ha hecho que no se le preste ya tanta atención desde muchas ONG’s y centros de investigación que inicialmente habían visto en el tema un buen target), pero sigue siendo impresionante. Naturalmente, cuando en el año 2000 la proporción de conectados en Norteamérica era abismal respecto de Latinoamérica, el asunto era mucho más llamativo. … ¡Pero es que la distancia sigue siendo enorme! En 2007 son ya casi 100 millones los conectados en Latinoamérica, pero siguen siendo una minoría: apenas un 17,3% de la población, frente a casi un 70% en Norteamérica. También en África ha habido un crecimiento enorme entre el año 2000 y el 2007: el número de conectados se ha multiplicado por seis. ¡Pero es que aún así son sólo 33 millones de conectados, de más de 800 millones de habitantes, esto es menos de un 4% de la población, frente a más de 300 millones, casi un 40%, en Europa!
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Las mediciones (cada vez más escasas, porque cada vez es más compleja la red) que intentan delimitar el mapa de la interconexión mundial, podríamos decir el mapa del hiperespacio, nos muestran cómo van quedando cada vez menos espacios vacíos. Pero a la vez es preocupante ver cómo crece el peso de los lugares centrales.
El asunto es importante, tanto por la carencia en sí, sea absoluta o relativa, como por cuanto la presencia en la red significa tener la capacidad de influir en los modos de pensar y ver el mundo y, sobre todo, en los hábitos de vida y consumo del conjunto de la población del planeta. Ello se expresa asimismo en la desigual presencia de los idiomas en la red, de la que también se ha hablado ya por lo que no voy a extenderme más en aspectos que ya han sido tratados.
Querría más bien plantear algunas ideas sobre la dinámica actual y la evolución previsible del tema.
Para algunos, como he dicho, el tema de la fractura digital ha dejado de ser interesante. Argumentan que las estadísticas nos muestran una tendencia acelerada a la reducción. Yo pienso, como he dicho, que aún así las diferencias cuantitativas siguen siendo muy importantes. Pero hace años que preveíamos que la desigualdad digital iba a expresarse cada vez más en otros términos.
Tendríamos, por un lado, la dialéctica conectados/no conectados, que seguirá siendo importante, pero además tendríamos una discriminación en función de la calidad del acceso, y de la calidad de los contenidos a los que se accede.
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La calidad de los equipos, y la calidad del acceso (anchura de banda, eficiencia, etc) determinan el tiempo que el usuario debe de dedicar a las actividades relacionadas con la red. Un índice de tiempo improductivo dedicado a la mera conexión, que nos marcaría el nivel de exclusión digital secundaria.
Y habría un nivel terciario de discriminación según la calidad de los contenidos, podríamos hablar de la calidad de vida on line, o calidad de la virtualización. Así, podríamos distinguir entre quienes tienen acceso a contenidos de alta calidad (bases de datos privadas, documentos y libros on line de editoriales privadas, contenidos multimedia bajo suscripción) y quienes deben conformarse con lo que se ofrece de forma gratuita, cada vez más difícil de discriminar si no se usan servicios de pago para la selección de los materiales. Uno de los problemas que yo señalaba hace años, lo que podríamos llamar la nube de smog binario, afecta sobre todo a los usuarios de bajo nivel económico, que deben conformarse con navegar por la superficie de la red, cada vez más contaminada por el marketing, como demuestran los análisis del funcionamiento real de los grandes buscadores. Parece que estamos hablando de cosas etéreas, pero piensen en las bases de datos de artículos académicos a los que puede tener acceso un estudiante o un profesor de su universidad, frente a los que pueden acceder desde una universidad peruana, o angoleña. Porque la dinámica del capitalismo ha provocado que la esperanza de un conocimiento universalmente compartido, un conocimiento ubicuo, se esté frustrando también. Las grandes editoriales tardaron unos años en entrar en la red (se resistían porque creían que Internet afectaba a su negocio de papel), y en ese ínterin se creó la ilusión de que era posible una difusión libre del conocimiento, pero eso se está acabando. Somos muy pocos a nivel planetario los que nos resistimos a no entrar en esa dinámica, porque el riesgo es serio: nada menos que la exclusión académica.
Sin embargo nos enfrentamos a una gran paradoja. En realidad hay muchas paradojas en todo este asunto.
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En la base de la apuesta que la administración Clinton, bajo el impulso del vicepresidente Al Gore, hizo por las grandes infraestructuras de acceso a las NTI estaba, sin duda, la convicción moral sobre lo insostenible de una sociedad emergente que de partida ofrece una grave brecha de desigualdad. En la medida en que tales principios fueron repetidamente explicitados por los políticos norteamericanos, y luego por los políticos europeos más preocupados por el progreso en equidad, debemos considerar dicha base moral como un principio de acción.
Sin embargo, hay razones que, desde la perspectiva del materialismo ecológico (Baigorri, 2000), debemos de considerar tan poderosas como aquellas, si no más. Los informes del Departamento de Comercio de los Estados Unidos enseguida pusieron de manifiesto los graves déficits existentes, en aquel país, en lo que denominaron la ‘fuerza de trabajo digital’, que no se circunscribe sólo a las sofisticadas ocupaciones relacionadas con el diseño de hardware y software, sino a un sin fin de ocupaciones que van a sustituir a los denominados trabajadores de cuello blanco, del mismo modo que éstos sustituyeron a los trabajadores de mono azul, y para las que el personal capacitado no crecía (de hecho, sigue sin crecer) a la velocidad a la que crece la Economía Telemática. Lo que yo he llamado, en mis análisis análisis sobre el desarrollo de la urbe global y las NTI, el proletariado informacional (Baigorri, 1995) no puede conformarse sin una creciente extensión del acceso a las redes.
Eso es lo que fundamentalmente explica que la brecha primaria que separa a los conectados de los no conectados se haya reducido aceleradamente, y las previsiones apuntan a que dicha reducción se seguirá produciendo en el futuro, porque el capitalismo global requiere para su funcionamiento que al menos las clases medias del planeta estén en linea.
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De hecho, desde hace años crecen aceleradamente las importaciones de lo que los expertos de la economía telemática denominan servicios offshore desde países en vías de desarrollo como la India y China.
Se confirma por tanto nuestra previsión de una diversificación de la fractura digital. Jacob Nielsen, uno de los gurús de la usabilidad web, acaba de sintetizar en un artículo, bastante bien (aunque tirando hacia sus intereses empresariales, osea vendiendo usabilidad) de qué forma se estaría expresando ahora mismo la brecha digital, bajo tres formas:
En primer lugar la fractura económica propiamente dicha. Algunos informes hablan de que para los países más pobres será imposible de superar antes de 20 años. Efectivamente, la correlación entre el coste para los usuarios (el coste real, relativo a los ingresos reales) y la conectividad es evidente, como muestra el siguiente gráfico, con datos de 1998 pero que expresa una tendencia universal e intemporal. Además la limitación ecoómica continúa, como decíamos antes, una vez dentro: el 61% de los usuarios de Second Life son europeos, y el 19% norteamericanos: esto es, menos de un 8 % de la población del planeta atómico supone sin embargo el 80% de la población del planeta digital (menos mal que ahí no hay problemas con la huella ecológica, todavía). Y gastan ya, a diario, más de medio millón de euros en consumos asimismo virtuales.
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En segundo lugar, Nielsen habla de la brecha de la usabilidad, que no es otra cosa que la disponibilidad, o no, de la capacitación necesaria para desenvolverse con las TIC’s, en suma la alfabetización digital.
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Y en tercer lugar apunta a lo que denomina la empowerment divide, referida al aprovechamiento efectivo final. Vale: tengo dinero, estoy digitalmente alfabetizado… pero luego me limito a mirar, no participo, no PONGO nada en la red. Por ejemplo, por seguir con el ejemplo de Second Life, sólo el 10% de los usuarios registrados continua usando el servicio pasados 3 meses. En las redes sociales de la llamada Web 3.0 vamos a encontrarnos, por ejemplo, en lo que ya se producía en la anterior generación de la red: que, según se ha analizado, apenas un 10% de los miembros participa, siendo únicamente un 1% los que además participan con asiduidad.
En suma, el capital social se sigue manifestando, en plena Sociedad Telemática, tan importante como lo ha sido en la Sociedad Industrial.
Es lo que hay. Y si no somos capaces de acabar con el hambre, con la explotación y el tráfico de mujeres y niños, ¿no será un mero espejismo, un capricho de ricos, plantearnos acabar con la brecha digital? Creo que no, e incluso creo que es más urgente, porque quiero pensar que el acceso universal va a ser el instrumento más revolucionario que nunca ha existido para luchar contra las desigualdades materiales y las injusticias.
Sin duda quedan muchos temas por tocar; algunos supongo que los introducirá Raúl, otros los podemos tratar luego en el coloquio.
Ahora me gustaría terminar con una reflexión que sitúe lo que estamos viviendo en una cierta perspectiva histórica. Pensemos que el momento de la Sociedad telemática que vivimos es el equivalente al momento inicial de la Sociedad Industrial.
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Las primeras fábricas resultaban en cierto sentido estimulantes, como nuestra Internet, pero a la vez eran siniestras para muchos de sus usuarios, los trabajadores sin horarios, sin higiene, sin libertad. Porque ese es el fruto de las tendencias naturales de la sociedad, de la dinámica de las estructuras y procesos tecnológicos y sociales. Pero los sueños humanos, la imaginación correctora, la creencia en que las cosas pueden ser de otra manera, mejores, esos sueños de la razón que a veces también producen monstruos, creo que marcará también la evolución de la Sociedad Telemática, como ha ocurrido con la sociedad Industrial. Unos la empujaremos hacia la utopía de la conexión ubicua. Otros hacia la distopía de la alienación la explotación. Pero el viaje será estimulante.
Citar: Baigorri, A.(2005), "La Gran Promeda y sus descontentos. Sociedad Telemática, desigualdad y sotenibilidad", VI Jornadas de Ética e Informática/ATI, San Sebastián
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