12.27.1996

Situación del paro, mercado de trabajo y Relaciones Laborales en Extremadura (1996)


Es simplemente lo que anuncia el título. Un análisis de la situación en 1996.


Referencia:
Baigorri, A., Fernández, R., Cortés, G. (1996), "Situación del paro, mercado de trabajo y Relaciones Laborales en Extremadura", Informe del Consejo Económico y Social de Extremadura, Mérida
Enlace al documento

12.14.1996

Jornadas Badajoz, mesópolis transfronteriza (1996)

Material escrito y/o publicado de las jornadas sobre el papel transfronterizo de Badajoz y las ciudades de su entorno, celebradas entre el 11 y el 13 de Diciembre de 1996. Las jornadas profundizaban en un aspecto que en el Estudio Socioeconómico de Badajoz habíamos evidenciado: la vocación transfronteriza de la ciudad, hasta estonces de espaldas a Portugal.




Lo cierto es que no despertaron mucho interés en el mundo académico local, por no decir ninguno. Tuvo mucho impacto en la opinión pública de la ciudad, pero paradójicamente muy poco público. Algunos hubo, a quienes años más tarde se les llenaría la boca con ese concepto engañoso de Eurociudad, que pasaban por delante de la sala sin asomarse siquiera. 

Hoy, la naturaleza transfronteriza de esta conurbación es evidente para todos.

9.21.1996

Urbanización y violencia. Un ensayo de interpretación de la violencia ambiental en el deporte (1996)

El origen de este texto es una comunicación al V Congreso Español de Sociología (Granada, 1995), si bien apareció publicado un año más tarde en un libro con comunicaciones seleccionadas por García Ferrando y Martinez Morales. En aquel congreso (el primero al que asistía) lleve tantas comunicaciones (13) que la FES (con muy mal criterio) limitó a partir de entonces el número de comunicaciones a tres. Además salí elegido (dijeron, yo creo que por joderme un poco, que porque no se había presentado nadie más, lo cual no creo dada lo competitiva que es la Universidad española) miembro del Consejo, o Junta de Dirección o lo que fuese, en representación de los socios individuales. Así que aquel primero fue el congreso más "rentable" de mi vida académica.


RESUMEN

La mayor parte de las aproximaciones sociológicas al fenómeno de la violencia en el deporte se basan, directa o indirectamente, en el paradigma estructural-funcionalista sobre la anomia y el conflicto social. Las aproximaciones marxistas parten en realidad del mismo paradigma: dando la vuelta a la teoría de la función integradora del conflicto de Coser, hacen reacer en la violencia ambiental deportiva la función de expresar en términos comunicativos alguna especie de proceso revolucionario, o siquiera reivindicativo, inconsciente, amparados en el aserto de Marcuse sobre la revelión juvenil: "Si son violentos es porque están desesperados". Sin embargo, esta interpretación, con ser parcialmente correcta, cae por su peso ante el hecho de que no son justamente los sectores más castigados por el capitalismo quienes protagonizan los actos de violencia.

Enfoques más pragmáticos como el de García Ferrando, basados en un paradigma conflictualista de la sociedad, tampoco terminan de ser claramente explicativos, al dejar de lado una cuestión fundamental: que los conceptos de conflicto, violencia y agresión no son sinónimos, aún perteneciendo al mismo campo semántico, ni forman parte de una escalada necesaria. Hay conflictos mucho más importantes en la sociedad que sin embargo no se resuelven mediante la violencia.

En cuanto a las teorías que buscan la explicación en los propios rasgos del juego deportivo, caen en una tautología irresoluble, al afirmar que hay violencia porque hay violencia.

Esta comunicación pretende plantear, como hipótesis para la reflexión, que las tesis de Eric Dunning, enmarcadas en la teoría de Elías sobre deporte y proceso civilizatorio, pueden aportarnos más luz para la explicación sociológica de este tipo de violencia. Como es sabido, se basa en la permanencia, en las sociedades urbanas y altamente desarrolladas, de grupos sociales -que todos los autores identifican con las clases trabajadoras empobrecidas- entre los cuales valores como la agresividad, el machismo y el liderazgo violento siguen teniendo fuerte peso, y que habrían encontrado -primero en el fútbol- un excelente escenario en el que expresarlas.

La aportación teórica -al no disponer de datos empíricos para contrastarla y desarrollarla- que se pretende es la de incorporar, a la tesis de Dunning/Elías, el concepto de urbanización. En mi opinión el alcance explicativo de esa teoría se amplía si probamos a demostrar que esos grupos sociales no se corresponden con el concepto clásico de una clase obrera empobrecida, sino más bien con sectores de inmigrantes rurales, insuficientemente urbanizados a causa de la crisis económica de las grandes ciudades. Sectores que, en lugar de urbanizarse, han ruralizado diversos espacios sociales de la ciudad, entre ellos el deporte y especialmente el fútbol. Si el proceso de civilización, tal y como Elías lo entiende, es un proceso de urbanización, la existencia -en contradicción con el ecosistema dominante- de fragmentos de ruralidad desintegrada en las grandes ciudades supone la permanencia en dichos espacios de esos valores pre-civilizados a que se refiere Dunning.

"El estudio de la violencia es ya, en la sociología del deporte, un capítulo obligado. Y ello a pesar de que, en el acerbo sociológico, la violencia no constituye un tema de mucho peso. Incluso la sociología del conflicto suele detener sus pasos en el punto en que la violencia se desata. La gran atención que la psicología ha prestado al fenómeno de la agresión interpersonal, así como la excesiva atención prestada por la biología, concretamente por la etología, probablemente hayan contribuido a cierto alejamiento de los sociológos, por temor de caer en interpretaciones sociobiologistas que cargan excesivamente el peso de las influencias de la naturaleza, es decir genéticas, como desencadenantes. De hecho la gran discusión entre quienes consideran que los hechos humanos son influenciados básicamente por el ambiente, es decir por la sociedad (creencia que está en la base de la sociología), y quienes los atribuyen a factores biológicos, sigue todavía en pie. A finales de 1994 se ha levantado una gran polémica en la comunidad científica anglosajona, al publicarse algunos trabajos de genetistas que afirmaban haber aislado el gen de la violencia, casi como si se tratase de un virus curable. El problema, se ha advertido desde la sociología, es que casualmente esos genes violentos aparecen siempre en grupos socialmente marginados, con lo que cuestión sigue sin resolverse. Es un círculo vicioso, en el que unos apuestan por el huevo y otros por la gallina.

Para los ambientalistas la cuestión está clara. Con independencia de que la violencia esté o no en los genes, se observa empíricamente que en aquellos sectores beneficiados por el bienestar económico y social las tendencias violentas tienden a reducirse. Sin embargo, es también la experiencia la que nos muestra que esos mismos grupos beneficiados por el bienestar pueden desencadenar en un momento dado fenómenos de violencia desmesurada, como se comprueba siempre que se implantan dictaduras (los casos de Chile y Argentina han sido ejemplos de la ferocidad que los grupos supuestamente civilizados pueden mostrar en un momento dado). Tal vez podrían explicarse tales procesos en términos de activación de algún temor ancestral a la pérdida del bienestar y los privilegios. Quizás en esos momentos el gen de la violencia, desactivado por la civilización, se active de nuevo.

Pero lo cierto es que la cuestión no está cerrada todavía. Sólo una más estrecha colaboración entre la biología, la psicología y la sociología podrán dar respuesta algún día a este dilema, y aislar definitivamente ese virus, si es que existe como tal enfermedad. Ashley Montagu, que dedicó muchos años a esta cuestión, propuso que "la naturaleza humana es buena. Lo malo es la educación humana. Tenemos que adaptar ésta a las exigencias de aquélla, y desengañar a la humanidad del mito de la maldad innata del género humano" (MONTAGU,1993:125). Es probable que Montagu tenga razón, pero entretanto los sociólogos debemos ocuparnos de aquellos fenómenos actuales, todavía no resueltos por la educación, que constituyen un problema social. Y la violencia en el deporte parece que constituye claramente, ahora mismo, un problema social.

Sin embargo, si observamos la evolución moderna de los deportes, vemos que todos ellos responden al esquema del proceso civilizador de Norbert Elías. Eric Dunning ha seguido el proceso de desarrollo de varios deportes, y ha comprobado cómo la violencia se viene reduciendo sistemáticamente. El propio desarrollo de los deportes es, casi, un proceso de acotamiento, control y reducción planificada de los comportamientos violentos y agresivos, que hoy se consideran de hecho como sinónimos de comportamiento antideportivo. 

¿Por qué razón, entonces, nos preocupa tanto hoy el fenómeno de la violencia?. En primer lugar, desde luego, porque la ola de violencia en torno al deporte provoca daños personales, materiales y morales que son evidentes. Pero especialmente porque, a causa de ese mismo proceso civilizatorio, nuestro umbral de tolerancia hacia la violencia ha descendido, y aunque tanto en términos absolutos como relativos la violencia sea menos intensa que en otras épocas, nuestra sensibilidad es más elevada que antes. Y también por las propias características de la sociedad de masas, ya que los deportes de masas suponen una concentración de los hechos violentos, dando mayor espectacularidad a los mismos, y el propio funcionamiento de los medios de comunicación de masas, al darles una gran resonancia, los amplifica. Veamos ahora qué entendemos por comportamientos violentos, y qué tipos de violencia nos interesa analizar.

LA VIOLENCIA Y LA AGRESIÓN INTERNA

En realidad, y aunque provisionalmente mantendremos el término de violencia, por ser el más aceptado, no nos estamos refiriendo exactamente a violencia, sino a agresión1, aunque de hecho son términos que pertenecen a un mismo campo semántico, y por lo tanto tienden a confundirse. 

La violencia se define como "todo cuanto se encamine a conseguir algo mediante el empleo de una fuerza, a menudo física, que anula la voluntad del otro" (UNESCO,1988, T.IV: 2354); es un acto finalista, orientado a la consecución de algo: un gol, un país, un bolso, un hueco para aparcar el coche, o el cuerpo de una mujer..., un acto en suma que no puede ser gratuito. Jurídicamente se distingue entre violencia y coacción o intimidación, términos éstos relacionados con aquellos actos por los que se inspira a alguien el temor racional y fundado a sufrir un mal inminente en su persona, bienes o familia. 

La violencia es por tanto, en este sentido, una forma de resolución de los conflictos de intereses, sean interpersonales, internacionales, económicos, sociales  o políticos... El proceso civilizador viene intentando desterrar, por supuesto, este burdo mecanismo de resolución de conflictos y de satisfacción de necesidades, pero es evidente que aún no se ha conseguido. Los medios de comunicación nos muestran a diario las pruebas.

Entendida con este sentido finalista, el concepto de violencia sólo tiene sentido en el mundo del deporte internamente. En la medida en que todos los deportes competitivos -especialmente los deportes de equipo- se basan en el enfrentamiento por un recurso escaso -la victoria-, es esperable que en el decurso de los enfrentamientos se produzcan situaciones primero de coacción e intimidación, y en último extremo de violencia, De hecho, algunos de estos deportes -como el boxeo, la lucha libre y las llamadas artes marciales- se basan específicamente en la práctica de la violencia controlada.

Naturalmente, el descontrol de los niveles de violencia en los deportes violentos, o la aparición de fenómenos de violencia en deportes considerados no violentos, constituye un problema importante en la actualidad. La obsesión por el fair-play lleva a los profesionales del deporte a sensibilizarse cada vez más frente a comportamientos violentos o superviolentos. Es probable incluso que, a la vista de los elevadísimos montantes económicos en juego, que de día en día se acrecientan en progresión geométrica, haya habido un cierto incremento de la auténtica violencia intradeportiva. Pero la evidencia muestra que, a pesar de la aparatosidad con que los medios de comunicación tratan estas cuestiones, se cumple el paradigma general de Elías sobre los procesos civilizatorios (ELÍAS&DUNNING,1992), así como el de Dunning sobre la evolución de los distintos deportes hacia formas cada vez menos violentas (DUNNING,1993). Como señalaba Cagigal, "todas las semanas tiene lugar un suceso más o menos conflictivo en algún terreno o cancha de juego deportivo (...) Pero este mismo fin de semana (...) han sucedido docenas de miles de encuentros deportivos, con sus resultados, sus alegrías y decepciones (...). Estas docenas de miles de partidos no han pasado a ser noticia -fuera de lo estrictamente deportivo- porque no han supuesto nada anormal" (CAGIGAL, 1990:71).

Seguramente estamos hablando de tasas no muy superiores a la que podríamos llamar violencia relacional cotidiana; tal vez incluso más bajas de las que podemos medir entre los pacíficos conductores de automóvil en las grandes ciudades españolas, o las que podrían medirse en encuentros del tipo de los inicios de rebajas en los grandes almacenes.

Por supuesto, no se niega aquí la importancia de estos fenómenos de violencia. La Psicología Social se ocupa de estudiar estos pequeños conflictos que se producen tanto en el marco de la interacción de los pequeños grupos, o intergrupal, como a nivel intragrupal (SETZEN, 1984:292). Y en este sentido el tipo de conflictos que se producen en un campo de juego son cualitativamente semejantes a los que se producen en cualquier otro campo de competición, reglada o no reglada: sea entre equipos de vendedores, equipos de producción en una cadena de montaje, cuadrillas de trabajadores temporeros de la agricultura o la construcción, etc. Y ello incluye, por supuesto, los conflictos dentro de los propios equipos, que hacen que, aunque de forma menos habitual que frente a miembros de equipos rivales, se produzcan enfrentamientos -e incluso reacciones violentas dentro del propio campo- entre jugadores de un mismo equipo, o entre éstos y el entrenador/capataz (PASTOR, 1978:598). Estamos, en suma, frente a un proceso de tensión controlada, en el que diversas estructuras de polaridad actúan sistemáticamente, provocando tensión. Y teniendo en cuenta que "los jugadores por separado y los equipos tienen objetivos, uno de los cuales es marcar goles" (ELÍAS&DUNNING, 1992:243-246), no es improbable el desencadenamiento de fenómenos de violencia, en cuyo desenlace influirán por otro lado las actitudes no sólo de los espectadores, sino también del líder del grupo, de las denominadas estrellas del grupo, por supuesto del entrenador, y desde luego del árbitro. 

Sin embargo, con ser un interesante objeto de estudio para la Sociología de los Grupos Pequeños, e interesar mucho a los comités y federaciones que se encargan de regular el fair play en los deportes, sin embargo no es la violencia en el juego la que nos interesa analizar ahora.

LA AGRESIÓN Y LA VIOLENCIA AMBIENTAL COMO CONFLICTO SOCIAL

La Sociología, a nivel macro, se interesa más bien por el tipo de agresión, individual o de grupo, socialmente originada y manifestada también en el marco de las grandes estructuras sociales. Es decir, la que se produce no en el juego sino en torno al juego, con independencia de que en la misma puedan participar también, en distinta medida, los jugadores y no sólo los espectadores.

Smith distingue en primer luygar (SMITH, 1983) los desórdenes con un motivo estructural, sea bajo la forma de demostración política o de confrontación entre dos facciones rivales, siempre provocados por un conflicto social, esto es "una lucha en torno a valores o pretensiones a status, poder y recursos escasos, en la cual los objetivos de los participantes no son sólo obtener los valores deseados, sino también neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales; puede desarrollarse entre individuos, entre colectividades o entre individuos y colectividades" (COSER, 1974). El conflicto puede tener raíces políticas, culturales, económicas, territoriales, étnicas, religiosas, etc.

Los desórdenes con un motivo situacional responden sin embargo a detonantes como la falta de entradas, o la frustración por una derrota casi siempre interpretada como injusta por los aficionados del equipo perdedor. En cuanto a los desórdenes inmotivados, son difíciles de admitir desde la Sociología, pues supondría la existencia de violencia irracional, atávica, dando con ello la razón a los etólogos, la gran bicha, que plantean una naturaleza violenta del hombre). Pero no deja de ser cierto que a veces la celebración exaltada y alcoholizada de una victoria puede empezar festivamente, pero terminar como el rosario de la aurora si la masa festiva se encuentra con grupos que expresen rechazo a su ruidoso comportamiento, o con hinchas del equipo contrario; otras veces se trata de lo que algunos autores denominan desórdenes del tipo tiempo de descanso, esto es actos violentos que tienen lugar en fines de semana, fiestas, celebraciones, ceremonias o en cualquier ocasión especial "en que las habituales prescripciones contra la violación de normas morales se suspenden o rebajan", pasándose por alto por parte de los ciudadanos y autoridades ciertos comportamientos como las borracheras, alteraciones del orden, peleas, pequeños robos... "Todas las culturas conocen estos periodos de descanso. Y con frecuencia, el deporte suministra el pretexto para un tiempo de descanso, y desgraciadamente el relajamiento inicial de la situación puede acabar en conflicto abierto"(GARCÍA FERRANDO, 1990:226).

Por supuesto, no pocos casos que la opinión pública presenta como como enmarcados en la violencia del deporte son accidentes debidos al mal estado de las instalaciones deportivas, del mismo tipo que puede ocurrir en un colegio, un teatro o un palacio de la ópera. Pero ello no puede ocultar la existencia de graves desórdenes, y agresiones intergrupales, de proporciones crecientes. Es a estos desórdenes a los que denominamos agresión y violencia ambiental deportiva, y son los que propiamente deben ocupar a la Sociología del Deporte.

INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA VIOLENCIA AMBIENTAL

No vamos a intentar aquí una revisión de la literatura, pero debemos trazar siquiera las grandes líneas interpretativas existentes, teniendo en cuenta tanto la literatura especializada como la literatura sociológica en general2. Retengamos por ahora las conclusiones de la encuesta de la Comisión Investigadora del Senado, por la variedad y multidisciplinariedad de los participantes en la misma. Los diversos factores3 señalados como productores o desencadenantes de la violencia ambiental podrían reducirse a cinco grandes grupos causales: el fanatismo y el culto a la violencia bajo todas sus formas, en primer lugar; problemas estructurales de la sociedad -falta de cultura, conflictividad ambiental, desigualdades y crisis económica-; la tolerancia social, especialmente..."

Acceso al texto completo

Baigorri, A. (1996), "Urbanización y violencia", en M.García y J.R. Martinez, Ocio y deporte en España, Tirant lo Blanch, pp. 339-352 

La sociedad sin ocio. Hábitos deportivos en áreas rurales de bajo desarrollo (1996)

El origen de este texto es una comunicación al V Congreso Español de Sociología (Granada, 1995), si bien apareció publicado un año más tarde en un libro con comunicaciones seleccionadas por García Ferrando y Martinez Morales.



"1. URBANIZACIÓN, DESARROLLO ECONÓMICO Y DEPORTE

Desarrollo económico y urbanización son las variables que fundamentalmente determinan la transformación del deporte de actividad minoritaria, ligada casi exclusivamente al cultivo del cuerpo, a una actividad de masas con una doble función: el entretenimiento colectivo, y el mantenimiento físico de una población ocupada en trabajos cada vez más sedentarios y estresantes (García Ferrando, 1994).

La disposición de tiempo libre, sin embargo, y frente a lo que es una creencia universalmente asumida, no parece ser una variable que, salvo en lo que al género se refiere, tenga una fuerte incidencia en la actividad deportiva. De hecho, el proceso de urbanización produce una sistemática reducción del tiempo realmente disponible para actividades de ocio (por más que se observe una reducción también sistemática de la jornada laboral), al aumentar continuamente el tiempo dedicado a los desplazamientos, el tiempo dedicado a tareas domésticas -que se viene reduciendo para las mujeres, pero aumentando lenta aunque progresivamente para los hombres-, y el tiempo dedicado a gestiones extralaborales, formación, etc. De hecho, y si el tiempo libre fuese una variable realmente importante, las actividades deportivas serían muy intensas en los pequeños pueblos agrícolas de secano, lo que no sucede en la realidad.

Por el contrario el desarrollo económico sí que posibilita el acceso a los equipos, equipamientos e infraestructuras necesarias para la práctica del deporte, así como permite la dedicación de una parte importante de su producción económica en el consumo conspicuo del deporte como espectáculo. Y el proceso de urbanización, con la generalización de la educación, la extensión de nuevos estilos culturales, la compartimentación estricta del tiempo y el espacio, así como con la democratización de las relaciones sociales y el incremento de la tolerancia hacia las diferencias, posibilita a su vez la extensión de estilos de vida que consideran el deporte como una condición indispensable para una buena calidad de vida; además de posibilitar, con las grandes concentraciones de masas en las ciudades, una demanda suficiente para el deporte-espectáculo. Lo que se entiende por sociedad de consumo (que siempre será un contrasentido porque en realidad es una sociedad de superproducción) no es sino una denominación afortunada de las sociedades ricas y altamente urbanizadas.

Desarrollo económico y urbanización son procesos que no siempre han ido unidos, pero que en las sociedades avanzadas occidentales se han unificado en las últimas décadas, extendiéndose progresivamente a la totalidad del territorio de cada estado nación. En este sentido la urbanización ha dejado de ser hace tiempo un proceso propio de las ciudades, para alcanzar a lo que se venían denominando áreas rurales, en primer lugar las zonas más dinámicas y socioeconómicamente más complejas de agricultura de regadío (Baigorri, 1983).

Sin embargo, este proceso no está completado, no es todavía uniforme. Quedando vastos espacios en el territorio que, aunque con bajas densidades demográficas, siguen estando poblados, pero no se benefician del desarrollo económico sino parcialmente -normalmente se trata de población subsidiada, bien por su edad, por la escasez de trabajo, o por su actividad agraria-, y sólo lentamente se incorporan al proceso de urbanización gracias a lo que McLuhan denominaba 'prolongaciones tecnológicas del hombre', en este caso la radio y la televisión.

En dichas áreas, tanto a nivel individual como público, las posibilidades tanto dotacionales como de animación socioecultural son muy limitadas, y en consecuencia los hábitos deportivos no se corresponden con las optimistas estadísticas que, a nivel nacional, nos ofrecen diversos estudios. Es en este sentido que podemos hablar de la existencia, en el centro mismo de la denominada sociedad del ocio, espacios a los que podemos calificar como sociedades sin ocio.

Para contrastar empíricamente estas hipótesis hemos realizado una encuesta..."

Acceso al texto completo

Baigorri, A., Fernández, R. (1996), "La sociedad sin ocio", en M.García y J.R.Martinez, Ocio y deporte en España, Tirant lo Blanch, pp. 25-35

 

4.16.1996

Cambio social en el medio rural: la nueva condición de la mujer (1996)

Conferencia en las I Jornadas de la Mujer organizadas en Mérida por la Unión Extremeña de Cooperativas Agrarias
"Voy a hablar básicamente de tres temas, con pocos datos (los datos están en las publicaciones que hemos realizado), pero sí con algunas reflexiones que provoquen el debate y la discusión.
En primer lugar del proceso de cambio en la situación socioeconómica de la mujer rural, en comparación con las mujeres urbanas de Extremadura. En segundo lugar quiero plantear una discusión sobre la propia existencia de lo rural, y en último término reivindicar la urbanización cultural como tendencia que posibilita la igualdad de la mujer.
1. En lo que se hace a la situación socioeconómica, no se puede hablar de una mujer rural. En la segunda parte de mi intervención explicaré la idea de que lo rural no existe ya, al menos en las proporciones en que solemos creer.
Si es que lo rural existe, tendríamos que diferenciar las situaciones, muy distintas, que para la mujer, y en lo que a Extremadura se refiere, se producen en los grandes pueblos (o agrociudades) de regadío (pensemos en Miajadas, Coria, Talayuela...), en las agrociudades de secano (como Trujillo, Llerena, etc), en los pequeños pueblos y poblados de regadío o en los pueblos pequeños de secano o del entorno de la dehesa. En la medida en que las condiciones materiales y las relaciones de producción son muy distintas, también son muy diferentes los estatus sociales de las mujeres.
Por otra parte, en el estudio que, en profundidad, realizamos hace un par de años sobre la
situación de las mujeres en la región, no nos aparecían diferencias muy profundas entre las mujeres rurales y las urbanas. Ciertamente que hay, todavía, situaciones diferenciales. Por ejemplo, en las ciudades los niveles de asociacionismo femenino, que es un importante instrumento de cambio social, son sensiblemente superiores. Del mismo modo que todavía son más habituales las prácticas de aseo o higiene (por el mayor peso de la población joven en las ciudades), es mayor el interés de las mujeres por la política, es menor el conformismo con su situación como mujeres, y es también menor el nivel de autorepresión sexual. Pero la diferencia más sustancial es que en las principales ciudades de la región las mujeres tienen un mayor nivel de conocimiento de sus derechos. Las diferencias más sustanciales vienen determinadas por la desigual composición de las edades en las ciudades y en los pueblos: el mayor envejicimiento de ésto provoca las diferencias estadísticas señaladas.
(...)
 En mi opinión, el cambio más profundo que se ha operado en la situación de las mujeres campesinas es el paso de la invisibilidad a la visibilidad de su trabajo. Entendiendo por trabajo visible el que se realiza en el ámbito de la público, por intermedio de alguna especie de relación contractual que conlleva el pago de un salario; mientras que por trabajo invisible entendemos no lo que se conoce por trabajo sumergido, sino algo mucho más sutil: el trabajo no reconocido como tal trabajo.
Ese trabajo invisible es, obviamente, el que realizan las mujeres dentro del ámbito de su familia.
Pero no sólo las tareas que entrarían dentro de lo que entendemos por tareas domésticas, esto es las que realiza cuando representa el rol de ama de casa; sino que ese trabajo invisible incluye trabajos de todo tipo en el campo, en las cuadras, y que quedan fuera de toda contabilidad.
No sólo realizando trabajo físico, sino sobre todo administrando económicamente la explotación.
Las mujeres han sido las auténticas gerentes y empresarias en el campo español: ellas han sabido qué dinero entraba, y de dónde llegaba, a la explotación; han sabido cuándo podía gastarse y cuándo no en una maquinaria.
Sin embargo, la estadística ha recogido siempre todas estas aportaciones bajo el epígrafe engañoso de ayuda familiar. Cuando un hombre trabaja menos de quince horas a la semana se dice que es un subempleado; cuando lo hace una mujer en el campo se le califica de ayuda familiar.
Para hacerse idea de lo que esto significa, baste decir que la inclusión de las mujeres en el Régimen Especial Agrario de la Seguridad Social ha sido aceptada por el Estado casi cuando ya no había mujeres en el campo. Pero durante décadas las mujeres que se hacían cargo a veces al cien por cien de las explotaciones agrarias o ganaderas, no eran admitidas sin embargo
como agricultoras. Porque su trabajo era invisible. "

Enlace al texto

Referencia: A.Baigorri (1996), "El cambio social en el medio rural: la nueva condición de la mujer", Jornadas de la Mujer - Unión Extremeña de Cooperativas Agrarias, Mérida, abril 1996

3.07.1996

Regadío, territorio y desarrollo socioeconómico de Extremadura (1996)




El artículo repasa la situación actual, y las perspectivas de futuro de1 regadío. Sin una fuerte tradición, el regadío se implanta en Extremadura con el Plan Badajoz, aunque en los años '80 se inició un proceso de transformaciones de iniciativa privada. Hoy las zonas de rcgatdío, ocupando una pequeña parte de la superficie de la rrgión, concentran casi la mitad de la producción agraria, así como a la mayor parte de la población y de la riqueza extremeñas, articulando en suma el territorio.

Se propone por tanto su consideración como infraestructura básica para el desarrollo, señalándose los frenos tanto internos (estructura de la propiedad, conservadurismo ambientalista, falta de una cultura del agua ... ) como externos (intereses de otras regiones y naciones) que hoy limitan, más que los condicionantes "naturales", el desarrollo de los regadíos en el Sur de España. 

De lo expuesto se deriva la necesidad del aumento de la superiicie regable en Extremadura, en tanto la agricultura moderna de regadío es -en esta región- la base del desarrollo industrial, del terciario, e incluso en parte del cuaternario, y posibilita incluso -desde una perspectiva ecosocial- la liberación de tierras de agricultura marginal para su devolución a la superficie boscosa.

(Extremadura; regadlos; desarrollo; ecologia; orientación del territorio; sociologia rural; politica hidraúlica;
ejes).


Referencia y enlace al texto

Baigorri, A. (1996), "Regadío, territorio y desarrollo socioeconñómico de Extremadura", en Rodriguez, M., Torres, G. y Baigorri, A., Actas de las Jornadas Internacionales sobre el Regadío y el Agua en el Suroeste Peninsular, Aderco, Olivenza