SOLIDARIDAD... O INDEPENDENCIA
Panfleto contra el Todo... y contra el 15
Artemio Baigorri
Si la defensa que pujolanes y leguileños han hecho del rapto de las sardinas ha sido tan débil como la generalidad de las intervenciones extremeñas, podemos estar tranquilos. Y de hecho, poco he leído tan ridículo (y poco digno de respeto, en los términos del apotegma kantiano que nos ilumina) como la pretensión de Leguina de convencernos de que tras la cesión vendríamos a recibir más dinero... ¿Nos creen tontos, son tontos, o lo hacen sólo por joder?. Tal vez Leguina precise releer al Tom Wolfe de "La izquierda exquisita" (digo releer porque es muy culto), aquel que dice: "Desde un principio era absurdo dudar de la sinceridad de la Izquierda Exquisita. Pero la idea funcionaba a dos niveles. En el primero...bueno, uno siente un sincero interés por el pobre y el desheredado, y una honesta ira por la discriminación. Nuestro corazón clama...bastante espontáneamente... Por otro lado, es decir al segundo nivel mental, se siente también un sincero interés por mantener un estilo de vida propio del East Side dentro de la sociedad neoyorquina. Y este interés es tan sincero como el primero, e igualmente profundo. El Izquierdismo Exquisito, a fin de cuentas, es sólo de izquierdas en el estilo; en el fondo forma parte de la buena sociedad y de sus tradiciones." O simplemente leer a un viejo catalán al que volveremos a citar, Almirall: "Mientras exista una peseta en España, Madrid podrá seguir presentándose con su disfraz de gran capital y reinar en medio de un desierto de miseria y de privaciones (...) Madrid tiene un recurso especial: vive de la política, gracias a lo cual se adjudica una parte sustanciosa del presupuesto de la nación".
En nuestro caso, salvo el artículo de Ibarra, que aporta elementos interesantes sobre el impacto de una fiscalidad progresiva en la distribución territorial del impuesto sobre la renta, casi todo lo que se ha visto ha sido, cuando no peloteo descarnado al presi, elucubración historicista ("ya en tiempos de los iberos...", ha empezado alguien por ahí) o, lo que es más grave, lastímeros exordios que rara vez alcanzan a llegar a la exposición que, en buena oratoria, debe seguirle. Con muy buena voluntad en casi todos los casos, eso sí, y por primera vez con un cierto sentimiento de unidad, como hacen ellos. Pero no es suficiente.
Y es que, básicamente se han utilizado dos líneas de argumentación. De un lado se ha reciclado el concepto de Extremadura Saqueada que algunos hicimos popular en todo el país hace tres lustros; pero se confunde quien ha practicado el historicismo a partir de aquel concepto: el que la explicación del saqueo extremeño tenga orígenes históricos no quiere decir, ni mucho menos, que Extremadura haya sido saqueada por todo Dios, desde tiempos de los iberos (y es que hay quien hasta copiar lo hace mal). Mérida era una de las mayores ciudades del globo cuando Barcelona no existía. El reino aftasí de Badajoz se extendía hasta las orillas del Duero cuando el Condado de Barcelona era un pequeño reducto montañés. Y una cuadrilla de aventureros extremeños se hicieron, como quien no quiere la cosa, con medio continente americano... Extremadura, como todos los pueblos del planeta en uno u otro momento de su historia, ha sido saqueada y saqueadora, y no se trata ahora de pillarles manía a los italianos por haberse cargado a Viriato.
La segunda línea de argumentación no es menos nefasta. Se trata de una cierta utilización del concepto de solidaridad. Un concepto muy complejo que admite esencialmente dos interpretaciones. Una tiene origen religioso y aristocrático, organicista, y lleva ineludiblemente al concepto anejo de caridad. Los que tal argumentan buscarían que los nacionalistas, que empiezan con la glosa de Fichte, "Yo soy yo, y todo lo que está fuera de mí son artículos de consumo", hiciesen caso del seny e, inspirados por las excursiones piadosas a Montserrat, fuesen solidarios con nosotros, del mismo modo que organizan excursiones de cooperantes a los países del Tercer Mundo.
Aceptar, en defensa de la región, tales conceptos de saqueo y solidaridad, nos podría llevar a pensar, en términos casi racistas, en un pueblo incapaz de proteger lo propio, condenado a vivir de la limosna pública. Por eso es necesaria esta crítica de la crítica, para que sepamos dónde estamos y dónde no estamos. Y entre tanto que callen los maulladores a la luna, pues el ruido de sus llantinas no nos deja pensar.
El concepto de solidaridad que debe ser aplicado en el debate sobre la financiación de las autonomías no tiene nada que ver con la caridad. Es un concepto ampliamente desarrollado por la filosofía política, especialmente desde que Ibn Khaldun escribiese, en el siglo XIV, sobre la solidaridad social entendida como actividad cooperadora, y estableció el criterio de que cuanto más adverso es el medio en el cual se desenvuelve la vida de un grupo, más fuerte es la solidaridad entre sus miembros (tal vez ello explique la escasa solidaridad que se da hoy en la España rica). En el siglo XVIII los enciclopedistas retomarían y desarrollarían ese concepto, y Durkheim lo elevaría a categoría científica al hablar de la solidaridad mecánica, contractual, como instrumento de cohesión social en las sociedades avanzadas. Por ahondar más en las características reales y democráticas del concepto, digamos que la palabra viene del latín insolidum, una expresión jurídica indicativa de una relación tal entre varios individuos, que lo decidido o realizado por cualquiera de ellos obliga automáticamente a cada uno de los demás. Este concepto de solidaridad es utilizado, de hecho, como sinónimo de unión, colaboración, adhesión, y está muy relacionado con el concepto de solidez.
Una solidaridad, por tanto, muy distinta, que no implica en absoluto la necesidad, o bonhomía, de ayudar a los pobres. Primero, en nuestro caso, porque Extremadura ya no es pobre, sensu strictu; y segundo porque, aunque quienes tienen mayores niveles de renta per cápita la considerasen pobre, en tal caso podrían aplicar con razón y legitimidad lo que decía un estúpido catalán en una conocida tertulia radiofónica: "Yo prefiero ayudar a un somalí que a un cacereño". Y, efectivamente, es mejor que las limosnas se las envíen a Somalia.
SOLIDARIDAD... O INDEPENDENCIA (y II)
"El nacionalismo refleja todos los intereses inimaginables. No es nada y es todo, es simplemente la envoltura ideológica; lo importante es determinar en cada momento su núcleo" Rosa Luxemburg (1918)
La solidaridad que justifica nuestra indignación contra los nacionalpujolistas y su compañero de viaje Leguina es reflejo de un a modo de contrato social entre los pueblos; en el caso de España, tal y como se acordó en su día al unirse las coronas de Aragón y Castilla, en un proceso que se ha ratificado de contínuo, bien por la fuerza o por el consenso (Constitución). Un contrato por el que las partes se comprometen a beneficiarse mutuamente, por lo que mientras ello ocurre de este modo no puede hablarse de saqueo. Pero cuando, al decir de Maquiavelo, no hay un beneficio mutuo sino que sólo estamos haciendo poderoso a un vecino/socio, entonces nos estamos hundiendo a nosotros mismos, pues pasado el tiempo nunca aquél reconocerá de dónde le vino su poder. Es ahora cuando surge el saqueo, y de él somos entonces nosotros los únicos culpables, especialmente si seguimos consintiendo cuando hay instrumentos jurídico/políticos para evitarlo. Pues como dice el que sin duda es el autor no catalán preferido de Pujol, "No se debe jamás dejar subsistir un desorden para evitar una guerra, pues no se la evita; lo que se hace es diferirla con grave perjuicio para el que tal hace".
Efectivamente, la irregular distribución en el territorio nacional de los recursos físicos aconsejó en su día la concentración de inversiones infraestructurales e industriales en una serie de puntos del Estado español, en la creencia de que las economías de escala permitirían un crecimiento más rápido y sostenido, del que indefectiblemente se beneficiaría el conjunto. Aunque los Polos de Desarrollo apareciesen en el franquismo, el proceso es muy anterior. No en vano Tuñón de Lara (catalanista aunque no catalán) dice que "habría que señalar los saneados negocios de la industria textil catalana gracias a la política proteccionista combinada con el monopolio, de hecho, en las colonias", y Angel Viñas habla de la "fuerte discrecionalidad de la asignación geográfica y sectorial de la inversión industrial", o de la agricultura de las regiones del interior como "fuente de mano de obra y también mercado para la industria". Lamentablemente, como aquí los sabios son como son, no se ha emprendido ninguna investigación en nuestra Universidad sobre disparidades regionales, en la que por ejemplo se contabilizasen las inversiones públicas en las distintas provincias españolas al menos desde 1850, la distribución de aportaciones impositivas al menos también desde el siglo XVIII y XIX, y la evolución del ahorro regional desde que existen instituciones de crédito. Sería sin duda sería muy interesante. Miren lo que pensaba nada menos que Valentí Almirall, fundador, con Pi y Margall, del movimiento federalista catalán, sobre las grandes fortunas de Barcelona: "En medio de la miseria general se alzan, orgullosas, las cabezas de varios ricachones, que recuerdan a las pirámides imponentes pero estúpidas que se ven en mitad del desierto egipcio (...) Todos esos cresos, todos, oídlo bien, han hecho sus capitales en tratos con el Estado, ya sea prestándole dinero, ya como contratistas de los servicios de la Administración general (...) Los que explotaban el trabajo de los negros en las colonias de América, y algunos arribistas de la Bolsa, son dueños de la mayoría o, mejor dicho, de la casi totalidad, de los suntuosos edificios de la ciudad de Barcelona".
Naturalmente, los beneficiados desmemoriados contra los que advertía Maquiavelo son hoy los nacionalistas catalanes. Como lo han sido repetidas veces a lo largo de los últimos cien años. Ahora que somos la once o doceava potencia económica del mundo, ahora que toca el reparto del capital acumulado, ahora la ideología nacionalista es utilizada para embadurnar la voluntad de estafar a los socios. Los escorzos de Pujol intentando llegar a lo alto del micrófono son un tararí que te ví, un lanzarnos que han sido muy aplicados y nosotros vagos y maleantes (no otra cosa que maleantes son los defraudadores). Y es que ya lo decía Ganivet en el 98: "He estado tres veces en Cataluña, y después de alegrarme la prosperidad de que goza, me ha disgustado la ingratitud con que juzga a España la juventud intelectual nacida en este periodo de Renacimiento. Y sin embargo, el renacimiento catalán ha sido obra no sólo de los catalanes, sino de España entera, que ha secundado gustosamente sus esfuerzos". ¿Puede decirse algo más claro y sintético cien años después?.
La cuestión es mucho más seria que todo lo que se está planteando, sobre todo a partir del momento en el que los pujolistas han lanzado su último farol. Contrariamente a lo que podamos creer por los titulares de los periódicos ("Pujol se queda solo"), ahora es cuando empieza el problema. Al pedir la cesión de la totalidad del IRPF, el ex-banquero Pujol ha conseguido que partidos como el PP o IU hablen de no aceptar todo, pero sí parte. En esos partidos, evidentemente, el chantaje ha surtido efecto (aunque, afortunadamente no tienen responsabilidades de gobierno).
La cuestión de fondo es mucho más seria, pero también mucho más simple, y por ello creo que debe descubrirse con valentía y frialdad. Se trata, efectivamente, como ha expuesto Ibarra, de una preferencia explícita por un modelo de asociación que rompe claramente el concepto de solidaridad que ha mantenido unido a este Estado desde el siglo XV, para bien o para mal. Hay un núcleo importante (muy importante, tanto cualitativa y cuantitativamente, y no sólo en CiU sino también en el PSC) de catalanes que consideran qua ya no necesitan del resto de España (que no vengan con tonterías de hechos diferenciales, porque aquí tenemos a esos pueblos de Gata que son tan raros que hasta hablan en gallego, y se sienten extremeños como cualquier otro pueblo). A su vez, esas actitudes están generando, en muchos de los restantes españoles, una actitud de rechazo hacia Cataluña, y por otro lado no me cabe duda de que en estas semanas las minorías étnicas (extremeños, andaluces...) deben estar soportando ciertas presiones en Cataluña.
Por ello, y para no seguir emponzoñando la vida del Estado durante décadas, como viene sucediendo prácticamente desde la Primera República, el problema sólo puede resolverse también de una forma valiente y decidida: mediante dos referéndums. El primero, en Cataluña, con una pregunta clara y concisa: "¿Quiere usted la independencia de Cataluña, sabiendo que si sigue mantiendo sus lazos solidarios y contractuales con el Estado español, a Cataluña va a tocarle ahora dar más de lo que recibe?". Y el segundo, en el resto del Estado, con una pregunta no menos concreta: "¿Quiere usted seguir soportando por los siglos a los catalanes, o no le importa que se queden los muebles y aún la cuenta corriente, pero que se vayan de una vez a hacer puñetas?". Así de simple, crudo y solidario, porque la cuestión es doble: saber si los catalanes quieren seguir siendo españoles, y saber si al resto de los españoles nos interesa que lo sean.
Algunos ganarían con todo esto, incluso aunque se materializase el supuestamente peor escenario imaginable. Por ejemplo, saldrían ganando las minorías étnicas (andaluces, extremeños, aragoneses...), que se encontrarían con mayor libertad de la que hoy tienen para defender sus derechos en Cataluña, tanto en lo que al idioma se refiere como, en general, al respeto de su cultura. Tal vez entonces la embajada española pudiese hacer por ellos más de lo que hoy puede hacer el Ministerio de Educación y Cultura.
Fuese el que fuese el resultado, no cabe duda de que todos descansaríamos en paz. Por supuesto, creo que en Cataluña el resultado sería contrario a la independencia (en el resto de España ya no estoy tan seguro del resultado), y los pujolanes se lo pensarían mucho desde entonces antes de querer meter la mano en el bolsillo de España.
Pero entretanto nos atrevemos a devolver el farol con un farolazo, lo que hay que hacer en esta tierra son dos cosas: en primer lugar, no dejar de revindicar lo que es nuestro, no porque nos lo hayan quitado, o porque merezcamos una limosna, sino simplemente porque ahora nos toca a nosotros. Y en segundo lugar controlar a dónde se van nuestros dineros, no sólo los recaudados por el Estado. ¿Cúal es el destino de los ahorros extremeños que las instituciones financieras de la región se resisten a invertir en Extremadura, a prestar a los extremeños? Debemos saber dónde y en qué se invierte el ahorro extremeño, pues ese es un IRPF que la banca distribuye a su santo capricho.
Y por si acaso, los creyentes que recen a los santos de su devoción, pues no quiero pensar hasta dónde pueden llevarnos esos lituanos, antes polacos, tal vez mañana croatas, siempre fenicios...
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