El origen de este texto es una comunicación al V Congreso Español de Sociología (Granada, 1995), si bien apareció publicado un año más tarde en un libro con comunicaciones seleccionadas por García Ferrando y Martinez Morales. En aquel congreso (el primero al que asistía) lleve tantas comunicaciones (13) que la FES (con muy mal criterio) limitó a partir de entonces el número de comunicaciones a tres. Además salí elegido (dijeron, yo creo que por joderme un poco, que porque no se había presentado nadie más, lo cual no creo dada lo competitiva que es la Universidad española) miembro del Consejo, o Junta de Dirección o lo que fuese, en representación de los socios individuales. Así que aquel primero fue el congreso más "rentable" de mi vida académica.
La mayor parte de las aproximaciones sociológicas al fenómeno de la violencia en el deporte se basan, directa o indirectamente, en el paradigma estructural-funcionalista sobre la anomia y el conflicto social. Las aproximaciones marxistas parten en realidad del mismo paradigma: dando la vuelta a la teoría de la función integradora del conflicto de Coser, hacen reacer en la violencia ambiental deportiva la función de expresar en términos comunicativos alguna especie de proceso revolucionario, o siquiera reivindicativo, inconsciente, amparados en el aserto de Marcuse sobre la revelión juvenil: "Si son violentos es porque están desesperados". Sin embargo, esta interpretación, con ser parcialmente correcta, cae por su peso ante el hecho de que no son justamente los sectores más castigados por el capitalismo quienes protagonizan los actos de violencia.
Enfoques más pragmáticos como el de García Ferrando, basados en un paradigma conflictualista de la sociedad, tampoco terminan de ser claramente explicativos, al dejar de lado una cuestión fundamental: que los conceptos de conflicto, violencia y agresión no son sinónimos, aún perteneciendo al mismo campo semántico, ni forman parte de una escalada necesaria. Hay conflictos mucho más importantes en la sociedad que sin embargo no se resuelven mediante la violencia.
En cuanto a las teorías que buscan la explicación en los propios rasgos del juego deportivo, caen en una tautología irresoluble, al afirmar que hay violencia porque hay violencia.
Esta comunicación pretende plantear, como hipótesis para la reflexión, que las tesis de Eric Dunning, enmarcadas en la teoría de Elías sobre deporte y proceso civilizatorio, pueden aportarnos más luz para la explicación sociológica de este tipo de violencia. Como es sabido, se basa en la permanencia, en las sociedades urbanas y altamente desarrolladas, de grupos sociales -que todos los autores identifican con las clases trabajadoras empobrecidas- entre los cuales valores como la agresividad, el machismo y el liderazgo violento siguen teniendo fuerte peso, y que habrían encontrado -primero en el fútbol- un excelente escenario en el que expresarlas.
La aportación teórica -al no disponer de datos empíricos para contrastarla y desarrollarla- que se pretende es la de incorporar, a la tesis de Dunning/Elías, el concepto de urbanización. En mi opinión el alcance explicativo de esa teoría se amplía si probamos a demostrar que esos grupos sociales no se corresponden con el concepto clásico de una clase obrera empobrecida, sino más bien con sectores de inmigrantes rurales, insuficientemente urbanizados a causa de la crisis económica de las grandes ciudades. Sectores que, en lugar de urbanizarse, han ruralizado diversos espacios sociales de la ciudad, entre ellos el deporte y especialmente el fútbol. Si el proceso de civilización, tal y como Elías lo entiende, es un proceso de urbanización, la existencia -en contradicción con el ecosistema dominante- de fragmentos de ruralidad desintegrada en las grandes ciudades supone la permanencia en dichos espacios de esos valores pre-civilizados a que se refiere Dunning.
"El estudio de la violencia es ya, en la sociología del deporte, un capítulo obligado. Y ello a pesar de que, en el acerbo sociológico, la violencia no constituye un tema de mucho peso. Incluso la sociología del conflicto suele detener sus pasos en el punto en que la violencia se desata. La gran atención que la psicología ha prestado al fenómeno de la agresión interpersonal, así como la excesiva atención prestada por la biología, concretamente por la etología, probablemente hayan contribuido a cierto alejamiento de los sociológos, por temor de caer en interpretaciones sociobiologistas que cargan excesivamente el peso de las influencias de la naturaleza, es decir genéticas, como desencadenantes. De hecho la gran discusión entre quienes consideran que los hechos humanos son influenciados básicamente por el ambiente, es decir por la sociedad (creencia que está en la base de la sociología), y quienes los atribuyen a factores biológicos, sigue todavía en pie. A finales de 1994 se ha levantado una gran polémica en la comunidad científica anglosajona, al publicarse algunos trabajos de genetistas que afirmaban haber aislado el gen de la violencia, casi como si se tratase de un virus curable. El problema, se ha advertido desde la sociología, es que casualmente esos genes violentos aparecen siempre en grupos socialmente marginados, con lo que cuestión sigue sin resolverse. Es un círculo vicioso, en el que unos apuestan por el huevo y otros por la gallina.
Para los ambientalistas la cuestión está clara. Con independencia de que la violencia esté o no en los genes, se observa empíricamente que en aquellos sectores beneficiados por el bienestar económico y social las tendencias violentas tienden a reducirse. Sin embargo, es también la experiencia la que nos muestra que esos mismos grupos beneficiados por el bienestar pueden desencadenar en un momento dado fenómenos de violencia desmesurada, como se comprueba siempre que se implantan dictaduras (los casos de Chile y Argentina han sido ejemplos de la ferocidad que los grupos supuestamente civilizados pueden mostrar en un momento dado). Tal vez podrían explicarse tales procesos en términos de activación de algún temor ancestral a la pérdida del bienestar y los privilegios. Quizás en esos momentos el gen de la violencia, desactivado por la civilización, se active de nuevo.
Pero lo cierto es que la cuestión no está cerrada todavía. Sólo una más estrecha colaboración entre la biología, la psicología y la sociología podrán dar respuesta algún día a este dilema, y aislar definitivamente ese virus, si es que existe como tal enfermedad. Ashley Montagu, que dedicó muchos años a esta cuestión, propuso que "la naturaleza humana es buena. Lo malo es la educación humana. Tenemos que adaptar ésta a las exigencias de aquélla, y desengañar a la humanidad del mito de la maldad innata del género humano" (MONTAGU,1993:125). Es probable que Montagu tenga razón, pero entretanto los sociólogos debemos ocuparnos de aquellos fenómenos actuales, todavía no resueltos por la educación, que constituyen un problema social. Y la violencia en el deporte parece que constituye claramente, ahora mismo, un problema social.
Sin embargo, si observamos la evolución moderna de los deportes, vemos que todos ellos responden al esquema del proceso civilizador de Norbert Elías. Eric Dunning ha seguido el proceso de desarrollo de varios deportes, y ha comprobado cómo la violencia se viene reduciendo sistemáticamente. El propio desarrollo de los deportes es, casi, un proceso de acotamiento, control y reducción planificada de los comportamientos violentos y agresivos, que hoy se consideran de hecho como sinónimos de comportamiento antideportivo.
¿Por qué razón, entonces, nos preocupa tanto hoy el fenómeno de la violencia?. En primer lugar, desde luego, porque la ola de violencia en torno al deporte provoca daños personales, materiales y morales que son evidentes. Pero especialmente porque, a causa de ese mismo proceso civilizatorio, nuestro umbral de tolerancia hacia la violencia ha descendido, y aunque tanto en términos absolutos como relativos la violencia sea menos intensa que en otras épocas, nuestra sensibilidad es más elevada que antes. Y también por las propias características de la sociedad de masas, ya que los deportes de masas suponen una concentración de los hechos violentos, dando mayor espectacularidad a los mismos, y el propio funcionamiento de los medios de comunicación de masas, al darles una gran resonancia, los amplifica. Veamos ahora qué entendemos por comportamientos violentos, y qué tipos de violencia nos interesa analizar.
LA VIOLENCIA Y LA AGRESIÓN INTERNA
En realidad, y aunque provisionalmente mantendremos el término de violencia, por ser el más aceptado, no nos estamos refiriendo exactamente a violencia, sino a agresión1, aunque de hecho son términos que pertenecen a un mismo campo semántico, y por lo tanto tienden a confundirse.
La violencia se define como "todo cuanto se encamine a conseguir algo mediante el empleo de una fuerza, a menudo física, que anula la voluntad del otro" (UNESCO,1988, T.IV: 2354); es un acto finalista, orientado a la consecución de algo: un gol, un país, un bolso, un hueco para aparcar el coche, o el cuerpo de una mujer..., un acto en suma que no puede ser gratuito. Jurídicamente se distingue entre violencia y coacción o intimidación, términos éstos relacionados con aquellos actos por los que se inspira a alguien el temor racional y fundado a sufrir un mal inminente en su persona, bienes o familia.
La violencia es por tanto, en este sentido, una forma de resolución de los conflictos de intereses, sean interpersonales, internacionales, económicos, sociales o políticos... El proceso civilizador viene intentando desterrar, por supuesto, este burdo mecanismo de resolución de conflictos y de satisfacción de necesidades, pero es evidente que aún no se ha conseguido. Los medios de comunicación nos muestran a diario las pruebas.
Entendida con este sentido finalista, el concepto de violencia sólo tiene sentido en el mundo del deporte internamente. En la medida en que todos los deportes competitivos -especialmente los deportes de equipo- se basan en el enfrentamiento por un recurso escaso -la victoria-, es esperable que en el decurso de los enfrentamientos se produzcan situaciones primero de coacción e intimidación, y en último extremo de violencia, De hecho, algunos de estos deportes -como el boxeo, la lucha libre y las llamadas artes marciales- se basan específicamente en la práctica de la violencia controlada.
Naturalmente, el descontrol de los niveles de violencia en los deportes violentos, o la aparición de fenómenos de violencia en deportes considerados no violentos, constituye un problema importante en la actualidad. La obsesión por el fair-play lleva a los profesionales del deporte a sensibilizarse cada vez más frente a comportamientos violentos o superviolentos. Es probable incluso que, a la vista de los elevadísimos montantes económicos en juego, que de día en día se acrecientan en progresión geométrica, haya habido un cierto incremento de la auténtica violencia intradeportiva. Pero la evidencia muestra que, a pesar de la aparatosidad con que los medios de comunicación tratan estas cuestiones, se cumple el paradigma general de Elías sobre los procesos civilizatorios (ELÍAS&DUNNING,1992), así como el de Dunning sobre la evolución de los distintos deportes hacia formas cada vez menos violentas (DUNNING,1993). Como señalaba Cagigal, "todas las semanas tiene lugar un suceso más o menos conflictivo en algún terreno o cancha de juego deportivo (...) Pero este mismo fin de semana (...) han sucedido docenas de miles de encuentros deportivos, con sus resultados, sus alegrías y decepciones (...). Estas docenas de miles de partidos no han pasado a ser noticia -fuera de lo estrictamente deportivo- porque no han supuesto nada anormal" (CAGIGAL, 1990:71).
Seguramente estamos hablando de tasas no muy superiores a la que podríamos llamar violencia relacional cotidiana; tal vez incluso más bajas de las que podemos medir entre los pacíficos conductores de automóvil en las grandes ciudades españolas, o las que podrían medirse en encuentros del tipo de los inicios de rebajas en los grandes almacenes.
Por supuesto, no se niega aquí la importancia de estos fenómenos de violencia. La Psicología Social se ocupa de estudiar estos pequeños conflictos que se producen tanto en el marco de la interacción de los pequeños grupos, o intergrupal, como a nivel intragrupal (SETZEN, 1984:292). Y en este sentido el tipo de conflictos que se producen en un campo de juego son cualitativamente semejantes a los que se producen en cualquier otro campo de competición, reglada o no reglada: sea entre equipos de vendedores, equipos de producción en una cadena de montaje, cuadrillas de trabajadores temporeros de la agricultura o la construcción, etc. Y ello incluye, por supuesto, los conflictos dentro de los propios equipos, que hacen que, aunque de forma menos habitual que frente a miembros de equipos rivales, se produzcan enfrentamientos -e incluso reacciones violentas dentro del propio campo- entre jugadores de un mismo equipo, o entre éstos y el entrenador/capataz (PASTOR, 1978:598). Estamos, en suma, frente a un proceso de tensión controlada, en el que diversas estructuras de polaridad actúan sistemáticamente, provocando tensión. Y teniendo en cuenta que "los jugadores por separado y los equipos tienen objetivos, uno de los cuales es marcar goles" (ELÍAS&DUNNING, 1992:243-246), no es improbable el desencadenamiento de fenómenos de violencia, en cuyo desenlace influirán por otro lado las actitudes no sólo de los espectadores, sino también del líder del grupo, de las denominadas estrellas del grupo, por supuesto del entrenador, y desde luego del árbitro.
Sin embargo, con ser un interesante objeto de estudio para la Sociología de los Grupos Pequeños, e interesar mucho a los comités y federaciones que se encargan de regular el fair play en los deportes, sin embargo no es la violencia en el juego la que nos interesa analizar ahora.
LA AGRESIÓN Y LA VIOLENCIA AMBIENTAL COMO CONFLICTO SOCIAL
La Sociología, a nivel macro, se interesa más bien por el tipo de agresión, individual o de grupo, socialmente originada y manifestada también en el marco de las grandes estructuras sociales. Es decir, la que se produce no en el juego sino en torno al juego, con independencia de que en la misma puedan participar también, en distinta medida, los jugadores y no sólo los espectadores.
Smith distingue en primer luygar (SMITH, 1983) los desórdenes con un motivo estructural, sea bajo la forma de demostración política o de confrontación entre dos facciones rivales, siempre provocados por un conflicto social, esto es "una lucha en torno a valores o pretensiones a status, poder y recursos escasos, en la cual los objetivos de los participantes no son sólo obtener los valores deseados, sino también neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales; puede desarrollarse entre individuos, entre colectividades o entre individuos y colectividades" (COSER, 1974). El conflicto puede tener raíces políticas, culturales, económicas, territoriales, étnicas, religiosas, etc.
Los desórdenes con un motivo situacional responden sin embargo a detonantes como la falta de entradas, o la frustración por una derrota casi siempre interpretada como injusta por los aficionados del equipo perdedor. En cuanto a los desórdenes inmotivados, son difíciles de admitir desde la Sociología, pues supondría la existencia de violencia irracional, atávica, dando con ello la razón a los etólogos, la gran bicha, que plantean una naturaleza violenta del hombre). Pero no deja de ser cierto que a veces la celebración exaltada y alcoholizada de una victoria puede empezar festivamente, pero terminar como el rosario de la aurora si la masa festiva se encuentra con grupos que expresen rechazo a su ruidoso comportamiento, o con hinchas del equipo contrario; otras veces se trata de lo que algunos autores denominan desórdenes del tipo tiempo de descanso, esto es actos violentos que tienen lugar en fines de semana, fiestas, celebraciones, ceremonias o en cualquier ocasión especial "en que las habituales prescripciones contra la violación de normas morales se suspenden o rebajan", pasándose por alto por parte de los ciudadanos y autoridades ciertos comportamientos como las borracheras, alteraciones del orden, peleas, pequeños robos... "Todas las culturas conocen estos periodos de descanso. Y con frecuencia, el deporte suministra el pretexto para un tiempo de descanso, y desgraciadamente el relajamiento inicial de la situación puede acabar en conflicto abierto"(GARCÍA FERRANDO, 1990:226).
Por supuesto, no pocos casos que la opinión pública presenta como como enmarcados en la violencia del deporte son accidentes debidos al mal estado de las instalaciones deportivas, del mismo tipo que puede ocurrir en un colegio, un teatro o un palacio de la ópera. Pero ello no puede ocultar la existencia de graves desórdenes, y agresiones intergrupales, de proporciones crecientes. Es a estos desórdenes a los que denominamos agresión y violencia ambiental deportiva, y son los que propiamente deben ocupar a la Sociología del Deporte.
INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA VIOLENCIA AMBIENTAL
No vamos a intentar aquí una revisión de la literatura, pero debemos trazar siquiera las grandes líneas interpretativas existentes, teniendo en cuenta tanto la literatura especializada como la literatura sociológica en general2. Retengamos por ahora las conclusiones de la encuesta de la Comisión Investigadora del Senado, por la variedad y multidisciplinariedad de los participantes en la misma. Los diversos factores3 señalados como productores o desencadenantes de la violencia ambiental podrían reducirse a cinco grandes grupos causales: el fanatismo y el culto a la violencia bajo todas sus formas, en primer lugar; problemas estructurales de la sociedad -falta de cultura, conflictividad ambiental, desigualdades y crisis económica-; la tolerancia social, especialmente..."
Baigorri, A. (1996), "Urbanización y violencia", en M.García y J.R. Martinez, Ocio y deporte en España, Tirant lo Blanch, pp. 339-352
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