"(...)
El
origen del Urbanismo moderno, como hoy lo entendemos, no está tanto en los
planes de ensanche que, sobre todo a mediados del siglo XIX, se generalizaron
en todas las grandes ciudades europeas (ensanches que, con mayor o menor virtud
y extensión, se venían produciendo en las ciudades desde la Edad Media), como
en la crítica de los efectos que dichos ensanches tuvieron en las ciudades y sociedades de la época.
Como muy agudamente señaló Engels en su famoso opúsculo, "Las calles son ensanchadas, se abren otras nuevas, pasan por
ellas ferrocarriles. En el mismo momento en que los obreros afluyen en gran
número a las ciudades, las viviendas obreras son destruidas en masa".
El Urbanismo no se deriva del hecho de hacer ciudad, del mismo modo que la
Física no se deriva de la existencia de los minerales; el Urbanismo surge como
tal de la reflexión crítica sobre la forma de hacer ciudad, del mismo modo que
la Física deriva de la reflexión del hombre sobre su naturaleza circundante. Y
sólo en la segunda mitad del siglo XIX, tras la irrupción en todos los órdenes
de la Sociedad Industrial, podía surgir esa reflexión crítica respecto de la
ciudad. No es casual que Emerson, quizás el primer pensador autóctono
nortemaricano, pronunciase entonces esa tan repetida frase suya: "Primero los hombres se construyen las
casas, pero luego las casas construyen a los hombres". En suma, no hay
que buscar el origen del urbanismo, a la manera de los eruditos, rastreando
autores en busca de la primera vez en que la palabra fue dicha, sino rastreando
la primera vez que, utilizándose o no la palabra urbanismo, alguien puso en
crisis el proceso de producción de ciudad realmente existente.
La
respuesta a aquellas críticas primigenias tendrá dos expresiones, una de
carácter técnico-aplicado, y la otra de carácter científico, más centrada en lo
teórico.
Por un
lado está la respuesta técnica
(tecnocrática en el sentido moderno) que, a partir del famoso tratado de Sitte,
Principios artísticos de la construcción
moderna (1889), abrirá un ancho camino a través de la praxis, primero a
ingenieros y arquitectos, y desde mediados del siglo XX también a los abogados.
Y podemos quedarnos con algunas expresiones del propio Sitte para entender en
toda su complejidad la ruta que abrió este arquitecto. Porque, en realidad,
Sitte es apenas un fachadista, un tramoyista de la ciudad capitalista, que intenta
hacerla más bella pero sin intervenir en sus estructuras fundamentales. Es
cierto que recupera el dictum
aristotélico, según el cual la ciudad existe para dar seguridad y felicidad a
los hombres, pero deja muy claro que el trabajo del urbanista tal y como él lo
entiende, como un artista, apenas necesita como campo de trabajo "algunas calles principales y plazas;
todo el resto puede dejarlo librado al tránsito y a las necesidades materiales
cotidianas".
En
realidad, los primeros pasos de la vía técnica, o de la praxis, se limitaron a
plantear la necesidad de mejorar la habitabilidad de las ciudades a través
tanto de la mejora de las infraestructuras higiénico-sanitarias (ingeniería),
como de la mejora en la calidad de las viviendas obreras (arquitectura). Todo
ello está muy presente todavía en Le Corbusier, y abrirá un camino, a caballo
entre el despotismo ilustrado de los técnicos que supuestamente responden al
interés público trabajando para el Estado, y el "laisser faire, laisser passer" de los técnicos que están
al servicio de las grandes empresas inmobiliarias. Un camino que, sin agotarse,
no conduce a ningún sitio decente en una sociedad en la que la propia creación
de ciudad se ha convertido en uno de los motores económicos del sistema
(Baigorri, 1990).
En
cuanto a la respuesta científica,
fundamentalmente -aunque no exclusivamente- desde las Ciencias Sociales,
buscará más bien la construcción de un corpus teórico que sea a la vez
aplicable, y con suerte aplicado. Sin duda es Geddes no sólo el más ínclito
representante de esta senda, sino también el que ha inspirado a casi todos
cuantos han transitado luego por ellae. Pues aunque algunos sociólogos
académicos, como Durkheim y luego Simmel o Weber, intentaron comprender la
ciudad como el fenómeno social por excelencia, sólo Geddes plantea
explícitamente (aunque sin éxito en su propia experiencia vital) el Urbanismo
como una ciencia aplicada, orientada no sólo al análisis, sino también a la
acción. Sus propuestas alimentarán débilmente a los sociólogos de la Escuela de
Chicago (quienes hacen sus propias aportaciones prácticas, aunque más
orientadas a la asistencia social que a la urbanística), y a su través a una
Geografía Urbana que desde su mismo origen será claramente feudataria de la
Sociología Urbana -a la que apenas añade el estudio de la forma-.
En
cualquier caso, sólo perimetralmente los protagonistas de esta ruta se han
acercado, a lo largo del siglo XX, a la praxis, y casi siempre lo han hecho
como meros apéndices de los técnicos. El sociólogo Henri Lefebvre, último gran
hito en la ruta, se lamentó en más de una ocasión de no haber podido aplicar
sus conocimientos a la praxis urbana, aunque sí lo hicieron algunos de sus
mejores discípulos, como el español Mario Gaviria, que imparte su magisterio, y
deja su particular impronta ecologista, en numerosos proyectos de planeamiento
urbano entre los años '60 y '90 del siglo XX.
Por
supuesto que casi desde el inicio de la bifurcación han habido intentos por
encontrar caminos confluyentes. La publicación de Ciudades-jardin del futuro de Evenezer Howard, en 1898, es
probablemente un hito importante. Pero será a partir de finales de los años '60
del siglo XX cuando, en el marco de la crisis del sistema civilizatorio
industrial, y de los fundamentos científicos modernos, han de surgir los
auténticos intentos de caminar a caballo de ambas rutas, camino de la
trandisciplinariedad que, parécenos hoy, constituye el destino final del
Urbanismo, según hemos expuesto en (Baigorri, 1995). Mi propio caso es un ejemplo
de transdisciplinariedad aplicada. A
lo largo de casi veinte años de experiencia en el planeamiento urbanístico y
territorial (entre mediados los años '70 y mediados los '90, cuando
definitivamente aburrido abandoné la práctica del Urbanismo), fuí alejándome
progresivamente del papel de anexo floral a que los técnicos querrían
reducirnos a los societarios. Yo creía que el hecho de no saber encargar e
interpretar un cálculo de estructuras, o de no saber trazar una red de
abastecimiento, en modo alguno limitaba mi capacidad para el planeamiento
urbano, ni siquiera para el diseño urbano. Fue a veces duro, pero poco a poco
tanto los técnicos con quienes trabajaba, así como los técnicos de las
administraciones públicas a quienes había que rendir cuentas, fueron aprendiendo
que la coordinación superior de un proyecto de planeamiento no corresponde, de
modo natural, al técnico, sino a aquel organizador capaz de superar las
limitaciones disciplinarias para establecer una imagen global del proyecto
capaz de arrastrar a todo un equipo pluridisciplinar, y sobre todo a la
comunidad a la que va dirigido dicho proyecto.
La
crítica demoledora de Lefebvre contra la falsa multidisciplinariedad del
urbanismo tecno-estructuralista; las propuestas orgánicas de Alexander, la crítica
comunitarista de David Riesman, y luego Jane Jacobs, o directamente ecologista
de Paul Goodman; las propuestas participativas, desde la arquitectura, de
Percival Goodman y el propio Alexander; la recuperación de Mumford, simbólico
albacea pero a la vez enriquecedor del pensamiento de Geddes; las apuestas
libertarias de Ivan Illich o la propuesta anarquista y explícitamente
ecologista de Murray Bukchim; el retorno de la Sociología a la forma olvidada,
primero con Kevin Lynch y luego con William H. Whyte... Entre los años'60 y
finales de los '70, en poco más de tres lustros, se construyó todo el
constructo que, durante las últimas décadas del siglo XX, y sin lugar a dudas
al menos durante el primer tercio del siglo XXI, ha alimentado y alimentará la
formación del urbanismo transdisciplinario. En ello se han formado ya, a veces
sin ser conscientes de ello, las últimas generaciones de técnicos, que de forma
apenas imperceptible, pero en un proceso imparable, se han venido alejando de
su matriz (la construcción o la ingeniería civil) para convertirse en algo
distinto, algo que de forma creciente se reivindica en su propia
identidad: urbanistas.
Ese es, por tanto, el primer elemento que ha de caracterizar a los urbanistas y el urbanismo del siglo XXI: la convicción de que el Urbanismo constituye tanto una rama científica específica (sea como tal Urbanismo, o enmarcado en unas Ciencias del Territorio), como sobre todo una actividad profesional específica y con personalidad propia, producto de la confluencia transdisciplinaria de conocimientos y habilidades bien dispares, procedentes de la Ecología, la Sociología, la Economía, el Diseño, el Cálculo, la Historia del Arte, el Derecho y la Ciencia Política, etc.
2. La globalización: hacia la urbe global
Pero
mientras tanto, la ciudad ha dejado de ser lo que era, un contenedor físico,
para convertirse en un magma global: la urbe global. Un magma en el que, por
supuesto, subsisten los contenedores, los nodos físicos de los que los humanos
somos habitantes, cada vez de forma más fluctuante; lo cual justifica la
práctica urbana. Pero en el que el tipo de problemas a los que el urbanista
debe enfrentarse son de orden distinto a los tradicionales del ornato y la
higiene. Veamos cómo ha ocurrido, y a dónde nos ha llevado el asunto. (...)" (ver el texto completo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios están moderados para evitar spam, pero estaré encantado de dar paso a cualquier comentario que quieras hacer al texto