2.22.1985

Tarragona, bomba sinérgica, vergüenza nacional (1985)

En enero de 1985 andaba viviendo en una casita de campo en Cambrils, al lado de una playa cubierta de unas partículas plateadas. Iba con la familia a cuestas, con un bebé casi recién nacido (los aspavientos que hacen ahora cuando tienen un niño y tienen que trabajar, y tal). Estaba trabajando en la ciudad de Salou (entonces si no recuerdo mal aún no independizada), dentro del proyecto de Diagnóstico de Ciudades de Playa, que incluían una Guía Culta para turistas de charter. Un proyecto estupendo, en el que trabajé a gusto y generé varios productos de calidad, pero que echaron a perder los gestores de la Secretaría de Estado de Turismo, que habían encargado a Gaviria (fue el primer, y casi único, contrato que firmamos como Compañía de Planificación, Ecosociobiótica y Estudios Avanzados SL). La del Puerto de la Cruz la tengo por ahí para escanearla algún día, pues corresponde al momento de mi primera informatización, pero no la de Salou, todavía a máquina de escribir manual. Se perdería en algún archivo de Madrid, y ya estará convertida en moho. No teníamos la prevención de hacer copia ordenada de todo. Éramos un desastre.

El caso es que estaba haciendo el trabajo de Salou, cuando se divulgaron las conclusiones de la comisión que había investigado el accidente de Bhopal, en la India, señalando al fosgeno como el causante de la catástrofe. Y yo estaba entonces en el Camp de Tarragona, en donde se despertó una fuerte alarma, dado el rosario de accidentes producidos en la petroquímica. Formaba parte del equipo promotor del diario Liberación, aunque no me había querido integrar en la redacción porque ya había decidido tiempo atrás dejar el periodismo. Pero alguien de la redacción sabía que andaba por Tarragona y no sé cómo me localizó (entonces no había móviles, claro, ni siquiera tenía teléfono en la casita de campo en la que estaba alojado con la familia) para que aprovechase e hiciese algo sobre Tarragona. Así que preparé el que fue mi último reportaje periodístico. Jugaba con ventaja, porque por las batallas contra el trasvase tenía muy buenos contactos (el más importante, el gran amigo Francisco Inglada, ingeniero en el Puerto y a la vez activo ecologista, con el que había coincidido en las batallas contra el trasvase del Ebro, que además de en todos los comités ecologistas era muy activo en Federación de Asociaciones de Vecinos de Tarragona) con información técnica clave, y un periodista local (Ferrán Gerhard, el ámigo que hice en mi breve tiempo de estudiante presencial de Periodismo en la UAB). Y en menos de 24 horas me había redactado tres páginas completas del periódico.





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