11.16.1993

Próxima parada, Extremadura (1993)



Entre que lo escaneo en condiciones y no, pego del fichero en WordPerfect que encuentro, no parece la última versión que envié al periódico, pues el título es distinto y es más largo, y tiene unos párrafos dirigidos explícitamente a las gentes del PSOE, que finalmente no aparecen en el publicado. No creo que "censurados", porque nunca me recortaron un artículo de opinión, otra cosa es que yo lo acortase por alguna otra razón que no recuerdo. Teniendo en cuenta que apenas llevaba 8 años viviendo en Extremadura, aunque tres lustros viniendo por aquí, quizás fuese un ppoco pretencioso el planteamiento. Pero lo leo décadas más tarde (cuando ya se me puede considerar siquiera extre-maño, para complicar aún más en mis descendientes mis "ocho apellidos vascos", en realidad navarrros de la Baja Navarra francesa) y lo encuentro muy acertado, mal está que yo lo diga.


"LA DIVISION SOCIALISTA Y LA UNIDAD REGIONAL

Artemio Baigorri


En los últimos meses, hemos asistido a un cierto renacimiento del secular enfrentamiento interprovincial (o más exactamente, provinciano) entre Cáceres y Badajoz -o viceversa-. No son pocos los acontecimientos que avalan esta hipótesis: desde el grave conflicto placentino, que en cierto modo recuerda peligrosamene el estilo de las Ligas italianas, al más reciente surgido por el torpe olvido del MOPTMA hacia el tramo Cáceres-Plasencia de la autovia de la Plata, los hitos son numerosos, y a cual más lacerante. Si demasiado a menudo la reivindicación procede del Norte de la región, no siempre es así, y basta recordar cómo en estos meses han abundado las propuestas, desde Badajoz, de dividir la UEX en dos universidades, o cómo se ha insistido ladinamente, desde ciertos ámbitos, en que la mayor parte de los proyectos de la Corporación Empresarial se localizan en el Norte de la región. Sería ridículo, en este sentido, buscar culpables, aunque es inobjetable que hay ciertos especialistas del agravio comparativo, a veces incluso con nombre, apellidos y cargo político.

El propio conflicto surgido en el Partido Socialista en estos últimos días es, a mi modo de ver, no otra cosa que una refriega más en la larga guerra interprovincial. Es obvio que, si el asunto ha preocupado tan seriamente a las fuerzas vivas de la región, y en general a todos quienes de una u otra forma nos preocupamos por el desarrollo de Extremadura, no es tanto por su apariencia de enfrentamiento felipistas-guerristas, sino porque pone en entredicho una unidad regional duramente conseguida a lo largo de la pasada década. Porque ese es el problema de fondo. El resto de los partidos han funcionado tradicionalmente en las dos provincias como partidos plenamente separados, a veces incluso con estrategias contrapuestas (algunos incluso son de hecho uniprovinciales, como ocurre con los grupos regionalistas), mientras que el PSOE, y algo habrá influído en ello la gestión de Rodríguez Ibarra, ha sabido mantener una estrategia unitaria por encima de las evidentes diferencias ideológicas y personalistas de sus distintas familias. Con ello no sólo se ha conseguido un partido auténticamente regional, sino que a través del control de la Administración se ha conseguido la instauración de un sentimiento de región en la inmensa mayoría de los extremeños. Y lo que muchos nos tememos ahora es que, si el PSOE se rompe, o se rompe siquiera su unidad de acción, Extremadura como concepto también se romperá. Es decir, la contradicción que subyace a las noticias que han llenado las primeras páginas de los periódicos regionales en los últimos días no es de tipo superestructural (un conflicto entre personas, ni siquiera entre concepciones ideológicas), sino de carácter estructural y territorial.

Por ello sería un error que, desde dentro del propio partido, los socialistas se quedasen en su análisis al mero nivel de la lucha interna de tendencias, pues de hecho las tendencias neoliberal y socialdemócrata están tan presentes en Cáceres como en Badajoz, como lo están con mayor o menor fuerza, en ambas provincias, otras tendencias menores. Y no sería menor la torpeza de los partidos de la oposición si se alegrasen de este tropiezo del PSOE, olvidando la advertencia del viejo aforismo sobre las barbas propias y las del vecino.

El problema que subyace a la rebelión cacereña es el eterno problema: la biprovincialidad de esta región. La bipolaridad es la causa de todos los grandes conflictos sociales, como la ha sido durante décadas de los conflictos internacionales, porque la bipolaridad nunca es equipolaridad. La existencia de una provincia en la que se asienta más del 60 % de la población regional, conduce irremisiblemente a la concentración de inversiones, y a que en la otra provincia se abone un sentimiento de marginación, o cuando menos de discriminación. No es un problema de diferencias étnicas (que las hay, y muy profundas, como en todas las regiones españolas), sino un mero problema de matemáticas. Que los oliventinos no tienen nada que ver con los veratos es una obviedad, pero del mismo modo que las gentes de las Vegas Bajas en poco se parecen ya a las de La Siberia o las de Sierra Morena. Dentro de cada una de las dos provincias podemos hallar profundas diferencias antropológicas. El primer problema es que siempre habrá que hacer 1,6 puentes en Badajoz por cada puente en Cáceres, si se desea ser justos; y si con ese puente no se satisfacen las necesidades de Cáceres el sentimiento de insatisfacción se situará por encima de la razón. El segundo problema es que no hay otros ámbitos con los que contrastar las desigualdades, porque sólo hay dos comensales alrededor de la mesa.

Cuando hay bipolaridad la justicia no es posible. Los sociólogos y psicólogos sociales lo han estudiado en profundidad en relación a los microgrupos humanos, y las provincias no son sino abstracciones orgánicamente equiparables a personas. Por muy artificiales y recientes que, en términos históricos, sean. El presidente Ibarra ha venido haciendo un indudable encaje de bolillos entre las provincias para conformar el gobierno regional, tanto a nivel de consejeros como de directores generales, y es de suponer que en su partido habrá venido haciendo algo parecido. Pero el problema es irresoluble, porque se parte de una realidad desigual. Por eso el actual conflicto interno del PSOE reaparecerá cualquiera que sea la forma en que, por ahora, se solucione. Ayer fue desde la izquierda del partido, hoy desde la derecha, y mañana será desde cualquier otra opción que permita racionalizar en términos ideológicos un enfrentamiento que tiene raíces mucho más profundas, estructurales según he señalado. 

De ahí que, si es cierto que no hay mal que por bien no venga, estos acontecimientos debieran servir para plantear las cosas, definitivamente, en términos realistas, y no desde la mistificación racionalizada. Y desde esos planteamientos realistas, la única opción que se les puede aparecer como viable a largo plazo a los socialistas extremeños, si quieren seguir unidos, es la única viable asimismo para la región: la ruptura de la biprovincialidad.

Naturalmente, las soluciones son siempre más complejas, y conflictivas, que los apaños. Exigen de principio un debate previo, mientras que en el enfrentamiento visceral y bipolar no es necesario, basta con la discusión. Pero las soluciones son, cuando menos, duraderas, mientras que los apaños son sólo circunstanciales.

Personalmente he tenido ocasión de manifestarme contrario a la mayoría de las propuestas de comarcalización que se han hecho hasta el momento, algunas de las cuales llegan a ser auténticos delirios liliputienses. Es una cuestión conceptual, de base, que no voy a alargarme en explicar aquí. Pero la necesidad de romper los conceptos de Badajoz-provincia y Cáceres-provincia es ineludible, y por eso me he mostrado partidario de partir de un instrumento administrativo-territorial ya probado, conocido y suficientemente eficaz como es la provincia (por más que sea una figura actualmente en revisión, especialmente en lo que hace al papel de las Diputaciones, ello no le quita funcionalidad), y aplicarlo como medicina para romper la bipolaridad. En este sentido, no me cabe ninguna duda de que una nueva organización territorial, basada en la existencia de cuatro provincias, diluiría la división actual y potenciaría el sentimiento de región. Y para ello no hace falta extraños y rimbombantes experimentos de laboratorio: bastaría dividir la provincia de Cáceres en dos para, además, solucionar de paso el secular irredentismo placentino; mientras que hacer lo propio con la de Badajoz aportaría racionalidad territorial a esta demasiado extensa provincia, además de permitir posiblemente la definitiva unificación del continuum urbano Villa Benito, que se constituiría en capital de esa cuarta provincia, y tercera ciudad de la región. El caso de Mérida requiere sin duda una reflexión más detenida, pues hay tantos pros como contras en su posible consideración como distrito federal.


La política de Rodríguez Ibarra ha logrado hasta el momento tres o cuatro grandes activos, por señalar algunos en los que la inmensa mayoría de los extremeños estaremos de acuerdo: ha frenado la decadencia acelerada de esta región, que hace poco más de diez años iba camino de la nada, por más que la crisis enturbie hoy este logro; ha enraizado el sentimiento regional en pueblos muy distintos -y distantes- entre sí; ha conseguido que los extremeños, además de sentirse como tales, se sientan orgullosos de serlo, sin que con ello se haya generado ningún tipo de chovinismo insolidario (al contrario de lo que ha ocurrido en otras regiones del Estado); ha conseguido que Extremadura, o al menos su presidente, sea una interlocutora más en el concierto de los pueblos de España, a nivel de igualdad por lo menos a la hora de hablar. Otros logros pueden ser discutibles para algunos, y habrá quien crea que son más los errores que los aciertos, pero los señalados son incontestables en su obviedad.

Ahora bien, la obra quedará a medias si Extremadura no se dota de una estructura político-territorial que facilite con mayor eficacia la acción sinérgica de todas las fuerzas de la región en beneficio, equilibradamente redistribuído, de todos. Si el equilibrio intraregional queda para siempre al arbitrio del presidente, o del secretario regional de turno del partido que en cada momento ostente el poder, esta tierra será para siempre una jaula de grillos, de dos únicos grillos eternamente enemistados. Si hoy están permanentemente en pie de guerra, con razón en ocasiones, sin razón en otras, los del Norte, mañana pueden estarlo los del Sur. La solución es sin duda compleja, y conlleva cambios legislativos, tanto a nivel regional como nacional, importantes. La solución no puede ser inmediata. La solución puede ser dura para las dos principales ciudades de la región. Pero, sobre todo, la solución es única. No hay vías alternativas.

Estoy seguro de que Rodríguez Ibarra conseguirá, con su intuición y su habilidad táctica, coser siquiera provisionalmente las heridas de su partido, de cara al congreso nacional del PSOE. Sobre todo sus militantes, pero también todos quienes simpatizamos con su proyecto progresista, e incluso quienes no simpatizando con él desean una estabilidad política en la región, nos sentiremos aliviados. Pero todo se quedará en un respiro momentáneo si no se apresta a enfrentarse al auténtico desafio. El gran desafío, ya lo he dicho, es el de solucionar definitivamente el problema territorial que, recurrentemente, como esos virus traidores, infecta a la sociedad extremeña: el biprovincialismo. O dicho más crudamente, en términos que no me he atrevido a utilizar para titular estas reflexiones, el cainismo provinciano. Si Rodríguez Ibarra se va, sin antes intentar al menos resolver definitivamente esta contradicción estructural, le quedará siempre la duda de si no habría algo de cierto en esas acusaciones de cesarismo que, injustamente sin duda, desde ciertos sectores se le han hecho. Cuando Ibarra se vaya no puede dejar a su sucesor sentado a la mesa con Caín y Abel, aunque estos intercambien de tanto en tanto sus papeles, sino sentado frente a un único interlocutor: Extremadura."



Referencia: Baigorri, A. (1993) "Próxima parada, Extremadura. Del biprovincialismo como conflicto estructural", El Periódico de Extremadura, 1/12/1993



11.04.1993

El metabolismo urbano (1993)


"El concepto de metabolismo tiene varias acepciones en Biología. De un lado se toma como el conjunto de reacciones químicas a que son sometidas las sustancias ingeridas o absorbidas por los seres vivos hasta que suministran energía (catabolismo) o hasta que pasan a formar parte de la propia arquitectura estructural (anabolismo). Por su parte, el metabolismo basal mide la cantidad de calorías liberadas, por unidad de superficie corporal, por un individuo en reposo, en ayunas y a una temperatura ambiente normal. Y se habla de metabolismo intermediario al referirse al conjunto de modifica­ciones que sufre una sustancia desde su entrada en el interior de un organismo hasta su transformación final. Obviamente, si nos detenemos a analizar los procesos que el metabolismo describe, la analogía organicista a la que ya hemos hecho referencia en otras sesiones es de nuevo de plena aplicación a los sistemas urbanos, tomados como organismos vivos.
Para algunos, el concepto de metabolismo de la ciudad se referirá, respondien­do simultánea­mente a la última y la primera de las acepciones biologistas que hemos señalado, a los procesos seguidos por las sustancias utilizadas por la ciudad para su supervivencia, desde que se captan hasta que se desechan sus restos. "Las exigencias metabólicas de la ciudad pueden ser definidas como la suma de todas las materias y productos que aquélla necesita para el sostén de sus moradores, tanto en sus hogares como en sus trabajos y sus esparcimien­tos. Entre esas exigencias hay que incluir también -para un determinado periodo de tiempo- los materiales destinados a la construcción -o a la reconstrucción- de la propia ciudad. El ciclo metabólico no se considera cerrado hasta que los desechos y detritus que la vida cotidianamente va acumulando han sido recogidos y elimina­dos". En suma, desde esta interpretación, la más extendida, el metabolismo de las ciudades vendría a equivaler más bien al proceso digestivo urbano. Es decir, nos ocuparíamos, al tratar del metabolismo, del tipo de problemas que, en la mente popular, constituyen la problemática ecológica urbana: contaminación, impactos sobre el entorno, etc.
Desde una perspectiva ecosistémica más avanzada, todo este proceso puede observarse en términos termodinámicos, como un proceso interminable de captación y degradación de la energía. Es una perspectiva útil en términos ecológicos, pero que tomada tal cual limitaría fuertemente, dado su escaso grado de desarrollo actual, las posibilida­des de acercamien­to a esta problemáti­ca. Hasta el momento sólo se ha aplicado precisamente en cuestiones relacionadas con la energía, aunque es de prever que el futuro desarrollo de esta perspectiva, de esta estrategia de investigación, nos permitirá integrar en el proceso del metabolis­mo ciertos aspectos sociales fundamentales.
Por ahora nos quedaremos al nivel sencillo de la analogía organicista,(...)"
Los gráficos son muy cutres, lo que permitía el Presentations de Word Perfect hace un cuarto de siglo. Lógicamente, el texto es también anterior al concepto de huella ecológica, que ha dado forma económica a las cuestiones que aquí se trataban. Wackernagel y Rees publicaron su primer trabajo sobre el tema en 1996, y no se difundiría hasta unos años más tarde. 

REFERENCIA:
Baigorri, A. (1993): "El metabolismo urbano", Curso de Urbanismo, ASYPE, Badajoz 

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