1.28.1993

Informática y creación (1993)




Amigos de otros tiempos, prima di la revoluzione, osea antes de la década ligth, me miran sorprendidos. Denuncié los peligros sociales de los ordenadores y hoy me rodeo de microchips, incluso he intrucido en sus misterios a las gentes de mi entorno. Esos amigos aún no entienden el sentido último de la Revolución Informática. 
Creíamos que acabaría con la imagina­ción, la veíamos como una nueva arma de los cuadriculados. Pero los primeros desarrolladores informáticos, constructores de imperios que hoy amenazan a corporaciones paradigmáticas como la IBM, estaban más cercanos a los padres fundadores que a los ideólogos de la Era Reagan, más cercanos del anarquismo que de la tecnocracia. Sus máquinas y programas no atacan al pensamiento intuitivo y creador, sino a la caverna neo-escolástica, cientifista más que científica.
En las Ciencias Sociales quienes vivían de tabular datos son arrincona­dos por los ordenadores, que lo hacen más rápido y sin errores. Torpes contables y sumadores, que durante décadas han cercado, asediado, expulsado, marginado, a quienes se negaban a hacer del cerebro una calculadora, sienten ya el frío de la venganza de la imaginación. No saben dominar la máquina, y son dominados por ella.
Sabemos ya que los procesos físicos más simples no se generan en una simple relación causa-efecto, sino en un complejo juego de retroalimentacio­nes, con el caos y el azar como artistas invitados. Del mismo modo el conocimiento surge por mecanismos en los que las áreas menos conocidas (y menos mecanicistas) del cerebro juegan un papel fundamental. Son limitadas las variables que podemos controlar conscientemente, pero son ilimitadas las que es capaz de procesar esa caja negra y desconocida del pensamiento: el ultrapensamiento inconsciente. ¿Tenemos idea de cuántos datos suministra­mos incesamente al cerebro, para ser devueltos, en un feed-back inacabable, en actos creativos, en diagnósticos intuitivos?.
Los grandes genios de la Informática ven ahí el límite de los ordenadores, torpes máquinas, porque sólo podemos enseñarles las reglas de razonamiento de nuestro cerebro pensante, mas no las de nuestro cerebro ultrapensante: las reglas de la imaginación, la intuición, el azar, la creación. La Informática es sólo un instrumento más al servicio de la inteligencia, que alivia al cerebro de la necesidad de procesar datos brutos. Y abre el paso a los creadores, a las mentes abiertas e intuitivas.
Los otros quedarán, posiblemente, como bedeles del Saber (para bedeles nacieron, con todo mi respeto para este colectivo, aunque hayan alcanzado, en la Era de las Sumadoras, más altas dignidades). Pero ya nunca serán detentadores. Por eso sólo los creadores obtienen, al menos en las Ciencias Sociales, auténtico provecho del uso de ordenadores. Los demás obtienen listados. Son un puro listado.

Referencia:
Baigorri, A. (1993), "Informática y creación", Extremadura, 28/1/1993

1.11.1993

Pesimistas y optimistas (1993)




En el siglo XIII, Bacon concibió un plan de reforma basado en la preeminencia de las ciencias experimentales, del que proyectaba un futuro con automóviles, máquinas voladoras y hasta submarinos. Cuando los sabios se sientan insomnes bajo la luna, atisban el futuro.

Sin embargo, las proyecciones que se pusieron de moda en los años 60 (del siglo XX) no respondían a los insomnios de los sabios, a las resacas de la imaginación, sino al rechinar de las válvulas que alimentaban monstruos como el ENIAC. La existencia de máquinas de proyectar millones de datos hizo creer a los cuadriculados que bastaba con introducir los datos del pasado para obtener los datos del futuro. Desde las proyecciones optimistas de Khan para la Rand Corporation a las pesimistas de Meadows para el Club de Roma, todas olvidaron procesar, sin embargo, una serie de factores irnprocesables: desde el azar a la inconstancia del amor humano. Y hoy aquellas predicciones languidecen entre el polvo de los anaqueles más escondidos. Nos suenan tan huecas como las que hiciera Montesquieu, en el amanecer del Siglo de las Luces: 
«La tierra se despuebla todos los días. Si esto continúa.será, dentro de dos siglos, un desierto».

Así que no me tomo muy en serio esas previsiones, machacona e interesadamente repetidas estos días (hasta Hemández Sito ha ido a contarlas a los Telediarios de Madrid), que hablan de la pronta desaparición de casi un centenar de pueblos de la región. Animados por la seguridad con que el experto de tumo publicita sus pesquisas, algunos incluso abogan por la eutanasia, con el piadoso fin de ahorrar dineros en equipamientos públicos, y proponen liquidar por decreto a unos cuantos.

Ni siquiera el Desarrollismo franquista de los años 60 y 70, que apostó explícitamente por el despoblamiento rural, consiguió acabar con miles de pueblos serranos a los que sitió con pinos, prohibió sacar las cabras, suprimió escuelas y ayuntamientos. Hubo un ministro que mantuvo a su propio pueblo en las sierras riojanas sin carretera hasta que, prácticamente vacío, la necesitaron los guardas del ICONA. Para su oprobio eterno, hay ahora en aquel pueblo más familias censadas que hace veinte años.

¿Cómo no va a ser pues rentable, en período preelectoral, una proyección como las que nos ocupa? Van a decir que todas las guerras de la Historia no produjeron en Extremadura tantos despoblados como, según algunos sabios, van a provocar diez años de gobierno socialista. Allá quienes quieran jugar al juego de la matemática simple.


Yo imagino que las gentes de Gata, y otros parajes condenados por los sabios a desaparecer del mapa regional además de hacer lo que llevan haciendo desde hace siglos (adaptarse y sobrevivir), introducirán nuevos hábitos entre que se mueren y no. Tal vez en lo sucesivo sustituyan los habituales saludos por el ripio que, dicen, intercambian los cartujos al cruzarse: «Morir debemos»/« Ya lo sabemos».

Referencia:

Baigorri, A. (1993), "Informática y creación", Extremadura, 11/1/1993